Red Iberoamericana de

Estudio de las Sectas

 

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Nº 661

12 de may. 2019

 

BOLETÍN MONOGRÁFICO: EL TEMPLO DEL PUEBLO

 

1. El camino a Jonestown.

2. Jim Jones y la Biblia.

3. El Templo del Pueblo en busca de la tierra prometida.

4. Jim Jones y el sexo.

5. La astuta política de Jim Jones.

6. Los milagros en la estrategia de Jim Jones.

7. El éxodo del Templo del Pueblo.

8. Dejarlo todo y marcharse.

9. ¿Terror en la jungla?

10. Esta patente paranoia.

11. Muerte en la jungla.

12. Lecciones del Templo del Pueblo.

 

 

1. El camino a Jonestown.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

Este boletín InfoRIES monográfico incluye una serie de artículos sobre la secta “Templo del Pueblo”, protagonista de una gran masacre en noviembre de 1978. Poco después de su cuadragésimo aniversario, el autor evangélico español José de Segovia ha dedicado once artículos a esta temática. Los reproducimos a continuación, tomados de su lugar original: el portal Protestante Digital.

Hace cuarenta años de la masacre de Jonestown. El Templo del Pueblo fue una iglesia evangélica que se hizo conocida en San Francisco por unir la espiritualidad pentecostal con la integración racial y el compromiso social con los menos favorecidos. La pregunta de cómo Jim Jones (1931-1978) la logró convertir en una secta tan peligrosa ha intrigado a muchos desde entonces.

Este verano hice la serie más larga que recuerdo en la convalecencia de una operación, al cumplir medio siglo los Niños de Dios y su Familia del Amor. Al tener que volver a ser intervenido hace poco con otros resultados de los que esperaba, pensé en combatir el desánimo con otro desafío que me entretenga estos días de dolor y malestar.

Saqué de la estantería una docena de libros sobre el Templo del Pueblo, entre ellos la monumental biografía de Jim Jones que publicó Planeta en los años 80. Y he empezado a leer lo mucho que se ha hecho en el campo académico por el aniversario en los Estados Unidos, donde ha aparecido una serie documental en la televisión de Sundance sobre este momento de Terror en la Jungla y una larga serie de podcasts con las grabaciones originales de las Transmisiones de Jonestown.

Volveré a ver las películas que tengo en DVD e intentaré ponerme en el lugar de este predicador, para comprender los dilemas a los que se enfrentó. Quiero entender su locura, pero sobre todo aprender de sus errores. Sé que muchos no apreciarán el esfuerzo de empatizar con alguien así, pero no sé otra manera de acercarme al misterio del mal, que identificarme con el problema y darme cuenta de que no hay otra solución que la que Dios nos da en Cristo Jesús.

¿Un final anunciado?

Sé que no es difícil, sino imposible, pensar en Jim Jones sin tener en cuenta que es el principal responsable de la mayor pérdida civil americana de vidas humanas en un acto deliberado, hasta los ataques del 11 de septiembre del 2001. A pesar de ello, quiero que hagan el esfuerzo de ir al principio de esta historia, cuando este chico era un joven predicador que buscaba la justicia social y la obra del Espíritu Santo en un ministerio que unía la reconciliación racial con las señales milagrosas de la obra sobrenatural de Dios por la humanidad que sufre.

Ahora todos sospechan de sus motivaciones, porque conocemos cómo acaba la historia, pero su vida entonces –como la nuestra ahora– era un proyecto inacabado, lleno de las mejores intenciones, pero también de la torpeza y necedad que acompaña incluso los actos más desinteresados. Sabemos cómo acabó todo. No hace falta que nos lo recuerden sus comentarios. Lo que les propongo al principio de este viaje es conocer a alguien del que no sabemos mucho realmente. Su vida –como la de todos nosotros– es un enigma, incluso para los que nos rodean. Sólo hay Alguien que nos conoce como realmente somos.

Al leer extensamente sobre la vida de alguien como Jim Jones, uno se da cuenta la cantidad de errores que hay en los datos que manejamos. Algunos son falsedades, pero generalmente son mal entendidos que responden a la idea preconcebida que tenemos de esa persona. La realidad es siempre mucho más compleja de lo que imaginamos. Para entender Jonestown, no basta leer un artículo de Wikipedia o un capítulo de un libro sobre sectas. Hay que asomarse a la oscuridad de tu propio interior, algo que da vértigo sólo de pensarlo…

La tradición evangélica de santidad

Jones nació en plena Depresión. Tras la crisis del 29, la vida en un pequeño pueblo de Indiana en 1931 era bastante dura. Crete no tenía más que media docena de casas. En el porche de una vivienda blanca de dos pisos sobre una loma, había una mujer menuda y morena que acababa de tener su primer hijo a los 28 años. El pelo oscuro y lacio del niño contrastaba con la mayoría de la gente que vivía allí, rubia y de origen germano. Por eso le llamaban El Cuervo. Él decía que tenía sangre india. A veces la atribuía al padre, otras a la madre. Como tantas cosas que se dicen de él, no hay evidencia de ello.

El padre se alejó de su educación cuáquera –estrictamente pacifista– cuando fue a la primera guerra mundial. Vino de Francia con los pulmones dañados por el gas mostaza y a causa de la Depresión, tuvo que vender sus tierras, para trasladarse con su familia a su tierra natal en Hossier. Era dieciséis años mayor que su mujer, que tampoco era muy religiosa. Lynetta era una madre trabajadora, empleada en una fábrica, que se comprometió en la lucha sindical. Tenía cierta educación, pero sobre todo un carácter independiente. Sus ambiciones habían quedado frustradas por un matrimonio, que acabó separándose pronto. Bebía cerveza y fumaba, pero no le importaba que su vecina nazarena llevara al pequeño Jimmy a la iglesia, donde recibió una formación bíblica en la tradición evangélica de santidad.

Niño solitario, amaba los animales, pero no tenía más compañía que la señora Kennedy, su única vecina, que hacía de sustituta de su madre, mientras ella trabajaba. La mujer se propuso salvar su alma. Le hablaba de Dios todo el tiempo, mientras su padre se aleja del niño, inmerso en la amargura de la autocompasión que nace de su enfermedad, pero aumenta con el suicidio de su hermano y la separación de su mujer. La madre se sacrifica por dar una educación a su hijo, que estudiara enfermería en Richmond, donde conoce a su mujer, Marceline.

Al hacerse Jimmy pentecostal, su madre temía que se convirtiera en predicador, ya que su pasión evangelizadora le llevó a recorrer las calles con una gran biblia negra apretada contra el pecho. Al principio era tan excéntrico que iba envuelto en una sábana, ofreciendo salvación a los transeúntes y advirtiendo del infierno a los jugadores. Su púlpito era el cruce de dos calles con una taberna en cada esquina. Iba con la Biblia a todas partes, parafraseando la Escritura e implorando con el que quisiera, la entrada del Espíritu Santo en su corazón. No se juntaba con otros adolescentes, porque para él, beber, bailar y jugar a las cartas era pecaminoso. Jones, en ese sentido, era el típico producto de la tradición evangélica de santidad del Medio Oeste americano.

Conciencia social

Lo que nos resulta ahora extraño de un evangélico como Jones es que tuviera ideas socialistas y una gran conciencia de la discriminación racial. La explicación es que los evangélicos no eran entonces sinónimo del “partido republicano en oración”, como son hoy. Hasta la Mayoría Moral de Reagan hay diversidad en las ideas políticas de los evangélicos. No existía nada parecido a la “derecha religiosa” en la época de Nixon. Todo lo contrario. Había evangélicos en los dos partidos, ya que no había comenzado todavía “la batalla del aborto”. Ahora las opiniones políticas de los evangélicos se han vuelto bastante más predecibles…

Jones se enfrenta al “pecado original” de esta nación que se ufana en ser “cristiana” desde sus orígenes, pero ha tolerado el racismo, por el cual un diácono de la iglesia bautista del sur podía ir a la escuela dominical después de haber azotado a sus esclavos. No veían conflicto en ello. Esto es lo que aleja a Jones del protestantismo, hasta que lee la declaración metodista de 1952 contra el racismo, una década antes de la lucha por los derechos civiles. Su esposa era metodista y se hace candidato al ministerio de esta iglesia en Somerset, pero no tarda en descubrir que una cosa es la teoría y otra, la práctica. Se da cuenta que es la tradición pentecostal la que ha logrado eficazmente la integración racial sin un discurso social que la acompañe.

Muchos piensan que Jones se hace sólo carismático para transmitir su mensaje de justicia social. El problema es que él se hace primero conocido en el medio pentecostal como un predicador de sanidades. Me cuesta pensar que todo fuera una impostura. Según algunos, los testimonios de milagros y las manifestaciones de los dones del Espíritu serían reales, pero su ministerio sería una representación. Algo que cuesta también imaginar. Todo parte de la duda sobre la honestidad del fundador del Templo del Pueblo.

El Templo comienza con el nombre de Comunidad Unida en Indianapolis en 1955, después que dejara la iglesia pentecostal del Tabernáculo de la calle Laurel. La razón parece que fue el rechazo del pastor que venía a sustituir, por jubilación, a la creciente presencia afroamericana en su congregación. De ello daba testimonio el propio pastor adjunto, Winberg, que se fue con él. Al pastor asistente blanco se une uno negro, Archie Ijames. Este carpintero de profesión deja su trabajo, para dedicarse a conseguir alimentos para los pobres, ya que la iglesia daba 2.800 comidas al mes en su comedor de beneficencia. Abrieron un asilo, pagaban la renta de indigentes, suministraban ropa gratis y distribuían carbón a los pobres.

El mal del racismo

Hay mucho que decir sobre la ortodoxia de Jones. Es bastante dudosa. Basta ver su conexión con William Branham (1909-1965). Juntos organizaron la convención con la que Jones se presenta al público pentecostal en el Tabernáculo Cadle de Indianapolis en 1956. Aunque Branham negaba a veces ser de “sólo Jesús”, ya que hubo períodos que no reconoció que su teología era la del monarquismo modalista del pentecostalismo “unicitario”, no hay duda de que tenía reparos con la doctrina trinitaria. Su negación del pecado original –por su doctrina de “la simiente de la serpiente”– va acompañada de ideas aniquilacionistas y una escatología que acaba sugiriendo que él podría ser el séptimo ángel de Apocalipsis.

No está claro que Jones compartiera la teología completa de “la lluvia tardía” y “los hijos de Dios manifestados” de Branham –cuya “palabra de fe” introduce el “evangelio de la prosperidad”–, pero sí su práctica de un ministerio basado en las “palabras de conocimiento” y sanidades, como un medio para conseguir influencia en el ámbito pentecostal. Su biógrafo Reiterman observa que deseaba “poder atraer a las asombrosas muchedumbres que se congregaban alrededor de los milagreros, para encauzarlas, tanto a ellas como a su dinero, hacia un buen fin”. Es cierto que “en su mente estaba ante todo la ayuda a los desheredados, pero bajo esta capa se encontraba una necesidad personal de ser admirado, amado y elogiado por la muchedumbre”.

Jones lamentaba que le siguieran sólo por los milagros, pero detrás de su búsqueda de un “ministerio de poder”, lo que ansiaba era “el poder del ministerio”. Reiterman constata que “el principiante Jim Jones no podía rivalizar con los promedios de William Branham” de que “cuanta más gente cayese, mejor”. En el caso de Branham se desplomaban sin ni siquiera tocarlos, pero Jones llegó así a aumentar la congregación afroamericana. Dio lugar al ejercicio de los dones en sus cultos, aunque considerara “las lenguas” un galimatías. Según Reiterman, “simplemente disimulaba”.

Lo cierto es que Jones entendió que el racismo era un problema tal, a la luz del Evangelio, que se había convertido en “el pecado respetable” del cristianismo evangélico americano. Es la idolatría de una sangre y una nación, que contradice lo que el apóstol anuncia en Hechos 17:26, cuando dice que Dios creó todas las razas de una misma humanidad. Toda vida humana es hecha a la imagen de Dios y tiene el mismo valor para Él (Génesis 9:5-6).

Como observa Tim Keller en su último libro sobre Jonás, cuando anteponemos los intereses nacionales al bien espiritual, estamos bajo el juicio de Dios (Jonás 4). El Evangelio derrumba todas las barreras raciales que dividen a la humanidad (Gálatas 3:28). No podemos mantener esas separaciones sin caer bajo la reprensión apostólica con la que Pablo muestra a Pedro que está actuando en contradicción con el Evangelio (Gálatas 2:14-18). Es el propio Evangelio, lo que está en juego. En eso por lo menos, Jones no se equivocó…

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2. Jim Jones y la Biblia.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

Cuarenta años después de la masacre de Jonestown parece increíble que el Templo del Pueblo fuera una iglesia evangélica. Antes de hacerse conocido en San Francisco, Jim Jones (1931-1978) logró unir la espiritualidad pentecostal con la integración racial en un proyecto comunitario reconocido por el servicio social que prestaba a Indianápolis. La iglesia tenía un comedor que alimentaba a los pobres de la ciudad, daba ropa gratis y hasta carbón para calentar su hogar. Sólo sus dos asilos daban ingresos a la comunidad. Literalmente, Jones no podía dormir pensando cómo extender su visión, mientras luchaba contra su inseguridad, pero ¿qué papel jugaba la Biblia en todo ello?

En esta serie seguimos el camino a Jonestown, no a la luz de su final, sino intentando entender quién era Jones y cuáles eran las motivaciones de los miembros del Templo del Pueblo. Si piensas que no hay duda cuándo una iglesia es una secta y es evidente cuando los dirigentes no son más que farsantes o manipuladores, no sigas leyendo, porque este artículo no te va a confirmar tus prejuicios. Nos acercamos aquí a la complejidad de la vida, no con visiones simplistas de buenos y malos, sino ante la ambigüedad de la experiencia de hombres como Jones que, desde su religión e ideal social, creó un infierno con las mejores intenciones.

Como todo activista, Jones era impaciente y agresivo. Su cerebro funcionaba día y noche. No encontraba descanso en el sueño y padeció siempre de insomnio. La iglesia giraba alrededor de él, pero alababa a sus colaboradores, que se sentían participes de su éxito. Su conciencia del problema racial hacía que diera un papel cada vez más visible al predicador afroamericano que tenía, Archie Ijames, que era conocido por su espiritualidad y su sensibilidad. Eran cuatro pastores, pero para contrarrestar su inseguridad, Jones había edificado un culto en torno a su personalidad, que a principios de los años 60 se vuelve cada vez más paranoica y atormentada.

Discípulos de Cristo

Había pocos predicadores blancos como él, comprometidos con el movimiento por los derechos civiles en el Medio Oeste. Una excepción era Ross Case, un joven ministro universitario de los Discípulos de Cristo que estaba en Mason City. En un sentido, el movimiento de Restauración era afín a los intereses de Jones de llevar a la congregación a los primeros años del cristianismo, pero su sentido de comunidad que vende todo para darlo a los pobres, era más propio de Jones que de la denominación de Case. Éste se une al Templo de Pueblo, atraído por la experiencia pentecostal que une los milagros a la integración racial, mientras que a Jones le interesa entrar en los Discípulos de Cristo. Finalmente les acaban aceptando en 1960 con todas sus peculiaridades.

Como pentecostal, lo único que Jones sabía de los Discípulos de Cristo era lo que había leído en unos artículos de periódico que decían que era una denominación que toleraba diferentes opiniones políticas –como dijimos, en aquella época los evangélicos no eran “el partido republicano en oración”, como ahora, ya que hasta Billy Graham tenía el carné de demócrata–, así como la autonomía local de cada congregación. La teología de Jones, como vimos por su colaboración con William Branham, era bastante confusa. Antes de unirse al Templo del Pueblo, Case ya había visto cómo Jones podía negar el nacimiento virginal y contradecirse a continuación, por presión de sus colaboradores. Sin embargo, Case creía que podía asesorarle. Como se creía más versado que él en la Biblia, pensaba que podía orientarle mejor.

La mayoría de los americanos te dirán que Jones era un comunista. Y es cierto que le interesó el socialismo. El mismo utilizó la expresión “comunista” en su último sermón del año 61. Entonces un hombre se levantó en medio de la congregación para defender la libre empresa. Jones encajó la objeción con serenidad y siguió hablando con él después del culto. Case le dijo que debía cuidar las palabras, ya que el comunismo era “ateo y dictatorial”. Él no volvió a usar ese término abiertamente, hasta muchos años después.

El Padre Divino

A finales de los 50 Jones ya había causado mucha perplejidad por su interés en el movimiento del Padre Divino y su Misión de Paz. Esta secta negra nace con un hijo de esclavos liberados llamado George Baker. Muerto en 1962, no se sabe dónde y cuándo nació, pero mezclaba el pensamiento positivo con su herencia bautista, cuando empezó a seguir a un visionario que se creía el Padre Eterno. Al principio Baker no era más que su Mensajero, pero luego se considera Dios mismo. Pasa de tener una docena de seguidores a formar toda una organización en los años 30 en Nueva York, que tenía hoteles, apartamentos, restaurantes, lavanderías y dos periódicos. Lo que le convierte en todo un fenómeno social.

Al morir su mujer, el Padre Divino se casa de nuevo en 1946 con una joven rubia canadiense de 21 años. Al principio ni siquiera sus seguidores lo sabían. El problema es que no sólo era un movimiento negro, sino que predicaba la abstención de toda actividad sexual. Para solucionar la cuestión, no se le ocurre decir otra cosa que ella es la reencarnación de su anterior esposa afroamericana, ¡aunque su iglesia ni siquiera creía en la reencarnación! Él era ya mayor y tenía tan mala salud que ya no podía predicar. Jones le viene a visitar a Filadelfia en la mansión donde vivía desde el año 53. Su propósito era claramente apoderarse del grupo.

Se hace acompañar del reverendo Wilson, el pastor pentecostal del Templo Elmwood de Cincinnatti que se había quedado impresionado por la manera que el Espíritu actuaba a través de Jones, cuando comenzó su ministerio interdenominacional en Detroit en 1953. Al volver de la visita, Wilson no puede compartir el entusiasmo de Jones por la Misión de Paz del Padre Divino. No le ve nada de divino, más bien estúpido e incapaz de demostrar el valor del celibato, bíblicamente. Sin embargo, Jones le pide al pastor que llevaba la imprenta, Winberg, que publique un folleto suyo elogiando a Baker y el valor de la abstinencia sexual, para favorecer la adopción de niños. Tan incoherente era Jones, que mientras tanto su mujer se queda embarazada, aunque pretende dar ejemplo adoptando un niño negro, para mostrar cómo su familia era también un modelo de adopción e integración racial. Cuando vuelve a Filadelfia en el verano del 59 para ofrecerse a dirigir la Misión de Paz, el Padre Divino rechaza su atrevimiento diciéndole que es inmortal.

¿Comunismo bíblico?

Un domingo del año 59 Jones desafía por primera vez a su congregación a vender sus bienes y repartirlos entre los necesitados. Su suegra metodista le reprende con la Biblia en la mano y él le contesta que sería mejor romperla, ya que está llena de incongruencias y las iglesias han dejado de cumplir el mandato de cuidar de los necesitados, cuando “¡la letra está muerta pero el Espíritu da vida!”. Muchos fechan este momento como la ocasión de distanciamiento de Jones de la Biblia, por la que su iglesia se convierte en una secta. El problema es que lo dicen después de su trágico final. Y va siempre asociado a su aversión al comunismo.

Si alguno ha visto el documental evangélico de Mel White de 1979 –doblado al español casi inmediatamente–, este es el momento que se presenta en el escenario de una iglesia como la explicación de su giro sectario. Curiosamente, White que era pastor y profesor de comunicación del seminario de Fuller, “sale del armario” en 1994, tras divorciarse de su mujer en el año 82, para casarse con un hombre en 2008. El acusador de Jones reconoció entonces que cuando formaba parte de la “derecha religiosa” de la Mayoría Moral de Reagan llegó a escribir libros que luego firmaba el predicador bautista Jerry Falwell, el pentecostal Pat Robertson o el propio Billy Graham, como si fueran suyos. A pesar de esto, merece la pena ver el documental. Está bien hecho.

A principios de 1960 Jones visita Cuba. Su propósito era encontrar cuarenta familias que quisieran trasladarse a los Estados Unidos para trabajar en una granja comunitaria, financiada por la congregación de Indiana. Se instala en el Hilton de La Habana y busca un cubano bilingüe como interprete, que fuera negro para fortalecer el carácter interracial del proyecto. Su nombre era Carlos Foster. Le mete en la habitación del hotel, donde Jones le habla sin parar de las 7 de la mañana a 8 de la tarde, toda una semana. Subían hasta la comida a la habitación. Tras estas largas peroratas, Jones le pide que le lleve a los barrios pobres, donde se entrevistan con doce familias. Al conseguir quince se va y le pide a Foster que siga hasta veinticinco, a cambio de 24 dólares al día y la promesa de llevarle a Estados Unidos. Lo que hizo cuatro meses después, pero no trae a su familia y le encierra en su casa. Dice que, si sale, le lincharán los racistas. No le da trabajo y le lleva sólo a los cultos. Cansado de estar allí, dos meses después dice que se va a ver a su novia en Nueva York y nunca se volvió a saber de él. Así acabó la aventura cubana.

¿Persecución o paranoia?

En 1960 el alcalde demócrata de Indianápolis busca un director para la Comisión de Derechos Humanos de la ciudad. Un comité formado por un rabino, un juez negro y un clérigo entrevista a Jim Jones. No sabían de sus sanidades, pero le conocían por lo que hacía por los pobres y la integración racial. Si alguno piensa que Jones era ya un liberal, basta decir que al clérigo le desconcertó que hiciera gala de su protestantismo fundamentalista. A pesar de ello fue nombrado en 1961. El alcalde le dijo que actuara con discreción, pero como Jones era Jones, al ir con Case a una asamblea de la influyente Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color y la Liga Urbana, empieza a arengar a la multitud a luchar, combatir y pelear. Se va calentando hasta gritar entre un ensordecedor estallido de aplausos las palabras de Moisés, “¡liberad a mi pueblo!”, como si fuera el propio Luther King.

Estos momentos de euforia contrastan con los ataques de pánico que le dan continuamente. Desde el verano de 1961 empieza a sentirse acosado. No se sabe si al ser más conocida su cruzada por la integración, aumentó la hostilidad de los fanáticos, o era simple exageración, justificación de sus temores, o incluso algo orquestado por él mismo –como sugiere su biógrafo Tim Reiterman–. Lo cierto es que sale en la prensa diciendo que recibe cuatro cartas diarias de amenazas, pintan una esvástica en la puerta de la iglesia, colocan dinamita en la carbonera, arrojan un gato muerto en su casa y recibe llamadas intimidatorias. Todo esto provoca una ansiedad que hace que un domingo Jones empiece a gritar que hay cristales en su comida.

El pastor menos comprometido con la actividad social de la iglesia era el predicador pentecostal blanco Winberg, que recordamos, venía del Tabernáculo de la calle Laurel. Cuando dos alarmas de bomba obligaron a evacuar la iglesia, Winberg empieza a sospechar la veracidad de las amenazas. Contrató un abogado sin decirle nada, pero Jones le dijo que mejor no lo hiciera, claramente incómodo. Su esposa misma, Marceline, vivió un extraño episodio cuando estando con unos amigos de visita, escucharon un estallido en la habitación donde estaba Jim. Al entrar vieron el cristal de la ventana roto y una piedra en el suelo, pero los invitados se dieron cuenta que el daño se había hecho desde dentro… ¿Estaba llamando la atención o quería demostrar que no estaba paranoico?

Ataques de pánico

El mayor biógrafo de Jones, Reiterman, cree que “Jones dudaba de sí mismo de igual manera que dudaba de la existencia del Altísimo”. Se basa para ello en la manera como hablaba en privado, no con la seguridad del visionario, sino dominado por el miedo. El reverendo Wilson observó esto con la experiencia que tenía como superviviente de la batalla de las Ardenas. Lo cierto es que los temores de Jones desaparecían, pero volvían cada vez más rápidamente. Le asaltaban una y otra vez. Una noche le consumía la idea de que iba a ser asesinado, otra se quedaba paralizado por el pánico al pensar que se estaba muriendo. Su forma de enfrentarse a sus miedos era intentar utilizarlos en su provecho o hacer que los demás los compartieran. Es así como lograba superarlos.

La esposa de Wilson recuerda cómo al ir a ver al Padre Divino con Jones y su marido, estaba una vez con él en el balcón de la Misión de la Paz en Filadelfía, cuando hizo como que iba a empujar a Jim al vacío, como una broma. Él, aterrado, retrocedió alejándose de ella. Lo raro es que cuando ella se disculpó, él se quedó convencido que intentaba matarle. Gritaba una y otra vez: “¡Querías hacerlo!”. Para no parecer cobarde, Jones dijo luego que tenía vértigo. Era un ataque de pánico como el que tuvo cuando una vez tuvo un calambre en una pierna cuando nadaba y empezó a pedir ayuda desesperadamente. Aunque le tenían sujeto su mujer y sus amigos, no podía tranquilizarse.

A finales de 1961 Jones estaba cada vez más paranoico y atormentado. Le daban ataques en medio de reuniones y llegaba a rodar hasta por las escaleras de la iglesia. Se desvanecía a veces incluso sentado mirando la televisión. Entonces lo que hacía Marceline era inyectarle vitamina B12 y recuperaba la conciencia. Ella decía que era anemia, problemas de corazón, o una antigua hepatitis. Tenía un médico afroamericano que le ingresó en el hospital una semana. Hasta eso salía en los periódicos, porque estaba en un pabellón con pacientes negros. La prensa creía que era por buscar la integración, pero en realidad era porque al ser su médico de color, pensaron que él también lo era y le ingresaron en esa unidad por equivocación. La verdad es que Jones era un enigma incluso para sus ayudantes más cercanos.

Nuestros miedos

Es fácil atribuir los temores de Jones a un carácter paranoico, pero ¿quién está libre del miedo? Algunos luchamos contra la ansiedad desde la infancia, por las razones que sea. A veces superamos nuestros miedos con el tiempo, pero otras nos atormentan toda la vida. Nuestra mente concibe todo tipo de escenarios imaginarios que nos producen auténtico terror. Siempre hay gente que te dice que no hay nada que temer porque eso no va a ocurrir, pero sabemos que nadie te puede dar la seguridad de eso. En la vida ocurren cosas improbables. Aunque no sean accidentes, fruto del azar, ni infortunios de un destino ciego, hay desgracias en la vida que no podemos evitar. Dios muestra su gracia para con todos, pero incluso a sus seguidores, Jesús dice que tendrán tribulaciones en este mundo (Juan 16:33). Es normal preocuparse, pero la ansiedad puede paralizarnos.

Cuando Jones está en Indianápolis, dice que tuvo una visión que anunciaba una gran explosión en la ciudad, como un holocausto nuclear. Le dice a Case que la iglesia tiene que pensar en trasladarse a otro lugar. Le da la responsabilidad pastoral a Winberg y se marcha a Hawai para ver si pueden ir allí. Acaba en Brasil con su familia, pero antes pasa por México, donde el pastor afroamericano, Ijames, le dice que Winberg está llevando a la iglesia de nuevo al modelo tradicional pentecostal. Algo que no era extraño a Jones, porque la prensa de Guayana dijo que él mismo había hecho curaciones al pasar por allí, pero lo que nos muestra el problema es que una de las noticias que le molestan es que la esposa de Weinberg ha dado un papel más importante a la Biblia en la iglesia.

Cuando olvidamos las promesas de Dios y nos guiamos por nuestras emociones, en vez de por la verdad de su Palabra, caemos en un temor que es resultado de ese mal que la Biblia llama el pecado. Es en el fondo una forma de orgullo. Por eso dice Pedro: “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios, echando toda vuestra ansiedad sobre Él” (1 P. 1:6-7). Y nos da una razón: “Porque Él tiene cuidado de vosotros”. Cristo es la roca sobre la que podemos edificar nuestra vida sin miedo, pero para eso tenemos que escuchar su Palabra y seguir su guía. Como decía el médico y predicador Lloyd-Jones, “gran parte de nuestra infelicidad viene de escucharnos a nosotros mismos en vez de hablarnos a nosotros mismos”… ¡Debemos recordarnos sus promesas! El Evangelio responde a nuestra ansiedad cuando atendemos a la Palabra que nos llama a cambiar de mente y volverse a Él, o sea arrepentirse. Cuando confiamos en Él, sabemos que Él nos confirmará hasta el final (1 Corintios 1:8). Sólo Él puede sostenernos más allá del temor y las dudas.

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3. El Templo del Pueblo en busca de la tierra prometida.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

¿Quién no ha tenido el deseo de huir a un lugar mejor? La historia del Templo del Pueblo es la búsqueda de la Tierra Prometida en este mundo. El itinerario que lleva a Jim Jones de Indiana a la Guayana pasa por dos lugares que conformaron su iglesia y personalidad, Brasil y California. Al primero llegó en medio de una crisis y en el segundo vivirá la expansión de su visión con “el verano del amor” en San Francisco, pero de eso hablaremos en el siguiente artículo. En esta entrega vemos su anhelo de un mundo mejor, pero también su duda en cómo llegar a él, por la entrega del sacrificio o la estrategia de la manipulación.

Belo Horizonte se había convertido en la primera ciudad industrial de Brasil a principios del siglo pasado. Allí llegó en 1958 con un barco japonés de inmigrantes un misionero estadounidense llamado Edward Malmin. Viajaba con su esposa Judy y su hijo Mark, acompañados de una hija adolescente llamada Bonnie. El padre se había convertido al cristianismo evangélico en Chicago, tras pasar por un reformatorio debido a sus problemas con el alcohol y la violencia. Se casaron y fueron al seminario de Aimee Semple McPherson –la evangelista que fundó en Los Ángeles la Iglesia del Evangelio Cuadrángular, cuyo escándalo inspiró películas como El fuego y la palabra (Elmer Gantry, 1960) de Richard Brooks– y una escuela bíblica pentecostal de Costa Mesa.

Un día a principios de 1962 Malmin estaba en la oficina de correos cuando un empleado le pidió si podía hablar con un estadounidense que venía a recoger un paquete y no entendía más que inglés. Se presentó como un ministro de Indiana que se había trasladado a Brasil por su “amor a los negros”. Le dijo que llegaron a dispararle, envenenar su comida y le gritaban por la calle por tener un niño negro. Lo que le había producido una crisis mental y emocional. Los Jones habían alquilado una casa en los suburbios de San Antonio, donde invitaron a comer a los Malmin. A su hija Bonnie le sorprendió el carácter interracial de la familia, ya que tenía un novio brasileño, que no gustaba a los misioneros. Y pidió a sus padres pasar unos meses con los Jones hasta entrar en una escuela bíblica en Minnesota. Admiraba a Jim por su discurso contra la hipocresía religiosa y a su esposa por su entrega a los pobres.

Jim Jones había dejado el Templo del Pueblo a cargo de Winberg, el pastor blanco que tenía menos conciencia social y cuya esposa quería volver a recobrar la centralidad bíblica de esta iglesia pentecostal caracterizada por la integración racial. El biógrafo de Jones, Reiterman, cree que él ya sabía que eso iba a dividir la congregación, pero sabía que la mayoría apoyaría al pastor afroamericano Ijames. Los ingresos de los Jones dependían de los asilos que llevaba su suegra. Winberg tenía que mandarles dinero y las propiedades de la iglesia estaban a nombre de su madre. Vivían austeramente, pero dada su generosidad, compartían su comida con niños de la calle, alimentando a los pobres.

La sombra de la memoria

Malmin habló con el biógrafo de Jones, después de la masacre de Guayana. Todo para él adquiere entonces una sombra siniestra, por la que todo lo que decía le parece sospechoso. Dice que se presentaba como un antiguo infante de marina que había luchado por su país, lo que no era verdad. Y pretendía trabajar en una lavandería de una ciudad cercana. Sus vecinos le veían salir de casa con una mujer de piel oscura, que podría ser una señora de la limpieza o un contacto de los anuncios que había puesto en el periódico ofreciendo ayuda espiritual. Lo que está claro es que Jones era inteligente y sabía que había cosas que Malmin no entendía, por sus ideas conservadoras. Lo que si explotaba era el relato de las angustias que le habían llevado a una crisis nerviosa.

Jones iba al culto de la iglesia de Malmin. Se sentaba en la última fila y el misionero dice que escuchaba con aire distraído, pero se le veía molesto cuando intentaba librar a personas de influencias demoníacas que venían por el vudú. Eso lo dice porque en el fondo cree que estaba dominado por espíritus malignos. Le cuenta a Reiterman que tenían la extraña sensación de que había algo turbio y oscuro en torno a él. Le pareció que percibían siempre el poder de las tinieblas a su alrededor, cosa que dudo, dada su larga amistad y colaboración durante más de dos años. A posteriori todos son sospechas, porque no puede explicar lo que pasó.

Según Bonnie Malmin, Jones se habría dedicado en Brasil hasta a investigar la “macumba” para aprender “artes ocultas” que reforzaran su poder espiritual. Según esta familia, la supuesta capacidad extrasensorial del predicador no sería más que fuerzas diabólicas que actuaran por medio de él. Esto no encaja con la aceptación de Malmin de ir a Indianápolis como custodio de Jones, hasta que volviera al Templo. Allí es cierto que se encontrará un montón de facturas sin pagar, un frío recibimiento y una congregación resentida, a la que ni siquiera Jim había advertido de su llegada. Las tensiones aumentaron y Winberg se sintió despreciado. Por lo que decidió marcharse con unos veinte o treinta miembros. El Templo pasó de dos mil a un centenar de miembros.

Al llegar Jones, Malmin se marcha poco después. Todo lo recuerda luego como muy oscuro. La memoria es así de caprichosa. Nos acordamos de las cosas y las personas, según nos conviene y a la luz de la experiencia que hayamos tenido finalmente de ellas. Los recuerdos son siempre selectivos. Cuando alguien es responsable de una barbaridad como la que ocurrió en Jonestown, todo el mundo dice que se veía venir. Nadie tiene ya dudas del carácter sectario de Jim. El problema es que antes, pocos lo percibían. No queremos reconocer lo fácilmente que somos engañados. Todos creemos distinguir bien a las personas, cuando se pone en evidencia su lado oscuro. Lo difícil es percibirlo en uno mismo, cuando nuestras motivaciones nos parecen tan dignas, como la conciencia por la justicia social de Jones.

El lado oscuro de la filantropía

Otro de los responsables del Templo del Pueblo, Jack Beam, se había unido a ellos en Brasil a finales de 1962, tras vender su casa. Su idea era trabajar con los niños pobres en un programa que diera ropa y comida a doscientos de ellos. El problema es que no hablaban portugués. Abandonaron entonces su plan de migración en masa a Brasil. Beam regresó a Indiana y Jones se mudó a Río de Janeiro, donde se instala en un edificio de apartamentos frente a la playa de Copacabana. Daba clases de inglés, media jornada, mientras trabajaban con los pobres de las “favelas” y daban de comer a los niños de un orfanato.

El Templo del Pueblo es un claro ejemplo de lo simplista que es la idea de que las sectas sólo buscan dinero para enriquecerse. Si la iglesia de Jones se endeuda cuando está en Brasil, es porque dedicaban la mayor parte de sus fondos a ayudar a los necesitados. La conciencia humanitaria de nuestro tiempo cree poder diferenciar una ONG de una secta por su dedicación a los pobres, pero la tragedia de Jonestown te muestra cómo la caridad puede tener inesperadamente, consecuencias terribles. Esto es algo difícil de entender para aquellos que piensan que las buenas intenciones lo justifican todo. Muchos creen que, si haces algo de corazón, no puede hacer más que bien, pero el ejemplo de Jones te muestra que esto no es siempre así.

Las causas humanitarias tienen buena imagen en un mundo como este. Yo no creo que esa fuera la preocupación de Jones, porque entonces no eran tan populares. Muchas veces lo que ocurre es que simplemente nos dejamos llevar por nuestra necedad. Así el ministro afroamericano Ijames tiene la idea de que, igual que Jones recomendaba la adopción de niños negros, sería bueno que él y los que pertenecían a minorías raciales en la congregación adoptaran niños blancos. Para eso no sólo había problemas legales, sino que muchos lo veían como un experimento absurdo, pero Ijames decía que “Dios se lo había puesto en su corazón y nadie podía impedírselo”.

Era el sistema de Jones. Cuando alguien le cuestionaba algo, acusaba a esa persona desde el púlpito diciendo que estaba en contra de la voluntad de Dios. Para sustentar su posición, Jim decía que el Espíritu Santo le había dicho esto o aquello. La poca humildad que tenía se había convertido en una preocupación por el poder, a causa del miedo y la inseguridad. Hablaba cada vez más como un profeta, pero sus mensajes eran cada vez más paranoicos sobre la amenaza de un holocausto nuclear. Su autoadulación contrastaba con la manera con que criticaba cada vez más la Biblia, poniéndose él en su lugar. Una radio cristiana se negó a seguir transmitiendo sus programas, por las cosas que decía. Hasta Ijames se asustaba a veces y le amonestaba en privado: “Van a decir que parecemos una secta”.

El poder de la manipulación

A finales de 1964 Jim empezó a hacer viajes de reconocimiento a California, donde dos de sus colaboradores, Jack Beam y Ross Case, buscaban un lugar donde trasladar a la comunidad. A principios del 65 Jones decide ir ya allí con su familia. Antes interroga a todos los miembros de la iglesia, para comprobar su lealtad y separar a aquellos que no estaban de acuerdo. Un domingo anunció que había llegado el momento. Abrazó a sus fieles y repitió la amenaza del peligro nuclear, que fechaba ya en día y año, el 15 de julio de 1967. Sus seguidores lo creían tan fielmente que Case había subastado o regalado todas sus propiedades, dejando su empleo, para marcharse en el aeroplano que habían alquilado, pilotado por el hermano de Ijames. Hasta 140 familias se trasladaron con ellos.

Desde la “fiebre del oro”, el condado de Mendecino era el mayor productor de vino de California. El sur de la bahía de San Francisco estaba lleno de viñedos, pero la población donde se establece entonces el Templo del Pueblo, Ukiah, vivía de la industria maderera. Muchos de los miembros encuentran trabajo, sin embargo, en el hospital del estado, como la esposa de Jones, Marceline. Jim busca empleo como maestro de escuela, igual que Ross. En cuanto llega Jones empieza a sondear también hasta dónde llegaba la fidelidad de Case, que había criticado su exceso de autoridad. Utiliza para ello un medio indirecto, como era Harold Cordell, un contable que escribe seis páginas de elogios a Jones, pero también de críticas a la Biblia, cuestionando la historia de la creación y milagros como los demonios expulsados por Jesús, que considera como gérmenes.

Cuando Beam visita a Case poco después, el maestro sospecha que viene para comunicar a Jones cuál es su reacción ante las provocaciones que ha escrito Cordell. Beam le pidió que leyera la carta en voz alta. Case lo hace sin inmutarse, como si no le molestara lo más mínimo. No cae en la trampa de Jones hasta que Beam vuelve un mes después con Ijames. Case cuestiona el cristianismo del pastor afroamericano, que se muestra más como un universalista que como un evangélico ortodoxo. Ijames le dice que ya no hay más lugar para discusiones en el Templo del Pueblo. Case abandona la iglesia en 1965, antes de que Jones llegara a ser profesor de la escuela de adultos de Ukiah.

A Jim le vuelve a entrar la paranoia de que espían lo que enseña en la escuela. Hace que cierren puertas y ventanas, para que nadie le escuche. Sus discursos van de la religión a la política, pasando por demostraciones de su percepción extrasensorial y desvaríos como que los católicos se oponen al aborto, porque quieren gobernar al mundo y que la masturbación sustituya al acto sexual. Es interesante la estrategia que usa para conseguir acólitos. Dice que, para no hacer proselitismo, ningún estudiante podrá afiliarse al Templo, para que no digan que recluta gente en sus clases. Era la forma que tenía de provocar el interés de muchos en hacerse miembros de la iglesia, poniéndoselo difícil. Así de sutiles eran sus manipulaciones.

¡Qué distinto es el ministerio apostólico! Pablo dice que ha renunciado a la persuasión manipuladora al conocer “el temor del Señor” (2 Corintios 5:11). El apóstol no empuja a las personas a un rincón emocional para forzar una decisión. Confía en “la demostración del Espíritu y de poder, para que la fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5). Cuando predica a Cristo crucificado no es sólo el mensaje de la cruz, sino la manera de la cruz. Entiende que la sabiduría de Dios no es la de los hombres. Por lo que el poder de Dios se manifiesta en la debilidad (2 Corintios 12). No hay mayor persuasión que ésta.

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4. Jim Jones y el sexo.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

El Templo del Pueblo vive el “verano del amor” en San Francisco. La revolución sexual que se produce a finales de los años 60 ha hecho que nada sea igual a partir de entonces. A favor o en contra, la agenda cristiana gira desde ese momento en torno a temas que tienen que ver con la reproducción y la ética sexual. Lo sorprendente es que algunos de los que aceptan la nueva moralidad eran evangélicos criados en medios tan estrictamente fundamentalistas como el grupo pentecostal que había venido de Indiana con Jim Jones a California.

Como en el caso de David Berg (1919-1994) –cuando comienza los Niños de Dios en California en 1968 con ese mismo trasfondo pentecostal–, no había hasta ahora nada en la enseñanza y la práctica de Jim Jones que indicara una actitud abierta al sexo fuera del matrimonio. Es a raíz del “verano de amor” en San Francisco que matrimonios como el de Jones y otros responsables del Templo del Pueblo se “abren” a experiencias sexuales con otras parejas que no fueran su cónyuge, como una relación consentida por ambas partes. Hasta entonces lo que enseñaban y practicaban era la moralidad sexual tradicional del mundo cristiano.

Jones recomendaba a sus colaboradores tener relaciones sexuales con mujeres de la iglesia que consideraba poco atractivas, para mostrarles afecto. Cuando las hermanas de la esposa de Jim, Marceline, la fueron a visitar en 1968, descubrieron que Jones había introducido cambios en su mensaje de amor. Ahora predicaba que el amor físico era tan bueno como el espiritual y animaba a sus fieles a desechar el egoísmo de una relación exclusivista, para “compartir su amor” con los demás. El pastor del Templo del Pueblo hablaba ya de la edificante y unificadora experiencia del “amor libre”.

El verano del amor

El aire revolucionario del 68 flotaba sobre Berkeley, la universidad que está en la bahía de San Francisco. Allí estudiaba la hija de un pastor metodista, Carolyn Moore. Ella había hecho un año de francés en Burdeos y al volver se había unido a las protestas contra el Vietnam. Su padre también participaba en ellas. Estaba comprometido en la lucha por los derechos civiles y la ayuda a los pobres. En esas manifestaciones conoció a Larry Layton. Él era un hijo de un bioquímico cuáquero y la hija de una importante familia judía de Hamburgo, que había huido de Alemania cuando llevaron a sus padres a un campo de concentración. La madre se suicidó poco después y su hija se hizo cuáquera al casarse con su profesor de bioquímica. Larry y Carolyn se casaron poco antes de entrar en contacto con el Templo del Pueblo.

El matrimonio tenía problemas, pero Carolyn se rehabilitó de la adicción que tenía a las drogas y se hizo profesora de escuela secundaria de francés. Finalmente se separó y vivía con una pareja del Templo en una cabaña que frecuentaba Jones. Atraído por ella, comienza una relación que descubre su hijo Stephan, al pasar noches con ellos en esa zona montañosa de Potter Valley. Carolyn le mimaba mucho, pero Stephan lo sentía por su madre, que estaba en la cama con una enfermedad crónica. No le dice nada, para no hacerla daño, pero una noche le revela el secreto que guardaba. ¡Cuál sería su sorpresa cuando la madre le dice que lo sabía y creía que era bueno para su padre! Los Jones tenían un “matrimonio abierto”, pero ¿cómo llegaron a eso?

Desde que se trasladaron a California, los Jones tenían dormitorios separados con un cuarto de baño entre las dos habitaciones. La floreciente iglesia le mantenía ocupado a él, día y noche. Sólo estaba en la comida, pero durante ella solía recibir continuas llamadas telefónicas. La “familia modelo arco iris” vivía en realidad continuos celos y rivalidades entre los hijos. El centro de las disputas solía ser Stephan, el único hijo natural, que era el único de raza blanca. Él quería mucho a su madre, que Jones mantenía aislada en la cama. No la dejaba hablar con su hermana y la sugería que tenía no sólo un problema físico, sino también mental. Al decirle esto, sabía que enseguida intervendrían sus padres en el asunto. Él se adelantó y reconoció a su suegra que tenía una relación con la profesora de francés. Ellos decidieron ir inmediatamente. La sorpresa de los suegros vino cuando Marceline dijo que aceptaba la relación de Jim con Carolyn.

Sexo libre

La verdad es que Marceline al principio quiso divorciarse, pero él se quería quedar con los hijos y los convenció de que su madre estaba tan trastornada que quería suicidarse, ¡aunque era Carolyn quien amenazaba con hacerlo! Marceline quería a Jim, pero aún más a sus hijos. Un día planeó escapar con ellos, pero Jones se adelantó de nuevo y advirtió a los hijos sobre el supuesto peligro que tenían si se iban con ella. Entonces fue cuando Marceline se dio cuenta que no podía hacer nada. Creyó que el divorcio no era la solución. No podía cambiar a Jim, pero él podía destruirla emocionalmente. Le perdonó y aceptó una relación tras otra. Así comienza su “matrimonio abierto”, igual que hizo la esposa de David Berg, cuando fue desplazada por Karen Zerby, al comenzar los Niños de Dios con otro “matrimonio abierto”. El ejemplo de Jones fue rápidamente seguido por otros.

Tim Stoen era un abogado de San Francisco que intentaba hacer carrera en el Congreso como republicano liberal –entonces había tanto republicanos como demócratas, afines a las ideas socialistas de Jones, ya que no estamos en la Era Reagan todavía–, cuando entró en contacto con el Templo del Pueblo en 1967. Stoen llegó a ser uno de los principales apoyos de Jones, porque entró en la oficina del fiscal del distrito como asesor legal del departamento civil. Era presbiteriano y se había educado en la universidad evangélica de Wheaton, donde pertenecía a la Cruzada Estudiantil para Cristo (Agapé) cuando estudiaba Leyes en Stanford. Se casó con Grace, que era de origen católico. Según las apariencias externas, el matrimonio funcionaba bien. Ella admiraba a Jones, pero no lo adoraba como tantos en el Templo del Pueblo. Su marido Tim, sin embargo, le consideraba “el ser humano más compasivo, honesto y valiente del mundo”. Jones, por su parte, le colmó de alabanzas y le encomendó las mayores responsabilidades, poniéndole siempre de ejemplo a otros miembros de la iglesia.

El verano de 1971 Grace se quedó embarazada, algo que no estaba bien visto en la comunidad, por la obsesión de Jones con la adopción, ante la superpoblación del mundo. Esto llegaba hasta el punto de que el aborto era algo normal en el Templo del Pueblo. En aquella época la oposición al aborto era sobre todo católica –aunque hasta el 73 no es el Caso Roe contra Wade, que liberaliza el aborto–. Aun así, los evangélicos tardaron en unirse a los católicos en esa batalla. Eso es algo de los años 80. La cosa es que Grace no quiso abortar y el niño nació a principios de 1972. Tras hacer la partida de nacimiento, el ayudante de fiscal hace un documento legal diciendo que él pidió a Jones que engendrara a su hijo. Y en una reunión de la iglesia, ella dice que su marido tenía relaciones sexuales con otras mujeres de la iglesia que consideraban poco atractivas, para mostrarles afecto, ¡como había sugerido el pastor!

Arma de poder

El contexto en el que Jones había pedido esto a Stoen es muy significativo. Jim se lamentaba de que hubiera tantas mujeres solicitando su amor, atención y favores sexuales. Esta manera de alardear de sus capacidades seductoras era una constante en Jones. Una historia apócrifa que contó a menudo durante veinte años era que cuando estaba con su familia en Brasil, la esposa de un diplomático que visitaba el orfanato al que ayudaban, le ofreció una donación de cinco mil dólares a cambio de pasar tres días de orgía con ella. Aunque lo consideró, dice que no lo aceptó, después de hablarlo con Marceline.

Así como David Berg tenía curiosidad por el sexo y lo utilizaba para su propio placer, al alentar las orgías en los Niños de Dios, el caso de Jones parece más la búsqueda de poder por medio del control de la vida sexual de los miembros del Templo del Pueblo. Bob Huston era un ejemplo típico. Este estudiante de pedagogía musical en San Francisco que dirigía una banda que tocaba en los intermedios de los partidos de fútbol, se había casado con una compañera de colegio llamada Phyllis, cuando entraron en el Templo del Pueblo. Juntos, tuvieron dos niñas. Bob se encargaba de las “listas”, el registro de los nombres y direcciones de los que asistían a las reuniones, para enviarles boletines y solicitarles donativos. En 1970 se asignó para ayudarle a una mujer de San Francisco llamada Joyce Shaw. Tenía una educación metodista conservadora y había estado casada con un húngaro, antes de entrar en el Templo del Pueblo. Una noche volvían juntos en el coche de la iglesia, Bob y Joyce, cuando una cosa llevó a la otra y acabaron dirigiéndose al pastor por la intimidad a la que habían llegado.

La dirección abusiva de Jones hacía que se entrometiera constantemente en la vida sexual de los matrimonios de la iglesia. Cuando los Huston le reconocieron que no tenían ya relaciones sexuales, el pastor le preguntó a Tom si pensaba en el sexo. Él dijo que siempre. Su esposa Phyllis confesó que ya no le atraía su marido. El consejo de Jones era que siguieran casados, pero tuvieran un “matrimonio abierto”. Cuando Tom y Joyce quieren vivir juntos, al principio el pastor lo aprueba, pero luego se opone, porque decía que su relación no debía romper el matrimonio. Una palabra de Jones era una orden. Sus sugerencias eran como mandamientos para los miembros de una iglesia que controlaba en alma y cuerpo.

Una idolatría más profunda

Una de las acusaciones habituales de Jones era que alguien intentaba seducirle, pero él se resistía. Así cuando intentó seguir apropiándose de la Misión de Paz del Padre Divino, desembarcó un día de verano de 1971 con más de doscientos miembros del Templo del Pueblo en la finca que había dejado tras su muerte, el líder sectario afroamericano, a su joven y rubia esposa blanca. Con la habitual falta de tacto de Jones, insistió una y otra vez que él era la reencarnación del Padre Divino. A lo que ella le contestó que nadie podía ocupar su lugar. Cuando el ambiente se tensó aquella noche en la cena, ella le pidió que se marcharan. La respuesta de Jones fue decir que él se había negado a mantener relaciones sexuales con ella, cuando se echó sobre él, tras rasgarse la blusa, junto al propio sarcófago de su marido –cuyo cuerpo había sido puesto en una cámara de oro con ángeles y puertas de bronce–.

Eso mismo le hizo decir a dos jóvenes miembros del Templo del Pueblo que llevó a unas reuniones de la Iglesia Misionera Bautista Macedonia de San Francisco, que pastoreaba un predicador afroamericano llamado George Bedford. A raíz de la muerte de King en 1963, se organizaron unos cultos unidos a favor de la integración, a los que asistió Jones con cada vez más miembros del Templo. Él se alojaba a veces en el Hilton y otras en la casa de Bedford, donde un matrimonio y dos chicas blancas del Templo encontraron también hospitalidad. Cuando Jones convirtió los cultos en reuniones de sanidades al estilo pentecostal, el pastor bautista no quiso tenerle más. La reacción de Jim fue decir que Bedford había intentado seducir a las dos jóvenes que estaban pasando la noche en su casa.

Manipulador como él solo, Jones utilizaba el sexo, bien como arma de combate o como una forma de adulación a sí mismo. Ya que ídolos como el sexo o el dinero no son un fin en sí mismo. Esconden en el fondo una idolatría más profunda, como puede ser el hambre de poder. Buscamos en estos dioses falsos lo que sólo nos puede dar el Dios verdadero por medio de la fe en Cristo Jesús. Al centrarnos en nosotros mismos, buscamos el amor y el sentido para nuestra vida en el lugar equivocado. El Evangelio, sin embargo, nos libera. Si Cristo murió por nosotros, es “para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2 Corintios 5:15). No hay mayor esclavitud que vivir pendiente de uno mismo. Si la verdad de Cristo no nos hace libres (Juan 8:32), seguiremos siendo esclavos de los ídolos y cada vez más insatisfechos. No hay otra libertad posible.

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5. La astuta política de Jim Jones.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

El hambre de poder que tenía Jim Jones le llevó a una inteligente política de adulación a las autoridades, por la que presentaba al Templo del Pueblo como una causa humanitaria independiente de cualquier partido. Si los cristianos hoy son conocidos por su agenda partidista de queja continua por una y otra cosa, Jones los felicitaba a todos, a pesar de tener una orientación política tan concreta. La astucia y sutileza de este dirigente sectario contrasta con la torpeza que la mayoría de los evangélicos siguen mostrando frente al poder establecido.

El Templo del Pueblo sabía cómo cortejar a los políticos y funcionarios públicos. No sólo escribían cartas alabándolos según su tendencia, sino que adjuntaban pequeños obsequios como dulces. Su correspondencia incluía agradecimientos de figuras tan lejanas a Jones, como el entonces gobernador de California, el conservador Ronald Reagan, o el anticomunista jefe del FBI, Edgar Hoover. Hacían donaciones a familias de policías asesinados en San Francisco, o mostraban su simpatía y buenos deseos a los vecinos con pasteles o comidas, por defunciones, salidas del hospital, crisis y éxitos personales. No faltaban los detalles para ganar a la gente.

Cuesta entender hoy cómo alguien que es calificado por la sociedad americana como comunista, tuviera tan buenas relaciones con el partido republicano. No sólo su principal colaborador, el ayudante del fiscal Tim Stoen, era un destacado miembro del partido, sino que una popular maestra de escuela del Templo, Jean Brown, estaba en el Comité Central Republicano. Miembros de la iglesia hacían prestaciones voluntarias al partido. Y en sus conversaciones telefónicas con Marge Boynton, directora del Comité Central Republicano, Jones le dijo que apoyaba la candidatura de Nixon a la presidencia… ¿Cómo es esto posible?

Conoce a tu enemigo

Mucha gente no entiende que el apoyo político no viene de lo moderado de tu agenda, ya que en el caso de Jones no podía ser más radical, sino de la complicidad que uno tiene con sus enemigos. No hace falta ir a casos contemporáneos como el del fallecido pastor fundamentalista y dirigente unionista de Irlanda del Norte Ian Paisley, que acabó gobernando la provincia con el antiguo terrorista republicano Martin McGuinness, sino que se ve ya en casos tan extraños como la extraña relación del supuestamente comunista Jim Jones con el juez que presidía la importante organización ultraconservadora anticomunista Sociedad John Birch, Walter Heady. Ambos tuvieron tal complicidad que Heady visitaba a Jones y el pastor del Templo del Pueblo publicó un artículo en el periódico de la iglesia elogiando a Heady. Hasta le invitó a presentar y proyectar películas de la Sociedad Birch en los locales de la iglesia en Redwood Valley y San Francisco. Supongo que para “conocer a tu enemigo”.

El sheriff Reno Bartolomie había observado la buena influencia del Templo en apartar a jóvenes de la droga y Jones le apoyó para su reelección en 1974. Como no estaban seguros de que siguiera en el puesto, hizo que el Templo apoyara también a su oponente, Tom Jondahl, jefe de policía de Fort Bragg, que venció inesperadamente al antiguo alguacil. Jones tenía siempre “una carta escondida”. Jugaba con “todas las cartas”. No era tan necio como los cristianos que se comprometen con cierto partido y luego se decepcionan, o fracasa. Sabía bien lo que hacía, aunque a veces cometía errores.

Es cierto que no todos entraban en su juego político. Ese era el caso del director del departamento de asistencia social del condado, Dennis Denny. A él no le impresionaba la reputación filantrópica que tenía la iglesia, ya que había tenido experiencia en el condado de Orange hasta 1969 con organizaciones religiosas y sectas que intentaban abusar o defraudar al sistema. Denny creía que Jones se había instalado en Ukiah debido al Plan Mendocino para albergar pacientes recluidos en hospitales psiquiátricos en residencias locales. El estimaba que a través de las diez residencias que tenía el Templo del Pueblo con más de quince pacientes cada una de ellas, Jones tenía una impresionante fuente de ingresos, además de una forma de reclutamiento de fieles.

Lo que Denny no se daba cuenta es que tenía entre cinco u ocho miembros del Templo trabajando en su departamento. Una de esas personas especialmente, Sharon Amos, actuaba de agente doble. Filtraba información a unos y a otros. Cuando los inspectores se presentaban sin previo aviso, encontraban las residencias limpias y en orden. Al cerrarse a finales de 1972 el hospital estatal, muchos miembros de la iglesia se quedaron sin trabajo. Hubo unas reuniones a alto nivel en el Templo, para compensar la falta de ingresos con ayudas del estado a residencias para huérfanos o chicos con problemas en la zona de la bahía de San Francisco. Amos advirtió a Denny de los planes del Templo y él se adelantó solicitando licencias con amenazas de procesamiento. En estos casos Jones daba marcha atrás, pero esa vez cometió el error de llamarle de madrugada en tono amenazante. Y Denny lo denunció a las autoridades.

La comisión de planificación

La iglesia había pasado de los 150 colonizadores que vinieron de Indiana a los 3.000 miembros de mediados de los 70. Por su oposición al racismo, el predominio era ahora negro, pero los fieles seguían siendo de origen evangélico. La organización del Templo recaía, sin embargo, en una minoría blanca liberal de jóvenes entre los veinte y treinta años. Estos tenían experiencia en leyes, contabilidad, sanidad, enseñanza, música y administración. Se encargaban de las relaciones públicas, las finanzas y las responsabilidades sociales. Tenían su trabajo fuera del Templo, donde ganaban buenos sueldos.

Tras la organización visible estaba, sin embargo, el verdadero “estado mayor” de la iglesia que no salió de la sombra hasta principios de los 70. La Comisión de Planificación estaba formada al principio por una serie de mujeres blancas universitarias, seleccionadas por Jones como la élite de confianza a la que se confiaban las misiones más delicadas. Eran de ocho a diez mujeres. Veamos el caso de dos de ellas. Sandy Brandshaw fue una de las primeras. En 1970 vivía con un hombre de raza negra en San Francisco llamado Lee Ingram. Los dos eran de Nueva York. Ella era socialista y atea, educada en el metodismo, cuando conoció a Jim Jones. Trabajaba con menores junto a Patty Cartmell, una matrona que llegó también al Templo.

Jones confiaba a Brandshaw y Cartmell tareas tan sensibles como conseguir información de miembros o allegados del Templo, para usar en sus reuniones. Estos datos a veces los usaba porque pretendía tener un conocimiento milagroso de las personas, o simplemente para presionarlas. Su amante, Carolyn Layton, fue quizás la primera que se dedicó a estas tareas e inició a las demás en ello. No era un “trabajo agradable”, el de aquellas mujeres. Tenías que carecer de escrúpulos morales y pensar que “el fin justifica los medios”. Las misiones eran tan arriesgadas como cuando Jones mandó a Brandshaw y Cartmell a una casa en Pittsburg, donde vivía una persona que había manifestado interés en asistir a las reuniones. Tenían que recabar toda la información que pudieran, pero para ello tenían que disfrazarse y entrar en el baño, a mirar las medicinas que tenían, o ponerse ropa oscura, saltar tapias y eludir vigilantes. A menudo debían hurgar en los cubos de basura para encontrar datos bancarios, hábitos de alimentación, facturas, papeles y cartas.

Como toda “policía secreta”, la élite del Comité de Planificación era despreciada por el resto de los miembros del Templo. Se la solía culpar de las acciones y política impopular de Jones, pero eso era lo que él precisamente quería. Desviaba así las críticas a su persona, haciendo que recayeran contra sus “lugartenientes”. A estas alababa y adulaba, consciente de que, si se volvían contra él, podían hacerle mucho daño. Por eso las elegía muy cuidadosamente. Tenían que tener recursos, como cuando a Cartmell la arrestan en un barrio negro y dice a la policía que salía a escondidas de ver a un amante afroamericano. Lo curioso es que, a pesar de formar parte de estas maquinaciones, seguían creyendo que Jones tenía poderes sobrenaturales, como que sabía lo que decía un dossier de información, antes de leerlo. Otras simulaban curaciones, como cuando Linda Dunn podía convertirse en una anciana sueca en silla de ruedas, que se levantaba poco a poco, por la sanidad de Jones.

Lealtad equivocada

Detrás de ese deseo enfermizo de control de Jones, no hay duda de que está la preocupación infantil de quedarse solo y desprotegido. Es ahí, sin duda, donde está su atracción por el socialismo. No es algo intelectual, sino emocional. Jones llegó a meter después en la Comisión de Planificación de cincuenta a cien personas, pero algunas sólo estaban con el objeto de delatar a otras. Así cuando alguien estaba celoso del honor que había recibido otro, se le premiaba con esa posición. Otras veces era para vigilar a otros. La figura destacada era, sin duda, Tim Stoen. La técnica de Jones era callarse hasta que todos habían dado su opinión y decir entonces, la última palabra.

Las reuniones no eran todas discusiones administrativas. También había una especie de sesiones de seudopsicoterapia para poner de relieve las debilidades de cada uno. Buscaba especialmente conocer los intereses y prácticas sexuales de algunos, para explotarlos luego de forma despiadada. No sólo había “matrimonios abiertos” en la iglesia. También era habitual la bisexualidad y la homosexualidad. Todo cabía en la iglesia, pero Jones era “el gran amante”.

Esa devoción a Jones se hace ciega un domingo de 1971. Los músicos estaban afinando los instrumentos para el culto de las once de la mañana, cuando tras un silencio, Jones subió al púlpito entre aplausos, como solía hacer. Llevaba una túnica sobre un suéter con cuello de cisne blanco. El mechón de cabellos le caía sobre la frente y sus ojos se escondían detrás de sus gafas oscuras. Se sentaba en un taburete alto de bar, aunque parecía que estaba de pie. Sus mensajes solían ser algo impresionistas. Eran bastante contradictorios y escapaban el análisis, pero lograban ese dramatismo de gestos inesperados.

Es cierto que Jones había despreciado la Biblia en muchas ocasiones, pero sólo la pisó una vez, dejándola caer con estrépito, entre aplausos. El contexto era un llamado al socialismo y a la libertad de seguir a Dios por uno mismo. Puso los pies encima de una Biblia de color negro, diciendo “no es sagrada”. Quería decir que “aunque la tiréis, no moriréis”. Balanceaba su cuerpo sobre ella, mientras decía: “Deseo que comprendáis que vosotros mismos debéis ser la Biblia”. Según muchos de sus críticos, llegó a decir ese día que era dios. No hay duda de que a partir de ese momento, su iglesia se convirtió en una secta.

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6. Los milagros en la estrategia de Jim Jones.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

Una de las combinaciones más extrañas del Templo del Pueblo era que para difundir su mensaje de conciencia social contra el racismo y los males del capitalismo, recurría a la estrategia de un ministerio centrado en los milagros. La publicidad de la iglesia solía presentar a Jim Jones como un hacedor de señales y prodigios, lo que chocaba con la imagen que quería dar a las autoridades de una entidad dedicada al trabajo humanitario. Es algo que caracteriza al Templo del Pueblo desde que comienza en Indiana, hasta su espectacular crecimiento en California y su extensión por todo el país.

A partir de 1972 la comunidad de Redwood Valley se queda pequeña frente al aumento de las congregaciones de San Francisco y Los Ángeles. La iglesia crece en los barrios pobres donde vivía la gente obrera afroamericana. El lugar donde se reunían en San Francisco es ahora una oficina de correos, pero el edificio de Los Ángeles es actualmente la Iglesia Adventista Central de habla hispana, un edificio de ladrillo estilo árabe, que había albergado antes a la Primera Iglesia de Cristo Científico, o sea de Ciencia Cristiana.

Cuando uno visitaba una reunión del Templo del Pueblo, se topaba en la puerta con una persona –generalmente de raza blanca–, que valoraba si podías traer problemas. Ya desde 1967 Jones utilizaba un miembro corpulento de la iglesia como guardaespaldas, que llevaba una pistola en regla, pero a finales de 1972 eran una docena los hombres y mujeres armados, que actuaban como servicio de seguridad del Templo. No estaban autorizados a mostrar las pistolas, pero en ocasiones hacían alarde de ellas.

Como Jones era el centro de las reuniones, viajaba en uno de los once autocares tipo Greyhound, que se desplazaban de un lugar a otro, cada fin de semana. El suyo tenía comodidades especiales, pero era también donde iban los guardias armados y el dinero recaudado. Las condiciones en que viajaban los demás, no eran por supuesto, muy agradables. Había un grupo que se adelantaba para organizar las reuniones y repartir folletos. Se anunciaban además en los periódicos locales y las emisoras cristianas de radio. La publicidad solía incluir la foto de Jones con una invitación a ir “a ver al ministro que hace milagros”.

Problemas con la prensa

Lo paradójico es que la principal forma de atracción que tenía Jones –el énfasis en los milagros– se convierte en la razón por la que es denunciado por la prensa, hasta el punto de sentirse tan acosado, que se traslada finalmente a Guyana. A su paso por Indianápolis –donde tenía todavía un pequeño grupo que llevaba una residencia de ancianos, la antigua iglesia y otras propiedades del Templo–, un periodista del diario local escribe en otoño de 1971 un reportaje sobre una “Iglesia abarrotada para asistir a las sanidades del autoproclamado profeta de Dios”.

El reportaje llama la atención de un grupo de psicólogos de Indiana, que empieza a investigar sus actividades. Jones no era un ministro cualquiera. Había tenido allí un cargo público, puesto que había sido responsable del departamento de derechos humanos del estado. Un médico reunió la oposición con la preocupación de que personas enfermas abandonaran tratamientos de cáncer. Jones se mostró dispuesto a colaborar, pero dijo que ante la desconfianza que expresaban los medios de información, tenía miedo de que manipularan las pruebas en contra suya.

Meses después de su partida, Carolyn Pickering, del Indianapolis Star, escribió al San Francisco Examiner, que encargó la investigación al redactor de temas religiosos. Lester Kinsolving no era un periodista provinciano, sino que tenía una columna a nivel nacional. Era pastor episcopal de cuarta generación, tras abandonar una carrera en la publicidad y las relaciones públicas. Una mañana de verano del 71 apareció con un fotógrafo en el Templo, pero los guardias de seguridad no le permitieron la entrada. Jones se disculpó después y se ofreció a colaborar, usando al ayudante de fiscal Tim Stoen como intermediario, mientras hacía que otros miembros de la iglesia enviarán cartas al periódico, no para quejarse, sino para elogiar su persona.

El caso Katsaris

Esta era otra estrategia habitual de Jones. Veamos el caso de Steven Katsaris, como ejemplo. Este antiguo sacerdote de la iglesia ortodoxa entró en contacto con el Templo del Pueblo cuando su hija Maria se hizo amiga de una compañera de trabajo. Ellas trabajaban en una escuela para niños con deficiencias mentales que había en Ukiah, que dirigía el padre de Maria, tras su divorcio. El ex-sacerdote ortodoxo no sólo tenía preparación y experiencia teológica, sino psicología para descubrir los trucos de Jones. Cuando la amiga de su hija pidió permiso en la iglesia para invitarla, Katsaris fue a una reunión con ella. Después de los primeros cánticos y testimonios, alguien le dio una palmadita en la espalda, para decirle amablemente que lo que venía a continuación era sólo para los miembros. Al darse cuenta de que no era un malentendido, padre e hija se fueron enfadados. A la mañana siguiente Jones llamaba para disculparse. Esa era siempre su estrategia.

Katsaris aceptó las disculpas y volvió a otra reunión con todavía más curiosidad que antes. Esta vez las palmaditas en la espalda eran del abogado del Templo, que quería hablar con él en ese momento, para ofrecerle ayuda pintando la escuela. El hombre se dio cuenta que era una excusa para llevarle al aparcamiento, mientras Jones pretendía extirpar un cáncer milagrosamente. Muy molesto, Katsaris vuelve a marcharse con su hija. Esa misma noche Jim vuelve a llamarle con excusas. Estaba claramente jugando con él. Es entonces cuando Jones hace una de esas manipulaciones asombrosas, para salir al paso de una situación como esta.

El pastor se dirige a toda la congregación, para proponerles un juego. En tono jocoso les anuncia que quiere venir un sacerdote. Ellos “ya saben cómo son”, les dice buscando su complicidad. Como gracia, les propone un servicio diferente. Se van a comportar por una vez correctamente, dice irónicamente. Cuidarán el lenguaje y no habrá curaciones. Entre risas, les dice que sólo hablará de la Biblia y la obra social de la iglesia. Nada de profecías y sanidades. La gente asiente divertida a la idea. Y eso es lo que hace, cuando Katsaris visita un culto el sábado por la noche. Obvia decir que se quedó sorprendido, agradablemente. Sin embargo, al hacerse su hija Maria miembro del Templo, fue perdiendo poco a poco el contacto con ella, hasta marcharse a Guyana, donde llegaría a ser amante de Jones.

Paranoia creciente

La única mención que se hace en la prensa de ataques al Templo se refiere a incidentes que recuerdan a los de Indiana, amenazas por teléfono. Como allí, animales aparecían muertos. Se descubre una bomba incendiaria en el edificio, como el cartucho de dinamita que apareció en la carbonera de Indiana. Todo hace sospechar que Jones se inventaba los ataques. Lo que está claro es que transmite esa paranoia a su congregación. La iglesia parece cada vez más un recinto militar. Cercada por cadenas rematadas por alambres de púas, tiene reflectores adosados a los postes telefónicos, dirigidos al exterior, a la vez que la valla es vigilada por un pelotón de seguridad.

Jones decía a menudo que no tenía miedo a perder la vida por la causa. Soñaba con un martirio al estilo de los grandes dirigentes asesinados en los 60, Luther King, los Kennedy o Malcolm X. Como este último, se veía desplomándose tras el púlpito por ráfagas de disparos, al estilo del líder afroamericano en Nueva York en 1965. Manipulando el amor de sus fieles, les llegó a convencer de que enemigos desconocidos atentaban contra su vida.

Así una tarde de verano en el valle en 1972, varios cientos de personas de la congregación se agrupaban en el aparcamiento, mientras colocaban platos y alimentos en unas mesas para comer al aire libre. Adolescentes jugaban a la pelota y ancianos se resguardaban a la sombra, cuando el hijo de Jones, Stephan, recuerda un ruido como un golpe fuerte en un tambor, pero no era el grupo de música, sino un disparo, que venía del otro lado del terreno. Su perro se lanzó en esa dirección, pero Jones ensangrentado, se sujetaba el pecho con la mano, mientras con la otra señalaba el lado opuesto: “No, no, ¡por allí!”.

Mentiras útiles

La multitud se agolpaba frente a la casa donde había sido llevado Jones. Media hora después salía por sus propios medios. La gente boquiabierta, daba gracias al Cielo, cuando pidió a las enfermeras del Templo: “¡Decidles el agujero que tengo!”. Su íntimo colaborador Jack Beam enseñaba su camisa agujereada, mientras una de las enfermeras afirmaba que “podía meter los dedos en la herida”. El milagro esta vez era, sin embargo, que el agujero había desaparecido de su pecho, puesto que se había curado a sí mismo. En un acto de indulgencia y misericordia, además, señaló en la dirección opuesta al disparo, para que no matarán al supuesto asesino, cuando le perseguían sus vigilantes armados.

Jones encargó al predicador carpintero afroamericano Archie Ijames una caja de madera con un cristal en la parte superior, para guardar la ensangrentada camisa. La reliquia se mostró sólo una vez en público ya que, al enterarse el sheriff del incidente, empezó una investigación, que atemorizaba más al pastor del Templo del Pueblo que los disparos. Y con una velocidad milagrosa, la caja fue a parar al almacén. Los primeros en sospechar la autenticidad de estos ataques fue la guardia de seguridad, pero ¿cómo justificaban estos engaños los que participaban con su complicidad en ellos?

La manipulación les parecía válida, porque el resultado era positivo. Unía a los fieles, a la vez que mostraba la realidad de la amenaza de sus enemigos. De igual modo que las mujeres que le ayudaban a falsificar sus milagros pensaban que tenía igualmente poderes sobrenaturales por los que conocía los hallazgos sobre las enfermedades de los que visitaban el Templo, antes de leer sus informes. No es que podían creer en él, a pesar de ello. Es que querían creer en él, que es otra cosa.

Falsos testimonios

Sorprende cómo los cristianos recurren al engaño para mostrar el poder milagroso de Dios o el sufrimiento de la iglesia perseguida. Así algunos pretenden haber resucitado, después de estar muertos, como Jones decía haber devuelto a la vida a más de cuarenta en sólo un año. O padres dicen que sus hijos han visitado el Cielo, para dar esperanza al creyente frente a la muerte. Cuando periodistas descubren que esa persona no ha muerto, lejos de sentir que han engañado a la gente, piensan que lo importante es la fe que comunican esos falsos testimonios.

Uno de los casos más extraños de engaño que hay en la Iglesia hoy, no son sólo los falsos milagros, sino también las historias fraudulentas que se presentan como testimonio de la Iglesia perseguida. Así circulan en Internet fotos de cuerpos muertos por una explosión de un oleoducto como si fueran cristianos asesinados por musulmanes en Nigeria. Un interesante ejemplo de esto es el reciente documental sobre el caso Kourdakov, que se puede ver en YouTube en versión original –Perdóname, Sergei–. Cuenta la verdadera historia del protagonista del conocido libro El esbirro, un ruso escapado al Canadá en los años 70, que decía haber perseguido cristianos con la KGB, pero habría sido convertido por el martirio de una de sus víctimas, la imaginaria Natasha.

La joven evangélica Caroline Walker, impresionada por la historia, va a Siberia para hacer una película que sirva de inspiración al público contemporáneo, cuando descubre que todo son mentiras. Testimonios como el de Kourdakov, no es que sean exagerados. Son como los atentados a Jim Jones, historias inventadas por pobre gente hambrienta de atención o deseo de concienciar de una buena causa, como el sufrimiento de la Iglesia perseguida. Cuando intentamos dar más fuerza a la verdad del cristianismo, distorsionando la realidad, no lo hacemos más poderoso, sino más débil. Ya que “el poder de Dios se manifiesta en nuestra debilidad” (2 Corintios12:1-10). Y no hay amor comparable al que podemos recibir de Dios en Cristo Jesús… ¡Este es el milagro del Evangelio!

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7. El éxodo del Templo del Pueblo.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

Dice la llamada ley de Godwin que cuánto más se alargue una discusión en Internet, más aumenta la probabilidad de que aparezca una comparación con Hitler y los nazis. La verdad es que esto ocurría ya antes de la era digital. En sus sermones de 1973 Jim Jones empieza a comparar a Nixon con Hitler. En abril anuncia que la guerra nuclear es inevitable, pero el Templo del Pueblo tiene un plan de escape: “Emprenderemos calladamente nuestro viaje por el desierto y dejaremos la América de Faraón, tarareando nuestras canciones cruzaremos la frontera a una tierra donde cultivar nuestra comida, que no haya más racismo, división y opresión de clase”… ¡La Tierra Prometida!

La mayor parte de la bibliografía que he consultado sobre Jim Jones y el Templo del Pueblo se centra en lo ocurrido en el periodo que se establecen en Guyana. Sólo Reitermann y Guinn intentan entender en sus monumentales biografías cómo era Jones y su iglesia antes de formar Jonestown. Lo mismo pasa con las películas que se hicieron después y los extraordinarios últimos documentales. Todos ellos giran en torno a lo ocurrido pocos años antes de la masacre.

Esta segunda parte de la serie me adentro ya en los dramáticos acontecimientos ocurridos en Guyana, para intentar llegar a unas conclusiones que nos permitan aprender de la historia. Alguno me ha animado a desistir de entender a Jones. Incluso hay quien me ha sugerido que, al intentar comprenderle, parecía que estaba justificándole. Todo lo contrario. Si he prolongado esta serie a pesar de no ser tan popular como otras, es porque creo que, si no entendemos la Historia, seguiremos cometiendo los mismos errores...

Silenciando a los críticos

A principios de 1973 ningún juzgado ni periódico investigaba ya el Templo. Los artículos de prensa no habían conseguido nada. La oficina del fiscal del estado sacó la conclusión de que ellos no tenían jurisdicción y el sheriff del condado consideró legal que la guardia de seguridad del Templo estuviera armada. De hecho, la denominación de Discípulos de Cristo hizo una declaración diciendo que los artículos de Kinsolving eran inexactos, ya que Jones habían desmentido categóricamente que fuera la reencarnación de Jesucristo.

¡No es extraño! Un mes después de la publicación, el Templo hizo dos generosos donativos a la denominación por varios miles de dólares. Y en los meses siguientes otros a los distintos periódicos de San Francisco, para apoyar la libertad de prensa. Lo que no lograban las llamadas del ayudante del fiscal del distrito Tim Stoen, miembro del Templo, lo conseguía el dinero. La única oposición al Templo parecía venir de un pequeño grupo cristiano de oración que había en Ukiah. Lo dirigía un antiguo asociado de Jones en su etapa en Indiana, un maestro de escuela llamado Ross Case.

Jones tenía también una solución para esto. Recordó que una mujer del Templo, Penny Kerns, había dicho que un miembro negro del Templo, casado con una mujer blanca, tenía relaciones homosexuales con un desconocido. Hizo que el miembro del Templo llamara a Case, para grabar una conversación que sugiriera que era él, su amante. Cuando el superintendente de la escuela llamó a Case a su despacho, se encontró al abogado del Templo y la acusación que hacía que fuera poco apropiado que enseñara a niños. Para acabar la jugada, Jones llamó a Case para decirle que sentía lo que había pasado. Le aseguró que él no tenía nada que ver con aquello y le prometió que echaría a patadas del Templo al miembro que le había acusado.

Jones y el movimiento gay

San Francisco ha sido siempre una ciudad a la vanguardia de los cambios sociales en Estados Unidos. No es casualidad que Jones basara a mediados de los 70 cada vez más su iglesia en la ciudad, que en el valle donde se habían establecido en el condado de Mendocino, al venir de Indianápolis. Establecen así decenas de comunidades en casas de Potrero Hill, un barrio pobre y mixto racialmente, donde vivía gente de clase trabajadora, famoso por haberse criado allí la estrella de fútbol O. J. Simpson. Para trasladarse allí, tuvieron que sacrificar los animales, algo extraño en un grupo predominantemente vegetariano y en alguien tan amante de los animales como era Jones.

La historia del movimiento gay, aunque tiene su día de orgullo en relación con los disturbios producidos en torno a un bar del Village neoyorquino en 1969, encontró en Harvey Milk (1940-1978) el símbolo que buscaba por su martirio. Aunque Milk nació y creció en Nueva York, se traslada a San Francisco en 1972, donde se establece en el barrio de Castro, para presentarse al año siguiente en las elecciones al cargo de supervisor de la ciudad. El libro de Daniel Flynn, Ciudad de Culto sectario: Jim Jones, Harvey Milk y los diez días que conmovieron San Francisco especula sobre la amistad y alianza entre ambos.

Jones entendía el movimiento gay por su propia bisexualidad. En aquellos años de sexualidad “fluida” tras “el verano del amor”, todas las relaciones parecían “abiertas”, no sólo a tener experiencias con distintas personas del sexo opuesto, sino también a “juegos” homosexuales. Esto estuvo a punto de hacerse público cuando Jones fue arrestado en un cine de Los Ángeles a finales del 73. No era una sala pornográfica. La película que proyectaban era Harry El Sucio de Clint Eastwood, pero el cine estaba al lado del parque McArthur, que era un lugar de encuentro homosexual. Según el testimonio del policía que iba de paisano, el predicador se masturbó provocativamente en el baño delante suyo, lo que el abogado rebatió con un informe urológico que argumentaba problemas de próstata. Tras la intervención del ayudante de fiscal del Templo, Tim Stoen, toda la documentación del caso desapareció, al ordenar un juez que los papeles fueran destruidos por el informe del fiscal que desechaba los cargos contra Jones.

Milk, Fonda y Hearst

Aunque Milk era algo indiferente a cuestiones de fe, Jones le atrajo proporcionándole voluntarios para sus campañas, donándole una imprenta y dándole publicidad en su periódico. A cambio Milk le dio legitimidad hablando en el Templo y alabándole en su columna del diario local. Sobre todo, intercedió por él ante Jimmy Carter, el secretario de sanidad, educación y bienestar Califano y hasta el primer ministro de Guyana. Cuando murió el amante de Milk, suicidado, recibió multitud de cartas de condolencia de los miembros del Templo. La masacre de Jonestown fue sólo nueve días antes que Milk fuera asesinado en noviembre del 78.

La hija del actor Henry Fonda se convierte en un mito erótico en Francia, al casarse con el director Roger Vadim en los años 60. Cuenta en sus Memorias que su marido hizo de su matrimonio una relación “abierta” por la que tenían relaciones sexuales con otras personas. Al principio le pareció divertido, pero luego le resultó una vida vacía y se volcó en la actividad política. Apoyó el movimiento por los derechos civiles y apoyó a las Panteras Negras. Participó en la ocupación de Alcatraz por los indios en 1970 y se opuso a la guerra del Vietnam, llegando a hacer campaña contra ella en Hanoi, el año 72. Al defender el comunismo, se hizo muy impopular en Estados Unidos. Es entonces cuando visitó el Templo de la calle Geary y envió una carta a Jones que decía: “Me comprometo con su congregación como un miembro con plena participación, experiencia que también deseo que tengan mis dos hijos”.

El secuestro en San Francisco de la hija del magnate de prensa, Patty Hearst, afectó también al Templo. El rescate que solicitaba el llamado Frente Simbiótico de Liberación debía gastarse en comida para los pobres de la bahía. El grupo comunitario que debía distribuirla era el llamado WAPAC, cuyo director era un miembro del Ejército de Liberación Negra que había sido declarado culpable de conspiración, tortura y asesinato de un Pantera Negra. El segundo de Jones en el gueto era uno de los pocos drogadictos de verdad que se había rehabilitado en el Templo, Chris Lewis, un gigantesco afroamericano que ejercía de guardaespaldas del predicador. Introducido en el WAPAC, tuvo una disputa con el director, que acabó en su asesinato. Jones pagó la defensa y la fianza de Lewis, pero fue investigado por la policía secreta, al encontrar fotos con el novio de Hearst y dos secuestradores en reuniones del Templo. La solución de Jones fue un generoso donativo a la familia Hearst y el envío de Lewis a su nueva misión en Sudamérica.

¿Por qué Guyana?

En otoño del 73 hacía ya casi un año de la publicación de los artículos de Kinsolving. Algunos piensan que Jones quiso trasladar el Templo al Caribe por el acoso de la prensa. Sin duda fue una razón, pero hubo otra más importante que le afectó aún más todavía: la deserción de “los ocho revolucionarios”. Ese año ocho miembros de la iglesia dejaron el Templo por racismo. En una carta culparon al “estado mayor” de la Comisión de Planificación de estar formado sólo por blancos y daban a entender que a Jones le interesaba más el sexo que el socialismo. Lo doloroso para él, es que argumentaban razones políticas. De cualquier forma, Jones vio que había perdido control en sus seguidores y las influencias externas eran perniciosas. Los ocho que desertaron estaban en la universidad.

Stoen desarrolló un plan de acción inmediata que suponía volar al Canadá, para establecerse en el Caribe. La Comisión de Planificación lo presentó a todos los miembros del Templo como que buscaban un lugar de misión en el mundo, aunque ya habían decidido que sería Guyana. La idea era dar la impresión de una decisión colectiva, aunque era Jones, por supuesto, el que eligió el país que había visitado en 1961. Entonces era la Guyana británica, ahora independiente, pero era el único país de habla inglesa de toda Sudamérica, formado además por personas de raza negra, que tenía además un gobierno socialista. Es una nación pequeña, que tenía la población de San Francisco, pero estaba cubierta de una densa jungla sin carreteras interiores. Había que volar o navegar por ríos, para atravesar el país.

El gobierno socialista de Burnham había enviado colonos a Matthews Ridge, una aldea minera que comunicaron por tren con una colonia agrícola llamada Port Kaituma, que tenía un pequeño aeródromo y la conexión por río al océano Atlántico. Una vez que los jóvenes colonos limpiaron la jungla, trazaron unos caminos y construyeron unas casas, se dedicaron a retozar con las muchachas indias que vivían en la zona, para acabar marchándose. Un grupo de jazz caribeño de Nueva York les sucedió, pero lo único que plantaron antes de echarlos, era marihuana. La familia Jones y sus doce ayudantes de confianza causaron mejor impresión a las autoridades, a las que más que su socialismo, lo que les interesó es que eran estadounidenses en una zona del país con peligro constante de invasión venezolana.

El paraíso perdido

El deseo de recuperar el Edén está ya en la Biblia, pero todos tenemos a veces la sensación de vivir en tierra extraña. No conocemos el Paraíso del que venimos, pero en esta cultura de Babel encontramos que el sueño del progreso ha acabado en confusión y división (Génesis 11:1-9). Nos sentimos extranjeros de nosotros mismos, alienados y enajenados. Podemos entender cómo se sentían aquellos hombres y mujeres que huían de la discriminación racial y la opresión de la pobreza. Buscaban un mundo mejor. Y Jones se lo prometía.

En Al este del Edén, Steinbeck habla de subir las montañas del centro de California como al regazo de tu madre amada. Es el anhelo de encontrar el Hogar al que perteneces, cuando te parece que el lugar donde vives y la familia que tienes, no satisface tus deseos más profundos. Muchos quisiéramos volver a tiempos, personas y lugares donde nos parece que podíamos ser más felices, pero cuando regresamos a esos sitios y encontramos esa gente, sentimos que algo ha cambiado. No es lo mismo. Nos decepciona.

“Esas cosas –dice C. S. Lewis en El Peso de la Gloria–, la belleza, la memoria de nuestro pasado, son una buena imagen de lo que deseamos; pero si las confundimos con la cosa misma se vuelven ídolos mudos que rompen los corazones de quienes los adoran, porque no son la cosa misma”. Hemos sido hechos para vivir en un lugar donde el amor no falta, nada se corrompe y enferma. Queremos todo eso, pero sin el Dios que lo hace posible. Y nos hemos alejado de Él. Perdimos nuestro hogar y ahora vagamos insatisfechos luchando contra la enfermedad, la vejez y la muerte. Nos esforzamos en recrear el Paraíso perdido, pero el mundo tal y como es, no es lo que buscamos.

Jesús ha venido a este mundo de injusticia y opresión, perdida y aflicción, para traer esa realidad nueva que llama “el Reino de Dios” (Marcos 1:15). Nada parecía según las expectativas. Nacido en la pobreza, anduvo sin casa, lejos de los centros de poder e influencia política, académica y religiosa. Es crucificado fuera de la ciudad de los hombres y rechazado por la sociedad en un exilio en el que clama: “¡Dios míos, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27:46). En la oscuridad de su alienación, experimentó el desamparo al que nosotros merecemos, lejos de Casa. Dejó el Hogar eterno, para llevarnos a él.

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8. Dejarlo todo y marcharse.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

¿Quién no ha querido alguna vez dejarlo todo y escapar a un lugar lejano? La idea del Caribe como el Paraíso en la tierra se extendió desde los relatos de marinos en siglos pasados hasta la actual publicidad turística, pero la jungla donde el Templo del Pueblo establece Jonestown estaba lejos de ser el Edén perdido. Cuando Jim Jones anunció por primera vez en San Francisco que la iglesia iba a conseguir unos terrenos al sur del ecuador –aunque Guyana está un poco al norte–, pensaba que todos los que le escuchaban querrían irse allí, pero antes tenían que reconstruir el Paraíso. Y eso costaba dinero.

El plan nunca fue recibir allí a más de quinientas o seiscientas personas, pero Jones creía que la mitad del Templo –unos cuatro mil o cinco mil miembros– se apuntarían. El comité de planificación empezó a hacer una lista de aquellos que tenían prioridad, hombres y mujeres fuertes que podían hacer el duro trabajo necesario en la jungla, pero también jóvenes que podían dar problemas en California, maestros para enseñar y miembros mayores, cuyas pensiones podían ser usadas para el mantenimiento de la “misión agrícola”.

Las peticiones de dinero se multiplicaron. Los que tenían seguros de vida, debían anularlos para invertir los fondos en el proyecto. En cada culto los miembros del Templo tenían que entregar a Jones un “sobre de compromiso” con el veinticinco por ciento de sus ingresos semanales, por lo menos. Para comprobarlo, había que escribir en el exterior del sobre la cantidad de salario que uno recibía. Todo para “dar de comer a los pobres del mundo”. A lo que se añadían solicitudes para adquirir maquinaria en concreto, como una taladradora o un generador. Para reducir gastos, los que vivían en comunidad empezaron a comer juntos en la iglesia de San Francisco.

Matthews Ridge era un pueblo minero de manganeso que estaba comunicado por el río Kaituma con la capital, Georgetown, así como con el océano Atlántico a Miami. La iglesia compró un barco, pero utilizaba sobre todo la pista de aviación que había en Port Kaituma. La tierra que habían empezado a despejar los anteriores colonos fue arrendada por cinco años. El Templo debía pagar al gobierno de Guyana la cantidad anual de veinticinco céntimos por acre. En California se dijo que el representante del gobierno le puso el nombre a la “misión agrícola” de Jonestown, aunque era la idea de Jones, ¡claro!

Más deserciones

Jones pidió al predicador afroamericano Archie Ijames que se encargara de la construcción, dada su experiencia como carpintero y administrador del Templo, además de fiel colaborador del pastor desde sus inicios en Indianápolis. Él no estaba muy dispuesto, a causa de su esposa, que se quedó en California. Ijames y el abogado del Templo, Gene Chaikin, presentaron el proyecto al gobierno de Georgetown, firmado por Ijames. Al salir de las oficinas, le anunció a Chaikin que, ya que él aparecía como director legalmente, lo iba a ser en realidad. Cuando Jones se enteró, le acusó en una reunión de hacer alianzas por su cuenta. Y sacó a la luz un antiguo asunto del predicador afroamericano con una chica de Indiana. Era siempre el arma de Jones, cuando no podía comprar a alguien, le acusaba de algo impropio, sexualmente. Nunca fallaba. Siempre tenía el efecto deseado.

A la mañana siguiente mandó a los Touchette, padre e hijo, una familia de Indiana que había seguido a Jones a California. El hijo era de la edad de Stephan Jones, casado con una hija de Ijames y parte de la comisión de planificación. La hija desertó con “los ocho revolucionarios”, pero regresó con los demás, cuando volvieron arrepentidos. La madre de los Touchette era tan fiel a Jones como la esposa de Ijames, que se creyó las acusaciones contra su marido. Ella le obligó a vender su casa en California y él fue sometido a un castigo psicológico de aislamiento, humillaciones e insultos. El predicador afroamericano era un hombre sensible, que se asustó cuando su mujer le dijo que Jones había solicitado voluntarios para matarle. Escapó entonces a Georgetown con su esposa y los 45.000 dólares que le habían confiado. Cuando Jones le descubrió, Ijames se puso a llorar y devolvió el dinero.

La otra deserción más importante en ese momento fue la de Grace Stoen. El desencanto de la esposa del ayudante de fiscal y segunda persona más importante del Templo, después de Jones, fue creciendo a la vez que se distanciaba de su matrimonio e intimaba con otro miembro del Templo llamado Walter Jones –que no era familia del pastor–. Los dos dejaron la iglesia, pero ella dio permiso por escrito para que llevaran su hijo a Guyana, a cambio de que pudiera verlo y no emprendiera acción alguna contra el Templo. El papel de Tim Stoen en todo esto es curioso. Al volver a ver el documental que hizo Mel White en 1979 –antes de caer en desgracia en el mundo evangélico por su homosexualidad, después de haber sido pastor, profesor de Fuller y “escritor fantasma” para predicadores como Billy Graham–, me ha sorprendido lo bueno que sigue siendo, pero también lo extraño que es saber ahora lo que callaban entonces Tim y Grace Stoen en la entrevista con White –que ocupa un lugar central en el documental–, como era el hecho de que el hijo muerto en Jonestown había sido concebido por Jim Jones y ella se había ido del Templo con otro hombre.

“Año ascendiente”

En 1976 ya no había reportajes periodísticos contra el Templo del Pueblo. Todo lo contrario. El alcalde de San Francisco le propuso llevar la Autoridad de Vivienda de la ciudad, que aceptó después de honrarle con su presencia en una cena de homenaje, junto al dirigente radical negro Eldridge Cleaver. La esposa de Jimmy Carter, Rosalynn, se entrevistó con él a su paso por San Francisco, para conseguir su apoyo. Lo mismo hizo el vicepresidente Walter Mondale. Jones fue incluso elogiado por el senado del estado de California en Sacramento.

La única persona que hablaba en su contra era el antiguo sacerdote ortodoxo griego Katsaris, que denunciaba que el Templo tenía a su hija Maria cautiva. Jones se defendería como siempre, acusándole de abusar sexualmente de su hija. Como bien sabemos en estos tiempos de MeToo, no hay arma de combate como esta. Si tienes el valor y la falta de escrúpulos suficiente, dejarás a tu enemigo marcado para siempre, aunque quede después absuelto en un proceso. La gente es tan ingenua que no va a dudar de la veracidad de semejante acusación. Basta culpar a alguien de abusos sexuales, que acabarás con su reputación para siempre.

Marceline Jones sufrió un duro golpe a principios de año, cuando su marido le dijo que él se llevaría a sus hijos a Guyana y ella se quedaría en California, a cargo del Templo. Esto la hundió hasta el punto de acabar teniendo tratamiento psiquiátrico. Durante una visita a sus padres fue hospitalizada unas semanas a principios del año siguiente, 1977, por serios problemas respiratorios, que le obligarían a dejar su trabajo en la sanidad de San Francisco. A raíz del viaje que hizo Jim Jones a Guyana a finales del 74, la tímida e inocente Maria Katsaris se convierte en amante de su marido y fuerte dirigente del Templo –junto a Carolyn Moore, que tenía ahora un hijo de Jones, aunque se había casado con el portavoz del Templo, Michael Prokes–. Las tres mujeres –Marceline, Maria y Carolyn– tienen rasgos comunes, tanto físicos como de carácter. Las tres eran de piel blanca, esbeltas e inteligentes. Se ocupaban muy bien de todos los detalles y suplían perfectamente la ineptitud administrativa de Jones.

Oscuros presagios

Aunque le fuera bien en la vida, en la complicada psicología de Jones siempre había oscuros presagios de muerte. Una extraña fuerza autodestructiva le dominaba constantemente. Sus incoherentes sermones se hacían cada vez más extraños. Lo mismo se creía Dios, que le desafiaba. Tan pronto hablaba como si Jesús hubiera estado en la India, como sugería que él mismo fuera extraterrestre. Cuando uno los escucha ahora, parecen desvaríos de un loco con delirios de grandeza, pero obviamente, sus seguidores los percibían de otro modo. Es un misterio la extraña influencia que tenía Jones en sus seguidores.

Hablaba con frecuencia de Masada, la fortaleza montañosa de Israel donde casi mil rebeldes judíos se suicidaron, incluidos mujeres y niños, antes de rendirse a los romanos. El Templo tenía un rancho con viñas en el condado de Mendocino. Daba pocas uvas, pero suficientes para hacer algo de vino. Jones estaba en contra del alcohol, pero una noche de septiembre de 1975 dijo a los miembros del comité de planificación que podían beber esta vez. Cuando habían vaciado los vasos, Jones les informó que había echado veneno y en menos de una hora estarían muertos, ya que no había antídoto para ello. Patty Cartmell chilló y saltó de la silla, para intentar escapar del lugar de reunión. Michael Prokes disparó varias veces al aire. Y a los tres cuartos de hora varios empezaron a desvanecerse, cuando Jones anunció que no había veneno en el vino.

Era una prueba de lealtad, la primera de muchas hasta la que los llevó a la muerte en Jonestown. Cuando les dijo eso, Cartmell se unió al grupo. Nadie criticó a Jones por su engaño. Años después, varios de los que estaban allí dicen ahora que sabían que era un truco. Nadie consideró la posibilidad de lo que Jones estaba dispuesto a hacer, ¡matarlos a todos! Así de ciegos estamos cuando seguimos a una persona como si fuera Dios. Confiamos en ella tanto, que daríamos la vida, si hiciera falta. Jeremías advierte del mal que viene de “confiar en el hombre” (17:5). Cuando hacemos eso, “nuestro corazón se aparta del Señor”, dice el profeta. Debemos preguntarnos, por lo tanto, ¿dónde está nuestro corazón? Porque si lo hemos puesto en el lugar y la persona equivocada, no habrá más que decepción y muerte. “El ladrón viene para robar, matar y destruir las ovejas”, pero el buen Pastor que es Cristo, “viene para que tengamos vida y vida en abundancia” (Juan 10:10).

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9. ¿Terror en la jungla?

FUENTE: Protestante Digital

 

 

Es evidente que muchos entran en las sectas engañados, pero ¿por qué se quedan? Bastantes salen, pero la mayoría parecen estar contentos de estar allí. A raíz de la masacre de Jonestown, todo tipo de especialistas han intentado explicar qué llevó a más de novecientas personas a vivir y morir en esas condiciones. En años pasados predominaba un acercamiento psicológico al tema de las sectas, que habla de “control mental” desde la experiencia de supuesto “lavado de cerebro” que sufrieron los prisioneros estadounidenses en la guerra de Corea, pero las diferencias parecen ser más que las similitudes, en la comparación de una secta con una cárcel. ¡No nos engañemos! Quien está en un grupo así, es porque quiere…

Es por eso, que estos últimos años parece prevalecer una interpretación sociológica, que relativiza tanto la lectura religiosa tradicional con sus diferencias doctrinales, como la que propone una supuesta “desprogramación” psicológica para salir de una secta. El problema es que la sociología observa la realidad religiosa, pero no responde a las cuestiones espirituales últimas, que las ciencias sociales no pueden contestar. Todas las aproximaciones al mundo de las sectas son fragmentarias, porque el ser humano es fragmentario.

Es cierto que no era fácil salir de Guyana. El Templo del Pueblo pagaba los costes del viaje, pero entregabas el pasaporte y todas tus propiedades. Estabas aislado de tu familia y rodeado por la jungla. Sin embargo, algunos salieron de Jonestown, incluso después de llegar Jim Jones. Leon Broussard llegó al cónsul estadounidense, por ejemplo, después de adentrarse en la jungla con la ayuda de un nativo, hasta Port Kaituma. Describió el Templo como una “colonia de esclavos”, donde eran golpeados y enterrados vivos, pero Jones no sólo negó las acusaciones, le devolvió el pasaporte y pagó el billete de vuelta, creando un precedente para todo el que quisiera seguir su camino. Casi nadie lo hizo…

Es verdad que un tercio de Jonestown eran ancianos afroamericanos que entregaban sus pensiones al Templo del Pueblo, pero tenían una cama, comida regular y asistencia médica inmediata en Georgetown. Muchas de esas personas en Estados Unidos pasarían el tiempo en salas de espera de hospitales públicos, donde recibirían un trato a menudo desagradable e impersonal. Cuando oían a Jones hablar del crecimiento del Ku Klux Klan y el gobierno norteamericano construyendo campos de concentración, recordaban las cruces ardiendo, la crueldad del sheriff blanco, las mangueras de agua de sus alguaciles y los gruñidos de sus perros. El problema del racismo en Estados Unidos no era un invento de Jim Jones.

¿Una vida feliz?

Antes de la llegada de Jones, medio centenar de personas vivía en Jonestown. A pesar del duro trabajo, los pioneros que construyeron la colonia tenían una vida relativamente feliz, según los testimonios de algunos que sobrevivieron. Limpiaban la jungla de vegetación desde que amanecía hasta que se ponía el sol, pero la camaradería era grande. Después de una labor tan agotadora, disfrutaban de la vida comunitaria sin la vigilancia de Jones y sus lugartenientes, o las interminables peroratas que tenía hasta la madrugada. Se despertaban con los gritos de los monos al amanecer y trabajaban con el sonido de fondo de las aves, mirando dónde pisaban, pero distinguiendo cada vez más qué serpientes eran venenosas y cuáles no. Los indígenas se acercaban por la noche, atraídos por la comida enlatada, los generadores, pero sobre todo los zapatos, que desaparecían con frecuencia.

El Templo del Pueblo compró una casa en la capital, Georgetown, donde pasaban los primeros días los que llegaban a Guyana. Allí estaban las oficinas, un cuarto de radio y dormitorios para casi veinticinco personas. Había una sala de estar muy grande, que frecuentaban los funcionarios de Guyana para socializar con las chicas del Templo. No solían tener relaciones sexuales. Sólo Paula Adams seguía vinculada sentimentalmente al embajador de Estados Unidos, Bonny Mann, que estaba casado. Los miembros del Templo que se quedaban en la capital, era para el aprovisionamiento de materiales y comida, así como para concertar las citas sanitarias de todos los miembros que en Jonestown tenían problemas médicos, al no estar habituados a la vida en la jungla. Lo más difícil era tener que buscar fondos de puerta en puerta. No era fácil conseguir donativos de una población ya empobrecida.

La mitad de los habitantes de Guyana eran musulmanes, pero como el cuarenta por ciento eran cristianos. La única iglesia con la que tuvo relación Jones era una capilla católica que llevaba un jesuita llamado Morrison, nacido en Guyana de padres ingleses. Adams le solicitó permiso para hacer una reunión en su iglesia del Sagrado Corazón. Por su talante ecuménico y el carácter interracial del Templo, Morrison accedió. Sabía que como evangélicos, no sería un culto litúrgico tradicional, pero pensaba que hablaría de su “misión agrícola”. Ni se imaginaba el espectáculo milagrero que era capaz de hacer Jones. Ya la publicidad en la prensa anunciaba a media página que “el ciego ve, el sordo oye y el lisiado anda”. Morrison se quejó del anuncio, pero le dijeron que habría sido un error de la publicidad. Al día siguiente el anuncio era todavía más grande. Morrison no se atrevió a cancelar el acto y Jones apareció como un embaucador, bien vestido. Le dijo que era obispo. Y en palabras de su biógrafo, Reiterman, “no habló de Jesucristo, sino de sí mismo y de cómo consagraba su vida en ayudar a los demás”.

Válvula de escape

En California las deserciones aumentaban. Las que más le dolían a Jones eran las de personas cercanas a su círculo de confianza, como su hija adoptada (Suzanne), el hijo de Patty Cartmell (Mike), o Grace Stoen. Ante el distanciamiento de su marido, Tim (Stoen), el ayudante de fiscal que llegó a ser el segundo del Templo, Jones busca un nuevo asesor legal en Gene Chaikin. Este abogado no era tan bueno como Stoen. Le aconsejó mal sobre el problema de la custodia de menores en Jonestown, que hizo que enseguida interviniera un investigador privado de San Francisco. Los únicos disidentes que fueron a las autoridades, sin embargo, eran los Mertle. Este matrimonio habló con un agente del Departamento del Tesoro acusando al Templo de contrabando de armas y falsificación de pasaportes. Sus acciones no dieron resultado, porque Jones debió ser advertido y dejó de mandar armas un tiempo.

El tema que provocó la investigación periodística que acelera la salida de Jones era la cuestión de las pensiones de menores que estaban bajo la tutela del Templo. Como el alcalde Moscone había sido apoyado por Jones, el candidato perdedor, Barbagelata, acusa al Templo de manipulación en los votos, pero también de malversación de las pensiones. Un periodista de un diario de San Francisco, Marshall Kilduff, propone investigar al Templo. Su editor se niega, pero él hace por su cuenta un trabajo para la revista New West que se convierte en la pesadilla de Jones, que intenta descubrir qué información tiene. El reportaje le dejaba peor de lo que imaginaba. Media docena de páginas contaban sus maniobras políticas en San Francisco, California y con Rosalyn Carter, los malos tratos de la Comisión de Planificación, las represalias a los que salieron, sus reuniones a puerta cerrada y todo con testimonios de los disidentes, acompañados de sus respectivas fotos.

Para defenderse, Jones contrató al abogado más controvertido que había en San Francisco, Charles Garry, que presentó al Templo como cristiano comunista. Era de raza blanca, pero trabajaba para las Panteras Negras. Probablemente él fue quien le aconsejó irse cuanto antes a Guyana. Ya estaba su hijo Stephan allí, el que había tenido con Grace Stoen y el que acaba de tener con Carolyn Moore, pero pronto le siguieron los otros tres. Marceline se quedaba en California a cargo del Templo. 380 miembros del Templo le siguieron. El proceso que iba a durar diez años se hizo en apenas unas semanas.

Grace Stoen empezó las gestiones para reclamar a su hijo, pero Tim seguía confuso hasta que Jones le acusa de ser un infiltrado de la CIA. Quería reafirmar su lealtad, pero Stoen desapareció. Tenía relación con una mujer de la bahía de San Francisco, que no estaba en el Templo. Jones le animó a que fueran juntos a Guyana, pero en su última visita vio que su hijo estaba en las manos de Jones y volvió a desaparecer, mientras Grace contaba la vida interna del Templo en el reportaje.

Malos tratos

Las acusaciones de malos tratos comienzan ya en California. La Comisión de Planificación ordenaba a veces castigos corporales a miembros del Templo, para no entregarles a la justicia por delitos que habían cometido. Algunos fueron especialmente crueles, como el de Peter Wotherspoon. Este pedófilo fue aceptado en el Templo, a cambio de que abandonara esta práctica. Un niño de diez años denunció que había sido abusado por Wotherspoon. En castigo, fue golpeado de tal forma en los genitales, que tuvo que ser hospitalizado. No le denunciaron y como compensación, se le permitió seguir en el Templo. Los menores no eran sometidos a castigos más que con el permiso de sus padres o tutores. Jones era muy cuidadoso en el aspecto legal de la disciplina del Templo.

Hubo un caso especialmente traumático para los propios miembros de la Comisión. Tenía que ver con el sexo, que era el tema con el que Jones solía perder el control. Laurie Efrein era una veterana miembro del Templo que adoraba a Jones. Una vez la humilló de tal forma delante de la Comisión, que abusó verbalmente de ella, mientras la hizo permanecer desnuda durante horas, delante de todos. Luego Jones se disculpó indirectamente por una de las mujeres miembro de la Comisión. Le dijo que era una “terapia”, como solía llamar Jones a estas cosas. Y lo sorprendente es que ella aceptó las excusas y siguió siendo un miembro fiel del Templo. Ninguna de las mujeres, que eran mayoría en la Comisión, se quejó.

Los castigos de Jones eran con frecuencia imaginativos. Un adolescente al que se descubría con cigarrillos tenía que fumar un puro hasta que le entraban nauseas. O le hacían limpiar los baños del Templo, al que tenía un mal comportamiento. A veces el transgresor tenía que enfrentarse a un combate de boxeo con un miembro más fuerte de la congregación. Cuando perdía el control con alguna mujer, podía hacer locuras como una que tiraron atada a la piscina. En Jonestown el problema escaló con el “aprendizaje personal” por el que separaba a los miembros conflictivos por un tiempo indeterminado. Entonces, ya menores fueron puestos en un agujero, pero incluso en ese caso se seguía pidiendo permiso a sus padres.

¿Infierno en la jungla?

La cuestión es que en la vida uno se habitúa a todo. Y lo que en la vida normal nos parecería un infierno, los miembros del Templo del Pueblo lo aceptaron con toda naturalidad. La mayoría tenía su vida hecha allí. Tenían familiares como esposos, padres, hijos o tutores. Es cierto que nadie se atrevía a criticar a Jones abiertamente, para no ser acusado de traición, pero la desconfianza era ya la norma en California. Los que veían sus fallos y contradicciones buscaban, sin embargo, el modelo socialista que iba a dar ejemplo al mundo.

Un tercio era ancianos en su mayoría afroamericanos, que pensaban que estaban más seguros allí de la discriminación racial y mejor cuidados que en el sistema público estadounidense. No sólo los llevaban inmediatamente a médicos y clínicas de Georgetown, sino que el Templo había formado a un doctor mexicano, rehabilitado de la droga, que pagaron sus estudios y consiguieron su certificación en California, Larry Schacht. Este hombre fiel de Jones era asistido por veteranas enfermeras que daban las primeras atenciones en la jungla.

Había trescientos niños en Jonestown. La mayoría demasiado pequeños para trabajar. Seguían un sistema educativo por edades que iba desde el nivel infantil hasta secundario, enseñados por maestros experimentados, mientras que en el valle de California donde estaban, iban todos juntos a la misma escuela rural sin estructura y énfasis individual. La diferencia, por supuesto, es que en Guyana aprendían no sólo matemáticas, sino también socialismo.

La historia se repite

Ya no había tantas reuniones de sanidades. Jones hablaba todas las noches y durante el día por los altavoces, que ponían música pop, blues, o jazz, sobre todo negra, desde B. B. King o Nat King Cole, a Earth, Wind & Fire. Algunas noches proyectaban películas de conciencia social como Pequeño Gran Hombre con Dustin Hoffman, El candidato de Robert Redford, El diario de Ana Frank, o miniseries como Raíces. La cinta favorita de Jones era Acción Ejecutiva con Burt Lancaster sobre el asesinato de JFK. Todas eran obras críticas, hechas por creadores liberales norteamericanos.

El resto de los días Jones comentaba las noticias a su manera. Lo mismo exaltaba a Idi Amin en Uganda que al régimen soviético, pero todo con un tono apocalíptico. Las reuniones eran en el pabellón grande al aire libre, que se ve en todas las fotografías de la matanza. Al principio todos podían sentarse en bancas grandes como de picnic, pero cuando eran más de novecientos, algunos tenían que estar de pie. Jones se sentaba en una silla como de jardín sobre una plataforma bajo el cartel de una cita no bien transcrita del filósofo de origen madrileño establecido en Estados Unidos, Santayana: “Aquellos que no recuerdan el pasado, están condenados a repetirlo”, decía la frase en inglés. Las imágenes del salón lleno de muertos son de una extraña ironía ante tal pensamiento. Esta semana estaba en la presentación del nuevo libro de Antonio Muñoz Molina. En Tus pasos en la escalera escribe que “la memoria no preserva el fulgor glorioso de un solo momento que puede no repetirse, sino secuencias de hechos, vínculos que pueden ser correlativos o causales, pero que advierten de la probabilidad de algo”.

Tal vez por eso dice Isaías: “Acordaos de los tiempos antiguos porque Yo Soy y no hay otro, y nada hay semejante a mí” (46:9). Los miembros del Templo de Pueblo debían haberse dado cuenta que Jones no era Dios, como decía. Él hablaba cada vez más de la reencarnación, como si la vida continuara en otro cuerpo después de la muerte. El Ser de Dios, sin embargo, es la verdadera Vida (Juan 14:6). Jesucristo no enseña la reencarnación, sino la Resurrección y la Vida (Jn. 11:25), para el que en Él cree. Si nos acordamos de Él como el Gran Yo Soy, no confiaremos en falsos dioses, como Jones, sino que conoceremos la vida que triunfa sobre la muerte.

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10. Esta patente paranoia.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

El miedo nos hace perder la perspectiva. Te lleva a cometer muchos errores. Hay círculos cristianos que viven en constante paranoia. Se sienten asediados por un mundo que les resulta hostil. Todo les parecen atentados contra la libertad de expresión. Perciben cualquier gesto como amenaza. Todo son conspiraciones y tramas ocultas. Se ven rodeados de enemigos, que les tienen en el punto de mira. Su afán de protagonismo hace que busquen la oposición que haga evidente su persecución, hasta el punto de escenificar ataques con el único objeto de llamar la atención. Jonestown es un claro ejemplo de a dónde te puede llevar la paranoia.

Toda iglesia tiene miembros que han salido con quejas. Suelen ser individuos o familias que se han marchado disgustados, como ocurría en el Templo del Pueblo. Algunos se habían cansado de la paranoia de Jones, otros estaban indignados por el fraude de la manipulación de sus milagros. Varios se habían asustado por la escalada de violencia en la disciplina en la iglesia, pero la mayoría estaban resentidos por haber entregado sus propiedades a un individuo que como su hijo dice, no era más que un espejo en el que cada uno proyectaba lo que buscaba en la vida, fueran un padre, un amante o un simple modelo a seguir.

Muchos callaban, sea por miedo a las represalias, o al escepticismo de aquellos que no iban a creer sus historias. El artículo de la revista New West en el verano del 77 cambió todas las cosas. El Templo negó todo en varios comunicados de prensa, pero la realidad es que Jim Jones había tenido que dejar el país antes de lo que pensaba y los dos principales diarios de San Francisco iban a seguir la investigación de New West. Muchos antiguos miembros se encontraron de nuevo por medio del matrimonio que había denunciado el Templo al Departamento del Tesoro por contrabando de armas con pasaportes falsos, los Mertle. Se formó entonces un grupo que atendía al nombre de Parientes o Familiares Preocupados.

“Familiares preocupados”

Elmer y Deanne Mertle fueron de los primeros miembros en dejar el Templo. Llegaron a ser parte de la iglesia en 1969. Ella se encargaba de las publicaciones y él era el fotógrafo oficial del Templo. Lo dejaron en 1974 con sus cinco hijos, después de que su hija fuera golpeada con una paleta por una infracción menor. Al salir cambiaron oficialmente su nombre a Mills, ya que habían dado derechos legales a Jones. Ella publicó entonces sus memorias de Seis años con Dios: La vida dentro del Templo del Pueblo del Rev. Jim Jones y estableció un centro en Berkeley para la “desprogramación” –el polémico tratamiento de terapia conductista en los años 80, que implicaba el secuestro de miembros adultos de sectas, previo pago de los familiares a supuestos especialistas–.

Los Mertle convencieron al representante del partido demócrata Leo Ryan a ir a Jonestown, donde fue asesinado en el aeródromo de Port Kaituma por miembros del Templo del Pueblo. Un año después aparecieron muertos en su casa, junto a su hija de 15 años. Un hijo de 17 que estaba en casa, Eddie, no sufrió daño alguno, pero sus padres y su hermana Daphene fueron asesinados en 1980, limpiamente, como en una ejecución. La entrada no había sido forzada y no había señales de robo. El hijo dice que no oyó nada, pero había residuos de los disparos en sus manos. Eddie fue arrestado al venir de Japón en 2005, pero fue liberado por falta de pruebas y volvió a este país, donde vive con su esposa y dos hijos. Muchos siguen sospechando que el Templo del Pueblo estaba detrás de los crímenes.

Grace Stoen empezó los trámites para recuperar la custodia de su hijo John Victor, que su marido Tim había dicho ante notario que era hijo de Jim Jones. Los dos lo negaron a partir de entonces. En el reportaje de New West ella no dice nada de su hijo, pero el testimonio de los dos está en el centro del documental evangélico Engañados (Deceived), el excelente trabajo que hizo el profesor de comunicación de Fuller, Mel White –antes de “salir del armario” y casarse con otro hombre, tras dejar a su familia y revelar que había sido el “autor fantasma” de libros de predicadores tan conocidos como Billy Graham–. En la película no hablan de su separación, ni la declaración jurada en 1971 de que John Victor fuera hijo de Jones. Tim autoeditó luego sus memorias, siendo fiscal. En ella se presenta como alguien en continua guerra con Jones, aunque fue su principal representante cuando era ayudante de fiscal.

Custodia en conflicto

Tim no se alió inmediatamente a la causa de los Familiares Preocupados, pero la demanda de custodia de Grace le dio mucha más publicidad al grupo que el pleito de los Mertle por las casas que decían que el Templo se había apropiado. A su favor, Jones no sólo tenía la declaración jurada de Tim, que decía que él le había pedido al pastor que engendrara a su hijo, para mantener a Grace en el Templo y que ella se negó a abortar, como Jones le pidió. Además, el pastor tenía preparadas acusaciones falsas, por si llegara el caso. Docenas de miembros del Templo estaban dispuestos a testificar que la madre maltrataba a su hijo e incluso abusaba sexualmente de él, así como de otros menores que estaban bajo la custodia de la iglesia.

El mismo día que ella presentó la demanda en San Francisco, solicitó el divorcio de Tim, que Jones calificaba ahora como el enemigo del Templo. Al anular el juez la custodia de Jones del hijo, no sólo podía perderlo, sino permitiría que el Templo se quedara sin muchos de los menores que estaban bajo su tutela. Los adultos se podían ir y todo el proyecto de futuro como sociedad alternativa de Jonestown se haría pedazos. Al no presentarse ante el juez, el abogado de Grace, Haas, lleva el caso ante la justicia de Guyana. La noche antes de ir el abogado con el funcionario del juzgado a Jonestown, Jones se pone nervioso y escenifica otro de sus atentados. Le pide a su hijo Jimmy que dispare su rifle en la cabaña, para que crean que les están invadiendo y han intentado asesinarle.

Maria Katsaris recibe a la comisión y les dice que el pastor está ausente. Asegura que no sabe cuándo vendrá. Mientras Jones manda un mensaje por radio a la oficina del Templo en la capital, para que contacten con el primer ministro, Reid, pero él también está ausente, precisamente en Estados Unidos. En la mente paranoica de Jones, la demanda de presentarse ante el juez Bishop en Guyana no es casualidad que coincida con la visita de Reid a Estados Unidos. Teme que hay una conspiración contra él, que une a los gobiernos de los dos países. Su reacción de alarma es anunciar a todos por los altavoces, que van a ser atacados. La amenaza viene, según él, al unirse un grupo de mercenarios a tropas de Guyana, dirigidos por Tim Stoen, para llevarse a los niños del Templo. Pone a dos docenas de hombres armados en la entrada y pide a su hijo Jimmy que lleve con otro adolescente, los lingotes de oro –que constituyen el tesoro del Templo, fuera de las cuentas en bancos extranjeros– a la jungla, para llevarlo a la embajada soviética –que será su lugar de refugio–.

Asedio mental

Aunque Jones toma el papel de comandante en jefe, tiene como asesor militar a Tim Carter, un veterano del Vietnam que había llegado al Templo en 1973 con las heridas emocionales de la guerra y una infancia marcada por la muerte de su madre y el maltrato de un padre alcohólico. La segunda noche del supuesto sitio, Jones cambia de táctica. Anuncia que se van con el barco del Templo a Cuba, para pedir asilo. El abogado vuelve a Jonestown y John se marcha con su probable hijo a la jungla. Al marcharse Haas a la capital, el pastor dice a su esposa Marceline en California que están “preparados para morir”. Finalmente ella localiza al primer ministro de Guyana en Estados Unidos, que le dice que no van a ser atacados. Luego Reid mismo asegura a Jones que no va a ser arrestado, pero él no le cree.

Esos “seis días de asedio”, los indígenas no podían entrar en Jonestown, como era costumbre los domingos por la tarde, que recibían atención médica, les invitaban a comer y veían películas con los miembros del Templo. Maria Katsaris cuidaba de John Victor. De hecho, le dijo que su madre había muerto. Las autoridades de Guyana, lejos de estar a punto de atacar Jonestown, mantenían relaciones cordiales con el Templo del Pueblo, que visitaban regularmente. Y Estados Unidos había nombrado un nuevo embajador en 1978, John Burke. Este acababa de mandar un informe confidencial al Departamento de Estado, que decía que era “improbable que nadie estuviera contra su voluntad en la comunidad”. Lo que pasa es que Jones lo desconocía, obviamente. Y en su mente, las dos naciones eran ahora enemigas del Templo del Pueblo. Ryan era el único dispuesto a acometer acciones contra Jones, si era reelegido ese año.

Jones culpa de todo a Stoen, que era odiado por muchos que creían que era el responsable de la dura disciplina del Templo. Contrata a un abogado de Guyana y ofrece dinero a los Stoen, para cerrar el caso, pero no aceptan el soborno. A los problemas legales por la custodia de John Victor, se une la demanda de los padres de otro menor y los intentos del padre de Katsaris por convencer a su hija, trasladándose a Guyana. Ella tiene que entrevistarse con él en la embajada. Ante personal diplomático y varios miembros del Templo, ella dice que está bien en Jonestown y después de marcharse, el padre se entera que le ha acusado de abusar sexualmente de ella, cuando era niña. Ese mismo mes Jones escucha que el fiscal general de California quiere hacer público el registro de su detención por indecencia en un cine de Los Ángeles. Para colmo, su esposa vuelve a Jonestown, donde él está viviendo abiertamente con Katsaris y Layton. Le dan una cabaña para ella sola, pero el 9 de diciembre aparece muerta su madre de un ataque al corazón.

“Primera noche blanca”

En ese estado emocional Jones anuncia una noche que se van a Rusia. Al decir esto, se desvanece en la silla del pabellón donde están reunidos. Recobra el conocimiento y explica que ha sufrido una “hemorragia cerebral”. Les advierte que tienen que aprender ruso y dejar la Tierra Prometida que tenían en la jungla. No hay discusión, ni votaciones. Es entonces cuando le pide al médico Schacht un “medio germicida”, que él pueda desarrollar. El joven doctor que el Templo había formado, le contesta en una nota que “puede organizar el aspecto suicida”. Los planes de ambos eran conocidos por Layton, Katsaris y Phillys Chaikin. Esta última sugiere que lo mejor sería disparar a todos, pero Jones prefiere el veneno.

La mañana del 16 de febrero de 1978 Jones junta a todos en el pabellón. Anuncia que hay cambios en el gobierno de Guyana. La CIA podría haber intervenido. Y la presencia de soldados en Port Kaituma sugiere un ataque inminente. Alguien dice en la grabación que han de irse entonces a Rusia, pero para su sorpresa, Jones afirma que no están preparados para ello. Ancianos y niños se quedarían atrás y él no está dispuesto a ello. No tienen más que unas horas. Lo mejor es que ellos mismos se quiten la vida, dice Jones, para que sus enemigos no piensen que han triunfado. Algunos murmuran, pero no se oye objeción alguna. Se prepara un líquido oscuro que han de beber. Morirán en tres cuartos de hora. Ahora sí que algunos protestan, pero los guardias les ponen al principio de la fila, para hacerles beber a ellos primero. Jones les promete una “muerte sin dolor”.

Los que estaban en la Comisión de Planificación en San Francisco sospechaban que Jones estaba haciendo otra prueba de lealtad, como la que había hecho con ellos, cuando dijo que había envenenado el vino que una vez les dio en una reunión. Efectivamente, cuando todos habían bebido en Jonestown, dijo: “¡No habéis tomado nada!”. Era una prueba más para saber si estaban dispuestos a entregar su vida por la causa. Habían aprobado. Tenían ahora el día libre. No tenían que ir a trabajar. Parece increíble, pero no era un juego, sino la locura a la que lleva la paranoia de sentirse asediado. Te hace creer que el mundo gira alrededor de nosotros. Y todos te han de mostrar su lealtad ofreciendo su vida, si hace falta.

El peligro de la ansiedad

En Lucas 12 Jesús exhorta a sus discípulos sobre el peligro de la ansiedad. No han de tener miedo, porque su Padre está en los cielos. Les dice: “No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (v. 32). Él es el Pastor, el Padre y el Rey. Tenemos que renunciar a toda ilusión de control y creer que Jesucristo es el Rey Pastor. Si “el Señor es mi Pastor” (Salmo 23:1), “el Cordero es mi Pastor” (Apocalipsis 7:17). Quien nos busca, guía y protege, ha vivido, muerto y resucitado, para interceder por nosotros hasta que vuelva un día y nos dé el descanso que la muerte no puede darnos.

El mandamiento más repetido en la Biblia es: “¡No temáis!”. Según la Escritura, si tememos tanto al hombre, es porque tememos tan poco a Dios. El temor del Señor es el antídoto a la ansiedad. Es lo que a Jones le faltaba, pero también a muchos de sus seguidores. Si Dios es bueno, podemos dormir confiados. El Cordero es mi Pastor. Él nos guardará de todo mal.

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11. Muerte en la jungla.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

¿Quién no se ha sentido alguna vez tan cansado de la vida, que quisiera morirse? Jim Jones repite una y otra vez estas palabras en la llamada “cinta de la muerte”, la grabación de la masacre ocurrida hace cuarenta años en Guyana. Aquel 18 de noviembre de 1978 no sólo murió el dirigente del Templo del Pueblo, sino novecientas personas con él. Se calcula que fue la mayor pérdida civil americana de vidas humanas por un acto deliberado, hasta los ataques del 11 de septiembre del 2001.

Fue la última “noche blanca”, un término que Jones utilizaba en los momentos de crisis para evitar la expresión “día negro”, que consideraba racista. Aunque el primer simulacro de suicidio colectivo fue ya en una reunión del comité de planificación en California en 1975 –que Jones dijo a sus dirigentes que habían tomado veneno con el vino que les había ofrecido–, a partir de 1977 todos los miembros del Templo del Pueblo creían que había cianuro en la bebida que les daban “las noches blancas”.

Tras el asesinato del congresista Leo Ryan en el aeródromo, después de ser atacado con un cuchillo por un miembro del Templo en su visita a Jonestown, todos entendían que esto no era una prueba más de lealtad. Se trataba finalmente del anunciado “suicidio revolucionario” –una expresión que había sacado Jones del título de las memorias del fundador de las Panteras Negras en 1973, Huey Newton, que hablaba de la lucha incesante contra la opresión, no del suicidio–, la muerte como protesta en un acto de “conquista revolucionaria”, no como un gesto cobarde de derrota.

¿Suicidio masivo?

Como Jones creía ahora en la reencarnación –parece que, por influencia de su madre, que tenía ideas espiritistas–, morir no sólo era “dormir”, sino el “paso al otro lado”. En su mente retorcida, presenta la muerte de casi trescientos niños como un acto de “bondad”. Ya que el asedio a la comunidad era para quitarles la tutela de los menores, que serían llevados así a la “esclavitud”. Cuando no tenían edad para poder beber, se les inyectaba el cianuro, que no da ninguna muerte “apacible”, como decía Jones. Es algo brutal, porque produce convulsiones, mientras vomitas sangre y saliva, antes de quedar inconsciente. Lo que provocaba la reticencia de las madres que vieron la muerte de los primeros niños. Por lo que fueron empujadas por los guardias a las enfermeras con las jeringas.

En la “cinta de la muerte” hay sólo una objeción, la de Christine Miller, una agente de bienes raíces que tenía éxito en los negocios en California, pero se ve abocada aquí a lo que considera un acto desproporcionado, la muerte de “mil doscientas personas” –dice–, porque unos pocos se hayan marchado con el congresista Ryan. Pregunta a Jones si es demasiado tarde para ir a Rusia. Y él le contesta con otra pregunta: “¿Nos va a querer Rusia con este estigma?”. Se refiere al asesinato de Ryan. Ella contesta con valor: “Yo no lo veo así, quiero decir que mientras hay vida, hay esperanza”.

La idea de que la muerte de todas estas personas fue un suicidio colectivo viene de la aparición tras la masacre de un psiquiatra de Guyana, residente en Estados Unidos, llamado Hardat Sukhdeo. Aunque no sabía nada del Templo del Pueblo, era un activista contra las sectas que aparece en Jonestown hablando a los medios de comunicación sobre el “control mental” por medios como la hipnosis. Antes de hacerse conocido en los años 80 con el controvertido método de la “desprogramación” –un lucrativo tratamiento conductista que implicaba la ilegalidad del secuestro de adultos–, la especialidad de Sukhdeo –según su currículo– era “el homicidio y suicidio de animales en campos electromagnéticos”. Sus explicaciones no se basaban en ninguna autopsia.

“La cinta de la muerte”

El Templo del Pueblo grababa todos los mensajes de Jones, incluido este último. La cinta llamada Q 042 estuvo mucho tiempo en posesión del FBI, pero ahora es tan conocida que no hay documental o vídeo de YouTube en que no se escuche la grabación. A diferencia de otras cintas, ésta tiene unos sonidos fantasmales de fondo y una música que no se sabe de dónde viene. Hay los silencios habituales entre las palabras de Jones, pero continuos aplausos, algunos claramente fuera de lugar. Y se dice algo tan extraño como que lleven al funcionario de la embajada americana en Jonestown, Robert Dwyer, a la Casa del Este, cuando se había ido con el congresista Ryan al aeródromo, donde fue herido.

No hay duda de que se trata de una cinta editada posteriormente. Está claramente montada para dar una impresión, la del suicidio masivo. Las primeras noticias de la masacre hablan de cuatrocientos muertos. Van acompañadas de las fotos de los periodistas que sobrevivieron al asesinato de Ryan. Trescientos miembros del Templo del Pueblo parecían haber escapado, pero luego aparecen novecientos cadáveres apilados en tres capas, uno encima del otro. Los supervivientes que fueron a la jungla, lo que recuerdan, sin embargo, son continuos disparos. En la versión oficial no hay más disparos que los del aeródromo lejos de allí, o el que sería la causa de la muerte de Jones. Sin embargo, la única autopsia en condiciones que se hizo, que fue la de Jones, muestra indicios de haber bebido el cianuro también.

No es extraño que las teorías conspiratorias hayan florecido, ante las preguntas sin respuesta de la masacre de Jonestown. Una de las más populares es la que relaciona a Jones con la CIA, a pesar de ser un comunista convencido. Se habla de sus años en Sudamérica, los viajes a Cuba, la frecuencia de radio que usaba, la cesión de una sinagoga a su iglesia en Indiana y hasta los monos que vendía entonces. Todo ello presenta a Jones como un cínico que utiliza el discurso socialista para infiltrarse en medios radicales y acabar facilitando la muerte de un político con tantos enemigos como Ryan. Otras teorías son tan estrambóticas que presentan a Jones como todavía vivo, aunque su cuerpo fuera incinerado y arrojadas sus cenizas al mar.

Lo que es evidente es que no está claro si fue un suicidio masivo, a pesar del cianuro en una bebida que no es el famoso Kool-Aid de la expresión que luego se hizo famosa. Era una versión barata de otra marca disponible en Guyana. La original es una mezcla en polvo de color rojo con sabor a cereza, que se inventó en Nebraska en 1927 y es ahora comercializada por la casa Kraft. Aunque Jones era el que había escogido el cianuro como el mejor medio para el “suicidio revolucionario”, ahora estaba casi todo el tiempo drogado y ausente de la vida comunitaria. De hecho, eran Carolyn Layton y María Katsaris las que habían asumido la plena dirección de Jonestown.

Desesperanza

Parece que hubo varios intentos de la esposa de Jones, Marceline, por hacer cambiar de idea a su marido. Ella trabajaba en la clínica con el médico que había preparado el cianuro, Larry Schacht. Le propuso a Jones que viajara a Rusia con los más jóvenes, que ella se quedaría con los mayores en Jonestown, pero la embajada ponía cada vez más problemas. Aunque Cuba parecía estar dispuesta a darles asilo. La realidad es que Jones había perdido toda esperanza. Su errática conducta iba ahora acompañada de discursos inconexos con una voz apagada, que sólo recordaba su extraordinaria vehemencia de predicador, cuando estaba bajo el efecto anfetamínico de las pastillas que le quitaban el sueño.

Todo indica una profunda desesperanza. La esperanza es la sensación de expectación y deseo que algo pueda ocurrir. La fe en la Biblia, sin embargo, está basada en una “esperanza viva” (1 Pedro 1:3), no como algo vago y probable, sino cierto y seguro. Esa certeza viene de un hecho, no un sentimiento, “la resurrección de Jesucristo de los muertos”. Si como Miller decía, mientras hay vida, hay esperanza, lo cierto es que es la esperanza lo que da vida. La desolación de Jonestown lleva a abrazar la muerte como la única salida. El Jesús en que supuestamente creía el Templo del Pueblo, ha venido, sin embargo, a traer vida y vida en abundancia (Juan 10:10). Es a Él a quien había olvidado Jones y los militantes de este mundo nuevo, ¡el Único en que tenemos esperanza!

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12. Lecciones del Templo del Pueblo.

FUENTE: Protestante Digital

 

 

Cuarenta años después de la masacre de Jonestown es tiempo de sacar algunas conclusiones, para “aprender de la historia y no tener que repetirla”. Eso decía, irónicamente, la frase mal transcrita del filósofo madrileño Santayana, que tenía Jim Jones sobre su silla en la plataforma que había en Guyana, como vemos en las fotos de los más de novecientos cadáveres que rodeaban el pabellón. Tras esta extensa serie de artículos –la más larga que haya hecho hasta ahora, que comenzó con la recuperación de mi última operación y concluyo ahora con el preámbulo de la siguiente–, es hora de apuntar algunas lecciones de la historia del Templo del Pueblo.

Los que quieran saber más, les remito a las dos biografías más completas que hay de Jones. Hay muchos libros sobre Jonestown en castellano, pero el mejor sigue siendo el monumental El Cuervo, publicado por Planeta en 1986, pero escrito poco después de la masacre por Tim Reiterman, periodista del San Francisco Examiner que acompañó al congresista Leo Ryan y fue herido en el tiroteo de su asesinato. Sin esa urgencia, Jeff Guinn ha hecho en inglés el año pasado la mejor obra que se ha editado por el aniversario, que da título a esta serie (The Road To Jonestown). Aunque no es un académico, está escrito aún con más rigor y concisión que la de Reiterman.

La película que más se encuentra en español –tanto en DVD como en pésima imagen por YouTube– es Guyana, el crimen del siglo (1979), un engendro del mexicano René Cardona, aparecido un año después de la masacre. Esta horrenda cinta cuenta con viejas glorias de Hollywood en horas bajas como Joseph Cotten, Yvonne De Carlo o John Ireland, junto a actores españoles como Juan Luis Galiardo o “la reina del destape” de la Transición, Nadiuska –que por supuesto, sale desnuda una y otra vez–. Obvia decir que no aprenderán mucho de ella.

Más digna es la producción estadounidense para la televisión de William Graham con el actor Powers Boothe (La tragedia de Guyana), sólo disponible en inglés en DVD. A pesar de lo que el título sugiere, recorre la vida de Jones, aunque de modo tan fragmentario como la mayoría de los documentales, que dejan bastante que desear, la verdad. El final está basado en el libro de Charles Krause –publicado por Bruguera el año después de la masacre–. Es la parte que más se asemeja a la realidad, como demuestra la ausencia de música en el momento de la muerte –presente en la llamada “cinta de la muerte”, pero claramente añadida después–. Hay muchas más expectativas de la serie que está preparando para HBO sobre Jonestown, el creador de Breaking Bad, Vince Gilligan, se hablará mucho del tema, dentro de poco…

¿Qué más se puede ver y oír?

La reciente serie documental de la televisión de Sundance no ha logrado con su extensión, dar más luz que el reportaje producido por la cadena pública de Estados Unidos PBS, por el aniversario. Ésta ya había hecho un largometraje documental en 2006, que daba la impresión equivocada de que los procedimientos disciplinarios eran delante de la congregación, lo que no era así. La serie de Sundance habla mucho de la batalla de Grace Stoen por la custodia de su hijo, pero silencia la cuestión de la paternidad de Jones. Los programas de televisión que se pueden ver en YouTube no pasan de ser meros reportajes sin mucho interés.

Mucho más recomendable es el documental evangélico Engañados (Deceived), que fue doblado en su día, pero está en versión original con buena calidad de imagen en YouTube. Fue un excelente trabajo que hizo el profesor de comunicación de Fuller, Mel White –antes de “salir del armario” y casarse con otro hombre, tras dejar a su familia y revelar que había sido el “autor fantasma” de libros de predicadores tan conocidos como Billy Graham–. En él hablan los Stoen, pero no se menciona su separación, ni la declaración jurada en 1971 de que John Victor fuera hijo de Jones. Lo mejor son las conclusiones autocríticas de White. Es el mejor material cristiano que conozco sobre el tema.

El recurso más completo en Internet es la página en inglés de “Consideraciones alternativas de Jonestown y el Templo del Pueblo” que ha hecho el Departamento de Estudios Religiosos de la Universidad de San Diego, toda una mina de documentación, enlaces y referencias académicas. Aunque hay muchos podcasts en inglés, el mejor es la serie de “Transmisiones de Jonestown” que utiliza las cintas de Jones en once episodios llenos de sugerencias, que consideran incluso las preguntas que plantean muchas teorías conspiratorias. Yo mismo he hecho una serie de podcasts para iVoox, grabados en estudio con la voz de Jones, música de la época y sonidos de la jungla, para el que esté interesado en escuchar algo en castellano.

¿Cuándo una secta es peligrosa?

La lección más obvia de Jonestown es que hay sectas peligrosas. Ya que una secta no es una organización criminal, ¡no nos equivoquemos! No todas las sectas son destructivas. Ahora todo el mundo es capaz de reconocer el peligro de Jonestown, después de la masacre. Lo que pasa es que incluso unos días antes, el embajador de Estados Unidos en Guyana, John Burke, mandaba un informe al Departamento de Estado diciendo que “es improbable que alguien esté retenido a la fuerza o contra su voluntad en la Comunidad de El Templo del Pueblo”. De hecho, advierte que “continuar investigando alegaciones podría hacer que la Embajada y el Departamento sean acusados de acoso”. ¡No nos engañemos! Quien está en una secta, es porque quiere…

En sociedades donde no hay mucha tradición de libertad religiosa, el discurso sobre el peligro de las sectas se puede volver fácilmente en contra del derecho a la libertad de culto. Este fue uno de los efectos de Jonestown. Hubo una auténtica paranoia en los años 80 sobre este tema. En países como España, recién llegados a la libertad religiosa, había encuestas que decían que la mayor preocupación de los padres después del peligro de que su hija se quedará embarazada, es que entrara en una secta. Los medios de comunicación estaban llenos de reportajes sensacionalistas sobre sexo y manipulación en las sectas. Todavía se vuelve de vez en cuando a ese tratamiento del tema.

Lo que se hizo evidente en los procesos legales que hubo entonces, es que no era fácil demostrar el delito de estos grupos y que muchas de las acciones policiales habían sido injustificadas. Los políticos que formaron incluso comisiones parlamentarias para estudiar la posibilidad de hacer leyes sobre el tema, fueron desaconsejados por sus asesores, ya que semejante legislación podía atentar contra un derecho fundamental como es la libertad religiosa. La única opción que quedaba era la conciencia social a la que puede llevar la formación educativa y la divulgación de los medios de comunicación. No hay otra alternativa en una sociedad democrática.

¿Control mental?

Ante las limitaciones del tratamiento legal y político, la relativización sociológica que hace de la secta una religión en formación y el dogmatismo con el que se trata la cuestión doctrinal desde el punto de vista religioso, la mayor parte de los estudios se han orientado en los últimos años al aspecto psicológico. Tras descartar la especulación sobre “el lavado de cerebro”, que hizo que muchos relacionaran los sistemas de persuasión coercitiva del maoísmo chino en prisioneros americanos durante la guerra de Corea con el llamado “control mental” de las sectas, se buscó una vía de terapia que no cayera en la ilegalidad de la “desprogramación”. La práctica de los llamados “desprogramadores” suponía el secuestro de mayores de edad, para someterles a un tratamiento agresivo de psicología conductista, que era un delito mucho más claro que la actividad sectaria, al ser algo en contra de la voluntad del individuo.

Surge entonces la pregunta de si hay individuos o situaciones en que uno esté más en riesgo de entrar en una secta. Al principio se hablaba del peligro de las sectas para la juventud, porque se creía que eran jóvenes desorientados los que entraban en estos grupos. Cuando en los años 80 se vio que eran personas de mediana edad en momentos de crisis, los que llegaban a formar parte de estas organizaciones, se empezó a hablar de situaciones de peligro, en vez de individuos vulnerables. Tras estudiar en los 80 cómo funcionaba la conversión en la secta de Moon, la profesora escocesa Eileen Barker hizo una influyente critica a la teoría del “control mental” en Nuevos Movimientos Religiosos que popularizó Margaret Singer. Desde entonces, el concepto ha sido desestimado en testimonios presentados en el contexto judicial.

Es cierto que Barker es una socióloga, pero su visión fue desarrollada por el psicólogo australiano Len Oakes y el profesor de psiquiatría británico Anthony Storr. El primero es autor del estudio más importante que se ha hecho sobre el llamado “carisma profético” y el segundo fue famoso por su investigación de la psicología del gurú. Es evidente que Jones tenía lo que llaman un “desorden narcisista de personalidad”, pero eso no explica la atracción que producía en sus seguidores. El doctor Harary escribe sobre Jonestown en Psychology Today que “los que se unen a sectas como el Templo del Pueblo esperan crear un mundo mejor y creen mentiras de la misma manera que cualquiera de nosotros se puede encontrar al enamorarse de la persona equivocada o dejar ser manipulado”. Para él, “la única diferencia real es el extremo al que somos llevados por esos sentimientos”.

¿Autoengaño o manipulación?

La pregunta de cuándo una iglesia se convierte en secta no es fácil de contestar. En un sentido los miembros del Templo del Pueblo eran engañados, porque había una realidad oculta más allá de la comunidad de integración racial que atraía a la oprimida población afroamericana que había encontrado en la fe su experiencia de liberación. El Comité de Planificación era una iglesia dentro de la iglesia, formada por aquellos profesionales blancos de mente liberal que llevaban la dirección y disciplina de una congregación, que no dudaban en manipular con todo tipo de estratagemas para falsificar milagros y reforzar la autoridad de Jim Jones. Ellos eran tan responsables como él, de lo que pasaba en la iglesia.

El discurso victimista ha hecho de Jones un monstruo, cuando fueron los miembros del Templo del Pueblo los que le convirtieron también en un dios. Es cierto que tenía dones como la evidente vehemencia de predicador que muestra al principio y su incansable activismo de reformador social, pero hay otros aspectos de su carisma, difíciles de apreciar. A algunos nos parece repulsivo hasta su aspecto físico. Sin embargo, tuvo relaciones con muchas mujeres y algunos hombres de la comunidad. Era soberbio y vanidoso hasta la petulancia. Y a pesar de ello, le tenían un cariño como si fuera la mejor persona del mundo. La clave está en lo que dice su hijo Stephan, era como un espejo en el que todos reflejaban lo que buscaban en la vida. Y él dependía de su aceptación para su propia autoestima.

Algunos cristianos han querido ver en ello un engaño demoníaco. Y es cierto que hay una dimensión espiritual en el error. Ya que el diablo es padre de toda mentira (Juan 8:44), pero también nos encontramos aquí ante la realidad humana que hace que la religión o los más nobles ideales estén manchados por ese poder corruptor que la Biblia llama pecado. Creo que hay mucho de admirable en el ideal de justicia del Templo del Pueblo, que crea una comunidad donde no hay división de raza o condición económica. Para el modo de vida consumista del liberalismo capitalista americano, eso es socialismo, que asocian con el ateísmo y una ideología que es origen de todos los males. Lo que pasa esa es que esa visión de la vida comunitaria no está lejos del modelo bíblico. El problema no era el ideal, sino la realidad de la miseria humana que todo lo estropea y destruye. Es evidente que Jones tenía lo que se llama un desorden narcisista de personalidad, pero eso no explica la atracción que producía en sus seguidores.

Desconfianza y decepción

Es por eso, que tenemos que volver al problema fundamental de dónde está nuestra confianza. Cuando Jones empezó a criticar la Biblia, es él quien se puso como autoridad. La escenificación del momento en que pisa las Escrituras, para declarar su divinidad en una reunión de la iglesia en California, no es más que la confesión de dónde está su esperanza. Ya no en un Dios en los cielos que traiga su Reino a este mundo, sino en la capacidad humana de cambiar esta sociedad. Quien así hace, se engaña a sí mismo. “Maldito el que confía en el hombre”, dice el profeta Jeremías (17:5). El resultado será la decepción.

Cuando el Templo del Pueblo pretende construir el Paraíso en la tierra, muchos han observado la ausencia de biblias en Guyana. No es del todo cierto. Había personas mayores que todavía leían las Escrituras, pero la Biblia brillaba ya por su ausencia en los mensajes de Jones. Dejó incluso de intentar falsificar milagros. Ya no había más que un discurso político de autocomplacencia. El problema es que ya no encontraba la satisfacción que tenía en San Francisco relacionándose con las autoridades, mientras recibía la admiración de los miembros de su iglesia, que le idealizaban con la distancia del que está sobre el púlpito. Ahora convivía con ellos y notaba el cansancio que producían sus desvaríos, el capricho de su arbitrariedad y la crueldad de su tiranía. Por eso se droga y engorda, mientras los demás trabajan y pasan hambre. Para todos es evidente la inconsecuencia entre su palabrería y su patético ejemplo.

Es así como la utopía es ahogada por el interés propio. Son sus amantes y lugartenientes, Carolyn Layton y María Katsaris, las que dirigen con mano férrea Jonestown, cuando Jones está casi todo el tiempo drogado. Es la locura de la ambición por la que su fanatismo los lleva a creer que controlan su vida disponiendo de su propia muerte en el llamado “suicidio revolucionario”. No por un efecto hipnótico de las palabras de Jones, sino por la presión y fuerza de sus guardianes. Es la violencia de una muerte inducida, más que un suicidio colectivo. En el caso de los niños, literalmente. Incluso en Georgetown, Sharon Amos llega a acuchillar a sus hijos y matarse ella misma, sólo por el mensaje de radio que reciben para buscar su muerte como si fuera un acto de venganza contra sus enemigos. Apenas unos cuantos lograron escapar a esta locura. Cambiaron la Palabra de vida por palabras de muerte y destrucción... La Biblia brillaba por su ausencia en los mensajes de Jonestown. Ya no había más que un discurso político de autocomplacencia.

La Palabra liberadora

La Biblia, lejos de ser un instrumento de opresión, es la Palabra liberadora de la tiranía de hombres como Jones y de la pesadilla en que se convierten nuestros sueños de crear un mundo ideal. La confianza en el Dios que se revela en la Escritura te libra de la frustración de la desproporción que existe entre las palabras y los actos humanos. Nuestros discursos pueden ser sinceros, pero nuestro corazón nos engaña, como dice también Jeremías (17:9). La buena noticia es que Dios es mayor que nuestro corazón (v. 10).

Vivimos en una época que ha hecho de la sinceridad la virtud suprema, pero podemos equivocarnos sinceramente, arruinar nuestra vida y la de los demás. Tenemos que discernir los motivos de nuestro corazón y preguntarnos en quién confiamos. Si buscas en ti, lo que sólo puedes encontrar en Dios, lo que descubrirás es más de tu propia miseria. Ya que no tenemos el corazón de oro que creemos tener.

Todo esto produce una inmensa desconfianza. Si no nos fiamos de nosotros, ¿en quién vamos a confiar? Ante la inocencia perdida, lo que debemos es confiar en Aquel que nunca nos puede fallar. La fe en el Dios que se revela en Jesucristo nos libera del desengaño que producen las promesas humanas basadas en buenas intenciones que no pueden cumplir. La Biblia dice que Él es fiel (1 Corintios 1:9), pero ¿qué garantía tengo de ello? No hay otra base para confiar en la fidelidad de Dios que Cristo Jesús. Es en su Hijo que Dios nos ama.

Es por eso que no debemos confiar en hombres como Jim Jones, sino mirar a Aquel que nos ha amado tanto que ha dado su vida en la cruz por nosotros. Sólo allí encontramos la paz y la misericordia. Él es fiel, ¡aunque nosotros seamos infieles! No puedo confiar en mí, pero sí en Aquel que nunca me fallará. Nada me podrá separar de su fiel amor en Cristo (Romanos 8:38-39). Esa es la única seguridad que tengo.

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