Cáritas | Análisis y reflexión • 11 Abril 2019

 

Nueve meses sin empadronar, nueve meses sin derechos

 

Monika Martin nos cuenta el largo camino hacia el empadronamiento de un niño de poco más de un año, hijo de una mujer procedente de Guinea Ecuatorial.

 

 

Por Monika Martin Soldevilla. Área de Familia e Infancia de Cáritas Bizkaia


 

 

Hace algo más de un año, en plenas Navidades de 2017, llegó a nuestro proyecto Rosa (nombre ficticio), originaria de Guinea Ecuatorial, con su pequeño Óscar, que el pasado mes de noviembre había cumplido su primer año de vida.

Rosa llegaba en una situación muy complicada y enseguida se instaló en una de las viviendas que, desde Cáritas, estábamos gestionando en la zona. En enero ya tenía techo, vivienda y contrato, se había incorporado al programa de educación familiar en el centro y estaba respondiendo muy bien al plan de trabajo que habíamos elaborado conjuntamente.

A la hora de ir al Ayuntamiento a solicitar el empadronamiento, Rosa nos comentó que se había encontrado con algunas dificultades: Óscar, al ser mayor de un año y ser hijo de una mujer extranjera, tenía que presentar pasaporte o NIE para poder ser inscrito en el padrón municipal. Además, si no se empadronaba al pequeño, tampoco se le podía empadronar a ella porque se considera una unidad familiar. Aun así, al ser un menor nacido en España, decidimos presentar la solicitud con el libro de familia y el certificado de nacimiento.

Tardaron unos dos meses en darnos respuesta y el 8 de marzo de 2018, en plena manifestación del Día Internacional de la Mujer, Rosa se nos acercó preocupada diciéndonos que le había llegado una carta del Ayuntamiento en la que le pedían presentar un documento acreditativo de la identidad del menor (en su caso, NIE o pasaporte) para proceder al empadronamiento de su hijo y, al mismo tiempo, al suyo.

La situación era complicada, pues al no disponer de padrón no tenían acceso a otros derechos básicos: sanidad (ella), educación, servicios sociales… Y la tramitación de un pasaporte guineano no era una cuestión fácil, ya que necesitaba algún contacto en su país para poder gestionarlo y hacía tiempo que Rosa no mantenía relación con las amistades que había dejado allí.

Tras muchos contactos, gestiones y trámites, el tiempo fue pasando y, por fin, en el mes de septiembre Rosa tenía en sus manos el pasaporte de su pequeño y se pudo empadronar. Atrás quedaban nueve meses como vecina del municipio en los que no se había reconocido su derecho a estar registrada en el padrón municipal, nueve meses sin otras coberturas, y nueve meses que en un futuro no contabilizarán a la hora de demostrar desde cuándo Rosa y Óscar son vecinos de nuestro pueblo.