Homilía del cardenal Ricardo Blázquez en la concelebración Eucarística en el Cerro de los Ángeles

 

 

Miércoles 03 Abril, 2019


 

 

Agradezco la invitación que Mons. Ginés, Obispo de Getafe, junto con su Obispo Auxiliar, Mons. José Rico, nos ha dirigido para que como Conferencia Episcopal nos unamos al Año Jubilar del Centenario del Sagrado Corazón de Jesús. Aceptamos la invitación concelebrando, en el marco de los trabajos de la Asamblea Plenaria, la Eucaristía en la basílica del Cerro de los Ángeles. De esta manera sintonizamos gozosamente, junto con los fieles cristianos, en la devoción al Corazón de Jesús; al tiempo que expresamos nuestro deseo de promoverla en nuestras Diócesis. Hace un tiempo tuvo una inmensa eclosión y manifestación popular entre nosotros (desde la segunda mitad del siglo XIX hasta la primera mitad del XX) y últimamente de nuevo ha resurgido.

Hay tres santuarios en Europa que recuerdan sendas experiencias de carácter místico, en que el Corazón de Jesucristo se ha comunicado a personas elegidas en sus designios salvíficos para comunicarnos su amor y misericordia. Santa Margarita María de Alacoque, monja de la orden de la Visitación, manifestó haber tenido tres visiones de Cristo en las cuales recibió el encargo de propagar el culto al Sagrado Corazón de Jesús. El mensaje fue divulgado por su director, el jesuita San Claudio de la Colombière; despertó viva oposición en los medios jansenistas durante el siglo XVIII, pero tuvo gran auge en el siglo XIX. Murió en el monasterio de Paray-le-Monial (Francia) el 17 de octubre de 1690. La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús fue instituida por Pío IX en 1836.

Revelaciones de orden místico acontecieron también en Valladolid a partir del 4 de mayo de 1733 al padre jesuita Bernardo de Hoyos, fallecido el 29 de noviembre de 1735 y beatificado en Valladolid el día 18 de abril de 2010. Desde allí, utilizando una expresión de fisiología humana del corazón, se ha bombeado la devoción dentro y fuera de España. La basílica santuario de Valladolid es como un pulmón espiritual que comunica oxígeno a un mundo a veces fatigado por agobios e incertidumbres. La experiencia y misión del beato Bernardo de Hoyos se asemejan a las de Sta. Margarita María Alacoque.

El tercer santuario está en el entorno de la ciudad de Cracovia (Polonia), cerca del lugar donde se ha levantado el magnífico santuario de San Juan Pablo II. La elegida en esta ocasión fue una religiosa, Santa María Faustina Kowalska (1905-1938), que nació, vivió y murió en el siglo de las dos guerras mundiales. Ella fue apóstol de la Divina Misericordia. El Señor le comunicó: “Di, hija mía, que soy el amor y la misericordia misma” (Diario 299). El Papa Juan Pablo II en su encíclica “Dives in misericordia” (n. 7) escribió: La misericordia es “como el segundo nombre” del amor, que manifiesta la infinita capacidad de Dios de perdonar nuestros pecados. Al canonizar a sor Faustina, el 30 de abril del año 2000, instauró la fiesta de la Divina Misericordia coincidiendo con el II domingo de Pascua.

Además de estos tres santuarios donde se han convertido en fuente de piedad, experiencias personales del amor y de la misericordia del Señor, es oportuno que recordemos otros lugares en que se ha irradiado y se irradia la devoción al Corazón de Jesús. En la cima del Tibidabo en Barcelona se construyó el templo dedicado al Sagrado Corazón de Jesús. En Bilbao en la plaza llamada del Corazón de Jesús se levanta una columna que culmina con una estatua del Sagrado Corazón. Esta manifestación tiene detrás una historia larga; probablemente la primera predicación en España sobre el Corazón de Jesús tuvo lugar el día del Corpus Christi en la parroquia de San Antón de Bilbao y el predicador fue el padre jesuita Agustín de Cardeveraz, amigo del padre Bernardo de Hoyos en el colegio de San Ambrosio en Valladolid. A petición de aquél éste le proporcionó unas notas del libro del P. José Gallifet que estaba en la biblioteca para la predicación. El año 1883 había pasado a los jesuitas de Bilbao la dirección del Apostolado de la Oración Y del Mensajero del Corazón de Jesús, que habían sido dirigidos antes por el canónigo de Barcelona Don José Morgades, más tarde obispo de Vich.

El tercer lugar que con satisfacción recordamos es el Cerro de los Ángeles, en el centro geográfico de España, en el que se construyó un monumento al Sagrado Corazón. El padre jesuita San José María Rubio, canonizado en Madrid por el Papa Juan Pablo II, difundió con extraordinario fervor la devoción al Sagrado Corazón en la oración de la “hora santa” y otras manifestaciones como la entronización en las casas. De entre las estatuas, levantadas por doquier, me permito recordar algunas; la más famosa es la erigida en Río de Janeiro en el año 1930, elegida como una de las maravillas del mundo. ¿Cómo no recordar la famosa estatua de Victorio Macho levantada en Palencia el año 1931 conocida como el Cristo del Otero? ¡Bella imagen que custodia la ciudad, siempre iluminada de noche para que pueda ser contemplada desde cualquier lugar! Tengo que reconocer que a mí la imagen que me habla muy elocuentemente es la de Granda que preside el Santuario de Valladolid; más que la representación del Corazón de Jesús con fuego, que significa el corazón ardiente y con una corona de espinas rodeando el corazón, que significa amor entregado, sacrificado y ofendido. En el Santuario de la Gran Promesa la monumental imagen tiene los brazos extendidos hacia nosotros en señal de protección, de defensa y de bendición. El corazón aparece sobre el pecho y la cruz, que es el signo del amor más grande (cf. Jn. 15, 13), detrás de su cabeza. La imagen del Señor entregado por amor; es Jesucristo el buen Pastor que amorosamente nos busca, nos carga sobre sus hombros, nos devuelve al redil y nos custodia (cf. Lc.15,4-7; Jn10,1-18). El corazón no es la imagen pero si caracteriza a la imagen, ambos íntimamente unidos. Jesús es el Amigo con corazón, el Redentor que se nos dio generosamente. En el corazón de Jesús reverbera el corazón del Padre Dios en su amor hacia nosotros. “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor” (cf. Jn. 15, 9). El mismo Padre nos ama cordialmente.

La madre Maravillas de Jesús salió el día 19 de mayo de 1924 desde el convento del Escorial al Cerro de los Ángeles, porque presentía que aquí sería Dios bien servido. Desde entonces hay en este lugar, con una secular tradición Mariana, una comunidad de carmelitas descalzas. A través de la oración, el seguimiento de Jesús pobre y la vida comunitaria interceden por la Iglesia y la humanidad. Haciendo de su vida una ofrenda al Señor, siguen los pasos de su Santa Madre Teresa de Jesús.

Santa Teresa de Jesús, enamorada del Señor y cuyo corazón fue traspasado por un dardo ardiente, escribió versos tan impresionantes como los siguientes: “Vuestra soy, para vos nací:/ ¿qué mandáis hacer de mí?/ Vuestra soy, pues me criasteis; / vuestra, pues que me llamasteis;/ vuestra, porque me esperasteis; / vuestra, pues no me perdí;/ ¿qué mandáis hacer de mí?. La historia de la Santa es la historia de “Jesús de Teresa” y de “Teresa de Jesús”.

Es conveniente que el significado bíblico de corazón nos ayude a percibir las riquezas espirituales de la devoción al Corazón de Jesús. La palabra corazón significa centro de la persona, amor, compasión y misericordia, interioridad habitada por el Espíritu, sinceridad, autenticidad y verdad del hombre, lugar donde se goza de modo inefable con el amor y se sufre indeciblemente con la traición; intimidad donde germina lo nuevo e inicia el retorno a la casa paterna el hijo distante; donde la Palabra de Dios es acogida y meditada (cf. Lc. 2, 19.51).

Desde esos lugares consagrados por la comunicación vivencial del Señor y desde los centros de irradiación de su mensaje evangélico nos dice Jesús: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas (Mt. 11, 28-29). Jesús es el Maestro que forma y moldea el corazón de sus discípulos. El Corazón de Jesús ofreciendo amor y perdón aparece como faro luminoso en el horizonte de las personas y de la humanidad cuando triunfa la inclemencia, la dureza de las personas, las luchas y rupturas, la prepotencia de los poderosos, el rechazo de los descartados, la exclusión de los que llaman a las puertas. Jesús, el Maestro por excelencia, nos enseña la humildad y mansedumbre de corazón.

El Papa Francisco en la Exhortación apostólica postsinodal, Christus vivit, hecha pública el 2 de abril, nos exhorta en un tiempo de búsqueda como es el nuestro, y a veces apesadumbrado por los valles de tinieblas que atravesamos, con estas palabras: “Se debe privilegiar el idioma de la proximidad, el lenguaje del amor desinteresado, relacional y existencial que toca el corazón, llega a la vida despierta esperanza y deseos. Es necesario acercarse a los jóvenes con la gramática del amor, no con el proselitismo. El lenguaje que la gente joven entiende es el de aquellos que dan la vida, el de quien está allí por ellos y para ellos, el de quienes, a pesar de sus límites y debilidades, tratan de vivir su fe con coherencia” (n. 211). En un mundo frío, cosificado y despersonalizado; en unas relaciones marcadas por los intereses, en que la justicia no está impregnada de la misericordia, en que hasta los mismos filósofos reclaman una “razón compasiva” (Adela Cortina), necesitamos que la “lógica del corazón”, que es la lógica del Evangelio del amor y del perdón, se transparenten y afiancen.

Nuestra esperanza es la bondad de Dios, porque es eterna su misericordia. El Compasivo reúne a los dispersos y los guía por un camino que los felicita por el retorno, ya que “el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados” (Is. 49, 13). También hoy el Señor, fiel a su alianza sellada con la sangre de Jesucristo su Hijo, viene a nuestro encuentro y nos señala el camino en las encrucijadas ante las que se encuentra la Iglesia y la humanidad. No nos abandona el Señor porque nos quiere con amor eterno.

El paradigma del amor que se arriesga hasta la muerte por su hijo es el de la madre; pues bien, el amor de Dios desborda este modelo identificador. “Sión decía: Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré (Is. 49, 14-15). “Nos amó hasta el extremo” (Jn. 13, 1). El Corazón de Jesús ardiente y coronado de espinas nos garantiza y testifica que para el Señor somos más preciosos que un hijo para su madre. La confianza en el Señor que nos ama cordialmente debe vencer nuestros miedos y zozobras, también los originados por la situación actual de la Iglesia y de la humanidad. Nada podrá separarnos del amor de Dios, ni la tribulación ni la angustia ni la persecución ni la vida ni la muerte (cf. Rom 8, 31-39). “El Señor es bueno, su misericordia es eterna, su fidelidad por todas las edades” (Sal. 99, 5). “Sagrado Corazón de Jesús en vos confío”.

 

Getafe, 3 de abril de 2019

 

Cardenal Ricardo Blázquez Pérez,
Arzobispo de Valladolid
Presidente de la Conferencia Episcopal Española