113ª Asamblea Plenaria: discurso inaugural del cardenal Blázquez

 

 

Lunes 1 Abril, 2019


 

 

Discurso inaugural del arzobispo de Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española, cardenal Ricardo Blázquez Pérez, en la sesión inaugural de la Asamblea Plenaria que se celebra del 1 al 5 de abril de 2019.

 

 

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1.- Saludos, recuerdos y agradecimiento

Saludo fraternalmente a los señores cardenales, al señor nuncio, y a los señores arzobispos y obispos, miembros de la Conferencia Episcopal Española. Desde aquí, saludo cordialmente a los obispos eméritos, que hoy no pueden acompañarnos. Muestro mi gratitud a cuantos trabajan en la Conferencia Episcopal, sin cuya colaboración leal y competente no sería posible el cumplimiento de sus tareas pastorales. Manifiesto mi respeto y afecto a cuantos cubren la información de esta Asamblea y a los que conectan con nosotros por su mediación. A todos los aquí presentes doy la bienvenida.

Desde la última Asamblea Plenaria, que tuvo lugar en el mes de noviembre, han fallecido cuatro hermanos en el episcopado: Mons. Santiago García Aracil, arzobispo emérito de Mérida-Badajoz; Card. Fernando Sebastián, arzobispo emérito de Pamplona y Tudela; Mons. Jaume Traserra, obispo emérito de Solsona; y Mons. Rafael Torija, obispo emérito de Ciudad Real. Encomendamos a todos al Señor, pidiéndole que premie sus trabajos por el Evangelio; confiamos que habrán escuchado de labios del Buen Pastor: «Siervo, bueno y fiel, entra en el gozo de tu Señor».

El día 15 de diciembre recibió la ordenación episcopal Mons. José María Gil Tamayo en la catedral de Ávila acompañado por numerosos obispos y colaboradores de esta casa, donde ejerció como secretario general de la Conferencia Episcopal durante cinco años; tres meses más tarde hemos acompañado al señor obispo de Ávila en la celebración eucarística por su hermano sacerdote D. Juan Antonio. También Mons. Francisco Orozco fue ordenado obispo el día 22 de diciembre en la catedral de Guadix.

Felicitamos a los nuevos obispos: Rvdo. D. Joseba Segura, nombrado obispo auxiliar de Bilbao, que recibirá la ordenación episcopal en la catedral de Bilbao el día 6 de abril, justamente al día siguiente de terminar esta Asamblea Plenaria; igualmente felicitamos al Rvdo. D. Sebastián Chico, nombrado obispo auxiliar de Cartagena, que será ordenado obispo en la catedral de Murcia el día 11 de mayo. Expresamos a los nuevos obispos nuestra felicitación cordial; son recibidos en la Conferencia Episcopal como hermanos en el ministerio. Tendrán la oportunidad de experimentar la acogida cordial que todos hemos ido recibiendo.

Con fecha de 4 de marzo de este año el papa Francisco ha nombrado nuncio apostólico en Austria al arzobispo español Mons. Pedro López Quintana, que en los últimos años ha sido nuncio en Lituania, Estonia y Letonia. Reciba nuestra felicitación cordial.

Ha sido una fiesta gozosa de la fe cristiana la beatificación, el día 9 de marzo, en la catedral de Oviedo, de nueve seminaristas que fueron martirizados entre los años 1934-1937 porque «iban para curas». También fue beatificado en la catedral de Tarragona, el día 23, Mariano Mullerat i Soldevila, padre de familia y médico, que padeció el martirio en el año 1936 por su vida cristiana y apostólica. La participación de familiares en la beatificación impregnó a ambas celebraciones de un sentido particularmente entrañable. Los mártires, depositando confiadamente su vida en manos de Dios y otorgando el perdón en la proximidad de la muerte, como nuestro Señor, a los que les arrancaron la vida, son testigos eminentes de la fe en Jesucristo. Su martirio manifiesta cómo Dios saca fuerza de la debilidad, haciendo de la fragilidad su propio testimonio, pues ni la persecución, ni la muerte ni la vida pudieron separarlos del amor de Dios (cf. Rom 9, 35ss). Su vida entregada por amor, sin acusaciones ni resentimiento, es una llamada a la concordia y la paz entre todos.

El día 13 de marzo se cumplieron seis años de la elección del papa Francisco. Damos gracias al Señor por el ministerio de la unidad en la fe, la sinodalidad y la misión que ha instituido en su Iglesia. En esta oportunidad, manifestamos una vez más nuestra gratitud al papa Francisco por su entrega valiente y sin reservas a la misión que el Señor le ha confiado. Seamos dóciles a sus enseñanzas y orientaciones. Apoyémoslo frente a las formas de disenso y las críticas irrespetuosas y a veces despiadadas que padece. Pidamos a Dios que lo sostenga en las pruebas y que continúe confirmándonos en la fe, así como en el seguimiento a Jesucristo.

 

2.- Discurso del papa al final del Encuentro sobre «La protección de menores en la Iglesia»

Dos discursos del papa Francisco me han sorprendido particularmente. El primero fue pronunciado el día 17 de octubre de 2015 en el aula Pablo VI, en el marco de una  Asamblea sinodal, al cumplirse cincuenta años de la erección por el papa Pablo VI del Sínodo de los Obispos (cf. Decreto Christus Dominus, n. 5). En una vitrina, colocada en el recibidor que da paso a la Sala Nervi, se podía contemplar el texto escrito a lápiz con una grafía bella y segura del decreto de erección, titulado Apostolica sollicitudo. Pronto nos dimos cuenta, los que tuvimos la oportunidad de participar en aquella celebración, que el discurso desbordaba lo normalmente exigido por una conmemoración cincuentenaria de un acontecimiento importante para sorprendernos al comprobar cómo el pasado se abría a un futuro con reales novedades. La conmemoración del Sínodo de los Obispos se desplegaba en la realidad más amplia y envolvente de la sinodalidad. Desde el inicio de su ministerio, el actual obispo de Roma había expresado su intención de profundizar en el alcance de la institución del Sínodo. Contenía, el discurso, una importante perspectiva de futuro enunciada en estos términos: «La Iglesia del siglo XXI será una Iglesia sinodal».

El segundo discurso que me pareció especialmente relevante fue el pronunciado el día 24 en la llamada Sala Regia del palacio apostólico. El contexto era significativo: el papa había convocado a una reunión, sin precedentes en la historia de la Iglesia, a los presidentes de las Conferencias Episcopales del mundo y a otras personas con particular responsabilidad eclesial. El tema tratado había sido «la protección de los menores en la Iglesia», que desde hacía tiempo ocupaba un lugar destacado en la Iglesia y en la sociedad, con una gran dosis de inquietud y de expectación. El papa pronunció el discurso, una vez terminada la celebración de la eucaristía, ante los participantes en los días previos del Encuentro. Conferencias valiosas pronunciadas por personas competentes; comunicación personal de los sufrimientos padecidos por algunas víctimas; reflexiones impregnadas de empatía con quienes habían padecido abusos en la Iglesia; una celebración de carácter penitencial en que el silencio y la hondura eran palpables habían ocupado intensamente a los participantes invitados al Encuentro.

Pues bien, en este contexto pronunció el papa un discurso, no largo –tampoco lo fue el referido a la sinodalidad–, pero a la altura de la responsabilidad del ministerio papal, de la realidad tratada y de las expectativas suscitadas dentro y fuera del Encuentro. Yo tengo la convicción de que en esa intervención podemos encontrar la orientación y las perspectivas fundamentales sobre esa cuestión tan grave, humillante y dolorosa. Invito encarecidamente a que sea leído con detenimiento.

Me permito subrayar, a continuación, algunos aspectos del discurso.

Para conocer un fenómeno de esta magnitud y para afrontarlo adecuadamente son imprescindibles los datos estadísticos y su distribución en la sociedad. Cito las palabras del papa: «La primera verdad que emerge de los datos disponibles es que quien comete los abusos, o sea las violencias (físicas, sexuales o emotivas) son sobre todo los padres, los parientes, los maridos de las mujeres niñas, los entrenadores y los educadores. Además, según los datos de UNICEF de 2017 referidos a 28 países del mundo, 3 de cada 10 muchachas que han tenido relaciones  sexuales forzadas, declaran haber sido víctimas de una persona conocida o cercana a la familia». «Teatro de la violencia no es solo el ambiente doméstico, sino también el barrio, la escuela, el deporte y también, por desgracia, el eclesial». «Estamos, por tanto, ante un problema universal y transversal que desgraciadamente se verifica en todas partes. Debemos ser claros: la universalidad de esta plaga, a la vez que confirma su gravedad en nuestras sociedades, no disminuye su monstruosidad dentro de la Iglesia». «La inhumanidad de este fenómeno a escala mundial es todavía más grave y más escandaloso en la Iglesia, porque contrasta con su autoridad moral y su credibilidad ética». «La Iglesia se siente llamada a combatir este mal que toca al núcleo de su misión: anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces». «Quisiera reafirmar con claridad: si en la Iglesia se descubre un solo caso de abuso –que representa ya en sí mismo una monstruosidad–, ese caso será afrontado con la mayor seriedad».

El abuso de poder, aprovechando la posición de inferioridad del indefenso, además de en abusos sexuales «está presente en otras formas de abuso de las que son víctimas casi 85 millones de niños, olvidados por todos: los niños soldado, los menores prostituidos, los niños malnutridos, los niños secuestrados y frecuentemente víctimas del monstruoso comercio de órganos humanos, o también transformados en esclavos, los niños víctimas de la guerra, los niños refugiados, los niños abortados y así sucesivamente». La erradicación de los abusos de menores tiene un campo inmenso por delante. Aunque el Encuentro se centró en la «protección de menores en la Iglesia», debemos estar atentos a otras formas de abuso y humillación y en cualquier lugar en que acontezca.

El papa profundiza, a continuación, en el significado de los abusos. Son, ciertamente, instrumentalización de menores; y pueden ser también delitos, que por respeto a quienes han padecido esta acción abominable no pueden quedar impunes; la víctima, la familia, la Iglesia, la sociedad exigen que no se oculten, que sean juzgados, que no queden impunes, que se corte la difusión de este mal. Todos compartimos la responsabilidad de proteger a los menores, y por ello de contribuir a que se haga justicia.

Los abusos son también pecado ante Dios, que hiere profundamente a la persona y que contamina la vida eclesial. En estos hechos se percibe claramente tanto el poder destructivo del pecado como su dimensión social. Por otra parte, el perdón de los pecados por Dios no exime del castigo por los delitos cometidos.

Con palabras del papa: «Hermanos y hermanas, hoy estamos delante de una manifestación del mal, descaradamente agresiva y destructiva. Detrás y dentro de esto está el espíritu del mal. Esto quisiera decíroslo con la autoridad de hermano y de padre, ciertamente pequeño y pecador, pero que es el pastor de la Iglesia que preside en la caridad: en estos casos dolorosos veo la mano del mal que no perdona ni siquiera la inocencia de los pequeños».

El pasado no podemos cancelarlo; pero sí podemos afrontarlo «purificando la memoria» a través de la conversión, de la reparación de los heridos y de la prevención de cara al futuro. Así dijo el papa: «El objetivo de la Iglesia será escuchar, tutelar, proteger y cuidar a los menores abusados, explotados y olvidados. Ha llegado la hora de colaborar juntos para erradicar dicha brutalidad del cuerpo de nuestra humanidad, adoptando todas las medidas necesarias ya en vigor a nivel internacional y a nivel eclesial». «El objetivo principal de cualquier medida es el de proteger a los menores e impedir que sean víctimas de cualquier abuso psicológico y físico». Entre las medidas que el papa señala están: «Reafirmar la exigencia de unidad de los obispos en la aplicación de parámetros que tengan valor de normas y no solo de orientación. Desarrollar un nuevo y eficaz planteamiento para la prevención en todas las instituciones y ambientes de actividad eclesial».

Después de lo dicho en el discurso, a muchos e importantes aspectos del mismo no he podido ni siquiera aludir por el tiempo disponible ahora. El papa, antes de concluir, expresa lo siguiente: «Permitidme ahora un agradecimiento de corazón a todos los sacerdotes y a los consagrados que sirven al Señor con fidelidad y totalmente, y que se sienten deshonrados y desacreditados por la conducta vergonzosa de algunos de sus hermanos. Todos  –Iglesia, consagrados, Pueblo de Dios y hasta Dios mismo– sufrimos las consecuencias de su infidelidad. Agradezco en nombre de toda la Iglesia, a la gran mayoría de sacerdotes que no solo son fieles al celibato, sino que se gastan en un ministerio, que hoy es más difícil por los escándalos de unos pocos –pero siempre demasiados– hermanos suyos. Y gracias también a los laicos que conocen bien a sus buenos pastores y siguen rezando por ellos y sosteniéndolos».

Termina el papa convencido en la fe de que este mal será oportunidad para la purificación. Con «obstinada esperanza» afirma que el Señor no nos abandona. Las pruebas acrisolan la esperanza, pero no la apagan.

El extraordinario discurso del papa, del cual hemos citado algunos párrafos, las nueve ponencias pronunciadas por personas competentes en la cuestión y testimonios conmovedores de víctimas, de todo lo cual se fue informando puntualmente durante el Encuentro, aparecerán estos días en la Biblioteca de Autores Cristianos. Confío en que puedan recibir un ejemplar los participantes en esta Asamblea Plenaria.

 

3.- El don de la vocación presbiteral

En el orden de temas de esta Asamblea Plenaria aparece el estudio para su posible aprobación del Plan de Formación para los Seminarios Mayores de España. Con ello la Conferencia Episcopal quiere cumplir la encomienda que nos hace la nueva Ratio fundamentalis institutionis sacerdotalis, El don de la vocación sacerdotal, publicada el 8 de diciembre de 2016 por la Congregación para el Clero.

Algunas novedades e insistencias de la Ratio –pastoral vocacional, curso propedéutico, formación humana, colaboración entre diócesis, formación permanente en un único camino discipular y misionero– están desarrolladas en el texto que se somete a consideración de esta Plenaria, después de un primer y satisfactorio estudio realizado en la Asamblea de noviembre.

La importancia de la pastoral vocacional aparece reforzada por el reciente Sínodo de los Obispos, cuyo tema fue «los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional». El día 25 del pasado mes de marzo, en dos circunstancias elocuentes, a saber, en la fiesta de la Anunciación del Señor y en peregrinación al santuario de Loreto, hizo pública el papa Francisco la exhortación apostólica postsinodal Christus vivit («Cristo vive, esperanza nuestra»). Acogemos la exhortación con gratitud y con el empeño de dedicarle la atención que merece. Es importante subrayar la pastoral vocacional al sacerdocio ministerial, indispensable para la vida de la Iglesia. No queremos conformarnos con administrar la escasez; deseamos ser cauce de nuevas llamadas que, sin duda, el Señor sigue realizando. Se debe cuidar particularmente el discernimiento y acompañamiento de la salud humana y espiritual de los seminaristas y los sacerdotes, en el momento eclesial y social tan exigente que vivimos.

El carácter comunitario y el sentido misionero del ministerio del futuro pastor atraviesan todo el camino discipular y configurativo de la formación del candidato en el don de sí mismo al Señor, a la Iglesia y al mundo, que es el contenido esencial de la caridad pastoral.

El día 10 de mayo próximo celebramos la memoria litúrgica de san Juan de Ávila, declarado por el papa Pío XII el año 1946 patrono del clero secular español. La coincidencia de los cuatrocientos cincuenta años de su muerte en Montilla (Córdoba) con la preparación del nuevo Plan de Formación para nuestros seminarios mayores nos invita a acogernos con particular confianza a la intercesión de nuestro patrono en favor de los sacerdotes, de los seminaristas y de las vocaciones al ministerio presbiteral.

Invoquemos al Espíritu Santo para que este nuevo Plan de Formación y la exhortación apostólica impulsen entre nosotros una renovada pastoral de las vocaciones al sacerdocio apostólico y la formación adecuada en nuestros seminarios.

 

4.- Ante las próximas elecciones

En poco tiempo, varias veces, somos los ciudadanos convocados a las urnas; son acontecimientos relevantes de la sociedad democrática y un ejercicio que reclama la corresponsabilidad de los ciudadanos.

Permítanme que exprese, en esta oportunidad, algunos deseos que estoy convencido de que conectan con los de muchas personas. La dedicación a la política es un servicio necesario y digno al bien común. Esperamos que los que trabajan de esta forma por la sociedad respondan lealmente a la encomienda que los ciudadanos les confían. La honradez los acredita y ennoblece; la corrupción, en cambio, los degrada y envilece. Necesitamos la ejemplaridad de quienes presiden las instituciones para fortalecer la moralidad en la sociedad.

Recuerdo algunas causas que requieren por parte de votantes y elegidos una consideración particular: la defensa de la vida humana desde el amanecer hasta el ocaso, desde la concepción hasta el fin natural, ya que en todo su recorrido y en todas las circunstancias está en juego la dignidad de personas; el cuidado y promoción de la familia, que es auténtico pilar de la sociedad, decisiva para la educación de los hijos, apoyo en la enfermedad, ayuda en las crisis individuales y sociales, equilibrio de las personas y estabilidad de la sociedad. El trabajo, subrayo ahora especialmente el de los jóvenes, es necesario para realizarse personalmente, ganarse el pan de cada día, ser reconocido en su dignidad personal y para constituir una familia. Reclamemos respeto a los derechos humanos, y nos exijamos la correspondiente obligación, sin discriminación «alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social» (Constitución española, art. 14). El camino es la justicia y la paz, la libertad y la concordia. Los derechos y los correspondientes deberes constituyen una unidad armoniosa dentro de la cual ninguno debe separarse de los demás.

Deseamos que en estos acontecimientos, tan importantes y decisivos para la vida en sociedad, brillen tanto la claridad en las propuestas como el respeto en las formas de comunicación. Los insultos no son argumentos; más bien, la descalificación de las personas es indicio de razones débiles. Los ciudadanos tienen derecho y obligación de conocer y sopesar los programas electorales. La manipulación de la verdad y la desinformación intencionada son particularmente dañinas en periodos electorales, ya que las consecuencias pueden ser graves y de largo alcance.

La papeleta que depositamos en la urna contiene nuestras legítimas expectativas y expresa nuestra responsabilidad.