Servicio diario - 31 de marzo de 2019


 

Francisco forja en Marruecos el camino de diálogo entre cristianos y musulmanes
Rosa Die Alcolea

Misa en Marruecos: Francisco exhorta a "arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos"
Rosa Die Alcolea

"¡Vosotros tenéis una gran historia que construir!": Alienta el Papa a los sacerdotes y religiosos en Marruecos
Rosa Die Alcolea

Marruecos: Cánticos y flores para el Papa en el Centro Rural de Servicios Sociales de Temara
Rosa Die Alcolea

Marruecos: El Papa se inclina ante el hermano Jean-Pierre, el último sobreviviente de Tibhirine
Anne Kurian

El Papa Francisco se va de Marruecos deseando paz y prosperidad
Anne Kurian

San Ludovico Pavoni, 1 de abril
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

31/03/2019-20:05
Rosa Die Alcolea

Francisco forja en Marruecos el camino de diálogo entre cristianos y musulmanes

(ZENIT – 31 marzo 2019).- “Deseo nuevamente animarlos a perseverar en el camino del diálogo entre cristianos y musulmanes y a colaborar también a que esa fraternidad se haga visible, se haga universal, pues tenemos su fuente en Dios, y ustedes se hagan aquí servidores de la esperanza que este mundo tanto necesita”, ha exhortado Francisco en Marruecos, al final de su 28º viaje apostólico, este domingo, 31 de marzo de 2019.

Al término de la celebración eucarística que el Pontífice ha presidido en Rabat, Marruecos –la más multitudinaria en la historia del país–, el Santo Padre ha agradecido a todos los fieles su acogida y la organización de este viaje a las personas encargadas, además del Rey Mohammed VI y de las autoridades civiles y eclesiásticas.

Asimismo, el Arzobispo de Rabat, el salesiano español Santiago Mons. Cristóbal López Romero, ha dirigido unas palabras de gratitud al Papa por esta visita apostólica, invitando a todos los presentes –cerca de 10.000 personas, según los organizadores–: “Gracias por habernos confirmado en la fe. Gracias por haber alimentado nuestra esperanza. Cuente con nosotros como nosotros contamos con usted”.

Después de los discursos, han regalado al Papa Francisco en nombre de la Iglesia local una escultura en bronce de Cristo llevando la cruz, y una maceta con un olivo joven.

A continuación ofrecemos las palabras del Santo Padre al final de la Eucaristía:

***

 

Palabras del Papa Francisco

En la conclusión de esta Eucaristía deseo nuevamente bendecir al Señor que me ha permitido realizar este viaje para ser entre ustedes y con ustedes, servidor de la esperanza.

Agradezco a su Majestad, el rey Mohammed VI, su invitación. Le agradezco el haber querido estar cercano a nosotros enviando sus representantes.

Agradezco a todas las autoridades y todas las personas que han colaborado para el desarrollo de este viaje.

Gracias a mis hermanos en el episcopado, los arzobispos de Rabat y Tánger, como también a los otros obispos, a los sacerdotes y a las religiosas y a todos los fieles laicos que están aquí en Marruecos como servidores de la vida y de la misión de la Iglesia.

Y gracias a ustedes, hermanos y hermanas, por todo lo que han hecho para preparar este viaje, y por todo lo que hemos podido compartir desde la fe, la esperanza y la caridad y todo lo que hemos podido compartir desde la fraternidad entra cristianos y musulmanes. Muchas gracias.

Con estos sentimientos de gratitud, deseo nuevamente animarlos a perseverar en el camino del diálogo entre cristianos y musulmanes y a colaborar también a que esa fraternidad se haga visible, se haga universal, pues tenemos su fuente en Dios, y ustedes se hagan aquí servidores de la esperanza que este mundo tanto necesita.

Y por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias

 

 

 

 

31/03/2019-16:16
Rosa Die Alcolea

Misa en Marruecos: Francisco exhorta a "arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos"

(ZENIT — 31 marzo 2019).- El Papa Francisco ha hecho un llamamiento a la fraternidad, en la Misa celebrada en Rabat, Marruecos, este domingo, 31 de marzo de 2019: "Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos".

La Eucaristía celebrada por el Santo Padre ha sido la más numerosa hasta ahora, en este país de mayoría musulmana, en el que los fieles católica representan solo el 0.7%, esto es, unas 25.000 personas. Según los organizadores de la visita, cerca de 10.000 creyentes han participado en la Misa, en el estadio Príncipe Moulay Abdellah, situado en Rabat, capital de Marruecos.

Comentando el pasaje de Lucas, sobre la parábola del regreso del hijo pródigo, el Pontífice ha asegurado que “la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos”.

“Que en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa, podamos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre”.

***

 

Homilía del Papa Francisco

«Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó» (Lc 15,20). 

Así el evangelio nos pone en el corazón de la parábola que transparenta la actitud del padre al ver volver a su hijo: tocado en las entrañas no lo deja llegar a casa cuando lo sorprende corriendo a su encuentro. Un hijo esperado y añorado. Un padre conmovido al verlo regresar. 

Pero no fue el único momento en que el padre corrió. Su alegría sería incompleta sin la presencia de su otro hijo. Por eso también sale a su encuentro para invitarlo a participar de la fiesta (cf. v. 28). Pero, al hijo mayor parece que no le gustaban las fiestas de bienvenida, le costaba soportar la alegría del padre, no reconoce el regreso de su hermano: «ese hijo tuyo» afirmó (v. 30). Para él su hermano sigue perdido, porque lo había perdido ya en su corazón. 

En su incapacidad de participar de la fiesta, no sólo no reconoce a su hermano, sino que tampoco reconoce a su padre. Prefiere la orfandad a la fraternidad, el aislamiento al encuentro, la amargura a la fiesta. No sólo le cuesta entender y perdonar a su hermano, tampoco puede aceptar tener un padre capaz de perdonar, dispuesto a esperar y velar para que ninguno quede afuera, en definitiva, le cuesta tener un padre capaz de sentir compasión. 

En el umbral de esa casa parece manifestarse el misterio de nuestra humanidad: por un lado, estaba la fiesta por el hijo encontrado y, por otro, un cierto sentimiento de traición e indignación por festejar su regreso. Por un lado, la hospitalidad para aquel que había experimentado la miseria y el dolor, que incluso había llegado a oler y a querer alimentarse con lo que comían los cerdos; por otro lado, la irritación y la cólera por darle lugar a quien no era digno ni merecedor de tal abrazo. 

Así, una vez más sale a la luz la tensión que se vive al interno de nuestros pueblos y comunidades, e incluso de nosotros mismos. Una tensión que desde Caín y Abel nos habita y que estamos invitados a mirar de frente: ¿Quién tiene derecho a permanecer entre nosotros, a tener un puesto en nuestras mesas y asambleas, en nuestras preocupaciones y ocupaciones, en nuestras plazas y ciudades? Parece continuar resonando esa pregunta fratricida: acaso ¿soy guardián de mi hermano? (cf. Gn 4,9). 

En el umbral de esa casa aparecen las divisiones y enfrentamientos, la agresividad y los conflictos que golpearán siempre las puertas de nuestros grandes deseos, de nuestras luchas por la fraternidad y para que cada persona pueda experimentar desde ya su condición y dignidad de hijo. 

Pero a su vez, en el umbral de esa casa brillará con toda claridad, sin elucubraciones ni excusas que le quiten fuerza, el deseo del Padre: que todos sus hijos tomen parte de su alegría; que nadie viva en condiciones no humanas como su hijo menor, ni en la orfandad, el aislamiento o en la amargura como el hijo mayor. Su corazón quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tm 2,4). 

Es cierto, son tantas las circunstancias que pueden alimentar la división y la confrontación; son innegables las situaciones que pueden llevarnos a enfrentarnos y a dividirnos. No podemos negarlo. Siempre nos amenaza la tentación de creer en el odio y la venganza como formas legítimas de brindar justicia de manera rápida y eficaz. Pero la experiencia nos dice que el odio, la división y la venganza, lo único que logran es matar el alma de nuestros pueblos, envenenar la esperanza de nuestros hijos, destruir y llevarse consigo todo lo que amamos. 

Por eso Jesús nos invita a mirar y contemplar el corazón del Padre. Sólo desde ahí podremos redescubrirnos cada día como hermanos. Sólo desde ese horizonte amplio, capaz de ayudarnos a trascender nuestras miopes lógicas divisorias, seremos capaces de alcanzar una mirada que no pretenda clausurar ni claudicar nuestras diferencias buscando quizás una unidad forzada o la marginación silenciosa. Sólo si cada día somos capaces de levantar los ojos al cielo y decir Padre nuestro podremos entrar en una dinámica que nos posibilite mirar y arriesgarnos a vivir no como enemigos sino como hermanos. 

«Todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31), le dice el padre a su hijo mayor. Y no se refiere tan sólo a los bienes materiales sino a ser partícipes también de su mismo amor y compasión. Esa es la mayor herencia y riqueza del cristiano. Porque en vez de medirnos o clasificarnos por una condición moral, social, étnica o religiosa podamos reconocer que existe otra condición que nadie podrá borrar ni aniquilar ya que es puro regalo: la condición de hijos amados, esperados y celebrados por el Padre. 

«Todo lo mío es tuyo», también mi capacidad de compasión, nos dice el Padre. No caigamos en la tentación de reducir nuestra pertenencia de hijos a una cuestión de leyes y prohibiciones, de deberes y cumplimientos. Nuestra pertenencia y nuestra misión no nacerá de voluntarismos, legalismos, relativismos o integrismos sino de personas creyentes que implorarán cada día con humildad y constancia: venga a nosotros tu Reino. 

La parábola evangélica presenta un final abierto. Vemos al padre rogar a su hijo mayor que entre a participar de la fiesta de la misericordia. El evangelista no dice nada sobre cuál fue la decisión que este tomó. ¿Se habrá sumado a la fiesta? Podemos pensar que este final abierto está dirigido para que cada comunidad, cada uno de nosotros pueda escribirlo con su vida, con su mirada y actitud hacia los demás. El cristiano sabe que en la casa del Padre hay muchas moradas, sólo quedan afuera aquellos que no quieran tomar parte de su alegría. 

Queridos hermanos, quiero darles las gracias por el modo en que dan testimonio del evangelio de la misericordia en estas tierras. Gracias por los esfuerzos realizados para que sus comunidades sean oasis de misericordia. Los animo y aliento a seguir haciendo crecer la cultura de la misericordia, una cultura en la que ninguno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea su sufrimiento (cf. Carta ap. Misericordia et misera, 20). Sigan cerca de los pequeños y de los pobres, de los que son rechazados, abandonados e ignorados, sigan siendo signo del abrazo y del corazón del Padre. 

Que el Misericordioso y el Clemente —como lo invocan tan a menudo nuestros hermanos y hermanas musulmanas— los fortalezca y haga fecundas las obras de su amor. 

 

 

 

 

31/03/2019-10:54
Rosa Die Alcolea

"¡Vosotros tenéis una gran historia que construir!": Alienta el Papa a los sacerdotes y religiosos en Marruecos

(ZENIT – 31 marzo 2019).- “Hermanos y hermanas: agradezco nuevamente a todos vosotros vuestra presencia y vuestra misión aquí en Marruecos. Gracias por vuestro servicio humilde y discreto, siguiendo el ejemplo de nuestros mayores en la vida consagrada” ha dicho el Papa a los sacerdotes, religiosos y religiosas en Marruecos.

En su segunda jornada en el país, el Santo Padre ha participado en un encuentro con cientos de hombres y mujeres consagrados que viven en Marruecos. La reunión ha tenido lugar a las 10:30 horas en la Catedral de Rabat, tras la visita del Papa al Centro Rural de Servicios Sociales de Temara.

“Todos vosotros sois testigos de una historia que es gloriosa porque es historia de sacrificios, esperanzas, lucha cotidiana, vida gastada en el servicio, constancia en el trabajo fatigoso, porque toda labor es sudor de la frente”, ha expresado. “Pero permitidme también deciros: “¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir!”.

“Nuestra misión de bautizados, sacerdotes, consagrados, no está determinada principalmente por el número o la cantidad de espacios que se ocupan”, ha explicado el Pontífice a los religiosos, “sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión”.

El problema no es ser pocos, “sino ser insignificantes”, convertirse en una sal que ya no tiene sabor de Evangelio, o en una luz que ya no ilumina, ha dicho.

 

Diálogo

Asimismo, el Papa ha anunciado, que “como discípulos de Jesucristo estamos llamados, desde el día de nuestro Bautismo, a formar parte de este diálogo de salvación y de amistad, del que somos los primeros beneficiarios”.

“En estas tierras, el cristiano aprende a ser sacramento vivo del diálogo que Dios quiere entablar con cada hombre y mujer, en cualquier situación que viva. Es un diálogo que estamos llamados a realizar a la manera de Jesús, manso y humilde de corazón”.

Al final del discurso, el Santo Padre ha mencionado a Sor Ersillia Mantovani, franciscana italiana de 97 años, que vive en Marruecos. A través de ella, ha enviado un saludo a las hermanas y a los hermanos ancianos que, “a causa de su estado de salud, no están físicamente presentes con nosotros, pero permanecen unidos a través de la oración”.

A continuación, reproducimos el discurso que ha pronunciado el Papa Francisco a los sacerdotes, religiosos y religiosas.

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Discurso del Papa Francisco

Queridos hermanos y hermanas:

Estoy muy contento de encontrarme con vosotros. Agradezco especialmente al padre Germain y a sor Mary sus testimonios. También deseo saludar al Consejo Ecuménico de las Iglesias, que manifiesta visiblemente la comunión que se vive aquí en Marruecos entre cristianos de diversas confesiones, en el camino de la unidad. Los cristianos son un grupo pequeño en este país. Pero para mí esta realidad no es un problema, aun cuando reconozco que a veces la vida pueda resultar difícil para algunos. Vuestra situación me trae a la memoria la pregunta de Jesús: «¿A qué es semejante el reino de Dios o a qué lo compararé? […] Es semejante a la levadura que una mujer tomó y metió en tres medidas de harina, hasta que todo fermentó» (Lc 13,18.21). Parafraseando las palabras del Señor podríamos preguntarnos: ¿A qué es semejante un cristiano en estas tierras? ¿A qué se puede comparar? Es semejante a un poco de levadura que la madre Iglesia quiere mezclar con una gran cantidad de harina, hasta que toda la masa fermente. En efecto, Jesús no nos ha elegido y enviado para que seamos los más numerosos. Nos ha llamado para una misión. Nos ha puesto en la sociedad como esa pequeña cantidad de levadura: la levadura de las bienaventuranzas y el amor fraterno donde todos como cristianos nos podemos encontrar para que su Reino se haga presente.

Queridos amigos: esto significa que nuestra misión de bautizados, sacerdotes, consagrados, no está determinada principalmente por el número o la cantidad de espacios que se ocupan, sino por la capacidad que se tiene de generar y suscitar transformación, estupor y compasión; por el modo en el que vivamos como discípulos de Jesús, junto a aquellos con quienes compartimos lo cotidiano, las alegrías, los dolores, los sufrimientos y las esperanzas (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et spes, 1). En otras palabras, los caminos de la misión no pasan por el proselitismo, que lleva siempre a un callejón sin salida, sino por nuestro modo de ser con Jesús y con los demás. Por tanto, el problema no es ser pocos, sino ser insignificantes, convertirse en una sal que ya no tiene sabor de Evangelio, o en una luz que ya no ilumina (cf. Mt 5,13-15). 

Creo que la preocupación surge cuando a nosotros, cristianos, nos abruma pensar que solo podemos ser significativos si somos la masa y si ocupamos todos los espacios. Vosotros sabéis bien que la vida se juega en la capacidad que tengamos de “ser fermento” allí donde nos encontremos y con quien nos encontremos, «aunque eso aparentemente no nos aporte beneficios tangibles e inmediatos» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 210). Porque cristiano no es el que se adhiere a una doctrina, a un templo o a un grupo étnico. Ser cristiano es un encuentro. Somos cristianos porque hemos sido amados y encontrados, y no gracias al proselitismo. Ser cristianos es reconocerse perdonados y enviados a actuar del mismo modo que Dios ha obrado con nosotros, porque «en esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35). 

Queridos hermanos y hermanas: consciente del contexto en el que estáis llamados a vivir vuestra vocación bautismal, vuestro ministerio, vuestra consagración, me vienen a la mente las palabras del Papa san Pablo VI en la encíclica Ecclesiam suam: «La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio» (n. 34). Afirmar que la Iglesia debe entablar un diálogo no depende de una moda, menos aún de una estrategia para que aumente el número de sus miembros. Si la Iglesia debe entablar un diálogo es por fidelidad a su Señor y Maestro que, desde el comienzo, movido por el amor, ha querido dialogar como amigo e invitarnos a participar de su amistad (cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. Dei Verbum, 2). Así, como discípulos de Jesucristo estamos llamados, desde el día de nuestro Bautismo, a formar parte de este diálogo de salvación y de amistad, del que somos los primeros beneficiarios. 

En estas tierras, el cristiano aprende a ser sacramento vivo del diálogo que Dios quiere entablar con cada hombre y mujer, en cualquier situación que viva. Por tanto, es un diálogo que estamos llamados a realizar a la manera de Jesús, manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29), con un amor ferviente y desinteresado, sin cálculos y sin límites, respetando la libertad de las personas. En este espíritu, encontramos hermanos mayores que nos muestran el camino, porque con su vida han testimoniado que esto es posible, un “listón alto” que nos desafía y estimula. Cómo no recordar la figura de san Francisco de Asís que, en plena cruzada, fue a encontrarse con el sultán al-Malik al- Kamil. Y cómo no mencionar al beato Carlos de Foucauld que, profundamente impresionado por la vida humilde y escondida de Jesús en Nazaret, a quien adoraba en silencio, quiso ser un “hermano universal”. E incluso a los hermanos y hermanas cristianos que han elegido ser solidarios con un pueblo hasta dar la propia vida. Así, cuando la Iglesia, fiel a la misión recibida del Señor, entabla un diálogo con el mundo y se hace coloquio, contribuye a la llegada de la fraternidad, que tiene su fuente profunda no en nosotros, sino en la paternidad de Dios. 

Como consagrados, estamos llamados a vivir dicho diálogo de salvación como intercesión por el pueblo que nos ha sido confiado. Recuerdo una vez —hablando con un sacerdote que se encontraba como vosotros en un lugar donde los cristianos son minoría—, me contaba que la oración del “Padre nuestro” había adquirido una resonancia especial en él porque, rezando en medio de personas de otras religiones, sentía con fuerza las palabras «danos hoy nuestro pan de cada día». La oración de intercesión del misionero también por ese pueblo, que en cierta medida le había sido confiado, no para administrar sino para amar, lo llevaba a rezar esta oración con un tono y un gusto especiales. El consagrado, el sacerdote, lleva a su altar con su oración la vida de sus compatriotas y mantiene viva, como a través de una pequeña grieta en esa tierra, la fuerza vivificante del Espíritu. Qué hermoso es saber que, en los distintos rincones de esta tierra, en vuestras voces, la creación implora y sigue diciendo: “Padre nuestro”. 

Por tanto, es un diálogo que se convierte en oración y que podemos realizar concretamente todos los días en nombre «de la “fraternidad humana” que abraza a todos los hombres, los une y los hace iguales. En el nombre de esta fraternidad golpeada por las políticas de integrismo y división y por los sistemas de ganancia insaciable y las tendencias ideológicas odiosas, que manipulan las acciones y los destinos de los hombres» (Documento sobre la fraternidad humana, Abu Dabi, 4 febrero 2019). Una oración que no distingue, no separa, no margina, sino que se hace eco de la vida del prójimo; oración de intercesión que es capaz de decir al Padre: «Venga tu reino». No con la violencia, el odio o la supremacía étnica, religiosa, económica, sino con la fuerza de la compasión derramada en la Cruz por todos los hombres. Esta es la experiencia vivida por la mayor parte de vosotros. 

Doy gracias a Dios por lo que habéis hecho aquí en Marruecos, como discípulos de Jesucristo, encontrando cada día en el diálogo, en la colaboración y en la amistad los instrumentos para sembrar futuro y esperanza. Así desenmascaráis y lográis poner en evidencia todos los intentos de utilizar las diferencias y la ignorancia para sembrar miedo, odio y conflicto. Porque sabemos que el miedo y el odio, alimentados y manipulados, desestabilizan y dejan nuestras comunidades espiritualmente indefensas. 

Sin otro deseo que el de hacer visible la presencia y el amor de Cristo, que se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9), os animo a que sigáis estando cerca de quienes a menudo son dejados atrás, de los pequeños y los pobres, de los presos y los migrantes. Que vuestra caridad sea siempre activa y un camino de comunión entre los cristianos de todas las confesiones presentes en Marruecos: el ecumenismo de la caridad. Que pueda ser también un camino de diálogo y de cooperación con nuestros hermanos y hermanas musulmanes, y con todas las personas de buena voluntad. La caridad, especialmente hacia los más débiles, es la mejor oportunidad que tenemos para seguir trabajando en favor de una cultura del encuentro. Que ese sea el camino que permita a las personas heridas, probadas, excluidas, reconocerse por fin miembros de la única familia humana, en el signo de la fraternidad. Como discípulos de Jesucristo, en este mismo espíritu de diálogo y de cooperación, tened siempre el deseo de contribuir al servicio de la justicia y la paz, de la educación de los niños y los jóvenes, de la protección y el acompañamiento de los ancianos, los débiles, las personas con discapacidades y los oprimidos. 

Hermanos y hermanas: agradezco nuevamente a todos vosotros vuestra presencia y vuestra misión aquí en Marruecos. Gracias por vuestro servicio humilde y discreto, siguiendo el ejemplo de nuestros mayores en la vida consagrada, entre los cuales quiero mencionar a la decana, sor Ersilia. Querida hermana: a través de ti dirijo un cordial saludo a las hermanas y a los hermanos ancianos que, a causa de su estado de salud, no están físicamente presentes con nosotros, pero permanecen unidos a través de la oración. 

Todos vosotros sois testigos de una historia que es gloriosa porque es historia de sacrificios, esperanzas, lucha cotidiana, vida gastada en el servicio, constancia en el trabajo fatigoso, porque toda labor es sudor de la frente. Pero permitidme también deciros: «¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa» (Exhort. ap. Postsin. Vita consecrata, 110), para seguir siendo signo vivo de esa fraternidad a la que el Padre nos ha llamado, sin voluntarismos y sin resignación, sino como creyentes que saben que el Señor siempre nos precede y abre espacios de esperanza donde parecía que algo o alguien se había perdido. 

El Señor os bendiga a cada uno de vosotros y, por medio de vosotros, a los miembros de vuestras comunidades. Que su Espíritu os ayude a dar frutos en abundancia: frutos de diálogo, de justicia, de paz, de verdad y de amor para que en esta tierra amada por Dios crezca la fraternidad humana. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias. 

Y ahora nos ponemos bajo la protección de la Virgen María recitando el Ángelus.

 

 

 

 

31/03/2019-09:13
Rosa Die Alcolea

Marruecos: Cánticos y flores para el Papa en el Centro Rural de Servicios Sociales de Temara

(ZENIT — 31 marzo 2019).- En este segundo día de la visita apostólica del Papa Francisco a Marruecos, dedicada a la Iglesia local, Su Santidad ha visitado a las 9:30 horas el Centro Rural de Servicios Sociales de la ciudad costera de Temara, situada a 20 kilómetros de Rabat.

El Santo Padre fue recibido al llegar por las monjas vicentinas (Hijas de la Caridad), que son ayudadas en su trabajo diario por 7 colaboradores y un voluntario.

Al llegar el Papa al centro, han salido a recibirlo a la entrada las cuatro hermanas que trabajan en el lugar y dos niños que le llevaban unas flores. Allí, el Santo Padre se ha acercado a saludar a unos pequeños enfermos, mientras un coro de 150 niños que estudian en la escuela del centro han cantado para él.

Al término de su visita, el Papa se ha despedido de las hermanas y de los voluntarios y ha saludado, finalmente, a los padres de los niños asistidos en el centro, mientras estos cantaban. Después se ha trasladado en coche a la Catedral de Rabat para encontrarse con el Clero, los religiosos, las religiosas y el Consejo Ecuménico de las Iglesias.

 

Centro Rural

Este Centro Rural está gestionado por las Hijas de la Caridad, la Compañía fundada en 1633 por Santa Luisa de Marillac y San Vicenzo de Paoli.

El Centro obra en el sector social gracias a las hermanas y a numerosos voluntarios, ofreciendo diversos servicios a la población local: alfabetización para adultos; sostenimiento escolar para los más jóvenes; servicio de comidas; asilo para niños de 2 a 7 años; ayuda psicológica para los más necesitados y curas médicas para los enfermos, en particular para las quemaduras, a los cuales hay que darles un seguimiento médico más continuado.

 

Nunciatura Apostólica

A primera hora de la mañana, este domingo, antes de realizar la visita privada al Centro Rural de Servicios Sociales, el Santo Padre saludó al personal de la Nunciatura Apostólica y presentó los regalos a Nunzio, monseñor Vito Rallo.

Antes del almuerzo, el Papa bendecirá los locales de la Nunciatura que fueron recientemente renovados y ampliados.

 

 

 

 

31/03/2019-15:03
Anne Kurian

Marruecos: El Papa se inclina ante el hermano Jean-Pierre, el último sobreviviente de Tibhirine

(ZENIT — 31 marzo 2019).- El Papa Francisco se reunió con el Hermano Jean-Pierre Schumacher, el último sobreviviente de Tibhirine, en la catedral de San Pedro, Rabat, el 31 de marzo de 2019: se inclinó ante él y le besó la mano.

En el segundo día de su viaje apostólico a Marruecos, el Papa tuvo una cita con los sacerdotes y religiosos presentes en la diócesis. En la primera fila: la hermana Ersillia Mantovani, de 97 años, una franciscana italiana que acababa de celebrar 80 años de vida religiosa, y el monje trapense de 95 años que sobrevivió a la toma de rehenes en 1996, donde murieron siete de sus hermanos en Argelia.

Ambas figuras fueron aplaudidas por la asamblea. Y el Papa rindió homenaje al hermano Jean-Pierre, besándole la mano. Entrevistado por la televisión italiana Rai 2 después de esta entrevista, el viejo monje explicó que también había besado la mano del Papa, describiendo un momento inolvidable.

Siete trapenses franceses (Christian de Chergé, Luc Dochier, Christophe Lebreton, Michel Fleury, Bruno Lemarchand, Celestin Ringeard y Paul Favre-Miville) fueron secuestrados en marzo de 1996 en su monasterio de Notre Dame de l'Atlas, a 80 km de distancia. al sur de Argelia Por otro lado, dos hermanos, Amédée, que murió en 2008, y Jean-Pierre, encerrados en sus habitaciones, escaparon de los secuestradores. Hoy, el hermano Jean-Pierre vive en Midelt (Marruecos), en el monasterio de Notre Dame de l'Atlas.

Los siete monjes de Tibhirine, cuyo martirio fue reconocido por la Congregación para las Causas de los Santos el 26 de enero de 2018, fueron beatificados el 8 de diciembre pasado.

 

© Traducción de Zenit, Raquel Anillo

 

 

 

31/03/2019-18:36
Anne Kurian

El Papa Francisco se va de Marruecos deseando paz y prosperidad

(ZENIT — 31 marzo 2019).- El Papa Francisco abandonó Marruecos después de dos días de viaje apostólico, deseándole paz y prosperidad al país. Su avión, que despegó en Rabat alrededor de las 17:30 hora local, se espera en Roma a las 21:30 horas.

Después de la celebración eucarística en el estadio del complejo deportivo "Príncipe Moulay Abdellah", última reunión de este viaje, el Papa llegó al aeropuerto de la capital, a las 17 horas (18 horas en Roma), y fue recibido por un delegado del rey Mohammed VI, con quien habló brevemente en el salón real.

El Pontífice se montó luego un B737-800 de Royal Air Maroc. Al partir, envió un telegrama al soberano, agradeciendo a la familia real, al gobierno y al pueblo amado de Marruecos por su "cálida bienvenida" y su "generosa hospitalidad". Invocando todas las "abundantes bendiciones divinas", asegurando sus oraciones "por la paz y la prosperidad de la nación".

Durante el vuelo, Francisco ofrecerá a los 70 periodistas acreditados en este 28° viaje apostólico su tradicional rueda de prensa.

 

 

 

31/03/2019-07:20
Isabel Orellana Vilches

San Ludovico Pavoni, 1 de abril

«Conocido como el cura de los chicos pobres les ayudó espiritualmente y les proporcionó una digna salida laboral con un interesante abanico de profesiones. Es el fundador de la Congregación de los Hijos de María Inmaculada»

Pío XII calificó a Ludovico como «otro Felipe Neri... precursor de san Juan Bosco... perfecto emulador de san José Cottolengo». Nació en Brescia, Italia, el 11 de septiembre de 1784. Su ilustre familia, los Poncarali, pertenecía a la nobleza. Eran dueños de grandes posesiones. Pero los utópicos ideales de la Revolución Francesa, portando aires triunfales, penetraron en la ciudad y arrasaron los derechos de muchos ciudadanos. En 1797 miembros del ejército tomaron bajo su mando el palacio Poncarali y firmaron el manifiesto «Juramos vivir libres o morir».

Sin darse ínfulas de nada, ni comprometerse con idílicos principios, únicamente con la sencillez de la verdad por bandera, Ludovico se había adentrado en el drama de los pobres. Ya conocía el asfixiante ambiente de las fábricas y lo que cuesta el aserto bíblico de ganarse el pan con el sudor de la frente. Había sido el primogénito de cinco hermanos, y todos los ojos estaban puestos en él, sin adivinar entonces lo que iba a depararle la vida.

A lo largo de los años, otras personas tendrían en cuenta sus cualidades y virtudes al punto de encomendarle altas misiones eclesiásticas. En esa época abastecía su alma cada mañana en la iglesia de San Lorenzo con el más excelente manjar: la Eucaristía. Mientras tanto, los que proclamaron la libertad esclavizaron al pueblo. Les privaron de bienes gratuitos que movimientos eclesiales proporcionaban a los desamparados, suprimieron escuelas, centros benéficos e incluso el seminario.

En una de las posesiones familiares, Ludovico realizaba obras de misericordia. Compartía los conocimientos que tenía con los chavales de su edad que no pudieron costearse estudios. Además, les enseñaba el catecismo. Su sensibilidad por estos jóvenes desamparados fue aumentando y, con ella, su amor al sacerdocio. En 1805 perdió a su padre, que falleció profundamente apenado por las desavenencias con uno de los hijos.

Cuando Ludovico ofició su primera misa en 1807 percibió con aflicción la ausencia de este díscolo hermano, que estaba casado. La lectura de un libro hizo que Ludovico tomase el sendero que guiaría el resto de su existencia: Sobre las influencias morales escrito por Schedoni. Fue providencial. Con lucidez su autor ponía de relieve lo ya conocido: si a los chicos se les deja a su aire, no se les exige la escolarización, y se ponen a su alcance puertas abiertas a la indisciplina y a la inmoralidad, el camino hacia el delito está en marcha. Lo dice el refrán: «quien siembra vientos, cosecha tempestades». Así que Ludovico tomó la resolución de implicarse por completo en la tarea de restaurarlos.

En noviembre de 1809 murió su madre dejándole gran pesar. Sin tiempo que perder, impulsó un centro parroquial para los muchachos del entorno. A otros los rescató de las calles conquistándolos con una simple limosna y el gozo reflejado en su semblante. Les allanó el camino disponiendo un hogar donde acogerlos, un «Oratorio». Los pilares de su capacitación en prácticos oficios (carpintería e imprenta) comenzaron en Brescia. Su iniciativa fue bendecida por el prelado Gabrio María Nava, que tenía gran debilidad por este colectivo marginal. Conocía la trayectoria del santo, que ya era popularmente denominado «el cura de los chicos pobres».

En 1812 lo designó secretario suyo. Seis años más tarde le nombró canónigo confiándole la rectoría de la Basílica de San Bernabé. Además, le encargó la fundación del «Instituto privado de beneficencia». Era una «Escuela de Oficios» de carácter gratuito. En 1821 recibió el nombre de «Pío Instituto de San Bernabé». Sus destinatarios eran jóvenes sin hogar ni recursos que, desde el punto de vista profesional, saldrían de sus aulas bien preparados para entrar en el mundo laboral. Y, desde la perspectiva espiritual, listos para lidiar con un ambiente poco sano y, por tanto, no cristiano.

Otra de las obras emprendidas por Ludovico fue la «Escuela Tipográfica», una novedad en Italia al tratarse de la primera escuela gráfica que se abría, convertida después en editorial. Fue ampliada en 1841 para otro grupo de sordomudos. Y como su entusiasmo y creatividad no tenían fronteras, en diez años logró que los jóvenes pudieran elegir entre un interesante abanico de profesiones: tipografía, encuadernación de libros, papelería, etc.

Los oficios a los que podrían aspirar serían igualmente extensos: plateros, cerrajeros, carpinteros, torneros, zapateros... Era un gran logro por el cual en 1844 fue condecorado por el emperador de Austria, quien le concedió el título de Caballero de la Corona de Hierro. Su destino fue un cajón; hubiera preferido ayuda para sus chicos.

Para que subsistiera esta formidable labor caritativo-social precisaba personas generosas, entregadas, con empuje. Sobre todo, que tuviesen entre sus objetivos altos ideales espirituales. Ludovico pensaba en esa opción cuando eligió entre los muchachos a los que juzgaba cumplían esos requisitos, y fundó con ellos la Congregación de los Hijos de María Inmaculada, erigida canónicamente en 1847. Comenzaban a verse los frutos de su religioso tesón: «debemos sembrar con confianza; no importa si los frutos no se ven». Ese mismo año emitió los votos perpetuos.

Su incesante entrega prosiguió hasta el fin de sus días. Aunque sus chicos le sugerían que descansase alguna vez, su invariable respuesta era «descansaremos en el cielo». Ese momento le sorprendió en Saiano, lugar cercano a Brescia. A pesar de su delicado estado de salud había acudido allí para liberar a sus muchachos de los atropellos provocados por los austriacos insurrectos que integraban la revuelta «de los Diez Días».

Llegó el 24 de marzo de 1849 y murió el 1 de abril diciendo: «Queridos míos... adiós». Era Domingo de Ramos. Poco antes pudo transmitirles esta consigna: «Tened fe, no os desaniméis. Dios, desde el cielo, rige y dispone el destino de los hombres. Haced siempre el bien a todos y amad a Jesús y a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada». Juan Pablo II lo beatificó el 14 de abril de 2002. El Papa Francisco lo canonizó el 16 de octubre de 2016.