Colaboraciones

 

La verdadera historia de Hipatia (I)

 

 

18 marzo, 2019 | por Josep Miró i Ardèvol


 

 

Hace ya algunos años la película de Amenábar sobre Hipatia, que en realidad era un ataque descarado al cristianismo, me llevó a profundizar sobre aquel personaje y su época, con la idea de escribir un libro sobre el tema y su manipulación histórica, que comienza con la misma Ilustración, porque fue entonces cuando nació el mito de Hipatia. Otras obligaciones no me permitieron completar la tarea, pero muchas horas de trabajo y bastantes páginas en el ordenador quedaron esperando una nueva ocasión.

Ahora que El País, fiel a su práctica contra el cristianismo, ha desempolvado el panfleto de Hipatia en forma de libro, y lo presenta con toda la seriedad del mundo, es un buen momento para contar en tres entregas la verdadera historia de Hipatia y de los cristianos de su tiempo.

 

El papel de la mujer en la comunidad cristiana

En la sociedad pagana el número de mujeres era sensiblemente menor que el número de hombres, porque su valor social también era menor. Algo parecido a lo que ha ocurrido en China, hasta fechas recientes, con la obligación del hijo único y el aborto selectivo de mujeres. En la época antigua, llegaban a nacer más que varones, pero muchas morían. Nada de esto sucedió en la peculiar subcultura cristiana que empezaba a anidar en el Imperio a partir de las iniciales comunidades judías. Si bien todos los datos cuantitativos son escasos, todos convergen en señalar la mayor presencia de mujeres, una realidad que se mantendría hasta bien entrado, como mínimo, el siglo V, es decir, hasta la plena normalización y hegemonía cristiana. El famoso historiador Harnack lo indica así acudiendo a las fuentes antiguas: “El cristianismo se sostenía, principal y particularmente, en las mujeres, y también el porcentaje de féminas, sobre todo entre las clases más altas, era mayor que el de hombres”.

¿De dónde surgía tal atractivo? Pues como es lógico, de los contenidos y también el estilo de vida práctico -el testimonio- que ofrecía la nueva propuesta religiosa, si bien a largo plazo la causa fue demográfica. Al prohibir el infanticidio y el aborto, pusieron fin en su comunidad a las causas que hacían que la mujer estuviera subrepresentada, como sucedía en el conjunto de la sociedad pagana. Pero este hecho no explica por qué ya hubo abundancia de mujeres desde el inicio.

El hecho mariano nunca fue extraño, aunque también su efecto debió ser mayor en la medida en que la importancia teológica y cultural de la madre de Jesús fue tomando cuerpo. Porque en el cristianismo la figura teológicamente más importante, la más sólida, la que nunca falla, es la de la Virgen María.

Desde la anunciación de su embarazo hasta la muerte de su Hijo en la cruz, María está presente. También acompaña a la primera comunidad apostólica después de la muerte de Jesús. Su importancia es tal que la tradición cristiana más antigua la preserva de la muerte. No muere, sino que asciende al Cielo en cuerpo y alma. También en la tradición católica está libre de la culpa originaria compartida por toda la humanidad a causa de Adán en razón de que debía ser Madre del Mesías. Es el único ser humano en toda la cosmogonía cristiana que presenta tales atributos. Jesucristo es Dios y ser humano. María es solo un ser humano, y es en este sentido, el más importante para el mundo cristiano antiguo. Un hecho que se prolonga en la Iglesia Católica, la ortodoxa, y las Iglesias cristianas de Oriente.

Pero, a corto plazo seguro que debieron influir de forma más decisiva otros factores relacionados con el estatus de la mujer. Como la condena al divorcio, al incesto, a la infidelidad conyugal y a la poligamia. El cristianismo mejoraba sustancialmente la situación de la mujer, introduciendo una decisiva diferencia de concepto: la igual dignidad entre ambos sexos. La mujer dejaba de ser una menor de edad. En su Epístola a los Romanos, un texto clave para la configuración del cristianismo, el apóstol Pablo saluda a 15 mujeres y 18 hombres como personas lo suficientemente eminentes en la comunidad cristiana para ser objeto de tal referencia. Los cristianos dejaron de aplicar el doble rasero según fuese hombre o mujer.

Se esperaba del cristiano la fidelidad conyugal sin divorcio y rechazaban el criterio pagano que celebraba la virginidad en la mujer y la infidelidad en el hombre. Ambos debían llegar vírgenes al matrimonio y guardarse fidelidad una vez casados. Así, los varones cristianos veían condenado el sexo extramatrimonial de la misma manera que el adulterio. La falta de castidad en el esposo resultaba para la comunidad cristiana tan inadmisible como la de la mujer. Este es un cambio radical de paradigma, que además tuvo éxito incluso en los hombres. No era de extrañar que muchos autores paganos consideraran el cristianismo como una religión “de mujeres”.

Del principio de igualdad teológica surge una nueva antropología, y de ésta una moral nueva que, con el paso del tiempo y el progresivo predominio cristiano, se trasformaron en cultura, es decir, en concepción de vida y de la sociedad, e impregnaron el arte y legislación. El papel de la mujer se había modificado en su sustancia, evidentemente, con avances y retrocesos, pero la nueva dinámica, fruto de una ruptura con la concepción del antiguo régimen, había quedado asentada, y sería el germen de todas las ulteriores transformaciones. La mujer ya no era una menor, un ser dependiente a causa de su naturaleza.

En este modelo, alternativo al pagano, las mujeres se casan más tarde. La práctica del matrimonio entre las menores de 13 años, que como hemos visto significaba el 20% entre las paganas, era residual, sólo el 7% en las cristianas, mientras que la mitad de estas se casaban con 18 o más años, por sólo el 37% de las paganas. Existía una visión del matrimonio desde la perspectiva pagana que no surgía de un emparejamiento entre iguales. En Grecia la relación iniciática homosexual hombre-efebo de fuerte contenido erótico todavía reducía más el matrimonio a una relación instrumental dirigida a asegurar la descendencia. La baja natalidad que lentamente acabó pasando factura, fue un problema crónico en el Imperio. Los gobernantes romanos fueron conscientes del mismo en algunos periodos, y desarrollaron políticas públicas para intentar corregirlo. Julio César estableció por ley otorgar tierras a los padres de tres y más hijos (es rotundo el paralelismo con el número de hijos de lo que hoy en algunos países, caso de España, se considera familia numerosa). El emperador Augusto legisló para dar preferencia política a los padres que tenían también como mínimo tres hijos, e impuso sanciones políticas y económicas a las solteras de más de 20 años.

Estas políticas continuaron, y seguramente fue Trajano el primer gobernante que estableció importantes subsidios por cada descendiente. Pero el resultado no acompañó al empeño, como reconoce el propio Tácito en sus anales. La consecuencia fue que ya a finales de la República, comenzó la escasez de población que, como hemos visto en un capítulo precedente, se vería agravada por la primera gran epidemia en el siglo II. Roma, como la Europa actual, situó durante mucho tiempo su natalidad por debajo de su población de reemplazo.

En parte esto pudo ser corregido por el crecimiento de la esclavitud fruto exclusivo de las conquistas, porque la natalidad entre esclavos era todavía menor, para después continuar con la repoblación pacífica de colonos germánicos. Se iba a consumar el fin del Imperio. El cristianismo dio pie a largo plazo a un nuevo modelo demográfico más potente y flexible que se manifestó en la Edad Media. Las mujeres se casaban más tarde, pero al desaparecer la exposición de las niñas recién nacidas aumentaba el número de ellas en edad de procrear, lo que compensó más que sobradamente el retraso en la primera relación sexual. Tenían muchos más hijos que las paganas y erradicaron el aborto. Esto permitía a las familias con menos recursos una mejor protección de los ancianos porque existían más hijos e hijas en condiciones de sostenerlos. Este modelo es el que permitió a Europa rehacerse de la espantosa mortalidad de la peste en la Edad Media, y repoblar progresivamente un territorio que se había vaciado, algo que el Imperio no consiguió del todo ante las dos graves epidemias que sufrió. En épocas de escasez las mujeres tenían menos hijos, al tiempo que aumentaban los miembros de órdenes religiosas que practicaban el celibato, reduciendo de esta manera el tamaño de la población. Este modelo es el que permitió una expansión continuada de Europa hasta el siglo XVIII, cuando la nueva transición demográfica a causa del descenso de la mortalidad refuerza el crecimiento de la población, un estadio que se prolonga hasta el siglo pasado.

El retraso en la edad del matrimonio propició que las menores fueran objeto de un respeto hasta entonces desconocido en el mundo pagano, porque el matrimonio en edades pre-púberes significaba también su consumación, lo que convertía la relación sexual en una verdadera brutalidad. El cristianismo expulsó esta práctica. Pero no sólo fue la situación de la joven y de la mujer casada la que se transformó, sino la de la mujer en todos sus estadios, y esto atañe particularmente a la viudedad. En la sociedad pagana, incluso la judía, enviudar equivalía a una pérdida sustancial de estatus, y en muchos casos, cuando no existían rentas acumuladas suficientes o un número de hijos en condiciones de mantenerla, la viudedad se convertía en sinónimo de pobreza.

De ahí la lógica de las continuadas apelaciones de Jehová a los judíos en la Biblia para que protejan y ayuden a viudas y huérfanos; ellos se encontraban entre los más desamparados de la sociedad antigua. Y si la mujer tenía bienes y volvía a casarse, estos pasaban a manos de su nuevo marido. Cualquier solución era mala. La viudedad además estaba mal vista en la sociedad romana hasta el extremo que un emperador, Augusto, llegó a multar a las viudas que no volvían a casarse en dos años.

Muy distinta era su situación en la comunidad cristiana, donde su condición era muy respetada. La que disponía de bienes seguía disfrutando de ellos en caso de matrimonio, y cuando la viuda era pobre, la Iglesia disponía de servicios para atenderla, dejando a su elección si se casaba o no. Ni presión social, ni pobreza afectaba a la viuda cristiana, en la medida que lo experimentaba la mujer pagana.

El resultado de todo ello es que las mujeres, púberes, jóvenes, matronas y viudas, gozaban de mayor seguridad y respeto comunitario. Todo esto explica la eclosión de mujeres que destacan en la vida pública del cristianismo, solas, directamente, sin dependencia o intermediación de un hombre, coetáneas o incluso anteriores a Hipatia, y sirve para también entender que su rol más independiente era posible porque la sociedad se había cristianizado. El mito de Hipatia. Situadas las características del cristianismo con carácter general, con una derivada específica en relación al cambio histórico que produjo en la conceptuación de la mujer, resulta apropiado contrastar dicha realidad histórica con uno de los mitos que se han intentado recuperar en el marco del relato ideológico, que presenta al cristianismo como una concepción obscurantista en contraste con la luminosa percepción que poseía el mundo pagano. La idea de fondo es siempre la misma: la religión es mala porque es fuente de intolerancia y violencia.

El intento de actualización gira en torno a una película del director de cine Alejandro Amenábar que lleva por título “Agora”, y que presenta en imágenes el mito de Hipatia en su doble función antirreligiosa y feminista. El examen de la estructura argumental del film es un ejercicio que permite mostrar los arquetipos con los que se construyen este tipo de relatos, y en este sentido posee una utilidad mucho más amplia que el juicio sobre la sola película.

El esquema del relato es sencillo porque se trata de una historia de “buenos y malos”. Hipatia, una mujer joven y bella, filósofa y matemática que imparte con gran éxito sus clases en la ciudad de Alejandría, persona tolerante, emancipada y sabia, acaba siendo asesinada por una organización uniformada cristiana -se presupone que son los Parabolanos- instigados por el Patriarca de Alejandría, San Cirilo, en el marco de las agresiones que los cristianos perpetran contra sus conciudadanos paganos.

El film falsea en primer término, la globalidad de la historia, sobre el conflicto entre los cristianos y el paganismo. En segundo lugar, falsea la realidad de la protagonista Hipatia, y de su antagonista mayor en la versión cinematográfica, San Cirilo. Finalmente, también lo hace con la historia de Alejandría, la ciudad donde se desarrolla la historia. Consideremos el primero de ellos, el global. Quien juzgue la historia a través de lo que se le muestra a sus ojos incurrirá en una inversión del sentido de la historia, y tendrá una imagen absolutamente deforme. Como hemos visto, los perseguidos durante tres siglos fueron los cristianos. En ocasiones por decisiones imperiales, pero muchas veces a iniciativa del propio pueblo pagano, sus conciudadanos. La primera de las grandes persecuciones romanas empieza muy pronto, en el año 64, a cargo de Nerón. Pero antes de aquella fecha los judíos ya comenzaron la tarea de reprimir, incluso matar a los cristianos. San Pablo, que junto con San Pedro es fundamento del cristianismo, fue inicialmente un perseguidor de los seguidores de Jesucristo. Incluso aparece en Hechos de los Apóstoles (7,58) y como de pasada, en la descripción del martirio y muerte por lapidación que sufre en Jerusalén San Esteban, el primer mártir.

Desde la persecución neroniana se produjeron otras nueve más, con intervalos más o menos extensos de tolerancia, pero siempre con una amenaza común; la criminalización del hecho cristiano por las leyes romanas, en nombre de la moral y la religión pagana.

Por otra parte, los cristianos no fueron una banda de pobres que se hicieron con el poder por la imposición y por su fanatismo, sino que constituyeron una muestra representativa de la sociedad de la época imperial, y que incluía a familias senatoriales. Si había muchos pobres entre ellos era porque esa era la característica de la sociedad de su tiempo. Esta representación tiene excepciones y matizaciones que no afectan a lo que se está argumentado. Fueron, sobre todo, habitantes de las ciudades y pocos agricultores; precisamente en este último hecho tiene su origen la palabra pagano, porque paganus es el habitante de un pagus, una aldea o comarca rural. Había en los dos primeros siglos un cierto predominio de las mujeres, porque les ofrecía un reconocimiento de su persona que no se encontraba presente en el paganismo. Algo parecido puede afirmarse en relación con los esclavos, pero ya desde la primera persecución encontramos representado todo el conjunto de la sociedad del Imperio, y por consiguiente, también a gente culta perteneciente a las clases dirigentes. De este último grupo saldrían en buena medida los primeros obispos y abades.

La falsedad contextual tiene su importancia por la elipsis histórica que entraña. Hipatia no estuvo a cargo de la Biblioteca de Alejandría. Ni siquiera tuvo responsabilidad en el posterior centro de culto, el Serapeo. Vale la pena detenerse en este punto, porque muestra cómo la realidad es manipulada por el mito a fin de presentar a los cristianos como violentos y contrarios a la cultura. La realidad histórica es que cuando vivió Hipatia hacía años que la gran biblioteca de Alejandría había sido destruida. Construida en el reinado de Ptolomeo I (362 a.C.-283 a.C.), o quizás en el de Ptolomeo II, no fueron los cristianos los autores de su ruina, porque en las épocas en que acaeció, o no existían, o tenían más bien la tarea de intentar no ser represaliados. Quienes realmente la destruyeron fueron, primero, Julio César que la quemó junto con la ciudad en el año 48a.C. en la guerra entre Roma y Egipto. La ciudad fue incendiada y con ella el gran edificio del Museo donde estaba ubicada la Biblioteca. Pero el fin de la Biblioteca debe situarse en un momento indeterminado del siglo III o del IV, quizá en 273, cuando el emperador Aureliano, conocido como Manus ad Ferrum por su facilidad y rapidez en utilizar la espada para resolver discrepancias, y gran impulsor del culto a Mitra, tomó y saqueó la ciudad. También cuando Diocleciano hizo lo propio en 297. Él fue precisamente quien llevó a término una de las últimas y más duras persecuciones contra los cristianos. Algunos autores como Bagnall creen que, en realidad, fue el abandono lo que terminó por matar a la Biblioteca. “Los libros se pudren”, incluso los papiros libres de ácidos, y señala que no existen datos de ninguna inversión realizada para mantener la biblioteca después de los primeros ptolemaicos. Estas causas, incluso los terremotos, tuvieron o pudieron tener relación con su fin. Son muchas y diversas las causas, y ninguna tiene que ver con los cristianos.

Lo que sí se acabó de destruir en el año 391, época de Hipatia, pero un cuarto de siglo antes de su muerte, fue el Serapeo. Los Ptolomeos construyeron en la cima de su Acrópolis, el antiguo templo dedicado a Serapis, un nuevo dios que bajo la forma helenística reunía los caracteres de los dioses egipcios (Osiris) y griegos (Zeus, Hades y Dionisos). El templo estaba edificado en el mismo lugar donde Cleopatra, apoyándose en una colección de 200.000 manuscritos regalados por Marco Antonio, creó la segunda gran biblioteca alejandrina. Ptolomeo III lo amplió al mismo tiempo que mandaba construir la biblioteca, hija de la de Alejandría, de unas dimensiones y proyección mucho menor. Con el paso del tiempo se añadieron nuevos edificios, como un santuario dedicado a Anubis, y a partir del emperador romano Claudio (emperador desde el 41 al 54 después de Cristo), una necrópolis de los animales sagrados. Más tarde, en época del emperador Adriano (117–138) hubo una reconstrucción. A él se debe la gran estatua del Buey Apis que se encuentra en el Museo Grecorromano. Los 97 judíos fueron los primeros que intervinieron para destruirlo en el marco de una revuelta de las que periódicamente se produjeron en aquella ciudad.

Más tarde, también como en el caso de la Biblioteca, intervinieron los propios paganos de la mano de Diocleciano, destruyendo parte de los edificios. Este emperador mandó construir una enorme columna para divinizarse y conmemorar sus hazañas, más conocida y mal denominada como columna de Pompeyo. Celebra la gran victoria en el año 296 sobre el general Aquileo que un año antes se había proclamado emperador de Egipto. En la base de la columna hay una inscripción que dice: “Se erigió este monumento para el emperador justo, dios de Alejandría, Diocleciano y al invencible “Póstumo” gobernador de Egipto”.

La tercera y última intervención sí fue cristiana. Una multitud destruyó el monumento que como dios se había hecho erigir Diocleciano, el mayor impulsor de las persecuciones contra ellos. Fue en el año 391 y con Teófilo como patriarca de Alejandría. El Serapeo definitivamente destruido, dio lugar a un templo cristiano, consagrado a San Juan Bautista. Dicho templo llegó intacto hasta el siglo X, cuando resultó demolido por los árabes. Culpar de todas estas luchas y destrucciones a los cristianos, carece de todo fundamento.

Así mismo es falso que los seguidores de Jesús liquidaran la escuela neoplatónica de Alejandría, que no desapareció, como presenta la película, sino que continuó más de 150 años. El paganismo se mantuvo en la ciudad hasta que llegaron los árabes. En realidad fue el Islam quien interrumpió, ya de forma perfecta, lo que quedaba de la antaño hegemónica religión pagana y sus vinculaciones filosóficas.

El falseamiento se extiende a la protagonista de la historia. De Hipatia se sabe poco, y esta ignorancia incluye el desconocimiento de sus textos. En realidad no se conocen sus aportaciones a las matemáticas y a la astronomía, aunque todo parece indicar que su tarea fue sobre todo divulgadora, y no aportó nada original, al menos por los escasos comentarios encontrados. Fue asesinada cuando tenía unos sesenta años. Llevaba, por consiguiente, mucho tiempo ejerciendo su función docente en la Alejandría cristiana, sin que ello le hubiera significado nunca ningún problema. Al contrario, a su casa, donde impartía las lecciones, acudían paganos y cristianos, y precisamente uno de ellos, Sinesio de Cirene que fue obispo, se refiere a ella como “madre, maestra, benefactora mía”. la historia, sobre el conflicto entre los cristianos y el paganismo.

 

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