Tribunas

¿Qué pasa con el obispo de Cádiz?

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

El pasado viernes los obispos del sur de España hicieron pública una “Nota en relación a un artículo difamatorio sobre la actuación pastoral del obispo de Cádiz y Ceuta, monseñor Rafael Zornoza”. Inusitada actuación pública de todo un episcopado regional.

Advierto que no me parece adecuada la práctica de poner el peso de la argumentación en demonizar a medios y mensajeros. Entiendo que se ha querido, con la nota de los obispos del sur de España,  salir en defensa del obispo, decirle que no está solo y supuestamente frenar determinadas dinámicas públicas.

Por cierto que de la gravedad de lo que allí estaba ocurriendo me di cuenta cuando un hombre tan ponderado, Consejero Nacional de la Asociación Católica de Propagandistas, Catedrático de Historia Moderna de la Universidad de Cádiz, un católico e intelectual de pro, Manuel Bustos, publicó en las vísperas de la nota una larga sábana en el diario de más tirada de esa provincia con el título “El obispo y su obra”. Actuación no única en ese sentido de los Propagandistas del Centro de Cádiz, por cierto.

Como dice mi buen amigo Bustos, no pretendo “contrarrestar nada (allá cada uno con su conciencia)” sino “recordar algunos puntos fuertes de su gobierno diocesano”-referido al obispo-.

Por cierto que después han ido apareciendo otras columnas en defensa de monseñor Zornoza. Por ejemplo la de Nicolás Barroso, “El acoso a un buen obispo”.

Creo que lo que se está poniendo en entredicho no es solo al obispo de Cádiz. Informaciones de esta naturaleza producen también el efecto de una dinámica de miedo –al qué dirán, a la imagen negativa…- ante la posibilidad de que un obispo, cualquier obispo, pueda actuar, dentro de los márgenes del derecho canónico y la prudencia pastoral en el juicio de todo gobierno en conciencia, ante las irregularidades que haya detectado. Efecto de un miedo que paraliza, y como todo miedo, contrario a la libertad. Quizá uno de los problemas de la Iglesia hoy, también en España, es el de la auténtica libertad.

Es más, podríamos estar ante una determinada forma de hacer y de resolver, o no, los problemas en la Iglesia, que es ajena a la tradición misma o a la manera de solucionar los conflictos en la Iglesia. Incluso desde el punto de vista histórico del derecho penal eclesial. En otras épocas se recurría a los príncipes laicos. Ahora a los medios.

Pongamos por caso el siguiente ejemplo, como diría la moral clásica, monseñor Cayo contra el sacerdote Ticio:

Un obispo descubre que un párroco utiliza las cuentas de la parroquia a su antojo. Le llama al despacho, dialoga, el párroco se cierra en banda, el obispo toma una serie de decisiones amparado en la normativa canónica –¿o también se discute la normativa canónica?-. Comienza una campaña pública contra el obispo. El obispo, identificado con poder arbitrario, siempre da mucho juego.

Por lo tanto, la defensa no se da en los ámbitos propios de la salvaguarda de los derechos de todos, solo, sino en la opinión publicada con una corriente a la que, naturalmente, se suman otros muchos descontentos.

El siguiente paso es nacionalizar el caso, por no decir internacionalizarlo, sin esperar a que se haya resuelto, es decir, en medio del proceso. Llevarlo a los medios nacionales, globales. Cuando más potente y prescriptor sea el medio, o los medios que se utilizan, más percepción de la imagen negativa del obispo.

Y si el obispo es hijo de una determinada herencia eclesial, no está demás sacar el expediente, que la memoria nunca falla por estos predios. Y aquí se suman otros. Y si de lo que se trata es de que llegue a Roma, por vías paralelas a la Nunciatura, ni te cuento.

A partir de ahí se desencadena la dinámica de la respuesta, de la contra versión. Salen en defensa del obispo los suyos. Se divide el mapa…

Vayamos al ejemplo contrario, el sacerdote Tico contra monseñor Cayo, para comprobar que los efectos últimos negativos son similares. Que el obispo está cometiendo una injusticia, o tiene la costumbre de determinadas prácticas no apropiadas para el ejercicio del ministerio, pues a los medios. Por ejemplo, que se encariña de los dineros de una parroquia o fundación, ¿para qué utilizar el derecho canónico, o la vía de la Nunciatura? –cuestión esta peliaguda, la de la Nunciatura y el ritmo de los titulares de los medios-.

En vez de articular la defensa de los derechos del pueblo de Dios, o de un sacerdote, o de un grupo de sacerdotes, o de los religiosos, por las vías oportunas, la consigna es: al juicio paralelo, a la justicia de los titulares.

Esta dinámica, por cierto, no tiene nada que ver con la necesidad de la libertad de opinión pública, ni con la tan acreditada por el magisterio obligación de la opinión pública en la Iglesia, tan alentada, entre otros por Pablo VI. Tiene que ver con la relación entre los medios y el poder de los titulares, que es el juego de los medios. Una dinámica de efectos demoledores.

No es el primer caso en la historia reciente de la Iglesia en España que se produce esta forma de actuar. Incluso en Andalucía. Después están los que piensan que en la Iglesia, la clave es el tiempo. Dejar pasar el tiempo, ganar tiempo… Mal negocio el del tiempo en una sociedad como la nuestra.

 Está claro, y vayamos al caso concreto, que sobre lo que ha hecho el obispo de Cádiz, monseñor Rafael Zornoza, mientras que siga apostando por el silencio y haya renunciado a defenderse, “dejando a  quien corresponda la investigación de los hechos que como obispo ha debido afrontar”, no podemos decir mucho más. Y si pudiéramos, porque una parte hubiera facilitado la información, tendría que quedar muy claro este supuesto.

Lo que sí podemos es poner el caso en contexto de algo más que una investigación. ¿De qué tipo?, ¿Judicial civil, canónica? Y esperar a que algún día se aclare lo que ha ocurrido en Cádiz, lo que ha pasado, lo que ha hecho y no ha hecho el obispo.

Por cierto, de los casos pasados que se dieron en Andalucía, ahí siguen los obispos que estuvieron implicados. Y, añado, a este paso el tribunal que más futuro tiene en la Iglesia en España es el penal de la Rota de Madrid.

En fin, que no se trata de defender al obispo, ni por ser obispo, ni al obispo de Cádiz en concreto, -aunque no niego que muchas decisiones suyas sean defendibles, otras criticables, las más opinables, como la de todos los obispos-, ni al de Medina-Sidonia, ni a las víctimas de una forma de gobierno en la Iglesia, que la dinámica de victimario-víctima siempre es peligrosa.

Otro día, si es menester, escribiré sobre las decisiones interesantes que ha tomado el actual obispo de Cádiz. A mi entender, claro. Por ejemplo, en la formación de los futuros sacerdotes.

De lo que se trata es de proponer un modo de resolución de problemas y conflictos que contribuya a la auténtica renovación de la Iglesia, que no creo que esté relacionada con la caza de brujas al estilo McCarthy, a la descalificación global y por sistema. Un modelo que sirva en Cádiz, en Madrid, en Guadalajara y en Ciudad Rodrigo.

Y para punto y seguido, el mensaje del Papa Francisco a los obispos en la reciente JMJ de Panamá. No es necesario citar ningún párrafo en concreto. Aunque con ganas me quedo…

 

José Francisco Serrano Oceja