Tribunas

El legado de don Fernando Sebastián

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

Con la muerte del cardenal Fernando Sebastián, la historia de la Iglesia en España comienza a pasar página de un capítulo brillante de su historia. Se va una generación clave que ha contribuido, de forma decisiva, a articular la forma de presencia del catolicismo español en nuestro pasado reciente.

Una generación que podemos definir como la de la renovación previa al Concilio, la del Concilio, y la que hizo posible la articulación del posconcilio en España.

No hace mucho oí a un miembro de esa generación decir algo que me llamó la atención. Comentaba que, en contra de lo que se opina, esa generación no cambió porque solo cumplieran los dictados de Juan Pablo II, porque se sometieran acríticamente a lo que venía de Roma.

Esa generación, y ese es el testimonio personal, cambió y se dio cuenta de lo que estaba pasando en la Iglesia con el inmediato posconcilio ya en tiempos de Pablo VI. Y entonces se inició el examen de conciencia. Un examen previo al pontificado del Papa Wojtyla, que se anticipó al pontificado y que, se podría decir, le hizo posible más fácilmente en España.

Muestra de ello es la vida de la Conferencia Episcopal Española, sus procesos de evolución internos, sus protagonismos y debates.

Por tanto, no se trata de una generación de obispos que seguían solo al pie de la letra lo que venía de Roma, sino que habían tenido un proceso previo, e interno de reflexión sobre los caminos equivocados que había tomado la Iglesia en el posconcilio.

Es cierto que don Fernando representa a esa generación más en la dimensión de relación de la Iglesia con el Estado y la sociedad. Una idea que a él le gustaba particularmente, dado que solía decir que la presencia pública de la Iglesia no debía circunscribirse solo a las relaciones con el Estado. Lo principal era el diálogo público con la sociedad cambiante.

Don Fernando habló siempre claro. De entre lo mucho que hay que agradecerle está la evolución de la conciencia de la Iglesia y del catolicismo en el tema del terrorismo y del nacionalismo. Ahí está su epílogo al libro “La Iglesia frente al terrorismo de ETA”, que marcó un antes y un después.

No hace mucho se publicó un artículo en la revista “Lumen” de Mikel Aramburu-Zudaire que recordaba esta cuestión. Un texto, por cierto, que daría para un diálogo público sobre esta materia.

Don Fernando nos ha dejado como testamento también sus “Memorias con esperanza”, un libro en el que encontramos al mejor don Fernando, no sin algunas sorpresas.

Allí dice, recordando el episodio de por qué no fue elegido arzobispo de Madrid, que “estoy convencido de que quienes han tenido alguna reticencia conmigo han podido tener sus razones. Yo no he sido perfecto, ni mucho menos. Reconozco que tengo muchos defectos. Ocurre además que los hombres no coincidimos en nuestras apreciaciones. Con muy buena voluntad podemos ver las cosas de distinta manera. Es más, ahora se lo agradezco.”(p. 317).

La Iglesia en España debe dar gracias a Dios por un hombre que sirvió fielmente y que nos ha legado un ejemplo de libertad de conciencia. Descanse en paz.

 

José Francisco Serrano Oceja