Tribunas

Remi Brague insiste: las raíces de Europa son ajenas al laicismo

 

 

Salvador Bernal


 

 

La Unión Europea es mucho más que la despectiva “Europa de los mercaderes”. Ciertamente, en el origen de los movimientos integradores del siglo XX hay elementos económicos: así en el pionero Benelux, que pronto cumplirá 75 años: del tratado de unión aduanera que firmaron los gobiernos de Bélgica, Holanda y Luxemburgo, exiliados en Londres por la guerra mundial.

Los habitantes del viejo continente tienen muchas cosas en común, con independencia de los mercados y las soluciones políticas. No son menores las tradiciones religiosas. Curiosamente, y a pesar de tópicos y estereotipos, los musulmanes no hacen ascos a la celebración del nacimiento del profeta Jesús. Dos botones de muestra de estos últimos días: también este año el presidente egipcio Abdel Fattah al Sisi participó en la liturgia copta de la vigilia de Navidad, presidida por el patriarca Tawadros II, a modo de inauguración de la nueva Catedral dedicada a la Natividad de Jesús, construida en la que será también nueva capital administrativa de Egipto. De otra parte, el gobierno de Iraq revisó el régimen de fiestas, y declaró la Navidad fiesta nacional para todos los ciudadanos, cristianos y musulmanes. El cardenal-patriarca Sako había solicitado a las autoridades de Bagdad que siguieran el ejemplo de otros países de mayoría musulmana, como Jordania, Siria o El Líbano, donde el nacimiento de Jesús se celebra civilmente sin problema.

En el contexto del Concilio Vaticano II –entre el profetismo de san Juan XXIII y las cavilaciones de san Pablo VI-, no faltaron soñadores de una “Nueva Cristiandad”. Pero el también santo Juan Pablo II dejó claro que la nueva evangelización a la que estaban convocados los fieles nada tenía de nostalgia, menos aún en el plano político-social. De hecho, la encíclica Centessimus annus desarrolla textos de Gaudium et Spes con una importante reflexión sobre los fundamentos teológicos de la democracia. Los argumentos fueron ampliados después por Benedicto XVI: son una buena herramienta para fortalecer esa forma de gobierno en estos tiempos de crisis. Desde luego, están netamente alejados de todo confesionalismo.

Nunca se insistirá bastante en que el laicismo es una enfermedad del espíritu de laicidad presente en el Nuevo Testamento, sintetizado quizá en el “dad al César lo que es del César”. No han faltado ni faltan resistencias –así, Francisco sigue criticando formas actuales de clericalismo-, pero la separación de esferas se abrió paso decididamente en la doctrina católica. Y Europa no se sostendrá si renuncia a sus valores religiosos, no confesionales. Curiosamente, con el Brexit no estará ya presente en Europa un residuo de viejos tiempos: la Corona, cabeza de la Iglesia anglicana.

Vuelve sobre el tema Remi Brague, un gran filósofo contemporáneo, 71 años, emérito de Filosofía medieval y árabe en La Sorbona; lleva décadas trabajando sobre el fundamento del hecho religioso, y su último libro en Flammarion no puede tener un título más clásico: Sur la Religion. Insiste en sus tesis sobre las raíces cristianas de Europa, aunque él prefiere el término fuentes: las considera vivas, porque vivimos aún de ese tesoro.

No faltan quienes agitan el espectro de las guerras de religión. A Brague le parece una ironía que, en Francia, los partidarios de un laicismo militante –es decir, bélico: Revolución, Comuna, post-Resistencia- pretendan avergonzar a los creyentes recordando violencias del pasado. Las atribuyen a la religión, no al contexto secularizador moderno protagonizado intelectualmente por Maquiavelo y Hobbes. Recuerda la reciente apología de otro filósofo, Jean-Luc Marion, en la línea de la segunda generación de Padres de la Iglesia. Los apologistas respondieron a las calumnias con que el poder romano intentaba justificar la persecución violenta. Hoy no es violenta, pero sí muy agresiva, con sarcasmos y silencios clamorosos, o con una acentuación de exigencias de “pureza democrática” -no de raza- para quienes tienen méritos más que suficientes para ocupar puestos de relieve en la vida social y pública.

A Brague le preocupan menos las situaciones personales, que la consistencia de la fe. Pero reclama a Europa que se defienda de la hipocresía del laicismo, si quiere asegurar la felicidad de las generaciones futuras. Hace un año, al agradecer su nombramiento como doctor honoris causa de una universidad polaca, se preguntaba, como escribí en Aceprensa el 28 de mayo: ¿qué tiene que decir el cristianismo a Europa?: “Nada nuevo. Nada que el hombre no haya sabido o no haya tenido que saber desde hace mucho tiempo. Solo hay una cosa que el cristianismo tiene la posibilidad y el deber de enseñar a los europeos de hoy: ver lo humano incluso donde otros sólo ven lo biológico seleccionable, lo económico explotable, lo político manipulable”...