Servicio diario - 24 de diciembre de 2018


 

Misa de Navidad: “Jesús, Tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida”
Redacción

¡Feliz y santa Navidad!
Redacción

Antonio Rivero: “Dios para salvarnos entró en nuestro mundo mandando a Cristo”
Antonio Rivero

P. Antonio Rivero: “¿Qué personaje quiero ser este año en la Navidad?”
Antonio Rivero

San Alberto (Adán) Chmielowski, 25 de diciembre
Isabel Orellana Vilches


 

 

 

24/12/2018-22:30
Redacción

Misa de Navidad: “Jesús, Tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida”

(ZENIT – 24 dic. 2018).- A las 21:30 horas, en la Basílica Vaticana, el Santo Padre Francisco ha celebrado la Santa Misa de la Noche en la Solemnidad del Nacimiento del Señor, el 24 de diciembre de 2018.

En la Celebración Eucarística, después de la proclamación del Santo Evangelio, el Papa ha pronunciado la homilía, que ofrecemos a continuación:

***

 

Homilía del Papa Francisco

José, con María su esposa, subió «a la ciudad de David, que se llama Belén» (Lc 2,4). Esta noche, también nosotros subimos a Belén para descubrir el misterio de la Navidad. 

1. Belén: el nombre significa casa del pan. En esta “casa” el Señor convoca hoy a la humanidad. Él sabe que necesitamos alimentarnos para vivir. Pero sabe también que los alimentos del mundo no sacian el corazón. En la Escritura, el pecado original de la humanidad está asociado precisamente con tomar alimento: «tomó de su fruto y comió», dice el libro del Génesis (3,6). Tomó y comió. El hombre se convierte en ávido y voraz. Parece que el tener, el acumular cosas es para muchos el sentido de la vida. Una insaciable codicia atraviesa la historia humana, hasta las paradojas de hoy, cuando unos pocos banquetean espléndidamente y muchos no tienen pan para vivir.

Belén es el punto de inflexión para cambiar el curso de la historia. Allí, Dios, en la casa del pan, nace en un pesebre. Como si nos dijera: Aquí estoy para vosotros, como vuestro alimento. No toma, sino que ofrece el alimento; no da algo, sino que se da él mismo. En Belén descubrimos que Dios no es alguien que toma la vida, sino aquel que da la vida. Al hombre, acostumbrado desde los orígenes a tomar y comer, Jesús le dice: «Tomad, comed: esto es mi cuerpo» (Mt 26,26). El cuerpecito del Niño de Belén propone un modelo de vida nuevo: no devorar y acaparar, sino compartir y dar. Dios se hace pequeño para ser nuestro alimento. Nutriéndonos de él, Pan de Vida, podemos renacer en el amor y romper la espiral de la avidez y la codicia. Desde la “casa del pan”, Jesús lleva de nuevo al hombre a casa, para que se convierta en un familiar de su Dios y en un hermano de su prójimo. Ante el pesebre, comprendemos que lo que alimenta la vida no son los bienes, sino el amor; no es la voracidad, sino la caridad; no es la abundancia ostentosa, sino la sencillez que se ha de preservar. 

El Señor sabe que necesitamos alimentarnos todos los días. Por eso se ha ofrecido a nosotros todos los días de su vida, desde el pesebre de Belén al cenáculo de Jerusalén. Y todavía hoy, en el altar, se hace pan partido para nosotros: llama a nuestra puerta para entrar y cenar con nosotros (cf. Ap 3,20). En Navidad recibimos en la tierra a Jesús, Pan del cielo: es un alimento que no caduca nunca, sino que nos permite saborear ya desde ahora la vida eterna. 

En Belén descubrimos que la vida de Dios corre por las venas de la humanidad. Si la acogemos, la historia cambia a partir de cada uno de nosotros. Porque cuando Jesús cambia el corazón, el centro de la vida ya no es mi yo hambriento y egoísta, sino él, que nace y vive por amor. Al estar llamados esta noche a subir a Belén, casa del pan, preguntémonos: ¿Cuál es el alimento de mi vida, del que no puedo prescindir?, ¿es el Señor o es otro? Después, entrando en la gruta, individuando en la tierna pobreza del Niño una nueva fragancia de vida, la de la sencillez, preguntémonos: ¿Necesito verdaderamente tantas cosas, tantas recetas complicadas para vivir? ¿Soy capaz de prescindir de tantos complementos superfluos, para elegir una vida más sencilla? En Belén, junto a Jesús, vemos gente que ha caminado, como María, José y los pastores. Jesús es el Pan del camino. No le gustan las digestiones pesadas, largas y sedentarias, sino que nos pide levantarnos rápidamente de la mesa para servir, como panes partidos por los demás. Preguntémonos: En Navidad, ¿parto mi pan con el que no lo tiene? 

2. Después de Belén casa de pan, reflexionemos sobre Belén ciudad de David. Allí David, que era un joven pastor, fue elegido por Dios para ser pastor y guía de su pueblo. En Navidad, en la ciudad de David, los que acogen a Jesús son precisamente los pastores. En aquella noche —dice el Evangelio— «se llenaron de gran temor» (Lc 2,9), pero el ángel les dijo: «No temáis» (v. 10). Resuena muchas veces en el Evangelio este no temáis: parece el estribillo de Dios que busca al hombre. Porque el hombre, desde los orígenes, también a causa del pecado, tiene miedo de Dios: «me dio miedo […] y me escondí» (Gn 3,10), dice Adán después del pecado. Belén es el remedio al miedo, porque a pesar del “no” del hombre, allí Dios dice siempre “sí”: será para siempre Dios con nosotros. Y para que su presencia no inspire miedo, se hace un niño tierno. No temáis: no se lo dice a los santos, sino a los pastores, gente sencilla que en aquel tiempo no se distinguía precisamente por la finura y la devoción. El Hijo de David nace entre pastores para decirnos que nadie estará jamás solo; tenemos un Pastor que vence nuestros miedos y nos ama a todos, sin excepción. 

Los pastores de Belén nos dicen también cómo ir al encuentro del Señor. Ellos velan por la noche: no duermen, sino que hacen lo que Jesús tantas veces nos pedirá: velar (cf. Mt 25,13; Mc 13,35; Lc 21,36). Permanecen vigilantes, esperan despiertos en la oscuridad, y Dios «los envolvió de claridad» (Lc 2,9). Esto vale también para nosotros. Nuestra vida puede ser una espera, que también en las noches de los problemas se confía al Señor y lo desea; entonces recibirá su luz. Pero también puede ser una pretensión, en la que cuentan solo las propias fuerzas y los propios medios; sin embargo, en este caso el corazón permanece cerrado a la luz de Dios. Al Señor le gusta que lo esperen y no es posible esperarlo en el sofá, durmiendo. De hecho, los pastores se mueven: «fueron corriendo», dice el texto (v. 16). No se quedan quietos como quien cree que ha llegado a la meta y no necesita nada, sino que van, dejan el rebaño sin custodia, se arriesgan por Dios. Y después de haber visto a Jesús, aunque no eran expertos en el hablar, salen a anunciarlo, tanto que «todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores» (v. 18). 

Esperar despiertos, ir, arriesgar, comunicar la belleza: son gestos de amor. El buen Pastor, que en Navidad viene para dar la vida a las ovejas, en Pascua le preguntará a Pedro, y en él a todos nosotros, la cuestión final: «¿Me amas?» (Jn 21,15). De la respuesta dependerá el futuro del rebaño. Esta noche estamos llamados a responder, a decirle también nosotros: “Te amo”. La respuesta de cada uno es esencial para todo el rebaño. 

«Vayamos, pues, a Belén» (Lc 2,15): así lo dijeron y lo hicieron los pastores. También nosotros, Señor, queremos ir a Belén. El camino, también hoy, es en subida: se debe superar la cima del egoísmo, es necesario no resbalar en los barrancos de la mundanidad y del consumismo. Quiero llegar a Belén, Señor, porque es allí donde me esperas. Y darme cuenta de que tú, recostado en un pesebre, eres el pan de mi vida. Necesito la fragancia tierna de tu amor para ser, yo también, pan partido para el mundo. Tómame sobre tus hombros, buen Pastor: si me amas, yo también podré amar y tomar de la mano a los hermanos. Entonces será Navidad, cuando podré decirte: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo” (cf. Jn 21,17). 

© Librería Editorial Vaticano

 

 

 

24/12/2018-16:28
Redacción

¡Feliz y santa Navidad!

 

 

24/12/2018-17:20
Antonio Rivero

Antonio Rivero: “Dios para salvarnos entró en nuestro mundo mandando a Cristo”

 

NOCHEBUENA

Ciclo C

Textos: Is 62, 1-5; At 13, 16-17.22-25; Mt 1, 1-25

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: En la Nochebuena Dios, movido por su misericordia, celebra con nosotros el Nacimiento de su Hijo a quien Él ha mandado a la tierra para salvarnos. Entramos en la genealogía divina y salvífica.

Síntesis del mensaje: La Nochebuena es un desborde de la misericordia de Dios para con todos nosotros, pecadores, necesitados de redención. La lista genealógica de Mateo (evangelio) tiene una intención clara: demostrar que Jesús pertenecía a la casa de David, por parte de José (2ª lectura). Pero también tiene una intención más profunda: El Mesías esperado se ha encarnado plenamente en la historia humana y está arraigado en un pueblo concreto, el de Israel, compuesto de santos y pecadores, a quienes Él ha venido a salvar. Y todo, movido por su infinita misericordia.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, Cristo pertenece a nuestra familia humana a la que vino a salvar. Ahí está el evangelio de hoy que narra la genealogía de Jesús. Decía el cardenal vietnamita Van Thuan que recordar a los antepasados tiene un gran valor en su cultura; por eso, conservan con piedad y devoción el libro de la generación familiar encima del altar que existe en cada hogar. Gracias a esa genealogía podemos darnos cuenta de que pertenecemos a una historia que es mayor que nosotros. Y así podemos entender mejor el sentido de nuestra historia con mayor certeza de la verdad. En esa genealogía leída en esta noche no todos son santos y ejemplares. Misterioso designio divino de la misericordia divina. Junto a David, se enumeran otros reyes. Aparte de Ezequías y Josías, los demás son idólatras, asesinos y disolutos. Después del destierro, apenas hay nadie que se salve por sus valores humanos y religiosos. Hasta llegar a los dos últimos nombres, José y María. Aparecen en la lista cinco mujeres: las cuatro primeras no son como para estar orgullosos de ellas. Rut es buena y religiosa, pero es extranjera, lo que para los israelitas es un inconveniente grave. Raab es una prostituta, aunque de buen corazón. Tamar, una tramposa que engaña a su suegro Judá para tener descendencia. Betsabé, una adúltera con David. La quinta sí: es María, la esposa de José, la madre de Jesús. Jesús, en su misericordia, se ha hecho solidario de esta humanidad concreta, débil y pecadora, nada de angélica o ideal. ¿No es esto misericordia?

En segundo lugar, en esa genealogía e historia de salvación y misericordia entró María. Mujer escogida por Dios desde toda la eternidad para ser la Madre de su Hijo eterno. Mujer a quien Dios puso a su lado a José, como esposo y padre adoptivo de Jesús, a quien daría el nombre y su estatuto jurídico y su seguridad. Mujer que respondió desde su humildad a este plan de salvación dando su “sí”, por obediencia a Dios y por amor misericordioso a la humanidad. Mujer que mantuvo su “sí sostenido” durante toda su vida en medio de las dificultades que tuvo que experimentar. Mujer que ratificó su “sí”, a los pies de su Hijo en la cruz, uniéndose místicamente al sacrificio redentor de Cristo para salvarnos y reconciliarnos con el Padre celestial. El nombre de María en esta genealogía de Cristo limpia toda la lista de hombres y mujeres que no estuvieron a la altura del plan de Dios.

Finalmente, en esa historia y genealogía entramos cada uno de nosotros por la misericordia de Dios. Por una parte, somos pecadores. Por otra parte, hemos sido redimidos por Cristo. Si en este momento experimentamos el pecado en nuestra vida, aprovechemos la Navidad para acercarnos a Dios en el sacramento de la confesión. Si, por el contrario, estamos viviendo en amistad con Dios, miremos a los demás con ojos nuevos, sin menospreciar a nadie. Todos formamos parte de la genealogía salvífica y divina. Es el momento de llenarnos de misericordia. La sociedad nos puede parecer corrompida, y algunas personas indeseables, y las más cercanas, llenas de defectos. Pero Jesús viene precisamente a curar a los enfermos, no a felicitar a los sanos; a salvar a los pecadores, y no a canonizar a los buenos. La salvación es para todos. Jesús no renegó de su árbol genealógico porque en él hubiera personas pecadoras. Nosotros no debemos renegar de la generación en que nos ha tocado vivir. En esta Navidad deberíamos crecer en esta visión misericordiosa de las personas, a quienes Cristo ha ofrecido también la salvación. Misericordia en la que el Papa Francisco tanto insiste hoy.

Para reflexionar: En este libro genealógico de la salvación, ¿quiero dejar borrones de pecado o haces de luz y color? En esta lista genealógica, ¿mi nombre puede estar perfectamente junto al nombre de María, José y Jesús, y no desentonaría? ¿O saldría de esa lista un grito: “asesino, adúltero, mentiroso, estafador, corrupto…”?

Para rezar: Señor, gracias por agregarme en la lista genealógica de la salvación, junto a los nombres de Jesús, María y José. Quiero que mi nombre resuene entre los santos del cielo. Perdona mis pecados y los pecados de mis hermanos. Señor, en este año del jubileo de la misericordia, llena mi corazón de misericordia para con todos, para que sea portador de tu ternura y bondad.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

 

 

 

24/12/2018-18:10
Antonio Rivero

P. Antonio Rivero: “¿Qué personaje quiero ser este año en la Navidad?”

 

NAVIDAD

Ciclo C

Textos: Is 52, 7-10; Heb 1, 1-6; Jn 1, 1-18

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor en el Noviciado de la Legión de Cristo en Monterrey (México) y asistente del Centro Sacerdotal Logos en México y Centroamérica, para la formación de sacerdotes diocesanos.

Idea principal: Contemplemos hoy los personajes principales de la Navidad.

Síntesis del mensaje: Cada personaje vive de manera distinta la Navidad, ese gran misterio de la misericordia y bondad de Dios.

 

Puntos de la idea principal:

En primer lugar, contemplemos a María Santísima y a José, el carpintero. María, del Verbo preñada busca corazones, ¿le daremos posada? No puede ya con su Hijo en el vientre; quiere dárnoslo, ofrecérnoslo. Posadero, abre tu portal y prepara un rincón para que María dé a luz a su querido Jesús. Hasta ahora el seno de María era cálido albergue y cuna calentita. El tuyo, ¿cómo está? ¿Frío, terriblemente frío por la indiferencia, la ingratitud, el desamor? Dios no quiso que la Virgen diese a luz rodeada de vana curiosidad, envuelta en ruidos. Y se la llevó al campo. Allí, en libertad y soledad, sola con José, dio a luz al Niño Jesús. El nacimiento de Jesucristo, dice san Ignacio de Antioquia, ocurrió en silencio.  Lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre. Le besaría los pies porque era su Señor; le besaría la cara porque era su hijo. Se quedaría quieta mirándolo. Era como una menuda flor que aún la yema del dedo podría lastimar. Sus manos, al fajarlo, temblaban de maravilla y de ternura extasiadas. De tanto mirarlo ciega ha quedado María y con cantar de asombro lo está acunando: “Hijo mío, Hijo del alma, ¿cómo he podido llevarte, siendo Sol, en mis entrañas? ¿Cómo es que no me abrasaste con tanta llama?”.Miremos ahora a José. Era todo disponibilidad y obediencia y asombro. Y así venció las dudas, los desconciertos y las angustias. Y no añoraba nada, ni hijos nacidos de su misma sangre. Tenía delante al sol supremo, al hijo de los hijos, al Dios de cielo y tierra, y a la mujer que enamoró a Dios. ¿Qué más podía desear?

En segundo lugar, contemplemos a los pastores. Velaban su rebaño, cumpliendo su deber…nunca dejarían al lobo ninguna de sus crías. Hombres sencillos, hechos a la intemperie. Estaban en la noche, pues todavía no conocían la luz del Sol invicto. Y el ángel se les apareció y la gloria de Dios les envolvió con su luz. Nunca habían visto tanta luz y claridad, tanto resplandor y calor. Temen con un temor reverencial. No estaban acostumbrados a revelaciones divinas. Es el mismo temor de María y de José ante la irrupción de Dios en sus vidas. Nadie está preparado para recibir la revelación de Dios. Nos cae de sorpresa, y el hombre humilde y sencillo, al inicio teme. Se calman ante el anuncio del ángel, y creen en el anuncio del ángel a pies juntillas, sin dudar, sin hacer preguntas. Su alma pura y sencilla estaba preparada para la Buena Noticia. La anhelaban. Y fueron corriendo a Belén y allí encontraron a Jesús, a María y a José. Y le dieron su fe, su esperanza y su amor.

En tercer lugar, contemplemos a Herodes y a los posaderos de Jerusalén. Primero, Herodes. Herodes no sabe de tan gran suceso, pues su pecho es nido de ambición y miedo. No soportó Verdad tan clara. Hecho tinieblas plantó la cara a tanta luz, cerrando el cerco de odio y de saña. Y quiso matar a esa Luz, a ese Amor, a esa Flor que nació en Belén. Sólo él quería reinar. El trono era sólo para él. Y se quedó sin Navidad. Y su corazón fue un infierno de odio, de ambición, de miedo y de crimen. Segundo, los posaderos. Estaban en sus juergas, pasatiempos y francachelas. En cada rincón de sus posadas olía a pecado, desenfreno, indiferencia. El consumismo, el hedonismo y el materialismo no dejaron entrar a María y a José, ni tampoco dejaron entrar a Jesús. ¡Qué lastima, posaderos!

En cuarto lugar, contemplemos a los Magos de Oriente. Los magos vienen de lejos, no saben si volverán, sólo saben que una estrella los invitó a caminar. Y en camino se pusieron. No saben adonde van, pero en su corazón arde una luz de inmensidad. Vienen de lejos, muy lejos –no saben si volverán-, pues la luz que así les guía siempre invita a ir más allá. Atravesando desiertos se han visto a los pies de un Niño cuyo llanto es su paz. Vienen de lejos, muy lejos…no saben si volverán, pues la risa de este Niño cautiva todo mirar. Afrontan con fortaleza todas las dificultades del camino. Siguen, a pesar de todo. Y llegan al portal. Tienen que apearse de sus camellos. Tienen que hacerse pequeños para entrar. Tienen que ensuciarse un poco de barro. Pero encuentran el tesoro, que es Jesús. Y de los ojos del recién nacido salieron unos rayos de luz y entraron en el alma de estos reyes. ¡Era el inicio de su fe! Y la fe la acompañaron con la generosidad. ¡Y qué generosidad! Oro, incienso y mirra.

Finalmente, contemplemos al Niño Jesús. Nace un Niño, cuyo llanto es la primavera y cuyas lágrimas, son rocío que embellece nuestros campos. Esas lágrimas las sorben los ángeles, pues son lágrimas de miel. “Esas tus lágrimas, Jesús, caigan sobre nuestro mundo y lo limpie y lo dulcifique. ¡No quieras, Jesús, privarnos de tus lágrimas, de ese tesoro infinito! Más prefiero tu llanto, Jesús, Niño de Belén, que el cantar de los ángeles que anuncia paz y bien. Caigan tus lágrimas sobre nuestras almas y las limpien de toda impureza, egoísmo y ambición”. Y este Niño nace desnudo aguardando manos pobres que le vistan sábanas de ancha hermandad, tejidas de llanto y risa. Nace desnudo para decirnos que quien de amor se atavía desde la cuna al sepulcro, desnudo ha de andar la vida. Nace la Palabra, para los sedientos de oír a Dios: “Si Tú eres ya la Palabra, ¿qué nos resta a los que tenemos labios, sino pronunciarla, sino beberla y saciarnos, vestirla en carne y en alma? Si en ti ya está dicho todo cuanto es de vida y de gracia, cuanto es de amor y de muerte, cuanto de luz nos traspasa…¿por qué ese afán triste, loco, de querer siempre inventarla, de hacerla nuestra y distinta, disimularla…? ¡La Palabra…! ¡Si tú eres ya la Palabra! Naces como Palabra para que yo pueda llamar a Dios con la palabra “Padre” y a los demás con la palabra hermano. Tu Palabra, Jesús, es eco del amor de tu Padre”. Esta Palabra pide silencio para escucharla; pide disponibilidad para acogerla; pide generosidad para que fecunde en nosotros. “Si no me oís–dice esta Palabra- es porque os taponan mentiras como músicas insomnes”. Nace el Enmanuel, el Dios con nosotros, para los solos, abandonados, exiliados, desterrados. Se aproximó al valle tenebroso de nuestro quebranto, para caminar con todos los tristes y despojados. Nace el Sol Invicto para los que yacen en las tinieblas. ¡Los astros todos se eclipsan ante el Sol de su semblante! Su luz transforma en auroras nuestra oscuridad. Nace el Mayoral para todas las ovejas descarriadas, que salieron del aprisco y a quienes el lobo carnicero acecha el paso. Nace el Alfarero que toma en sus manos el sucio barro nuestro, y no se mancha, sino que lo modela, lo forja con amor; y el amor todo lo deja más blanco, todo lo deja más puro, todo lo deja más santo. “Madre, no tengas miedo de que pueda ensuciarme el barro”. Nace el Agua que saciará a todos los sedientos del mundo. Él es Fuente y Agua al mismo tiempo. Vino para bañar la tierra toda, para anegar con su frescura honda tiniebla y sequedad. Él es el Río fecundo de la Historia, viva corriente de Hermosura indómita. Nace el Pan, en la casa del Pan, Belén. Ese Pan amasado en el seno de María. ¡Mirad qué Pan tan tierno nos confía el Dios que por la tierra busca amores con quien compartirlo! Este es el Pan de más vivos sabores. En él encuentra el hombre la alegría de ver colmada su hambre, día a día, sin apurar de muerte arduos sudores. Este es el Pan de Gracia que se ofrece a todos los hambrientos de la tierra. Por él crece el amor, la vida crece. Y el hombre que en tal Pan su dicha encierra, sabe de aquella fuerza que abastece el abrazo de paz contra la guerra. Es Pan que un día se hará Eucaristía. Pan que sacia nuestra hambre de amores. Pan que sabe a cena entre amigos, y a Mesa convida. Es Pan de Cielo y Tierra, de lucha y gracia, de densa noche oscura, de amanecer de Pascua. Es Pan de la ternura de un Dios Infante. Pan que cuanto más lo como, más me devora. Nace el Hombre: por eso, desde la Encarnación la inicial de Hombre, es tan mayúscula como la de Dios. Ni más ni menos. Ni menos ni más. Tan mayúscula la H de hombre como la D de Dios. Desde la Encarnación Dios se escribe con H de hombre; Hombre, con D de Dios. Nace Jesús como Sacerdote que ofrece y se ofrece al Padre por nuestra salvación: su Altar es una cueva de animales; su corporal, unos pañales; su patena, unas pajas. Nace el Rey de cielos y tierras, a quien Herodes temió. ¿Su ley? Gloria a su Padre y paz eentre nosotros. ¿Su trono? Un pesebre con pajas. ¿Su cetro? Unas manitas que bendicen. ¿Su manto? Unos pañales. ¿Sus súbditos? La pobreza, los pobres. No busca trono en la tierra, sólo un corazón pobre, pero limpio, y un pecho amante. “Mi consuelo y mi alegría –dice este rey- están en los corazones puros, de amor insaciables”. Buscas a los pobres para llenarles de tu riqueza, de esa riqueza que sólo Dios reparte con su gracia, traída del cielo por Jesús. ¿Tu programa como Rey, Jesús? Implantar tu paz. Esta paz tú la regalas a quien tiene abierto el corazón. ¿Por qué, Jesús, aún existe la guerra y la violencia avasalla, por qué la fuerza se impone y hay tanta vida truncada? Diciendo esto, vi que el Niño ponía triste su cara, y lágrimas en silencio por sus mejillas rodaban. “No hay navidad mientras no reina la paz en cada alma; mientras que los corazones de toda cultura y raza no formen un corazón único donde Yo nazca; no hay navidad mientras que el humano use otras armas para defender sus bienes de temores y amenazas, que aquel amor que comprende, y que perdona y que abraza; ¡aquel amor que derriba barreras de odio y de saña; y se entrega y nada pide, sabe morir y no mata”. Nace el Eterno en el tiempo, para hacernos eternos a nosotros que somos temporales. De otra manera, hubiéramos sido sólo tiempo, y no hubiéramos ni soñado la eternidad, donde Dios vive en un eterno presente amándonos, viéndonos, escuchándonos.

Para reflexionar: hace tiempo aprendí esta poesía que nos puede servir para reflexionar hoy, día de Navidad:

¡He!, Tú, ¡posadero!
¿No habrá una habitación para esta noche?
– Ninguna cama libre. Todo lleno.
Y Dios pasó de largo, qué pena posadero.

Todo hubiera sido de otro modo:
las estrellas columpiándose por tus aleros;
los ángeles cantando en tus balcones;
los Reyes magos perfumando tu patio con incienso,
y en tu fonda, el divino alumbramiento.
Pero: “No queda sitio, ni una cama; lo tengo todo lleno”.
Y Dios pasó de largo, ¡Qué pena, posadero!

Hubieras liquidado, por cierre, tu negocio.
No hay sitio para huéspedes, cuando Dios está dentro.
Dios va ocupando habitación tras habitación,
hasta invadir el corazón entero.
Cerrarías la fonda, pues Dios te reclamaba
toda tu casa para el Evangelio.
Pero: “No queda sitio, ni una cama; lo tengo todo lleno”.
Y Dios pasó de largo, ¡Qué pena, posadero!

El Evangelio empieza ante la puerta
de una fonda en Belén. Y un posadero.
Y el Evangelio sigue reclamando hospedaje:
– “Sólo para esta noche”.
– “No hay sitio: todo lleno”
¿Será mía la fonda? ¿seré yo el posadero?
La mano que llamaba a mi puerta, ¿no sería la estrella
de Belén con aserrín de carpintero?
Si ya no tengo sitio. Y si está todo lleno.
Si Dios pasó de largo ¡Qué pena posadero!

Para rezar: me postro ante ti, Niño de Belén, y te adoro, te agradezco, te amo. Quiero vivir contigo la Navidad. Amén.

Para cualquier duda, pregunta o sugerencia, aquí tienen el email del padre Antonio, arivero@legionaries.org

 

 

 

24/12/2018-08:43
Isabel Orellana Vilches

San Alberto (Adán) Chmielowski, 25 de diciembre

«Consumado pintor, hizo del arte un instrumento evangelizador hasta que eligió convivir con los pobres y los enfermos renunciando a un brillante futuro. Juan Pablo II lo consideró el san Francisco polaco del siglo XX»

Hoy festividad de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, la Iglesia celebra también la vida de Alberto, considerado por Juan Pablo II «el san Francisco polaco del siglo XX». Halló en él un motor para su vocación al observar que encarnaba admirablemente el ideal de pobreza franciscano, espíritu que caracterizó su austera vida; y eso que Alberto era de noble cuna.

Nació el 20 de agosto de 1845 en Igolomia, ciudad cercana a Cracovia, Polonia. Al morir sus padres, unos familiares lo acogieron a él y a sus hermanos. Ingresó en el Instituto Politécnico de Pulawy cuando tenía 18 años. Ese año participó en la insurrección de Polonia y fue hecho prisionero. Tenía una herida en la pierna que se agravó, y sufrió su amputación. Pero esta traumática operación en la que probó su valentía –fue intervenido sin anestesia–, le libró de un más que seguro fusilamiento. Al malograrse la sedición, escapó del castigo que podía aplicarle el bando zarista huyendo a París casi en condiciones rocambolescas, ya que lo hizo ocultado en un féretro. Regresó a Varsovia en 1865, y dos años más tarde volvió a la capital del Sena. Comenzó la carrera de ingeniería en la ciudad belga de Gante, pero sus cualidades artísticas le indujeron a estudiar pintura en la Academia de Bellas Artes de Munich, gracias a la generosidad de la señora Siemienska, en cuyo hogar fue acogido amistosamente. Después completó esta formación en París. En este periodo existencial, marcado por el sufrimiento físico y psíquico ocasionado por su prótesis de palo, siempre mantuvo vivo en su espíritu el precioso legado de la fe que había recibido.

Siendo ya un consumado artista, regresó a Polonia en 1874 con una idea clara: tomar la vía del arte como instrumento apostólico, poniendo su talento al servicio de Dios. Una de sus obras representativas es el «Ecce Homo» en el que supo plasmar la profunda experiencia espiritual que le había marcado. Era un hombre de gran sensibilidad. Por eso, al meditar sobre la Pasión de Cristo, conmovido por ella hasta el tuétano, dio un rumbo definitivo a su vida. Primeramente, en 1880 ingresó como hermano lego en el convento de Stara-Wies, regido por los jesuitas, pero a causa de sus problemas de salud únicamente convivió con ellos seis meses. Su profundo desasosiego cesó bajo los cuidados de un hermano, y al año siguiente teniendo noticia de la existencia de la Tercera Orden de San Francisco, se vinculó a ella. Eso le permitió constatar de primera mano la realidad en la que malviven los «sin techo», aquejados de gravísimas enfermedades, y aquellos cuya miseria material y moral es tal que nadie les prodiga ni una sola palabra de consuelo. En esa cohorte de mendigos y vagabundos, así como de los que sucumbían presos de enfermedades repulsivas en Cracovia, veía el rostro de Cristo. Teniendo clara su vocación, se adentró en ese mundo de miseria. No quería ser menos que ellos. De modo que renunció a su brillante y prometedor futuro, y pidió limosna para asistirlos. Sabía que compartiendo con los indigentes su trágico presente llegaría al fondo de sus corazones.

Tomó el hábito franciscano con el nombre de Alberto y emitió la profesión ante el cardenal Dujanewski. Después, puso en marcha dos congregaciones religiosas, masculina y femenina, para el servicio de los pobres, inspiradas en la espiritualidad franciscana. Son conocidos como Siervos de los Pobres o Albertinos. Antes había dejado abierto en Cracovia un local en el que a los pobres y a los enfermos se les dispensaba completa asistencia. Esa acción caracterizó su vida. Dio prueba de su misericordia con las obras que impulsó en distintos lugares de Polonia: asilos para ancianos, casas para inválidos y enfermos incurables, comedores para los mendigos, orfanatos para los abandonados, todo confiando siempre en la Providencia, movido por su amor a Dios. Y poco a poco devolvía a los desfavorecidos la dignidad que una sociedad insensible a sus necesidades les había hurtado.

¡Cuántas acciones de caridad y solidaridad son puestas en marcha dentro de la Iglesia continuamente llevando el calor y la ternura, solucionando en gran medida carencias que los gobiernos de distinto signo no ofrecen! Son innumerables. No es casualidad que al frente de ellas muchas veces se encuentren religiosos consagrados. Alberto echaba mano de su potente creatividad, además de su arrojo en defensa de cualquier desfavorecido, porque amaba a Dios con todo su ser. Ejercía gozosamente su heroica caridad con el prójimo con el rostro sereno y la alegría evangélica dibujada en él. Compartió con los indigentes la comida y los recodos en los que se guarecían. No había acepción de personas ni razones que le llevaran a asistir a unos en detrimento de otros. A todos proporcionó una asistencia material y espiritual impagable, inducido por la fortaleza que le infundía la Eucaristía y su apasionado abrazo a la cruz. «No basta que amemos a Dios, sino que hay que conseguir además que, en contacto con nosotros, otros corazones se inflamen. Eso es lo que cuenta. Nadie sube al cielo solo», decía.

Afectado por un grave tumor en el estómago durante diez años, afrontó el final de sus días con virtuoso temple. Teniendo a su lado a la Virgen de Czestochowa, antes de exhalar su último aliento advirtió a la comunidad: «Esta Virgen es vuestra fundadora, recordadlo», añadiendo esta recomendación: «Ante todo, observad la pobreza».Murió en el asilo fundado por él en Cracovia el día de Navidad de 1916. Su funeral fue prácticamente encabezado por los pobres de la ciudad. Juan Pablo II lo beatificó en Cracovia el 22 de junio de 1983. Y él mismo lo canonizó en Roma el 12 de noviembre de 1989.