Tribunas

Navidad con las hermanitas del Cordero

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

 

Cada año por Navidad, recibimos en casa un no desdeñable número de tarjetas de felicitación. Mensajes cargados de belleza exterior e interior, deseos y experiencias compartidas con amigos, algunas muestras de formalidad institucional que, al fin y al cabo, también son necesarias.

Y silencios, puntos suspensivos, que forman parte de la vida.

Cómo no, también llega la carta de las Hermanitas del Cordero, de la madrileña Plaza de la Paja, guardianas de mi refugio eucarístico. Una felicitación sencilla, hecha a fotocopiadora, cargada de frases turbativas y de experiencias…

Y de una clave que no debemos olvidar, tampoco estos días: “Los pobres son el tesoro de la Iglesia” (san Lorenzo, diácono romano).

Una noche, de camino a la Plaza Mayor, se toparon con una joven sentada a la puerta de un supermercado. Estaba tiritando de frío y llevaba en su mano un vaso de papel que le servía para recoge unas pocas monedas. Se llama Amaya. Hablaba de sus problemas. Lo esencial de su conversación no tardó en llegar: “La fe la recibí de mis abuelos. Es la única herencia que me queda”. Silencio. Añade: “Mi familia no tiene la culpa. Pero esta herencia nadie me la va a quitar”.

En la noche fría del Madrid de los Austrias, brilla la luz de una fe que es también la única herencia que le queda a Amaya.

Otra noche, cualquier noche. Se acercan las Hermanitas del Cordero a un hombre que está tumbado en la calle, en posición de dormir.

“Hermanitas, me siento un privilegiado –dice-. Hay gente que lo pasa peor. A la Virgen, la quiero mucho. Me ayuda siempre”. Y añade al grupo un mensaje del cielo: “Me dejáis que os pida una cosa: sed felices”.

Los pobres os evangelizarán, sed felices.

Feliz Navidad.

 

José Francisco Serrano Oceja