Tribunas

Inmaculada Concepción: la Sin Pecado

 

 

Ernesto Juliá


 

 

Abundan las noticias que ponen a prueba nuestro optimismo y nuestra esperanza de cada día.  Informaciones de nuevos abusos de todo tipo, de manipulaciones y de mentiras: escándalos por doquier, acusaciones contra toda clase de personas, etc. etc.

¿Consiguen que nos convirtamos en pesimistas profundos, y que caigamos en una situación de desinterés y de apatía generalizada, o sólo remueven y enfangan más el caos letal, ético-moral y mental, que estamos viviendo en las sociedades del así llamado “mundo occidental civilizado”?

En ocasiones, es verdad, nos invitan a mirar la vida con horizontes estrechos para que nos acomodemos a la situación de que “todos lo hacen”; y no alcemos la mirada a horizontes más elevados y más dignos que están ahí para que los contemplemos.

¿Qué necesitamos para elevar la mirada? Algo tan sencillo como mirar a la Inmaculada, la Sin Pecado, y Ella llenará nuestro corazón y nuestra alma para que no “sigamos desorientados y perdidos en nuestros pecados” (Francisco, Ángelus 3-XII-17).

La Inmaculada nos habla de pecado. Ella que fue concebida “sin pecado original”, nos recuerda la realidad de nuestro pecado, de ese pecado que está en el origen de todas las malas noticias que recibimos. Pecados de orgullo y de soberbia que originan todas las violencias, guerras, abusos de poder, etc.; de lujuria que provoca el desbordamiento sexual de las diferentes ideologías de género; de envidias y de odios que están en la base de tantos maltratos humanos, y de la indiferencia ante las verdaderas necesidades de los demás; etc.

En estos días se prepara en Sevilla una gran exposición sobre la obra de Murillo. De sus cuadros, fijo hoy mi atención en las Inmaculadas.

Ante el número de cuadros que se le atribuyen me pregunto: ¿Son muchas Inmaculadas, o es la misma Inmaculada plasmada en diferentes momentos del espíritu, de la visión, del artista?

En San Petersburgo, y en el Museo del Ermitage, luce la más famosa quizá de sus Inmaculadas, la llamada “Concepción de Walpole” (coleccionista inglés del siglo XVIII). Las manos abiertas de la Virgen Santísima acompañan su mirada elevada, perdida y encontrada en el Cielo, en el decreto de Dios Padre que la prepara para ser morada de su Hijo, y la llena ya de Espíritu Santo.

Contemplar una Inmaculada de Murillo hace realidad ese deseo de que la belleza lleve al hombre a Dios, después de pedirle perdón por sus pecados, y recibirlo.

Al contemplar a la Virgen Inmaculada, atenta al mensaje de Dios, y la respuesta a la invitación de ser la Madre de Dios, podemos pensar que Dios dijo después de crearla: “Y vio que era buena, que era bella; que es la Bondad, que es la Belleza”.

En Ella, porque es la Sin Pecado y la que ha aplastado la cabeza del demonio, el abismo insondable que separa a Dios de su criatura se hace camino transitable. Y consciente de estar preparada para transmitir a la tierra a Aquel, que es “Camino, Verdad y Vida”, eleva los ojos al cielo y abre las manos en ademán de acoger toda la Luz del Amor de Dios, y sembrarla en el corazón de todos los hombres, después de animarles maternalmente a abandonar el pecado, y rechazarlo con decisión.

Virgen Casta, Virgen Pura. Su Fiesta no aparecerá en los “medios”. Es lo mismo. En todos sus santuarios se elevará una mirada hasta el Cielo, en la esperanza de que muchos hombres y mujeres abandonen la impureza de una sexualidad vivida bajo el solo impulso del instinto y del placer, alimentada por la pornografía y por las prácticas sodomíticas y antinaturales, sobre cuya perversión ya llamó la atención el mismo Freud.

¿Quién puede medir la influencia de los grandes santuarios marianos en la historia de sus pueblos, y de todas las culturas en toda la tierra: Guadalupe, Lourdes, Fátima, La Sallette, Loreto, el Pilar, Czestochowa, Aparecida; y de las pequeñas ermitas dedicadas a la Santísima Virgen María en todos los rincones del mundo?

 

Ernesto Juliá Díaz

ernesto.julia@gmail.com