Tribunas

La clave es la paciencia

 

 

José Francisco Serrano Oceja

 

Dos buenos sacerdotes amigos me recomendaron recientemente un libro sobre el cristianismo en los tiempos del imperio romano que lleva por título “La paciencia”. Su autor, Alan Kreider, es un teólogo de Oxford de confesión menonita.

La lectura veraniega de este tratado de historia del cristianismo ha dado mucho juego. Se podrían escribir varios artículos, sobre varios temas, después de la atenta lectura.

La pregunta inicial que se hace el autor es una pregunta clásica: cuál fue la razón de la expansión y fecundidad del cristianismo en los cuatro primeros siglos, en un contexto no precisamente favorable.

Y la respuesta es clara: la paciencia, la pedagogía de la paciencia de Dios en la vida testimonial de los cristianos. La paciencia hunde sus raíces en la naturaleza de Dios. La médula de la paciencia se manifiesta en la encarnación de Jesucristo. La paciencia escapa al control humano, no tiene prisa, no es convencional, no es violenta, promueve la libertad religiosa y pone confiadamente el presente y el futuro en manos de Dios, es portadora de esperanza.

A lo largo del libro, el autor hace una síntesis de la teología de los padres apostólicos y de los primeros padres respecto a los factores claves de la fecundidad cristiana en forma de pinturas de vida. Aunque se mueve en el terreno de la teología y por tanto algunas de sus afirmaciones merecerían ser matizadas, o profundizadas, hay páginas de indudable valor.

Por ejemplo cuando afirma que los cristianos ordinarios fueron la clave de la expansión del cristianismo, incluso de la expansión misionera.

¿Qué hizo que aquellos que nuestro autor denomina cristianos ordinarios  se implicasen en ese proceso de misión migrante? El trabajo. El testimonio de coherencia de vida de los cristianos ordinarios, sus relaciones laborales, humanas, familiares, sociales, fue la forma habitual de la rápida extensión del cristianismo primitivo.

Como nos enseñó Cipriano de Cartago, los cristianos “no hablamos de cosas grandes, sino que las ponemos en práctica”. El éxito de ayer y de hoy es el mismo. Como dice Wolfgang Reinbold, “si los cristianos educaban a sus hijos como cristianos, y si un hombre cristiano, en el trascurso de una generación, también puede convencer a uno de sus vecinos paganos, y una mujer cristiana puede convencer solo a una de sus amigas paganas de la verdad de su fe, él y ella han hecho más de lo que nos parecería suficiente para poder explicar el crecimiento de la iglesia en los tres primeros siglos”.

 

José Francisco Serrano Oceja