La firma | Escritores Católicos Modernos

 

Anthony Burgess: las apariencias engañan

 

De orígenes modestos, llegó a ser una de las principales figuras de la literatura inglesa en la segunda mitad del s. XX

 

 

18/04/2018 | por Mauricio Sanders


 

 

Anthony Burgess (1917 –1993) fue un escritor inglés que se hizo famoso en todo el mundo por una película sobre un libro suyo que el director de la película leyó mal:  A Clockwork Orange. Compuso más de 250 obras musicales pero con esas no se hizo famoso. De orígenes modestos, llegó a ser una de las principales figuras de la literatura inglesa en la segunda mitad del s. XX. Tuvo tanto éxito que, para escapar del impuesto de 90% que el gobierno quería imponer a sus ingresos, escapó para rodar en un camper por las carreteras de Europa. Acabó por instalarse en Mónaco, porque ahí no hay impuesto sobre la renta.

Burgess empezó a publicar ya cuarentón. Escribió de todo, guiones para cine y televisión, ensayos de fonética y de crítica literaria, novelas que, para escribirlas, antes tuvo que inventar un idioma y novelas que son puros cuentos. Redactó para la Enciclopedia Británica la entrada que corresponde a “novela”. Puede ser el mejor resumen que existe sobre el tema. Le salían sátiras de la mano como a otros les salen vellos de la nariz. Fue fecundo. A veces fue mediocre, gustosa y felizmente mediocre, porque siempre le salió algo que por lo menos se deja leer con placer.

Anthony Burgess fue un autor cómico de humor negro. Le interesaban tres cosas: la religión, el arte y el sexo.  Un mérito de Burgess es que podía popularizar las más refinadas y complejas técnicas literarias del siglo pasado. Aplicaba los inventos lingüísticos de James Joyce o Saul Bellow para regalar al hombre común. También fue traductor de Edipo Rey y de la ópera Carmen. Burgess fue con escritor con buena estrella.

Como casi todos los que heredan la fe católica de sus padres, la fe de Anthony Burgess tuvo altibajos. Más que una pasión arrebatadora, fue para él una costumbre casera. Anthony Burgess, quien nació, vivió, pecó y murió católico, dijo: “Los grandes escritores católicos de la actualidad, de Newman a Greene, fueron conversos. Para un católico como yo, que cree desde la cuna, es difícil tomarlos en serio.”

El catolicismo de Burgess era un matiz que coloreaba sus puntos de vista, un condimento que le ponía sabor a sus palabras. Esto se hace evidente en A Clockwork Orange, que tiene como tema el libre albedrío. Esta novela es a la vez cruel y chistosa. A momentos es repelente. Casi toda es ambigua, porque el autor no juzga los actos del protagonista. A veces el personaje parece marioneta, pero no se sabe si Burgess lo hace así a propósito o se equivoca inadvertidamente.

Esta novela de Burgess es difícil de olvidar, aunque no fue escrita para tomársela en serio. Al final, deja sensación de contener más energía bruta de la que el autor pudo canalizar. Con esta novela, Burgess se sacó el premio gordo de los escritores: halló su novela como oro de aluvión, sin tener que escarbar en las minas para dejarla escrita.

En la edición original inglesa, A Clockwork Orange tiene 21 capítulos. En el último capítulo, el protagonista acepta libremente abandonar su horrible conducta. La primera edición en Estados Unidos, que fue la que leyó Stanley Kubrick, el director de la celebérrima película homónima, suprimió el capítulo 21 número que simboliza la madurez humana, el momento en que se asumen responsabilidades de adulto. Como consecuencia, la película hace muy fácil malintepretar tanto a la novela como a su autor, un pecador empedernido que creía en algún rincón desastrado del alma que los hombres somos libres para aceptar el regalo divino de un paraíso jocundo.