Opinión

 

Banca para dummies

 

 

28/02/2018 | por Pedro Abelló


 

 

¿Qué hace un banco?

Capta el dinero de los ahorradores, que se lo prestan a cambio de un interés, y a su vez lo presta en forma de créditos a los particulares y empresas que lo necesitan, por lo cual cobra un interés.

El negocio del banco consiste, pues, básicamente, en la diferencia entre el interés que cobra por los créditos y el que paga a los depositantes, el llamado margen de intereses.

 

¿Puede la banca funcionar sin beneficios?

Como decimos, el beneficio de la banca viene dado por su margen de intereses. Ese beneficio se utiliza, en una pequeña parte, para retribuir a los accionistas, que son todos los ciudadanos que poseen acciones de los bancos y les proporcionan así el capital que necesitan para funcionar, pero la mayor parte del beneficio se reinvierte en forma de reservas, que sirven, por una parte, para hacer frente a las inversiones en inmuebles, informatización, seguridad, etc., y, por otra, para garantizar un nivel adecuado de solvencia, como veremos más adelante. Sin beneficios, la banca no puede funcionar.

 

¿Es importante la banca en una economía?

La banca es el motor de la economía, pues canaliza el dinero hacia donde se necesita y hace posible el funcionamiento de la economía y su crecimiento, al garantizar la seguridad y el rendimiento del ahorro y su utilización según las necesidades de los agentes económicos. La economía no puede funcionar sin esa intermediación.

 

¿Es la banca libre en su actuación?

Al ser un agente primordial para el funcionamiento de la economía, la banca está sujeta a un estricto control por parte de las autoridades monetarias, nacionales e internacionales. Se rige por reglas internacionales, las llamadas normas del Acuerdo de Basilea y las normas MiFID (Markets in Financial Instruments Directive), cuyo cumplimiento se encargan de controlar esas autoridades monetarias, en nuestro caso el Banco de España y la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV) a nivel nacional, y el Banco Central Europeo y las agencias de rating a nivel internacional. Las agencias de rating son las que establecen el nivel de solvencia de cada banco, lo que determina su mayor o menor facilidad de acceso a los mercados financieros internacionales y el precio del crédito internacional que solicita.

 

¿Cuál es el principal elemento de control de la banca?

El control que las autoridades monetarias ejercen sobre la banca abarca multitud de aspectos, pero el primordial es la solvencia. Solvencia es la capacidad que tiene un banco para responder ante sus acreedores (los depositantes) del dinero que han depositado en él. La solvencia es el factor crítico, pues de él depende la confianza de los depositantes y la seguridad del ahorro depositado en el banco. Por ello, las normas sobre solvencia son sumamente estrictas.

La solvencia se mide por el cociente (ratio) entre los fondos propios del banco (capital más reservas) y el total de sus activos ponderados por riesgo (total del crédito concedido ponderado según sus diferentes niveles de riesgo).

Existe un valor mínimo de la ratio de solvencia, medido sobre el llamado core capital (acciones más reservas), que debe llegar a situarse en el 7% en 2018, por debajo del cual el banco no podría seguir funcionando. La insolvencia de un banco tiene efectos catastróficos, especialmente para los depositantes y accionistas, por lo cual el seguimiento del índice de solvencia es de importancia capital.

 

¿Qué factores afectan a la solvencia?

Por lo que hemos visto, la solvencia depende de dos factores básicos: la evolución de los fondos propios y del crédito concedido con su nivel de riesgo. El aumento de los fondos propios (numerador) hace aumentar la solvencia, y su reducción disminuye la solvencia. El aumento del crédito concedido (denominador) reduce la solvencia, y su reducción la aumenta.

Para unos fondos propios constantes, reducir el nivel de crédito aumentaría la solvencia, pero entonces el banco no generaría beneficios. Se trata, por tanto, de mantener un equilibrio difícil entre la necesidad de generar negocio y beneficios, por una parte, y controlar al mismo tiempo su impacto sobre la solvencia.

Cada crédito que el banco concede “secuestra” una pequeña parte de su capital. Eso se llama consumo de capital. Un porcentaje del crédito concedido “se apodera” del importe de capital correspondiente, y lo mantiene “secuestrado” hasta que el crédito se cancela, de forma que esa porción de capital ya no puede ser utilizada para otro crédito mientras el primero siga vivo. Ese consumo de capital tiene la finalidad de mantener el nivel de crédito en niveles compatibles con la solvencia necesaria. El banco no puede dar crédito ilimitado, porque el crédito disponible viene limitado por el capital disponible. Así se garantiza la solvencia.

Hace unos años, el porcentaje de consumo de capital era fijo para todos los créditos, independientemente de su riesgo. Hoy, de forma mucho más razonable, el porcentaje varía en función del riesgo del crédito. Cuanto mayor el riesgo, mayor el consumo de capital.

Esto hace que, idealmente, el banco tienda a limitarse a conceder créditos de bajo nivel de riesgo, con lo cual conserva más capital disponible para nuevos créditos, y por tanto exija un alto nivel de garantías en cada crédito. Sin embargo, la cosa no es tan sencilla. El banco tiene una estructura de costes que mantener y también inversiones que realizar, por lo que necesita generar negocio y márgenes, por lo que a veces hay que optar entre aceptar mayor nivel de riesgo o reducir costes e inversiones. Ello hace que, en general, la cartera de crédito esté compuesta por operaciones con diferentes niveles de riesgo. El mérito de la gestión consiste en lograr un “mix”, una mezcla de riesgos en la cartera, que permita al mismo tiempo generar suficiente negocio y mantener el nivel de solvencia. Esa es la llamada gestión de riesgos.

Ahora bien, si la cartera de créditos (denominador) crece, pero no lo hacen los fondos propios (numerador), la solvencia se reduce. ¿Cómo hacer crecer los fondos propios?

Los fondos propios crecen, básicamente, por la reinversión de los beneficios en forma de reservas, por lo cual vemos la importancia que tiene, en términos de solvencia, la capacidad del banco de mantener un nivel de beneficios suficiente para compensar el crecimiento de su cartera de créditos y mantener o incrementar así su solvencia.

Además, si se necesitan recursos para hacer frente a una inversión extraordinaria, o a una situación en la que los beneficios generados no son suficientes para incrementar la ratio de solvencia, el banco puede aumentar sus recursos propios por medio de una ampliación de capital, emitiendo acciones que serán colocadas en el mercado de valores.

 

¿Y qué sucede si la solvencia se reduce y los beneficios generados no son suficientes para permitir su recuperación?

La banca, de hecho, está viviendo desde hace años esta situación. Para comprenderlo tenemos que viajar hasta los primeros años 80 del siglo pasado. En ese momento, el tipo de interés básico del Banco de España estaba en torno al 8%, de modo que los depósitos se remuneraban en torno a esa cifra y las hipotecas se cobraban alrededor del 15%. El margen de intereses de la banca era, por tanto, de un 7% aproximadamente. Por otra parte, el negocio bancario tenía una competencia muy limitada, pues no había entrado todavía la banca extranjera.

Tras la incorporación de España a la Unión Europea, los tipos de interés se reducen de repente al 2%, en concordancia con los del resto de la Unión, con lo que la retribución de los depósitos pasa a ser de alrededor de ese porcentaje, y el interés de las hipotecas se reduce al 3,5 o 4%. El margen de intereses pasa de repente del 7% al 1,5 o 2%. Adicionalmente, la competencia en el sector se incrementa con la presencia de la banca extranjera y, posteriormente, de sectores no bancarios que entran en el mercado de la financiación. El impacto en la banca de esa reducción drástica de sus márgenes y del aumento de la competencia es brutal. ¿Cómo se compensa? Precisamente, la reducción del interés de las hipotecas hace que la gente se lance a invertir. Es el boom del mercado inmobiliario, de la venta de segundas residencias, de automóviles, de electrodomésticos y de toda clase de bienes duraderos. Lo que la banca no gana por margen, lo gana por rotación, pues el número de operaciones se multiplica exponencialmente. También es el momento de buscar otras fuentes de ingresos (fondos de inversión, valores, gestión de carteras, venta de seguros…) y de aumentar las comisiones por operativa.

Pero llega la crisis en 2008. El consumo se detiene. Explotan las burbujas. Se disparan los impagos. La banca se queda sin margen y sin rotación. ¿Qué hace entonces?

Entonces la banca se ve obligada a reinventarse con carácter de urgencia. El índice de solvencia sigue siendo crítico, pero otro índice pasa a primer plano: la eficiencia. La eficiencia se convierte en el factor clave de ese proceso de reinvención.

 

¿Y qué es la eficiencia?

La eficiencia nos indica hasta qué punto el nivel de utilización de los recursos en el banco se acerca o se aleja de un nivel óptimo, nivel que vendrá señalado por las mejores ratios de eficiencia en el sector. Y, lógicamente, la supervivencia dependerá de que la eficiencia tienda al nivel óptimo. Es una carrera por la eficiencia.

El índice de eficiencia es el cociente entre los gastos totales del banco y su margen. Indica cuánto gasto es necesario para obtener 100 euros de margen, y, evidentemente, sobrevivirán los que consigan obtener esos 100 euros de margen con un menor nivel de gasto.

En un escenario de crisis como el que hemos vivido en los últimos años, y del que todavía no nos hemos recuperado, en el que el negocio no sólo no crece, sino que se reduce, la única forma de aumentar la eficiencia es reduciendo los costes. La banca, por pura necesidad de supervivencia, se ha lanzado a un proceso drástico de transformación que pasa esencialmente por la automatización mediante la informática y la telemática. Los procesos que antes se realizaban manualmente, con la intervención de personas, ahora se realizan por vía telefónica, mediante el ordenador y los cajeros automáticos. Ello supone cierre de oficinas y masiva reducción de personal. Desde 2008, el sector financiero ha reducido unos 85.000 empleos, y se calcula que la reducción seguirá hasta alcanzar los 100.000. En el mismo periodo, se han cerrado unas 15.500 oficinas.

La clave del aumento de la eficiencia son las fusiones. La fusión, absorción de una o varias entidades menores por una mayor, o la unión de dos o más entidades similares, supone la suma de los negocios de las fusionadas, pero no así la suma de los recursos. Las duplicidades de servicios y de oficinas, junto con la aplicación intensiva de tecnología, permite gestionar esa nueva suma de negocios con unos recursos muy inferiores a la suma de los recursos de las fusionadas. De este modo, las fusiones explican, por una parte, el aumento de eficiencia del sector, que le permite competir a nivel internacional, y, por otra, esa enorme reducción de recursos (personas y oficinas) que se ha producido en el sector.

 

¿Era necesario rescatar a la banca?

Muchas personas se han mostrado contrarias al empleo de dinero público para restaurar la solvencia de la banca, y se preguntan si era necesario hacerlo, en vez de dedicar esos recursos a otros usos.

Hay que tener en cuenta, en primer lugar, lo que hemos dicho más arriba: la intermediación bancaria es esencial para el funcionamiento de la economía. Esa intermediación puede hacerse mejor o peor; si se hace mal, habrá que pedir responsabilidades, comenzando por las de las autoridades monetarias y el Ministerio de Economía, que son los encargados de controlar y supervisar la gestión de los bancos, pero lo que no puede hacerse es dejar caer el sector, porque eso implica la destrucción de la economía: los ciudadanos pierden sus ahorros, los accionistas sus inversiones y el crédito desaparece. Todo se hunde.

¿Por qué ha habido que rescatar a la banca? Porque su solvencia se ha hundido. ¿Y por qué se ha hundido su solvencia? Básicamente, por la pérdida de valor de sus activos, que ha desestabilizado su equilibrio patrimonial. La crisis ha hecho aumentar la morosidad, con lo que las carteras de créditos han reducido su valor. Los inmuebles que garantizaban esos créditos, y de los cuales la banca ha pasado a ser propietaria por las ejecuciones judiciales, han perdido también valor. Ello ha hecho necesario aumentar brutalmente las provisiones por morosidad, es decir, las pérdidas que la normativa obliga a reconocer anticipadamente en previsión de la pérdida de valor de los créditos. Todo ello ha hundido los balances de los bancos y ha hecho necesario el recurso al dinero público.

Nos guste más o menos, y sin perjuicio de las responsabilidades que deben exigirse por mala gestión, no había otra alternativa. Es vital para la economía no sólo que pueda darse esa intermediación, sino que la gente tenga confianza en el sistema financiero, para lo cual es necesario que los bancos sean solventes.

 

¿Qué sucede si se pierde la confianza en la banca?

El ejemplo, por desgracia, lo tenemos muy reciente en Cataluña. A raíz del referéndum ilegal del 1 de octubre y la posterior, aunque frustrada, declaración de independencia por parte del parlamento catalán, los bancos radicados en Cataluña se han visto obligados a trasladarse a otras regiones.

¿Por qué han tenido que hacerlo? Hay una razón de fondo y otra urgente e inmediata. La razón de fondo es que hoy todos los bancos dependen para su financiación de los grandes bancos centrales, en nuestro caso el Banco Central Europeo (BCE). Las necesidades de recursos de la banca no se cubren con los depósitos de los particulares, especialmente en momentos de crisis, en los que la gente no puede ahorrar. Por ello los bancos necesitan tomar recursos a crédito en el BCE. Ahora bien, sólo los bancos ubicados en territorio de la Unión Europea tienen acceso al crédito del BCE. En la medida en que una hipotética independencia catalana supone la salida automática de la UE, ello significaría para la banca perder la protección del BCE, y eso, en estas circunstancias, implica la insolvencia casi con certeza.

El motivo urgente e inmediato, y es el que responde mejor a la pregunta planteada, es que la pérdida de confianza se traduce en la retirada de los ahorros. Los coeficientes de solvencia de la banca están calculados para un nivel de retirada de depósitos dentro de unos límites de normalidad. Cuando la retirada de depósitos se convierte en masiva, supera los límites de solvencia y puede hacer que el banco entre en situación de insolvencia, por no poder hacer frente a su pasivo.

Eso es lo que ha sucedido a los bancos catalanes, de modo que, incluso dando por descontado que la independencia no podía consumarse y que no iba a haber salida de la Unión Europea, el drenaje masivo de recursos que se ha producido para situarlos en bancos no catalanes, ha hecho urgente y necesaria la salida.

 

Espero que estas pocas anotaciones sirvan para clarificar ciertas ideas que la situación de estos años ha producido y que, sin embargo, responden poco a la realidad.