La firma

 

El aumento de la soledad en un mundo globalizado

 

A pesar de las políticas sociales los poderes públicos se evaden de la visión materialista de la vida y de la familia

 

 

26/02/2018 | por Vicente Franco Gil


 

 

La estadística refrenda el incremento paulatino de las personas mayores de 65 años que viven en soledad. Es paradójico observar este auge demográfico mientras las redes sociales proliferan al ritmo vertiginoso que marca el avance tecnológico de la comunicación. A pesar de las políticas sociales tendentes a frenar dicha sensación de vacío, los poderes públicos se evaden de algo espinoso que no quieren abordar: la visión materialista de la vida y de la familia.

Hay quienes afirman que la soledad es la epidemia del estado del bienestar, y quizá no les falte razón. Lo cierto es que las causas que provocan esta “enfermedad” derivan de situaciones muy diversas. Pero curiosamente la soledad no solo reside en las personas mayores, sino que se aloja también en edades más tempranas y de forma universal. El progreso económico, científico, social y cultural, a veces un tanto alambicado y transgresor, ha sido el gran seductor que ha hechizado al ser humano con el aburguesamiento y el conformismo acomodaticio, renunciando al esfuerzo y al compromiso. Por tanto no es de extrañar que en algunos casos, bien por un espíritu individualista, por la trivialidad en el trato con los demás o por un desmesurado interés puramente personal, alguien pueda abocarse a la soledad.

Quizá en otros contextos, esas personas mayores aludidas hayan sido presa de la ingratitud, del abandono o de la falta de correspondencia de sus familiares y/o amigos. En cualquier caso, las relaciones interpersonales siempre serán el gran desafío para quienes se cuestionan su existencia en el entorno donde se desenvuelven. Hay gente que se siente sola, sí, necesitando de una mano que les guíe, de alguien que les escuche y con quien poder compartir la experiencia acumulada en su bagaje personal. Las alarmas saltan cuando el enfoque nihilista de la vida va creciendo como la cizaña entre nuestros espigados quehaceres, y va dejando huérfanas nuestras conciencias orientándolas hacia una cultura meramente hedonista.

Pero hay anticuerpos que pueden aminorar esa sensación de tristeza y de desánimo que presume la soledad. El fundamento consiste en edificar nuestro ser sobre unos principios y unos valores sólidos que fortalezcan nuestra vida interior. Además debemos declinar la idea de proyectar sociedades ideales, perfectas, pretendiendo que la angustia, el dolor y el miedo que conviven a nuestro lado queden abolidos, pues son inmanentes a la condición humana. Cuando brotan las dificultades debemos mostrar nuestro apoyo, desterrando la concepción materialista de la vida, pues la verdadera demostración de amor y de entrega, de amistad y de afecto, se pone de manifiesto en los peligros, en los problemas, en los conflictos.

El ser humano no es un artículo de consumo, algo de usar y tirar. Las personas no somos meros objetos de tráfico mercantil, ante todo somos sujetos de derechos con una dignidad inalienable. A tal efecto, tanto las políticas antinatalistas como la devaluación del matrimonio han hecho estragos en  la familia. Si no hay un relevo generacional, si la autenticidad de la familia sucumbe ante un concepto baladí y estrictamente grupal de la misma, el descuido de los mayores en soledad está garantizado. Por ello la familia debe ser rehabilitada por considerarse la célula esencial que sustenta a la sociedad, además de ser una escuela de virtudes.

Con todo, cada individuo no ha sido creado para vivir en soledad, porque por su misma naturaleza está destinado a vivir en sociedad, y no al margen de ella. Recapacitemos para que en un futuro, o mejor dicho ahora ya en el presente, evitemos situaciones de soledad y desamparo pues, sin lugar a dudas, estas son nocivas para la humanidad. Recordemos, en fin, que no es bueno que el hombre esté solo.