Editorial

 

Los aforismos de Jorge Wagensberg como excusa. Un relato desde la fe y la razón

 

La errónea visión de Wagensberg sobre la esclavitud y la Iglesia
Para Wagensberg la religión es siempre mala. Para la razón es todo lo contrario

 

 

05/02/2018 | por Josep Miró i Ardèvol en ForumLibertas


 

 

El pasado sábado (20/01/18) Jorge Wagensberg publicó en la sección Babelia de El País 24 aforismos, precedidos por una introducción, que persiguen hacer honor a su ateísmo militante. He de decir con franqueza que la mayoría me parecieron tópicos o inciertos, pero tienen una ventaja. Como responden a una mentalidad antirreligiosa ilustrada, permiten razonar, lo cual es una ventaja en los tiempos que corremos, marcados por el emotivismo, tanto que hasta un papa tuvo que salir en defensa no ya de la fe -eso va en su salario- sino de la razón. Fue San Juan Pablo II con la encíclica Fides et Ratio en 1998.

La introducción de Wagensberg a sus aforismos encierra ya el primer tópico de todo ateo. Se trata del implícito de por qué no todo el mundo es bueno si cree en Dios, o por qué la Tierra no es como el Cielo. Lo hace refiriéndose a los esclavos negros traficados por musulmanes, vendidos a mercaderes católicos que a su vez los revenden a propietarios protestantes de las plantaciones americanas, y atribuye este hecho a la religión, dado que “el fin del esclavismo es una conquista de la razón”.  Que el ser humano tenga una religión no presupone que su vida se ciña a ella, precisamente de ahí surge la necesidad de conversión permanente en el amor al otro que introduce el cristianismo en la historia. Es la vía de la conversión permanente que precisamente Wagensberg trata despectivamente en sus aforismos, al calificarla peyorativamente de “normas para regular suprahumanamente el comportamiento humano”.

Lo abordaré al tratar los primeros aforismos, porque primero merece la pena recapitular sobre una falsedad habitual en el ateísmo sobre la realidad de la esclavitud en el contexto de cultura cristiana.

Los primeros cristianos fueron, como es obvio, judíos y con ellos viajaron dos anuncios, el de Jesucristo y el mensaje de amor e igualdad en la dignidad de todos los seres humanos, y la cultura judía sobre la esclavitud, porque la Ley Mosaica era misericordiosa con los esclavos (Ex., XXI; Lev., XXV; Deut., XV,XXI), aseguraba un salario justo (Deut., XXIV, 15), y donde el esclavo, así como el trabajo, no era objeto de menosprecio. Ese antecedente y elogio de la cultura judía, Wagensberg debería de conocerla bien porque le resulta próxima.

El Pueblo de Dios cristiano incluyó, desde el principio, a ricos y pobres, esclavos, porque “no hay ni judíos ni griegos; no hay ni esclavos ni libres; no hay ni hombre ni mujer. Porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal., 3, 27-28; cf. I Cor., 12 13). Estas y otras afirmaciones sobre todo de San Pablo no son un proyecto político ni responden a nada parecido a como hoy pueda contemplarse la cuestión. El cristianismo aceptaba la sociedad del Imperio como era y la transformaba a través de la conversión personal y colectiva a la fe, y desde esta perspectiva lo que exige es que los amos y los esclavos vivan como hermanos, conduciéndose con equidad, sin amenazas, recordando que Dios es el amo de todos. Lo que se reclamaba y sigue vigente ni tan siquiera se ha alcanzado en las relaciones laborales actuales construidas por la tradición liberal ilustrada, en perjuicio de la economía social de mercado.

La igualdad religiosa fue la negación de la esclavitud como era practicada por la sociedad pagana.

En la Edad Media, en la Cristiandad, la esclavitud propiamente dicha no existió. Fue sustituida por la servidumbre, una condición intermedia en la cual el hombre disfrutaba de derechos personales, excepto el derecho a dejar la tierra que cultivaba y el derecho a disponer libremente de su propiedad. La servidumbre pronto desapareció en los países católicos, y permaneció más tiempo en el área de la reforma protestante, sobre todo en Prusia, donde por lo visto tener un emperador Ilustrado como Federico II el Grande, protector de ilustrados, no fue garantía de nada.

La guerra contra el Islam, en especial en el Mediterráneo, dio lugar a una recuperación de la esclavitud en ambos bandos, y ahí sí que hay una mancha en la cultura cristiana, si bien su número fue siempre pequeño.

El otro resurgimiento de la esclavitud tuvo lugar después del descubrimiento de América. Como en toda historia trágica, las facetas son muchas pero el papel de la iglesia católica, empezando por Las Casas -las protestas de los papas contra la esclavización de los indios y el tráfico de esclavos negros, o la declaración en 1462 de Pío II calificando a la esclavitud como “un gran crimen”, la de 1537 de Pablo III prohibiendo la esclavización de los indios; las reiteraciones de Urbano VIII 1639 y Benedicto XIV en 1741, que Pío VII demandó del Congreso de Viena, en 1815, la supresión del tráfico de esclavos y Gregorio XVI lo condenó en 1839; que en la Bula de Canonización del Jesuita Pedro Claver, Pío IX estigmatizó la “suprema villanía” de los traficantes de esclavos hasta la carta que dirigió León XIII, en 1888 a los obispos brasileños exhortándolos a desterrar de su país los remanentes de la esclavitud- constatan una tendencia histórica inveterada.

 Y esta actitud y acción se mantiene hoy con la esclavitud actual, que Wagensberg olvida, la de los emigrantes africanos a su paso por lugares como Libia, y otra mucho más numerosa en nuestra propia sociedad occidental, la de la prostitución y su condición necesaria del tráfico de mujeres. No sé ver que los estados seculares le pongan el coto que se presume de la racionalidad que postula Wagensberg, ni a ella ni a las condiciones que la facilitan. Ahora, como en el pasado, es la Iglesia la voz más fuerte y clara contra la esclavitud en sus diferentes formas históricas.

Como buen ateo cree con fe absoluta que la religión es intrínsecamente mala, de ahí que cierre su introducción con una muy usada cita de otro militante del ateísmo agresivo, Steven Weinberg. Tan tópica es que figura en la breve biografía de este físico en Wikipedia, donde queda claro que la religión provoca que la gente buena haga cosas malas. Creo que se podría decir lo mismo del ateísmo, pero no como frase pretendidamente ingeniosa sino por la evidencia de los hechos y los datos, y sin necesidad de recurrir a diacronías históricas (las clásicas son las cruzadas y la Inquisición). Concreto: todos los regímenes políticos ateos han sido brutalmente asesinos, genocidas con su propia población. La URSS, China, Camboya, Albania, Cuba, la mayoría de los regímenes comunistas, en definitiva, junto con la Alemania Nazi. En contrapartida, los regímenes más benéficos, los europeos, surgen de culturas cristianas, que en aspectos determinantes, como la economía social de mercado, se basan en el desarrollo y aplicación de la doctrina social de la iglesia. La reconciliación europea, los “gloriosos treinta 1945-75” que fundamentan el estado del bienestar tienen en su iniciativa a grandes políticos cristianos, Adenauer, De Gasperi, Schuman; tan cristianos que dos de ellos están en proceso de beatificación.

Tercera razón objetiva: las prácticas que se derivan de la religión cristiana como una ética de la virtud, o el concepto de familia, aportan resultados objetivamente superiores a la sociedad y a la vida de las personas. Véase por ejemplo el estudio de Fernando Pliego Carrasco “Familias y Bienestar en Sociedades Democráticas”. Catorce funciones del crecimiento y bienestar económico se maximizan socialmente en el modelo de comportamiento y familia que propone la Iglesia. Una Nueva Teoría de la Familia

Cuarta razón: la Iglesia Católica es con diferencia la ONG más grande del mundo en personas y situaciones atendidas, universalidad y voluntariado; desconozco la asociación atea equivalente. Y para no extenderme más, creo, por último, que es incuestionable que el Papa es una referencia moral para las gentes del mundo del siglo XXI. Para una religión “hacedora de cosas malas”, no está nada mal.

Y cerrada la introducción vamos a por los aforismos.

Aforismos del 1 al 5. En ellos intenta definir la religión como una creencia basada en un conjunto de normas. Es un error y no pequeño. Wagensberg confunde la naturaleza religiosa con algunas de sus consecuencias. La religión, dejemos hablar a Zubiri, es sobre todo un vínculo y la trascendencia que el mismo genera con el ser fundamental de la existencia. El alcanzar y practicar esta trascendencia implica unas pocas o muchas normas, pero ellas no son la naturaleza de la religión, de la misma manera que la lluvia no es la naturaleza de la nube. Lo que sucede es que a Wagensberg, a pesar de que debe haber leído ese gran autor judío que es San Pablo, tiene interés en remarcar la norma y el control con el que quiere connotar a la religión, en lugar de la paulina condición de libertad y conciencia que reclama el cristianismo.  Pequeñas estratagemas de un pequeño discurso ateo. Pretende más, con los aforismos 3, 4 y 5 persigue conducir a la religión al mismo común denominador del estalinismo y el nazismo, porque como ellos -según él- pretenden “regular los comportamientos humanos”.  No sé por qué se queda en aquellas dos malsanas ideologías. Con otros medios todos persiguen ese fin, empezando por el estado (liberal) y sus infinitas normas conductuales, o la perspectiva de género, para citar una ideología de nuestros días. La diferencia es que todas estas estructuras y significantes persiguen imponerse desde fuera del sujeto. La religión, es decir, la vinculación con Dios, el ser fundamental de la existencia, surge y necesita de la conciencia y se basa en el amor, sobre todo en nuestra religión próxima y fundamento de nuestras raíces, la cristiana. De ahí la importancia que Tomáš Masaryk concede a la religión a pesar de que este político liberal (y sobre todo filósofo), el primer presidente de Checoslovaquia, se adscribe más al teísmo protestante que no acepta la revelación y la mística. A pesar de ello, la defensa del hecho y la conciencia religiosa fue uno de sus caballos de batalla filosófico y político, precisamente debido a considerar que solo la conciencia religiosa posee el modo de libertad interior, que es la última garantía contra las ideologías que persiguen el control humano. La lectura secular de la tradición martirial cristiana responde exactamente a aquel hecho, que es también la característica de los primeros cristianos, que violenta al estado romano y es el motivo de su discriminación y sucesivas persecuciones. La realidad histórica nos muestra exactamente todo lo contrario de lo que intenta colarnos Wagensberg.  En realidad y trasladándonos a la actualidad, podemos encontrar un razonamiento favorable a la religión en el último Habermas que afirma “las fuentes religiosas del sentido y la motivación como aliados indispensables para combatir las fuerzas del capitalismo global siguen siendo fuente importante de valores que nutren la ética de la ciudadanía multicultural y fomentan la solidaridad y el respeto a todos” (P14 y 15 El Poder de la Religión en la esfera pública). Esto es más reciente, pero Habermas ya escribió en 1978, con motivo del ochenta cumpleaños de Gershom Acholen “Entre las sociedades modernas solo aquella que pueda introducir contenidos esenciales de las tradiciones religiosas -que salen de lo meramente humano en los recintos de lo profan-o podrán salvar también la sustancia de lo humano” (Politik, Kunst, Religión, Essays, über zeitgenóssische Philosophen. Sttugard 1978).  Y es que en realidad no es fácil ser ateo, atribuir todo lo malo a la religión y, encima, querer tener razón.

Un buen puñado de aforismos (del 6 al 13) tienen por objeto enunciar la pretendida irracionalidad de la creencia religiosa, lo que implica un trasfondo basado en un presupuesto indemostrable y su consecuencia: El que Dios no existe y el ateísmo es espectacularmente racional, y de ahí al implícito supremacista del ateo sobre el creyente, que para Wagensberg es un sujeto “que cree mal le pese a la realidad”, lo cual viene a ser algo muy semejante a la enajenación. Este complejo de superioridad es una característica frecuente entre los ateos como Wagensberg. Siempre he creído que lo racional es asumir que la existencia de Dios no es demostrable en términos de repetición experimental, como de hecho lo son en muchos aspectos y en todos los campos del conocimiento, afirmaciones que se asumen como realidades a partir de las que se adoptan decisiones cuando solo son hipótesis, o bien fruto de una corriente de pensamiento más hegemónico en un periodo determinado, como nos muestra “Moda, Fe y Fantasía” de Roger Penrose.

Pero, que no sea demostrable experimentalmente no significa que no existan hechos racionales para señalar su existencia, como la propia experiencia humana. Pero aquella misma no demostración opera en el sentido de imposibilitar la negación de su existencia. El ateísmo es otra forma de fe. Pero, volviendo a lo humano que pesa y mucho, sus datos son claramente favorables a Dios y a la fe hacia Él, y un ilustrado debería considerarlos seriamente: la inmensa mayoría de la humanidad incluso ahora mismo tiene una religión. La participación de los ateos es mínima y se reduce en las previsiones globales, por una causa fundamental, su baja natalidad y la dificultad para trasmitir su tradición a sus descendientes (eso debe doler, pero no les debería convertir en resentidos). Según el Pew Research Center (PRC) en 2010 solo el 16% de la población del mundo no pertenecía a alguna de las religiones existentes; los ateos eran una parte de aquel porcentaje, poca cosa por tanto, pero es que para el 2013 la proporción se habría reducido al 13%, lo que significa que el ateísmo una parte de aquella porción (otros son agnósticos o que no confiesan una religión pero si creen en algún tipo de Dios) eran del orden del 7 u 8% de la población mundial. No se entiende muy bien que, ante ese abrumador sufragio popular y de la historia, Wagensberg no adopte una posición de prudente respeto, eso para no recabar más humildad. Porque si la razón está en esa exigua minoría, entonces liquidemos toda razón procedimental en la que se basa el liberalismo y la sociedad occidental. O acepta la razón religiosa por la evidencia de los hechos de que más del 80% de los seres humanos creen en Dios, o si no lo acepta, se cierra aquello que critica cuando escribe “Una creencia (en este caso la del ateo) siempre se deja confirmar por la realidad, pero nunca desmentir por ella”

Hay algunos aforismos que son verdaderas perlas de lo que es una mentalidad prejuiciosa, que funciona al margen de lo real para imponer su visión. Por ejemplo “los monoteísmos se demonizan entre sí para distinguirse los unos de los otros”.  Si existiera el mismo respeto entre los dirigentes de las distintas opciones religiosas -al menos en las sociedades de matriz cristiana- que entre los dirigentes políticos, las sociedades y los países del mundo serían mucho más pacíficos y dialogantes. Las grandes religiones se unen para orar por la paz y la humanidad, el Papa es el líder moral con mayor reconocimiento, y así se podría seguir con innumerables ejemplos que demuestran lo contrario. La evidencia señala que el cristianismo, y en particular el catolicismo, es la confesión del diálogo y la paz. Claro que en esos “matices” Wagensberg no entra; le es más cómodo, incluso por sus raíces culturales, disparar a todo lo que se mueve que diferenciar las bondades de algunas confesiones. En realidad, son los regímenes ateos quienes demonizan a los otros siempre y a gran escala.

Otros aforismos son simples boutades, como este: “Las religiones presumen de valores éticos eternos, lo que explica sus limitaciones a la hora de contribuir al progreso moral de la humanidad”. Tiene morbo saber qué entiende nuestro hombre por “progreso moral”, y quiénes, sino las grandes religiones, empezando por el cristianismo, han construido el fundamento moral de nuestras sociedades.

Un aforismo que utiliza a Spinoza “Creer en los milagros es creer que Dios, para hacerse creíble, burla las leyes que él mismo ha dictado”, afirma la existencia de Dios en lugar de negarlo, lo que, una vez más, la tarea del ateo proselitista es difícil e ingrata. En este caso, además, no puedo resistir la tentación de formular la pregunta que aquella frase pide: ¿Y un Dios que se limita a cumplir sus propias leyes es el Dios real, o una idea humana más sobre su naturaleza, como la del “Gran Relojero”?

También se refiere al mal en el mundo y un Dios bueno, y el infierno, pero estos dos, más que aforismos, son dos categorías casi eternas en los debates teológicos, y es que Wagensberg, aunque le pese, lo que tiende a hacer es mala teología.