Editorial

 

Amor, la esencia de lo humano

 

 

19/01/2018 | por ForumLibertas


 

 

Amor y familia, estas son las dos constantes universales que definen la condición humana en su relación personal y social.  El amor presenta manifestaciones distintas. Hoy en día disponemos de una idea reduccionista del amor. El griego clásico utiliza hasta cinco nombres distintos para designarlo. Ágape como expresión del amor de donación, el amor del alma, que es, digámoslo, la raíz necesaria y común de todas sus otras manifestaciones. Si no interviene en alguna medida la donación, el amor se torna imposible. En la tradición cristiana se ejemplifica esta entrega desinteresada a la que San Agustín contrapone al amor de concupiscencia, el que uno siente por sí mismo, un amor marcado por la posesión del otro. Librado a su propia suerte, como sucede con frecuencia hoy en día, es destructivo. Eros es otro de sus nombres con un significado dotado de gran fuerza sensible, propia de la relación entre hombre y mujer. Se refiere al atractivo físico, pero también está ligado a las restantes dimensiones sensitivas del ser humano. No puede confundirse con la pasión, aunque ella pueda ser la yesca iniciadora. También constituye la puerta que nos permite contemplar la belleza. La tercera forma es la Philía. Un amor desapasionado que incluye de una manera especial a la polis y entraña una relación beneficiosa entre los ciudadanos a partir del servicio desinteresado a la comunidad. Se trata de la amistad civil aristotélica hacedora de la buena política; concordia es una buena aproximación a su sentido. El patriotismo también podría ser una referencia próxima, sobre todo si se entiende en términos de procuración del bien común por amor a la tierra de los padres, de virtud, en definitiva, y no de desprecio, de xenofobia hacia el extraño. La Philía era la forma más habitual de referirse al amor entre los primeros cristianos. Otras dos palabras griegas para designar sendos tipos de amor carecen de equivalentes en la actualidad. Es el caso de Storgē, que podemos entender como un afecto natural, cuyo prototipo es lo que sienten los padres hacia sus hijos, y el de Xenía, que designa la hospitalidad, tan decisiva en los pueblos antiguos, definidora de la relación entre el anfitrión y el huésped, que expresa un tipo de solidaridad fruto de la necesidad del otro, esa que tanto le cuesta practicar con los refugiados a demasiados países de Europa.

El amor significa la construcción de vínculos fuertes que hacen posible la vida en común. Si lo quieren en términos más actuales es el capital social que necesita de la confianza para existir, y no hay otra más fuerte que la surgida del amor. Lenin decía “la confianza es buena, el control es mejor” y su régimen terminó colapsado por los costes e ineficiencias de tanto control. Si en el amor no hay confianza no es amor.  De ahí que los celos no sean expresión de aquel sentimiento sino de solo un aspecto del mismo, la concupiscencia el amor de posesión. Capital social, confianza, amor y capital moral, estos cuatro componentes nos conducen a la familia.

La familia es el basamento de nuestras sociedades. Todos procedemos de una y todavía la mayoría pertenecemos a una, aunque en Occidente vaya extendiéndose la confusión. Cuando estas situaciones sean más abundantes lo pagaremos caro, y la base de la familia, su vínculo fuerte, es el amor.

La familia por su parte es la institución necesaria e insustituible, en el sentido que sus funciones esenciales para las personas y la sociedad no tienen sustituto. Familia entendida como el Lexicon 2004, como “la unión estable de un hombre y de una mujer que se aman y que proyectan transmitir la vida”. Una definición en consonancia con la del antropólogo francés Lévi-Strauss (1982) quien afirma que la familia “encuentra su origen en el matrimonio y consta de esposo, esposa e hijos nacidos de su unión; sus miembros se mantienen unidos por lazos legales, económicos y religiosos.” Se trata de una institución natural cuya existencia es previa al estado moderno, y esta característica merecería un trato cuidadoso de su naturaleza, porque “La familia es uno de los mejores ejemplos de estas instituciones sociales que surgen de un largo proceso de evolución cultural, que no fueron pensadas de un día para otro por sólo una persona y que cumplen funciones indispensables para la salud del grupo social”, escribe Zanotti. (2002).

De estas funciones podemos identificar siete de insustituibles, y una octava compartida por otros agentes económicos.

En primer lugar, se trata de la estabilidad del vínculo matrimonial. De ella depende en gran medida el cumplimiento adecuado de todas las demás condiciones.  La segunda es la capacidad para engendrar descendencia, que además, como recombinaciones de genes al azar, salvaguarda la diversidad y el equilibrio natural de la especie. Los hijos son los que otorgan a la familia su condición de insustituible por su impacto demográfico social y económico. La tercera función radica en la capacidad educadora de los padres, fundamento del capital humano. Su déficit resulta difícil y costoso de paliar.  La cuarta es la externalidad que genera confianza hacia los demás y las instituciones, constituyendo el fundamento del capital social en la sociedad. Se refiere también a la existencia de normas compartidas que estimulen la cooperación entre sus miembros.  Constituye junto con la red de parentesco el capital social localizado en la familia. La quinta sería la eficiencia en la aplicación de los recursos internos de la familia y la reducción de los costes sociales. La sexta es la disponibilidad inmediata de la primera red de cooperación, la de parentesco. Finalmente, el efecto dinástico, que puede producir la capacidad de diferir rentas presentes en beneficio de las generaciones futuras.

La octava condición constituye la única función explícitamente contemplada por la economía. Se trata del ahorro y consumo, y no es exclusiva de ella porque la comparte con las empresas y el estado.

En el cristianismo estas dos raíces principales de lo humano, amor y familia, alcanzan su máxima expresión. Jesucristo nace y vive casi toda su vida en el seno de una familia, José y María, sus padres. Esto forma parte del centro de la doctrina cristiana y de la antropología, moral, cultura y legislación que se construye a partir de ella. El Dios cristiano, uno y trino es la máxima expresión del amor. Esto es la Santísima Trinidad. Es el Dios que se entrega.

De ahí que amor sea el cristianismo: «Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo». Pablo de Tarso lo explica a la perfección en un fragmento de la carta a los Corintios cuando ensalza la unidad de todos «judíos y griegos, esclavos y libres» (1 Co 12, 12-13) y cuando caracteriza al amor (1 Co 13, 4-7) como «Paciente, afable, no presume, no se engríe; no es maleducado ni egoísta, no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites». El amor no pasará nunca, afirma: “Ya podría tener el don de la profecía y conocer todos los secretos y todo el saber, podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada. Podría repartir en limosnas todo lo que tengo y aún dejarme quemar vivo; si no tengo amor, de nada me sirve.» (1 Co 13,1-3)

Lo sorprendente del caso es que el amor, dotado de una fuerza grandiosa en todas sus versiones, y presente en todos los hechos humanos que, el arte, la historia, el mito y la religión nos revelan, no tenga cabida en el tratamiento que la modernidad otorga a los fenómenos sociales. El amor no resulta reconocible desde la actual filosofía, economía, sociología, antropología, incluso tiene dificultades para hacerse presente en la psicología y en la psiquiatría, donde solo aparece en sus deformaciones, en sus versiones patológicas. Y donde debería ser fundamental, en la política, ni está ni se le espera. Esta incapacidad para reconocer el amor lo dice todo de los enormes límites de estos conocimientos, de nuestra sociedad, en definitiva, para interpretar la realidad y aportar respuestas humanas. En ello está uno de los problemas centrales de nuestro tiempo.