Servicio diario - 14 de enero de 2018


 

Jornada Mundial del Migrante: "No es pecado tener dudas y temores"
Raquel Anillo

Ángelus: "Buscar a Jesús, encontrarle y seguirle: este es el camino"
Raquel Anillo

Comunidad latinoamericana: "¡Dad testimonio de vuestra fe!"
Anita Bourdin

San Francisco Fernández de Capillas, 15 de enero
Isabel Orellana Vilches


 

 

14/01/2018-16:38
Raquel Anillo

Jornada Mundial del Migrante: "No es pecado tener dudas y temores"

(ZENIT — 14 enero 2018).- "No es pecado tener dudas y miedos. El pecado es dejar que nuestros temores determinen nuestras respuestas, condicionen nuestras elecciones, comprometan el respeto y la generosidad, aviven el odio y el rechazo", ha dicho el Papa en su homilía del domingo.

El Papa Francisco ha presidido la Misa, por primera vez en la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, este 14 de enero de 2018, en la Basílica de San Pedro.

El Papa ha reconocido estas dudas y temores como "legítimos" por parte del que le acoge y por parte del que llega a un país extranjero: "No es fácil entrar en la cultura de los otros, de ponerse en el lugar de las personas diferentes a nosotros, de comprender sus pensamientos y sus experiencias. Así es que a menudo renunciamos a encontrar al otro y levantamos las barreras para defendernos. Las comunidades locales, a veces tienen miedo a que los nuevos llegados perturben el orden establecido, "roben" alguna cosa que hemos construido con sufrimiento. Los recién llegados también tienen miedos: temen la confrontación, el juicio, la discriminación, el fracaso. Estos temores son
legítimos, se basan en dudas perfectamente comprensibles desde el punto de vista humano. No es pecado tener dudas y miedos".

"El pecado, es renunciar al encuentro con el otro, con el que es diferente, mientras que esta es, de hecho, una oportunidad privilegiada para encontrarse con el Señor", ha añadido el Papa.

Este es el texto íntegro, de una traducción oficial española de la homilía pronunciada en italiano.

AB

 

Homilía del Papa Francisco

Este año, he querido celebrar la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, con una misa a la cuál vosotros habéis sido invitados, vosotros en particular, migrantes, refugiados y solicitantes de asilo. Algunos de entre vosotros habéis llegado hace poco a Italia y otros residen y trabajan desde hace años, y otros constituyen lo que llamamos la "segunda generación".

Todos hemos oído resonar en esta asamblea, la Palabra de Dios, que nos invita hoy a profundizar en la llamada especial que el Señor dirige a cada uno de nosotros. Como lo ha hecho con Samuel (IS 3, 3b-10,19), nos llama por nuestro nombre y nos pide honrar el hecho de que nosotros hemos sido creados como seres absolutamente únicos, todos diferentes entre nosotros y con un rol singular en la historia del mundo. En el Evangelio (J 1,35-42), los dos discípulos de Juan le preguntan a Jesús: “¿Dónde vives?” (v.38), dejando entender que, de la respuesta a esta pregunta, dependen sus juicios sobre el maestro de Nazaret. La respuesta de Jesús: “¡Ven y verás!” (v.39) se abre a un encuentro personal, que incluye un momento apropiado  para acoger, conocer y reconocer al otro.

En el mensaje para la jornada de hoy, he escrito: “Todo inmigrante que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica en el extranjero de toda época acogido o rechazado (Mt 25, 35-43). Y, para el extranjero, el inmigrante, el refugiad, el exiliado y el que pide asilo, cada puerta de la nueva tierra es también una ocasión de encontrarse con Jesús. Son invitaciones “¡Venid y ved!” Esto nos es dirigido hoy a todos, comunidades locales y recién llegados. Es una invitación a superar nuestros miedos para poder ir al encuentro del otro, para acogerle, conocerle y encontrarle. Es una invitación que ofrece la oportunidad de hacerse el prójimo del otro para ver dónde y cómo viven. En el mundo de hoy, para los recién llegados, acoger, conocer y reencontrar significa conocer y respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países donde son acogidos. Esto significa igualmente comprender sus miedos y sus aprensiones de cara al futuro. Para las comunidades locales, acoger, conocer, y reencontrar significa abrirse a la riqueza de la diversidad sin prejuicios, comprender los potenciales y las esperanzas de los recién llegados, lo mismo que su vulnerabilidad y sus miedos.

El verdadero encuentro con el otro no se para en la acogida, sino que nos invita a todos a comprometernos en las tres acciones que he puesto en evidencia en el mensaje para esta jornada: proteger, promover e integrar. Y, en el verdadero encuentro con el prójimo, ¿seremos capaces de reconocer a Jesucristo, que pide ser acogido, protegido, promovido e integrado?, como nos enseña la parábola evangélica del Juicio Final: el Señor tenía hambre, estaba sediento, enfermo, extranjero y en prisión y fue socorrido por algunos, pero no por otros (Mt 25, 31-46) este verdadero encuentro con Cristo es fuente de salvación, una salvación que debe ser anunciada y aportada a todos, como nos enseña el apóstol Andrés. Después de haber revelado a su hermano Simón: "Hemos encontrado al Mesías" (Jn 1,41) Andrés le conduce a Jesús, para que tenga, él también, esta misma experiencia del encuentro.

No es fácil entrar en la cultura de los otros, de ponerse en el lugar de las personas diferentes a nosotros, de comprender sus pensamientos y sus experiencias. Así que a menudo renunciamos a encontrar al otro y levantamos barreras para defendernos. Las comunidades locales a veces tienen miedo de que los nuevos perturben el orden establecido, "roben" algo que hemos construido con sufrimiento. Los recién llegados también tienen miedos: temen la confrontación, el juicio, la discriminación, el fracaso. Estos temores son legítimos, se fundan sobre dudas perfectamente comprensibles desde el punto de vista humano. No es un pecado tener dudas y temores. El pecado, es dejar que estos miedos determinen nuestras respuestas, condicionen nuestras elecciones, comprometan el respeto y la generosidad, alimenten el odio y el rechazo. El pecado, es renunciar al encuentro con el otro, con el que es diferente, entonces esto constituye, de hecho, una ocasión privilegiada de encuentro con el Señor.

Es de este encuentro con Jesús presente en el pobre, en el que es rechazado, en el refugiado, en el que piden asilo, que brota nuestra oración de hoy. Es una oración recíproca: migrantes y refugiados oran por las comunidades locales, y las comunidades locales oran por los recién llegados y por los migrantes de larga estancia. Confiamos a la intercesión maternal de la Virgen María las esperanzas de todos los migrantes y de todos los refugiados del mundo, así como de las aspiraciones de las comunidades que les acogen para que, conforme al mandamiento divino el más elevado el de la caridad y del amor al prójimo, aprendamos todos a amar al otro, al extranjero, como nos amamos a nosotros mismos.

[Texto original: italiano]
© Librería Editrice Vaticana

Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

14/01/2018-18:37
Raquel Anillo

Ángelus: "Buscar a Jesús, encontrarle y seguirle: este es el camino"

ZENIT — 14 enero 2018).- "Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús: este es el camino": el Papa Francisco ha comentado el Evangelio del hoy, este domingo 14 de enero de 2018, desde la ventana del despacho del Vaticano que da a la Plaza San Pedro, antes de la oración del Ángelus del mediodía, en presencia de decenas de miles de visitantes.

"El Evangelio de hoy nos introduce perfectamente en el tiempo litúrgico ordinario, un tiempo que sirve para estimular y verificar nuestro camino de fe en la vida ordinaria, en una dinámica que se mueve entre la Epifanía y sigue entre manifestación y vocación", ha explicado el Papa, releyendo este domingo las dos fiestas precedentes que han concluido el tiempo litúrgico de Navidad.

El Papa ha invocado la ayuda de la Virgen María diciendo: "Que la Virgen María nos sostenga en nuestro propósito de seguir a Jesús, de ir y de permanecer allí donde Él habite, para escuchar su Palabra de vida, para adherirnos a Él que quita el pecado del mundo, para encontrar en Él esperanza e impulso espiritual".

Esta es nuestra traducción, rápida, de trabajo, de las palabras pronunciadas por el Papa Francisco antes del Ángelus en italiano.

AB

 

Palabras del Papa Francisco antes del Ángelus

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

Como en la fiesta de la Epifanía y la del Bautismo de Jesús, la página del Evangelio de hoy (cf. Jn 1,35-42) propone también el tema de la manifestación del Señor.

Esta vez, es Juan Bautista quien le designa a sus discípulos como "el Cordero de Dios" (v.36), invitándoles a seguirle. Esto es así para nosotros: Este que hemos contemplado en el misterio de la Navidad, estamos ahora invitados a seguirle en la vida cotidiana.

El Evangelio de hoy nos introduce perfectamente en el tiempo litúrgico ordinario, un tiempo que sirve para estimular y verificar nuestro camino de fe en la vida habitual, en una dinámica que se mueve entre la Epifanía y sigue entre manifestación y vocación".

El del Evangelio indica las características esenciales del itinerario de fe de los discípulos de todos los tiempos, incluso el nuestro, a partir de la pregunta que Jesús dirige a los discípulos que, impulsados por Juan Bautista, comienzan a seguirle: "¿Qué buscáis?" (v.38). En la mañana de Pascua, el resucitado dirigirá la misma pregunta a María Magdalena: "Mujer, ¿Qué buscas?" (Ju 20, 15).

Cada uno de nosotros, en tanto que ser humano, está en búsqueda: búsqueda de felicidad, búsqueda de amor, de una vida buena y plena. Dios Padre nos ha dado todo esto en su Hijo Jesús.

En esta búsqueda, el rol de un verdadero testigo es fundamental: De una persona que ha hecho primero el camino y que ha encontrado al Señor. En el Evangelio, Juan Bautista es ese testigo y por eso ha podido orientar a sus discípulos hacia Jesús, que les lleva hacia una nueva experiencia diciendo: "Venid y ved" (v. 39). Y estos dos no pudieron olvidar la belleza de este encuentro, hasta el punto que el Evangelista anota incluso la hora: "Eran alrededor de las cuatro de la tarde" (ibid).

Solo un encuentro personal con Jesús genera un camino de fe y de vida de discípulo. Podemos tener muchas experiencias, realizar muchas cosas, establecer relaciones con muchas personas, pero solo el encuentro con Jesús, en esta hora que Dios conoce, puede dar un sentido pleno a nuestra vida y hacer fecundos nuestros proyectos y nuestras iniciativas.

Construirse una imagen de Dios fundada sobre rumores no es suficiente: es necesario ir en busca del Divino Maestro e ir donde vive. La pregunta de los dos discípulos a Jesús, "¿Dónde vives?" (v.38) tiene un sentido espiritual fuerte: expresa el deseo de saber dónde vive el Maestro, para poder estar con Él. La vida de fe consiste en el deseo de estar con el Señor y en una búsqueda continua del lugar donde Él habita. Esto significa que estamos llamados a ir más allá de la religiosidad habitual, reviviendo el encuentro con Jesús en la oración, en la meditación de la Palabra de Dios y frecuentando los sacramentos para estar con Él y dar fruto gracias a Él, a su ayuda y a su gracia.

Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús: este es el camino. Buscar a Jesús, encontrar a Jesús, seguir a Jesús.

Que la Virgen María nos sostenga en nuestra intención de seguir a Jesús, de ir y de permanecer allí donde Él habita, para escuchar su Palabra de vida, para adherirse a Él, que quita el pecado del mundo, para encontrar en Él esperanza e impulso espiritual.

Angelus Domininuntiavit Mariae...

@ Traducción de ZENIT, Raquel Anillo

 

 

14/01/2018-19:00
Anita Bourdin

Comunidad latinoamericana: "¡Dad testimonio de vuestra fe!"

(ZENIT — 14 enero 2018).- "Dad testimonio de vuestra fe": el Papa Francisco anima a la comunidad latinoamericana de Roma, con ocasión del 25° aniversario de la fundación de la asociación, este domingo 14 de enero de 2018, después del Ángelus en la Plaza San Pedro.

"Saludo a la comunidad latinoamericana de Santa Lucía de Roma, que celebra 25 años de su fundación" ha dicho el Papa en italiano.

En esta Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, el Papa ha añadido en español: "En este feliz aniversario, pido al Señor que os llene de sus bendiciones para que podáis continuar dando testimonio de vuestra fe en medio de las dificultades, de las alegrías, de los sacrificios y de las esperanzas de vuestra experiencia migratoria. Gracias"

 

 

14/01/2018-08:00
Isabel Orellana Vilches

San Francisco Fernández de Capillas, 15 de enero

"El impresionante testimonio de un dominico, ardoroso apóstol y gran asceta, que no ahorró sacrificios para difundir la fe en China, siendo el primer martirizado en ese país. Es un referente inequívoco para cualquier misionero"

Solo la obcecación del que vive inmerso en el odio puede tildar de rebeldía lo que es un alarde de valentía inigualable y para muchos incomprensible. Francisco consumó en China su amor a Cristo derramando su sangre a manos de quienes no supieron vislumbrar la grandeza de un corazón henchido de gozo ante la aventura cotidiana de vivir y difundir la fe en derredor suyo. Su ardor apostólico es todo lo que podía esgrimirse en su contra cuando fue condenado. Ahora bien, está claro que no se llega a apurar el cáliz en esa hora suprema sin haberse dispuesto a cumplir la voluntad de Dios día tras día. La fortaleza en la que se asienta una vocación cuando se nutre de la oración y de la entrega sin paliativos emerge con todo su vigor en el instante definitivo, y eso lo han percibido todos los que se abrazaron a la palma del martirio en defensa de su fe, como le sucedió a Francisco.

La trayectoria humana de este primer beato martirizado en China se inició el 15 de agosto de 1607 en la localidad de Baquerín de Campos, Palencia, España, cuando vio la luz por vez primera, cerrando con su llegada el número de hijos que alegraron aquel humilde hogar bendecido por otros cuatro vástagos anteriores. Familiarizado desde niño con el carisma dominico que tuvo ocasión de conocer en Palencia, vio en él la vía óptima para encauzar su propia vida, por lo cual se trasladó a Valladolid ingresando a sus 17 años en el convento de San Pablo. Coincidió su llegada a la Orden en un momento de expansión por América y el Extremo Oriente. Urgido por su celo apostólico se ofreció voluntariamente para partir en una expedición compuesta por una treintena de jóvenes, todos dominicos, que no dudaban en entregar lo mejor de sí en esa labor evangelizadora, desplegando sus sueños e ilusiones sin temer a la larguísima y complicada travesía que les esperaba. Ese año de 1631, fuertemente asidos a la cruz y llenos de alegría, iniciaron viaje a México. Numerosos contratiempos y fatigas les salieron al paso hasta que llegaron a Manila, su destino final, cuando estaba a punto de cumplirse un año de su partida.

Francisco, que aún no había sido ordenado, recibió este sacramento en la capital filipina. Tenía 25 años y durante casi una década permaneció en la misión de Cagayán, en Luzón, alimentando en su corazón el anhelo de ir a China. Intuyendo lo que allí podía aguardarle, cuidaba su salud espiritual con toda rigurosidad. No podía dejar resquicio alguno para que penetrase la vacilación y el miedo, sentimientos que no pervivían en él, pero que no están lejos de los que se proponen seguir a Cristo. Él mismo reconociendo humildemente que no estaba libre de estas debilidades pedía las oraciones de los suyos: «Que rueguen por mí todos para que me dé Dios nuestro Señor valor, si acaso se ofrece el volver a padecer por Él mayores tormentos de los padecidos y glorificarlo por la muerte, que para todo estoy dispuesto en la voluntad de nuestro Señor».

Francisco sabía cómo se combaten las flaquezas humanas: haciéndoles frente, sin dar cancha a las apetencias personales. Buen conocedor de los entresijos de la vida espiritual, vivía con estricta austeridad. La dureza del clima le ayudaba en esta filigrana que trazaba sobre su acontecer: el sol asfixiante y la incómoda presencia de una turba de insectos eran algunos de sus aliados en esta batalla diaria. Una cruz de madera su lecho para los escasísimos momentos que se concedía de descanso; el resto, oración e intensa vida apostólica. Así llegó en 1642 a Fu-kién, después de haber recalado en Formosa.

Su penoso estado de salud acentuado por las mortificaciones, fiebres cuartanas, y otras muchas dificultades, no le impidieron seguir adelante. Firmemente resuelto a todo por Cristo afrontaba su quehacer con inquebrantable fe y la absoluta convicción de que estaba cumpliendo la voluntad divina: «...es Dios nuestro Señor el que aquí me ha traído...» [...] «no bastan trazas humanas para sacarme de aquí hasta que se llegue la hora en que tiene determinado nuestro Señor Jesucristo sacarme». Por sus muchas virtudes, que no pasaban desapercibidas para la comunidad cristiana, lo denominaban « santo Capillas». Supo hacerse uno con los que le rodeaban y fue referente para los fieles y ejemplo modélico a seguir. Su fortaleza era bastión en el que los débiles se apoyaban. Era consciente del valor que encierra la autoridad moral: «viéndome todos padecer con igualdad de ánimo... ».

Cuando lo apresaron, acababa de dejar a los enfermos a los que solía atender. Ellos y los que padecían por cualquier motivo obtenían su consuelo: «... yo reparto con ellos (los encarcelados) de lo que me dan y les sirvo en lo que me mandan y me tengo por muy dichoso en eso». Ya dominaba su lengua y había suscitado numerosas conversiones por Fogán, Moyán, Tingteu y otras ciudades. Estuvo detenido dos meses en los que fue sometido a crueles tormentos, hasta que el 15 de enero de 1648 murió decapitado. Sus últimas palabras, dirigidas al juez, fueron: «Yo nunca he tenido otra casa que el mundo, ni otro lecho que la tierra, ni otro alimento que el pan que cada día me ha dado la Providencia, ni otra razón de vivir que trabajar y sufrir por la gloria de Jesucristo y por la felicidad eterna de los que creen en su nombre». Pío X lo beatificó el 2 de mayo de 1909, y Juan Pablo II lo canonizó el 1 de octubre del 2000.