La firma

 

¿Violencia estructural del patriarcado?

 

 

 

12/01/2018 | por Fernando López Luengos


 

 

Una de las primeras cosas que aprende un profesor novel es a identificar las características de los alumnos conflictivos en el aula: casi todos tienen a sus espaldas una situación familiar problemática. Aunque la mayoría de los alumnos que he tratado viven, felizmente, una situación familiar sana, no hay junta de evaluación al final del trimestre en la que no se comente el daño que sufre algún alumno por la separación de sus padres o cualquier otra situación familiar conflictiva. Muchas veces he deseado que fuera tipificado como delito el perjuicio que se produce a un menor cuando los padres no le prestan el afecto debido. Ese dolor crea heridas, a veces incurables, que les inducen a perpetuar el daño a su alrededor en un círculo infernal. Ahí está el origen de la violencia social, y no en la pretendida violencia estructural del patriarcado como plantea el feminismo de género. Baste este dato: El 90 % de los menores de los centros de ejecución de medidas judiciales proceden de familias monoparentales.

Recientemente se ha presentado en el Consejo Escolar de Castilla la Mancha el “Anteproyecto de Ley para una Sociedad Libre de Violencia de Género en Castilla-La Mancha” para que dicho órgano emita su dictamen. Entre otras medidas, se insta a la creación de “una asignatura obligatoria con contenidos relativos a educación afectivo-sexual y prevención de la violencia de género” (art.9), que es lo que se está llevando a cabo en modo pilotaje en algunos centros. Pero su currículo es una apología de la perspectiva de género, lo que supone un adoctrinamiento en un modelo antropológico que incluye una forma de entender la afectividad y la sexualidad. Este modelo es falso científicamente y dañino para la maduración psico-afectiva del menor.

En 2004, la Ley contra la Violencia de Género supuso una mejora necesaria en la protección de las mujeres maltratadas, pero el precio fue demasiado alto: una asimetría legal que condena al varón por el hecho de serlo. Y todo ello por estar construida desde la perspectiva de género que no es sino el modelo ideológico heredero del existencialismo de izquierdas de los años 70: el fundamento de la realidad es una contraposición de contrarios. Entonces, el origen de toda injusticia es la contraposición de dos clases, en este caso, hombre-opresor y mujer-oprimida.

Pero es ridículo reducir el problema de la violencia en nuestra sociedad a la perspectiva del feminismo de género: Ni toda forma de violencia se reduce a violencia contra las mujeres, ni toda violencia contra la mujer tiene origen machista por más que se intente ocultar esta información. Si nos centramos en la forma más extrema de violencia, el feminicidio perpetrado por la pareja, apenas alcanza el 18% de los asesinatos ocurridos en España (éstos superan los 300 en los últimos años). Y se promueven campañas de concienciación de este problema como si las otras muertes tuvieran menos valor. Mucho más grave es la ocultación de los asesinatos de hombres a manos de sus parejas (entre 7 y 10 cada año) pues tales datos contravienen el dogma del género como origen fundamental de la violencia. También se ocultan los infanticidios (alrededor de 20 casos al año) de los cuales dos de cada tres son cometidos por la madre. Y algo semejante sucede con el silenciamiento del maltrato de ancianos que multiplica por diez las cifras del maltrato a las mujeres. Si fuera cierto que el machismo es la causa estructural de las formas más graves de violencia entonces la mayoría de maltratadores de menores deberían ser varones, cuando la realidad es la contraria.

He tratado más de cuatro mil alumnos y puedo asegurar que no es el género el origen fundamental de la violencia, sino la falta de afecto con la que un menor es “torturado” cuando sus padres anteponen sus problemas al bien del menor. ¿Por qué hemos de aceptar un dogma impuesto por uno de los modos de entender el feminismo que ni representa a todos los feminismos ni mucho menos a todas las mujeres?

Como denuncia Victoria Sendón de León, feminista del llamado feminismo de la diferencia ––una forma de feminismo muy crítico con las feministas de género–: “lo contrario de la igualdad no es la diferencia, sino la desigualdad”. Victoria Sendón propone crear un nuevo mundo desde la diferencia de la identidad femenina que no debe imitar los valores masculinos. “Nosotras éramos ‘feministas de la diferencia’. ¿Por qué? Porque nuestro camino hacia la libertad partía precisamente de nuestra “diferencia sexual”. Esa era la piedra filosofal.”  Para este feminismo, no es cierto que la diferenciación hombre-mujer sea exclusivamente una construcción cultural, ni que esas diferencias sean el origen de toda discriminación. El problema radica en que el feminismo de género ha adoptado el pensamiento de Simone de Beauvoir como un dogma incuestionable “no se nace mujer: una llega a serlo” rechazando todo elemento natural en la identidad femenina o masculina. Pero el feminismo de la diferencia critica precisamente esto. “Sin duda –continúa Victoria Sendón– que Simone de Beauvoir daba cuenta de la situación de la mayoría de las mujeres de su época, pero esa constatación no puede elevarse a categoría, es decir, no se puede hacer de ella ontología ni metafísica”.

Cuando el feminismo de los años 60 adoptó la filosofía de algunos pensadores existencialistas sin duda se nutrió de un discurso más profundo que un simple reclamo político… pero esa misma doctrina les ha enclaustrado en un corsé rígido que no resiste la embestida de la realidad. Se ha encerrado en los dogmas de la dialéctica hegeliana-marxista que unas décadas después fueron refutados históricamente: no solo por la caída del muro de Berlín, sino por el modo en el que sucedió. El bloque comunista del Este no se derrumbó por una revolución violenta en la que dos contrarios pugnan por el poder, sino que se desmoronó de forma pacífica, por la aceptación de la diferencia como oportunidad de enriquecimiento mutuo.

Lo que los ideólogos de género ignoran es que la desigualdad no es consecuencia de la diferencia de los sexos sino del egoísmo de las personas (de uno u otro sexo). Ignoran que lo que construye una sociedad no violenta es educar a un niño y a una niña desde el afecto incondicional, porque solo así, la persona puede amarse a sí misma y aceptar su propio cuerpo y su condición sexual sin tener que “elegir” su género como promueve la ideología de género (y el currículo de la asignatura manchega). Y solo entonces, puede descubrir su propio “yo” cuando se abre a un “tú” que es diferente. Yo encuentro mi plenitud en el encuentro con el otro que es diferente de mí, sea esta diferencia cultural, social, sexual, o del tipo que sea.

Señores políticos, dejen a los niños en paz con las ideologías.

 

Fernando López Luengos,
Profesor de bachillerato en la Enseñanza Pública.
Presidente de Educación y Persona