Red Iberoamericana de

Estudio de las Sectas

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Nº 519

7 de sep. 2017

 

BOLETÍN MONOGRÁFICO:
“LA FAMILIA” DE CHARLES MANSON

 

1. Cómo fueron los inicios de la secta de Charles Manson.

2. Las aspiraciones mesiánicas de un líder hippy.

3. Evolución de “La Familia” entre figuras del cine y de la música.

4. Helter skelter: el momento de desencadenar el apocalipsis.

5. Así tuvieron lugar los asesinatos inspirados por Manson en 1969.

6. Los días posteriores a la masacre sectaria de “La Familia”.

7. El proceso judicial a “La Familia” de Manson y los hechos posteriores.

8. Divulgan una nueva fotografía de Charles Manson en la prisión.

9. Una de las adeptas de Charles Manson podría salir de la cárcel.

10. Los crímenes sectarios del “verano del amor” o el fin de la utopía.

 

 

1. Cómo fueron los inicios de la secta de Charles Manson.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

La revista Vanity Fair ha publicado una serie de artículos en su edición digital española sobre “La Familia” de Charles Manson, una secta que fue tristemente célebre en los años 60 por los asesinatos que llevaron a cabo. Recogemos a continuación la serie de estos artículos, escritos por Raquel Piñeiro, además de otras noticias recientes relacionadas con el líder sectario, ahora preso.

Familia Manson (I): El demente que acabó con el sueño hippie

El anuncio de The Hollywood Reporter de que Quentin Tarantino está preparando una película sobre los asesinatos de la familia Manson y Sharon Tate se ha convertido de forma automática en el proyecto cinematográfico favorito del mundo. No podía ser de otra manera. La unión de uno de los directores/autores más populares de nuestros días y la historia de crímenes reales más emblemática de los últimos 50 años promete un festín de cine, historia y morbo que nadie está ya dispuesto a perderse.

Claro está que, si esta película con nombres como Brad Pitt, Jennifer Lawrence o Margot Robbie en el reparto llega a realizarse, será una de las obras más relevantes sobre lo ocurrido (la fidelidad a los hechos puede ser otra cosa; la capacidad de reinvención de la historia de Tarantino nos quedó clara en Malditos Bastardos), pero ni mucho menos la primera ni la iniciadora de un revival de lo sucedido. Charles Manson nunca ha dejado de estar de moda. Se diría, de hecho, que está más de moda que nunca.

En los últimos años hemos recibido tv movies como Manson’s Lost Girls, una película de Lifetime basada en la experiencia de Linda Kasabian, la serie protagonizada por David Duchovny, Aquarius, la novela basada poco libremente en las postadolescentes del grupo Las chicas, de Emma Cline, capaz de superar el hype del debut literario prometedor con creces, y la monumental serie de Karina Longworth en su podcast You must remember this llamada Charles Manson’s Hollywood. Y esto sólo es la hornada más reciente.

La historia de Manson, la familia y la más célebre de todas sus víctimas, Sharon Tate, ha sido material de análisis, especulaciones y ficciones con una fruición y un ímpetu sólo comparables a la ya casi mitológica figura de Jack el Destripador. Prensa y público quedaron atrapados desde que se hizo público que cinco personas habían sido asesinadas en una mansión de Los Ángeles, la mañana del 9 de agosto de 1969, y desde entonces no hemos podido ni querido dejar de mirar. ¿Por qué nos siguen fascinando unos asesinatos cometidos y esclarecidos hace casi cinco décadas? La pregunta sería más bien cómo no van a hacerlo.

Los crímenes que trascienden al interés momentáneo es porque tienen “algo más”; normalmente, la capacidad para erigirse en símbolos de su momento y su lugar. Así, los ya citados de Jack el Destripador iluminan la cara más perversa y menos contada de la Inglaterra Victoriana, con sus profundas desigualdades sociales y la miseria del Londres de “la otra mitad”. Los de la familia Manson funcionan como un fresco complejísimo y perfecto de los años 60, quizá la década más convulsa en la historia americana de todo el siglo XX, y de su arcadia particular, California.

De hecho, se ha considerado de forma ya canónica que la fecha de los asesinatos, 8 y 9 de agosto de 1969, marcan el fin de la era de Acuario y del sueño hippie en particular, tal vez sólo en pugna con el catastrófico concierto de Altamont que tuvo lugar en diciembre de ese mismo año. La utopía de paz, amor (libre) y rebeldía, la idea de que había espacio para vivir de otra manera, los tiempos de puertas abiertas en los que todo el mundo era bienvenido a la fiesta se rompían de golpe de la más sangrienta de las maneras.

También está, por supuesto, el carácter morboso de los crímenes. Siete personas –en realidad más– murieron acuchilladas y disparadas sin ninguna piedad por individuos a los que ni siquiera conocían. Una de ellas era una estrella de Hollywood famosa, y fue su muerte la que acaparó todos los titulares y sigue unida de forma inexpugnable al nombre de Manson, reconocible incluso para los no fanáticos de la crónica negra: Sharon Tate, la mujer de Roman Polanski. Despampanantemente bella y embarazada de ocho meses en el momento de su muerte, se convirtió en una metáfora obvia de todo lo hermoso, bueno y puro que hay en nuestro mundo masacrado sin ningún motivo. Peor todavía, por un motivo absurdo, como de farsa: una casualidad inmobiliaria.

Porque ese es otra de las razones de la pasión colectiva por esta historia terrible: la aparente falta de móvil. Las víctimas ni siquiera tenían que ser las que fueron, pero a los homicidas les dio igual. La figura del psicópata que mata por impulsos es un tótem ya de la cultura estadounidense. Lo que no es tan frecuente es encontrar a varias personas que actúan guiadas/aconsejadas/con el cerebro lavado por alguien con una poderosísima ascendencia sobre ellos y son capaces de cometer actos que redefinen el significado de “atroz”. He ahí otra de las claves y profundos misterios del caso: que Manson no empuñó ningún arma. De hecho, ni siquiera estaba presente durante el asesinato de Sharon Tate y el resto de las víctimas del 1050 de Cielo Drive, las más emblemáticas.

Llegamos así a la figura central del relato, el héroe y antihéroe, el villano y el hombre que se ha convertido para muchos en sinónimo del mal y la locura: Charles Manson. Algunas obras, como Las chicas de Emma Cline, han preferido centrarse en las jóvenes que le acompañaban y formaron parte de su “familia”, pero la mayoría de ensayos, biografías y dramatizaciones se centran en él, aunque sea en segundo plano. Por mucho que se haya discutido sobre el personaje, por muchas entrevistas que él mismo haya concedido en los últimos años (regadas de visiones contradictorias, patrañas, medias verdades y sensacionalismo), sigue siendo un enigma intrigante.

Desentrañar cómo un representante de la pobreza y la marginación endémicas acabó inspirando a estrellas como Marilyn Manson o los Guns N' Roses, cómo un delincuente con veleidades artísticas acabó recibiendo decenas de miles de cartas de admiradores al año en prisión, cómo el instigador y responsable de varias matanzas indiscriminadas acabó convertido en un icono pop supone sumergirse en un mar de nombres famosos del cine, la música y la cultura, en un momento en el que parecía que todo era posible y, en efecto, lo fue, pero no del modo esperado. Pura leyenda americana.

No es que su destino pareciese abocado a algo sí. Charlie era uno de tantos hijos de la pobreza y la Depresión, crecido entre la marginalidad y la delincuencia. Nacido en Cincinatti, Ohio, en 1934 de una madre soltera adolescente y un padre que desapareció cuando supo que su novia quinceañera estaba embarazada, su primera infancia transcurrió entre el rechazo materno, que pasaba largas temporadas en prisión, y el cuidado de unos tíos muy estrictos y religiosos en Virginia Occidental. En una de las ocasiones en las que su madre no pudo hacerse cargo de él, le envió a un centro de menores del que Charlie se escapó a los 10 meses de estancia. Pero al volver con ella, su madre se negó a recogerle.

Pronto comenzó la vida de Charlie centrada en el delito menor, estafas y robos cada vez más importantes. Su niñez y adolescencia son un rosario de ingresos en centros de menores y reformatorios, donde la violencia, los abusos y las violaciones eran tan habituales que el propio Manson les quitaría importancia años después. Allí aprendió a escribir y leer, y para sobrevivir, desarrolló una estrategia basada en hacerse el loco: fingir ataques, espasmos y brotes psicóticos con el objetivo de lograr, a base de dar miedo a los chicos mayores que él, que le dejasen en paz.

A los 19 años consiguió la libertad condicional y empezó un espejismo de nueva vida para Manson: se casó con una joven de 17, Rosalie Jean Willis, y tuvieron un hijo, el primero de los tres que se le atribuyen. Pero combinaba trabajos esporádicos y mal pagados con el robo de coches, por lo que al poco de ser padre, el joven ingresó de nuevo en prisión. El matrimonio se divorciaría poco después. Y en el 59 sería detenido de nuevo y condenado a 10 años de prisión por violación de la condicional y proxenetismo. Ahí, en la cárcel de la Isla McNeil, en el estado de Washington, el delincuente común Charles Manson se convertiría en el hombre que ahora conocemos.

En el durísimo penal de McNeil desarrolló su forma de entender la vida: un racismo galopante mezclado con esoterismo y ¡sorpresa! elementos de la Cienciología, teoría en auge durante la época. También fue clave en su formación el best seller Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, lo que le proporcionó herramientas para conseguir un propósito que el autor del manual de autoayuda Dale Carnegie seguramente no había considerado. Conceptos en aquel momento novedosos como “armonía”, “karma” y otros derivados del budismo dieron sentido a su existencia de hombre que sobrevive en un entorno brutal y hostil. Además, tan importante como los elementos anteriores, aprendió a tocar la guitarra gracias al mafioso Alvin “Creepy” Karpis, gánster de los años 30 que había sido enemigo público nº1 también encarcelado con él. La historia y sus designios generando extrañas coincidencias.

Y a mediados de los 60 llegaron los Beatles. Cuando se dice que la Beatlemania conquistó el mundo a menudo lo tomamos más como un cliché que como una realidad. Hasta la remota prisión federal isleña llegaron los ingleses con su música que transformó el mundo, y en el preso Charlie Manson, que siempre había amado la música, comenzó a forjarse el deseo de convertirse en una estrella de rock. Como ellos.

Una de las muchas ideas interesantes apuntadas por Karina Longworth en su podcast es la de Manson como uno más de las hordas de jóvenes que llegaban a California desde todo el país deseando convertirse en estrellas. Don nadies de vidas más o menos miserables que cogían autobuses en sus ciudades de nacimiento y llegaban a Hollywood en busca de algo más. Del éxito, la fama, dotar de sentido su existencia. Lo perverso es que Charlie, de un modo retorcido y trágico, lo consiguió.

En el 67, tras siete años y medio de condena y habiendo vivido más de la mitad de sus 32 años entre rejas, fue liberado. Al principio se negó, con declaraciones como “La cárcel es mi madre. Uno de mis primeros recuerdos es ir a visitar a mi madre a la cárcel”, pero las autoridades lo pusieron en la calle y así el ex presidiario apareció en un espacio muy concreto: el barrio de Haight-Ashbury en San Francisco durante El verano del amor. Justo el epicentro del movimiento hippie, las drogas, la revolución sexual, los movimientos contraculturales, las protestas contra la guerra, el flower power y todos sus reversos tenebrosos que el mundo estaba a punto de descubrir. En los 60 la sociedad había cambiado como también lo había hecho Charlie, y de esa combinación muy concreta de contestarismo, control mental y multitudes hambrientas de todo lo que sonase a espiritualidad, saltarían unas chispas que todavía hoy seguimos contemplando. Lo que haría Manson durante los dos siguientes años aún nos sobrecoge, asombra y aterroriza.

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2. Las aspiraciones mesiánicas de un líder hippy.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

Familia Manson (II): LSD, autoayuda y mucho sexo. Charlie recluta a los suyos

Tras la primera entrega, continuamos nuestro relato de locura, sangre y música rock en la era de Acuario preguntándonos quiénes eran los jóvenes que formaron parte de la primera familia del crimen y cómo llegaron, varios de ellos, a convertirse en despiadados asesinos. Toda familia tradicional empieza por una pareja y en todo grupo de seguidores hay uno que es el primero. Esa fue Mary Brunner para Charles Manson.

Cuando el recién liberado Charlie recaló en San Francisco en la primavera del 67, difícilmente podía haberlo hecho en un lugar en el que encajase mejor. Un hombre como él, fanático de los Beatles, con cierta pátina de saber orientalizante muy de moda, una filosofía poco ortodoxa y un indudable carisma personal, encajó como un guante en el furor hippie que se respiraba en la ciudad.

Charlie era a la vez un hijo de su tiempo y un extraño que llevaba media vida en prisión, pero supo adaptarse con rapidez a la situación sacando provecho de las herramientas de supervivencia aprendidas en la cárcel. Se familiarizó con las drogas psicodélicas, tocaba la guitarra en parques y su aire atractivo y misterioso, unido a las cosas trascendentales y simbólicas que decía, le procuraron un buen número de amantes en una época en la que la revolución se practicaba, en gran parte, a través del sexo.

Pronto llegó su primera acólita, el primer miembro real de la familia: Mary Brunner era bibliotecaria en la Universidad de Berkeley y se convirtió en algo parecido a una pareja oficial (si tal concepto fuera posible en ese contexto) de Manson. Él se trasladó a vivir al piso de Mary, que le mantenía de forma desinteresada para montar en cólera al descubrir que Manson estaba llevando otras jóvenes a su casa… cólera efímera, porque no tardaron en llegar y unirse a ellos muchas otras personas. Con ellos dejarían la zona segura de Berkeley y empezarían un errático discurrir a través de California que duraría dos años y terminaría siendo un símbolo de la infamia.

Uno de los puntos más desasosegantes de esta historia real es que el protagonista, Manson, era un delincuente del que no sorprendería imaginar que acabaría saliendo en la sección de sucesos de los periódicos, pero gran parte de su heterogéneo grupo no. Algunos venían de familias desestructuradas y tenían historiales de violencia endémica, sí, pero otros en absoluto. Habían sido estudiantes modelo, deportistas exitosos o simples niños normales, cien por cien americanos.

El por qué decidieron dejar sus casas y sus vidas para subirse en un autobús destartalado a cantar canciones a coro, consumir LSD y bailar desnudos junto a una hoguera se entiende en el contexto de la época, en la que miles de jóvenes abandonaban sus casas para vivir de una manera que sus padres no comprendían. El por qué algunos de ellos acabaron cometiendo terribles asesinatos es más difícil de comprender.

La pelirroja Lynette Fromme era una antigua niña prodigio que había recorrido Estados Unidos con un grupo de cante y baile. Tras una dura pelea con su padre, conoció a Manson en Venice Beach en mayo del 67, con 18 años, y se unió a él. Susan Atkins sí tenía un pasado atormentado. Había huido de un hogar roto en la muy temprana adolescencia para terminar de stripper en un club de San Francisco con el nombre de Sharon King. En una de esas extrañas sincronías de esta historia, por aquel entonces fue contratada por Anton LaVey, fundador de la Iglesia de Satán, para actuar como vampira que emergía de un ataúd en su espectáculo Witches' Sabbath. Manson la rebautizaría como Sadie Glutz, y se convirtió en una de sus más fervientes seguidoras.

Charles “Tex” Watson era, por el contrario, el típico all american boy, un texano que había sido estudiante de sobresalientes y estrella del baloncesto y el fútbol en su instituto. Aunque pudiera parecer que Charlie era reacio a la presencia masculina en su grupo, en realidad veía con buenos ojos que le acompañaran jóvenes fuertes y atractivos. Les hacía más poderosos, más seguros, y atraía a otras chicas que a su vez atraían a jóvenes nuevos. Todos ellos significaban más poder.

De este modo llegó también Bobby Beausoleil, un personaje en sí mismo que siempre negó pertenecer a la familia pero cuyo nombre está indisolublemente unido a ella. Niño sometido a todo tipo de maltratos que había huido de casa a los doce años, había vivido aquí y allá convertido en una especie de presencia secundaria de la escena underground de California. Tocaba en varios grupos (el germen del posterior Love entre ellos), se relacionaba con músicos de Grateful Dead o Jefferson Airplane, tenía cierto talento musical y, sobre todo, era muy atractivo. Después de hacer de Cupido en el documental Mondo Hollywood, el cineasta experimental y posterior estrella del cotilleo con sus libros de Hollywood Babilionia Kenneth Anger le propuso interpretar a Satán en su Lucifer Rising. El joven hasta se mudó a casa del director, una excéntrica mansión que había sido la embajada rusa.

La cosa terminó como el rosario de la aurora. Con varias escenas turbias de drogas de por medio, Kenneth acusó a Bobby de haberle robado las bobinas de su película y una furgoneta, pero ni corto ni perezoso, su venganza fue echarle una maldición (el director era mago y seguidor de Aleister Crowley) que se demostró muy efectiva porque la furgoneta se estropeó justo delante del rancho de la familia Manson, con lo que el destino de Bobby quedó sellado para siempre. No hay que tomarse muy en serio a Anger, maestro de la exageración, pero la anécdota merece ser contada. Con el tiempo, el atractivo Bobby atrajo a la familia a varias ex novias suyas, como Catherine Share “Gipsy” o Leslie Van Houten, con las que había vivido en un concubinato típico de la época.

No era el único miembro de la contracultura presente. Dianne Lake se había criado en la comuna Hog Farm del payaso Wavy Gravy, así que los alucinógenos y el amor libre no eran un secreto para ella. El día de su 14 cumpleaños conoció a la familia y, sin ninguna objeción por parte de sus padres, se unió a ellos. Más problemática fue la llegada de Ruth Ann Moorehouse. El padre de Ruth, Dean Moorehouse, antiguo sacerdote, había recogido a Charlie haciendo autoestop y le había invitado con cordialidad a su casa, pero cuando el invitado huyó con su hija de 16 años juró matarle.

Cuando le encontró, Charlie procedió a calmarle, le introdujo en el consumo del LSD y Dean acabó convencido de que este hombre que el destino había puesto en su camino era la reencarnación de Jesucristo. Para poder mudarse con Manson y los suyos, la todavía menor Ruth Ann se casó con un conductor de autobús, le abandonó inmediatamente después y así pudo seguir a su nueva familia a donde tuvieran bien ir.

La creencia de que Manson era como Jesucristo no la tenía sólo el despistado Dean Moorehouse. El aspecto mesiánico del hombre es uno de los factores que más señalan los que convivieron con él y que explica por qué individuos tan diferentes entre sí quedaban capturados por su aura. Una generación hambrienta de respuestas y sentido los encontraba en el carisma y la profundidad de aquella mezcla de sabio, santo, guía y amante.

En apariencia, el grupo de alegres melenudos floreados formaban una comuna no distinta de tantas otras que florecían por el mundo y por California en particular (como la que aparecería en Easy Rider en el 69 o en documentales de la época). Pero, si se observaba el grupo de cerca, se veía que estaba profundamente jerarquizado. Charlie era el líder, se hacía lo que él deseaba y se pensaba lo que él decía. Tras los largos años pasados en una celda, el treintañero Charlie había aprendido cómo juzgar y reconocer a las personas al primer vistazo, y sus acólitos eran veinteañeros muy inocentes, con profundas inseguridades y en la mayoría de los casos poca experiencia en la vida.

Todo unido a un clima social que favorecía la ruptura con toda tradición y vida burguesa les convertía en presas fáciles del discurso trascendental de Charlie. El mundo y sus padres habían intentado aplastar su luz, su espíritu; ahora él les diría la verdad. “No hay fin, no hay bien ni mal, la muerte no significa nada, la percepción de la realidad es una entelequia”. Con un poco de ayuda lisérgica todo cobraba mucho más sentido.

La supervivencia se garantizaba a través de recoger comida de la basura, algo que en la práctica implicaba que a menudo las chicas se acostasen con empleados de supermercado a cambio de los restos. La teoría de la paz y el amor chocaba con una realidad que viraba cada vez más hacia la delincuencia. Los pequeños robos pronto serían grandes, la prostitución por parte de las jóvenes sería una moneda de cambio habitual y la venta de drogas no tardaría en hacer su aparición. Todo intento de glamourización que pueda tener llevar una vida rebelde fuera de lo establecido queda desarmado en obras como la citada Las chicas, de Emma Cline, que reconoce el atractivo poderoso de esos espíritus salvajes pero habla de suciedad, descuido, miseria y hambre canina.

“Logré llegar a entender cómo Charles Manson era un reclutador y un seductor”, declararía un par de años después Steven V. Roberts, periodista del New York Times que entrevistó a varias chicas Manson al principio de su proceso. “Aquellas mujeres eran vasijas vacías. Había un gran agujero en sus vidas, falta de confianza, falta de objetivos, falta de identidad. Recuerdo a Sandra Good diciéndome “Nunca pensé que supiera cantar. Pero estábamos sentados en la hoguera del rancho y Charlie empezó a decirme “canta, Sandra, canta”. Yo creía que no podía pero él continuó animándome y estimulándome. Rompí a llorar y empecé a cantar”.

Esta ingenuidad se repite en multitud de relatos. Patricia Krenwinkel, joven acomplejada por lo que ella consideraba un exceso de vello corporal, contaría años después: “Me lo presentaron y aquella noche nos acostamos. Me sentí realmente querida por él, de forma inmediata. En aquel momento estaba desesperada por tener alguien a quién querer. Todo lo que recuerdo de cuando hacíamos el amor es que lloraba y lloraba porque él me decía “Oh, eres tan hermosa”. No podía creerlo y empezaba a llorar”.

Muy similar es lo que narra Catherine Share sobre su primer encuentro, en el que Charlie le dirige las profundas palabras “Este es tu sueño, ¿verdad, chica? Empieza a vivirlo”: “Un miembro del grupo estaba a sus pies, llorando y agradeciéndole a Charlie que le hubiese liberado. Charlie vestía una túnica color crema y tenía el pelo suelto. Parecía Jesucristo. Estaba diciendo: “Está bien, hermano, suéltalo todo. Suéltalo todo y serás libre”. La cara de Charlie resplandecía. Pensé que era el hombre más sabio y amable que nunca había conocido. Me hizo su mujer inmediatamente. Eso es lo que sucedía con todas las chicas nuevas”.

El sexo, en apariencia libre, funcionaba como un instrumento más de control. Todas las posibles inhibiciones o rechazos quedaban destruidos bajo las órdenes del gurú, que decidía quién se acostaba con quién en las orgías en grupo que se practicaban con regularidad. La proporción siempre era de unas cinco mujeres por cada hombre, por lo que el interés para posibles visitantes estaba asegurado. Por supuesto, todas las chicas tenían que acostarse con Charlie nada más ingresar en la comuna; si se negaban, eran expulsadas al momento (a no ser que tuviesen acceso a dinero o conexiones poderosas).

A Mary Brunner la pegaba con regularidad, y esos malos tratos continuados funcionaban como una amenaza muda de lo que podía pasarte sin contradecías al líder. Detrás de toda la farfolla sobre iluminación, crecimiento y conocimiento no se buscaba construir individuos autónomos sino fieles que no rechistasen. Y cuando más jóvenes, bellos y sexualmente disponibles fuesen esos fieles, mejor.

Este es uno de los aspectos más ilustrativos de esta historia y prácticamente de la propia revolución sexual y de los movimientos contraculturales: en apariencia todos propugnaban la emancipación de la mujer y la sexualidad sin cortapisas, pero en la práctica lo que querían era emplearla para su provecho. En el caso de Charlie, como un reclamo, una mercancía, una herramienta para conseguir poder, algo que se usa y se manipula y de la que ellas nunca son realmente dueñas. Eran criadas y esclavas pensando que habían dejado todo eso atrás. Otra cara amarga de la utopía.

Los hijos no tardarían en llegar. La infausta Mary le dio a Manson a su tercer hijo (después de los que tuvo con sus dos esposas, Rosalie y Candy Stevens, entre estadías en prisión) en abril del 68, llamado Valentine Michael Manson pero conocido por todos como “Osito Pooh”. El hijo de Susan “Sadie” Atkins fue bautizado por Charlie con el discreto nombre de Zezozose Zadfrack Glutz. Para el verano del 69 el grupo estaba formado por una treintena de adultos y siete niños, entre los nacidos allí y los que habían llegado con sus madres. Una auténtica familia.

El creciente y fluctuante grupo llevaba una vida errante; los primeros miembros se desplazaban en una gira en autobús bautizada por Manson como su particular “Magical Mistery Tour”, en honor el disco de los Beatles; después habitaron en la casa Spiral Staircase en Topanga Canyon y finalmente, tras algunas paradas inesperadas que desarrollaremos más adelante, se establecieron en el rancho Spahn en agosto del 68.

El objetivo de estas mudanzas empezó con un propósito muy claro, cumplir la fantasía de Manson forjada en la cárcel a través de continuas escuchas de los Beatles. La familia se trasladó de San Francisco al área de Los Ángeles porque Charlie tenía un sueño tan mesiánico como su propia presencia: convertirse en una estrella de rock. Lo asombroso es que estuvo cerca de conseguirlo.

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3. Evolución de “La Familia” entre figuras del cine y de la música.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

Familia Manson (III): Sexo, drogas y nada de rock and roll para Charlie

Después de conocer de cerca a Charles Manson y a varios miembros de su familia, nos sumergimos en la espiral de acontecimientos que condujeron a la masacre de Cielo Drive y tocaron la vida de personajes tan dispares como los Beach Boys, Doris Day o Los Beatles.

Esta historia está trufada de casualidades, sinergias extrañas y curiosas coincidencias. Una de las de mayor importancia es la que atañe a la efímera-casi-existente carrera musical de Manson, que nace de un encuentro fortuito y acabaría detonando su ira incontrolada. A mediados del 68 Patricia Krenwinkel y Ella Jo Bailey, dos chicas de la familia, hacían autoestop en Los Ángeles cuando la suerte hizo su aparición: las recogió en su coche una auténtica estrella de rock, Dennis Wilson, miembro de los Beach Boys. Ninguno era consciente, pero ese momento pondría a girar una lenta bola de nieve que en cierto modo sigue rodando todavía hoy.

Wilson las llevó a su mansión del 14400 de Sunset Boulevard, se acostaron y al cabo de un rato les dijo que podían quedarse allí mientras iba a trabajar al estudio de grabación de su grupo. Cuando volvió horas después, se encontró la casa tomada por una veintena de jovencísimos hippies y un extraño hombrecillo (Manson medía 1,57) que se dirigió a él con una mirada extraña. “¿Qué quieres? ¿Vas a hacerme daño?”, preguntó Wilson, temeroso. “¿Tengo pinta de ir a hacerte daño, hermano?”, respondió Charlie antes de arrodillarse ante él y besarle los pies. Fue el comienzo de una extraña amistad.

Dennis Wilson, considerado “el único beach boy de los Beach Boys”, el auténtico hippie, el surfero, el que estaba más en sintonía con el espíritu contestatario de los 60, creyó por completo el discurso de Manson. Se refería a él como “Mago” y le consideraba un sabio gurú capaz de explicar sus ansiedades, miedos y traumas infantiles provocados entre otras cosas por un padre maltratador. Desde luego el aura que desprendía Manson era el adecuado. Una plétora de jóvenes atractivas y drogas le rodeaba siempre, y el grupo de desarrapados acabó instalándose de forma itinerante en casa del músico, que lo sufragaba todo generosamente. Las orgías y el sexo en grupo eran moneda corriente en una casa de puertas abiertas llena de gente, algo normalizado en la época.

Charlie, por supuesto, se encargaba de tener a Wilson satisfecho. Era su gran oportunidad para conseguir sus sueños de grabar un disco y convertirse ante el resto del mundo en la estrella que ya creía ser. El Beach Boy introdujo al hippie en la escena musical y artística menos underground, una trufada de nombres de primer nivel: miembros de The Mamas and the Papas, Neil Young, Jack Nicholson, Steve McQueen… Iban a locales como el Whisky a Go Go y la Familia formaba parte de la escena de un modo mucho más profundo de lo que pudiera parecer.

Cuando amigos escépticos le hablaron a Dennis del pasado delictivo de Manson, él se alegró de que su nuevo amigo no fuese un farsante sino un auténtico rebelde, una víctima del sistema llena de credibilidad callejera, no un niño rico fingiendo ser “real”. En aquel momento en el que todos se acostaban con todos, la vida era una fiesta perpetua y las ideas florecían de modo efervescente, parecía que la frontera entre las estrellas muy ricas –o que estaban en el camino de volverse muy ricas– y el lumpen más absoluto se volvía difusa y podía romperse con facilidad.

Peter Fonda podía ser realeza de Hollywood y Dennis Hopper un niño actor crecido a la sombra de la industria, pero ahí estaban haciendo películas de arte y ensayo sobre viajes psicodélicos, certificando la muerte del sistema de estudios, el nacimiento del nuevo Hollywood y pasando el rato con futuros asesinos. Incluso Didi Shaw, la hija de trece años de Angela Lansbury, flirteó durante un tiempo con el grupo de hippies estrambóticos, al menos hasta que su madre le retiró el crédito de las tarjetas (todo un acierto por parte de la bruja novata). En esa realidad angelina sesentera, compleja y llena de esperanzas sobre paz, amor y drogas que te hacían percibir la realidad de otra manera, Manson logró colarse hasta la cocina. Literalmente.

Una cuestión de fondo es: ¿tenía Charlie verdadero talento musical? Teniendo en cuenta que cualquier valoración que se haga estará en el fondo contaminada por su imagen, es difícil dar una respuesta. Músicos como Neil Young o el propio Wilson quedaron encandilados por él y sus canciones, mientras que para otros no dejó de ser un artista mediocre. Lo que tenía, desde luego, es la imagen y la onda perfectas: una mirada incandescente, un aire a Jesucristo, un discurso epifánico y sobre todo un harén de chicas que le seguía a todas partes y hacían cualquier cosa que les ordenase.

En su capítulo del podcast You must remember this dedicado a la relación con Wilson, Karina Longworth señala el curioso parecido entre una composición de Charlie, Cease to exist, y una canción de The Moody Blues, el otro grupo del que Charlie era fan junto a los Beatles. Con el importante detalle de que Noches en blanco satén, el tema de los Moody Blues, había salido en Estados Unidos dos meses antes de que Charlie compusiera el suyo.

Fuera talento de verdad u oportunismo, el resto de los Beach Boys no parecían tan entusiasmados con la perla que se había encontrado su hermano y primo. Accedieron a que Manson utilizara su estudio para grabar algunas de sus composiciones, pero cuando Charlie se puso nervioso por su ignorancia ante los micrófonos y amenazó a un técnico con un cuchillo, quedó claro que la cosa no iba a funcionar. Las cosas se pusieron peores cuando Charlie se puso violento en casa de Wilson con su novia de 16 años Croxey Adams, que no tragaba con ninguna de las enseñanzas del gurú y era decididamente hostil a su modo de vida.

No ayudó que Tex Waxon estrellase el Mercedes de Wilson ni que los gastos de mantenimiento de la familia –Wilson corría con todo– alcanzasen la estratosférica cifra de 100.000 dólares en tres meses, entre facturas como las del dentista de Susan Atkins y tratamientos para la gonorrea, que corría con libertad en el grupo porque Charlie era enemigo de los condones y su uso no estaba permitido. Antes del final del verano del 68 Gregg Jakobson convenció a su amigo Dennis para que se mudase a otra casa huyendo un poco de la cada vez más asfixiante presencia de Manson y dejase expirar el contrato de alquiler. La familia tenía ya un hogar sustituto en previsión: el rancho Spahn, localización clave en esta tragedia.

El rancho había sido escenario de rodajes (de series como Bonanza o El zorro) pero para agosto del 68, cuando se instaló allí el grupo entero, sus buenos tiempos habían quedado atrás. Bastante destartalado, pertenecía entonces a George Spahn, un octogenario casi ciego que permitió que Charlie y los suyos lo okupasen a cambio de mantenerlo cuidado. Y a cambio también, por supuesto, de los inestimables cuidados de Lynette Fromme, que se convirtió en su criada y amante. Fue él quien le dio el apelativo de “Squeaky” por su voz chillona.

Al principio, la estancia de la familia en el rancho parecía una especie de campamento de verano para adultos perpetuo. Se disfrazaban de gitanos, de piratas, hacían fiestas con muchísima frecuencia… El lugar era visitado por individuos que rodeaban el grupo sin llegar a formar del todo parte de la familia, atraídos por las drogas, el nudismo y el sexo sin cortapisas. Por supuesto, si se miraba un poco más allá se veía un ambiente malsano de fondo.

Entre el hambre y el consumo de LSD –y pronto del speed introducido por Susan Atkins–, los jóvenes vivían en un estado alucinado casi permanente. A Charlie le gustaba representar la escena de la crucifixión con él como Jesucristo, y sus alterados fieles juraban que veían salir llamas de la cruz. También practicaba la privación del sueño, despertándolos en medio de la noche para arengarlos con discursos cada vez más violentos e idos. “Pensar es apestar”, repetía Charlie.

Y entonces, en noviembre del 68, se publicó el Álbum Blanco de Los Beatles y la situación se volvió aún más extraña. En la cosmogonía de Manson había un elemento que no iba de la mano con la armonía universal: era muy racista y creía que, dada la situación volcán a punto de erupción de Estados Unidos en los sesenta, los Panteras Negras desatarían una guerra racial entre blancos y negros que arrasaría la sociedad. Como los negros eran fuertes pero estúpidos según la concepción de Charlie, ganarían la guerra pero serían incapaces de ejercer el poder, por lo que se desencadenaría el apocalipsis al que solo sobrevivirían, por supuesto, los miembros del clan Manson, que habían estado ocultos en un agujero del desierto tal y como se sugería en un oscuro pasaje bíblico.

Si esta teoría ya era como mínimo para alzar las cejas, lo que rizaba el rizo era la certeza de Charlie de que los Beatles habían llegado a la misma conclusión que él, y estaban lanzando el mensaje al mundo a través de su White Album. Canciones como Honey Pie, Revolution 9 o Piggies eran claves de lo que estaba por venir desentrañadas por Manson para sus acólitos. Sexy Sadie, claro, hablaba de Susan Atkins, “Sadie” para el grupo. Y Helter Skelter, que en realidad se refería a una atracción de las ferias inglesas, era en la cabeza de Charlie un llamamiento al mundo a la batalla que estaba por venir. La conspiranoia de que el disco lanzaba el mensaje de que Paul McCartney había muerto se quedaba en nada al lado de esto.

“Charlie hablaba sobre el Helter Skelter cada noche”, contaría Catherine Share años después. “Decía que empezaría con los negros quemando vecindarios blancos. Entonces los blancos, con la policía protegiéndoles, empezarían a matar negros y se desencadenaría el caos total. Y nosotros tendríamos que dejar la tierra. Viviríamos en el desierto e iríamos con buggies para andar sobre la arena y rescataríamos a los bebés blancos huérfanos. Seríamos los salvadores”.

De forma paralela, Charlie recibía el disgusto de descubrir que su tema destinado al éxito, Cease to exist, aparecía transformado como Cara B del single Bluebirds over the mountain de los Beach Boys con el nombre Never learn not to love. Esto ocurrió en diciembre del 68, y Manson no aparecía en los créditos ni recibió ningún beneficio por el tema. Peor aún: el grupo se había atrevido a tocar sus sacrosantas letras, la peor afrenta que el artista podía sufrir. De todos modos, Charlie no perdía la esperanza de llegar a grabar un disco, porque seguía teniendo un as en la manga: Terry Melcher.

Terry Melcher era otro auténtico hijo de Hollywood. Su madre era la virginal estrella Doris Day, su novia la actriz en auge Candice Bergen (la futura Murphy Brown), y él era un representante claro de la nueva generación que combinaba riqueza de toda la vida con la pasión por lo moderno de su tiempo. Productor musical de los Byrds entre otros grupos, su amigo íntimo Dennis Wilson se lo había presentado a Manson, que había visto concentradas en él todas sus visiones de éxito.

Melcher visitó el rancho Spahn en varias ocasiones y le gustó su espíritu de comuna libertaria. También le gustó, sobre todo, Ruth Anne Moorehouse, de 17 años, a la que quiso incluso contratar como doncella para su mansión, algo a lo que Candice Bergen se negó con buen tino. Cuando Melcher y alguno de sus amigos visitaban el rancho, Charlie echaba el resto para servir sus canciones con el mejor envoltorio posible. Danzas desnudas junto a la hoguera, gran profusión de drogas y discursos a las chicas para que complacieran a los invitados en todo lo que deseasen. Leslie Van Houten declararía amargamente con el tiempo: “El rancho estaba estructurado y administrado como un establo de putas, aunque ninguna de nosotras nos dimos cuenta de eso entonces”.

Aquello tampoco funcionó. Las visitas del productor se fueron espaciando más y más, y en una de ellas se vivió una desagradable escena cuando uno de los invitados de Melcher, tras consumir LSD, empezó a alucinar diciendo que Manson era el diablo (ajá). Siguieron una suerte de malentendidos, como 50 dólares que Melcher le dio a Charlie, tomados por él como un adelanto de un acuerdo discográfico y dados por Melcher como una limosna ante el deplorable estado de hambre y suciedad en el que vivían los jóvenes y sus hijos.

El ego herido de Charlie comenzaba a ser un problema. Las fiestas y las juergas dejaron paso a ejercicios cada vez más violentos de odio hacia la sociedad. “Ya no había música ni vida en común”, describirían los miembros de la Familia. El Helter Skelter se aproximaba, y lo peor es que Manson había quedado desacreditado ante sus fieles. Le habían tomado el pelo. El orgullo herido de un egomaníaco como él fue el detonante de toda la masacre.

Aparte de sus dudas sobre las posibilidades de un disco de Manson, había un motivo por el que Melcher ya no estaba en condiciones de hacer negocios con él: su madre Doris Day se había arruinado y él mismo tuvo que poner algo de freno a su lujoso tren de vida. Eso incluía dejar la hermosa mansión que compartía con su novia Candice Bergen desde mayo del 66. La dirección de la casa era el 1050 de Cielo Drive, en Benedict Canyon.

El propietario de la casa, Rudolph Altobelli, la puso de nuevo en alquiler por 1200 dólares al mes, y en febrero del 69 llegó una nueva pareja estrella: la formada por Sharon Tate y Roman Polanski, que además estaban esperando su primer hijo. Sharon, actriz de El baile de los vampiros o El valle de las muñecas, se refirió al edificio como “la casa de sus sueños”.

El 23 de marzo del 69 Charlie Manson bajó desde las montañas a Benedict Canyon dispuesto a amenazar o darle su merecido a Terry Melcher. En el interior de la casa estaban Sharon y el fotógrafo Shahrokh Hatami. Manson cruzó el jardín hasta ser interceptado por Hatami, a quien no gustó en absoluto el aspecto del bajito intruso. “¿Dónde está Melcher?” Gruñó Manson. “Ya no vive aquí, esta es la residencia Polanski”, respondió el fotógrafo. En ese instante Sharon Tate, joven y de una belleza deslumbrante, se asomó a la puerta. “¿Quién es, Hatami?”. Las miradas de Charlie Manson y Sharon Tate se cruzaron por primera y última vez antes de que el fotógrafo le echase de casa. Pocos meses después, Sharon sería asesinada en ese mismo lugar.

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4. Helter skelter: el momento de desencadenar el apocalipsis.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

Familia Manson (IV): Venganza, tortura y muerte. Liberando el Helter Skelter

Hemos seguido de cerca la deriva de Charles Manson, la de los miembros de la familia y su implicación profunda en la escena californiana de los 60. Ahora, llega la sangre, su particular y ominoso ingreso en la historia. Para el gran público, la víctima por antonomasia de la familia Manson es Sharon Tate. Algunos, además, recuerdan los nombres de sus acompañantes la fatídica noche del 8 al 9 de agosto de 1969 y a los asesinados la noche siguiente, el matrimonio Labianca. Pero hubo más. La ola de violencia empezó poco antes, si puede ponerse una fecha concreta al inicio de esta locura colectiva.

El verano del 69 era la fecha anunciada por Charlie para que se desatase el Helter Skelter, la guerra racial en la que los negros se levantarían contra los blancos desencadenando el Apocalipsis. Pero, pese a la evidente tensión que se vivía en Estados Unidos a raíz del asesinato de Martin Luther King el año anterior, la guerra no empezaba. La situación de olla a presión en el rancho Spahn era inaguantable, con un Charlie que había visto esfumarse sus esperanzas de grabar un disco y era cada vez más violento y agresivo.

“Inspiraba terror en todas las personas que había a su alrededor, sólo así podía ejercer un control total sobre nosotros”, relataría tiempo después Catherine Share “Gipsy”. “La razón principal por la que nos quedábamos era porque teníamos la certeza de que lo que Charlie decía era verdad. Las ciudades iban a arder, habría disparos por todas partes y la única manera de sobrevivir era permanecer con ese grupo de personas, y todos sabíamos que necesitábamos dinero. Charlie estaba intentando conseguir dinero de cualquier modo y volvió a pensar como un criminal”.

El primer homicidio de la familia Manson respondió a un asunto mucho más prosaico y menos dado a generar teorías conspiranoicas que los que le dieron su infame celebridad. Pese a su racismo, Charlie no rechazaba hacer negocios con negros, y entre estos estaba el camello Bernard Crowe, conocido como "Lotsapoppa". La familia intentó timarle con una entrega de drogas, a lo que Lotsapoppa respondió apareciendo en el rancho para amenazarles a todos con que era miembro de los Panteras Negras y, si no le devolvían lo pactado, les matarían a todos. La respuesta de Charlie fue presentarse en su apartamento el 1 de julio y pegarle un tiro.

Cuando en los siguientes días apareció en prensa la noticia de que un pantera negra había sido asesinado, Charlie y los suyos pensaron que ya estaba, el primer paso para el Helter Skelter había sido dado. La paranoia aumentó y el grupo aceleró su paso recopilando más armas y viviendo en una suerte de ejercicios militares permanentes para prepararse para lo que estaba por llegar. Excepto que el cadáver que había aparecido no era el de Bernard Crowe, y Crowe no había sido nunca miembro de los Panteras Negras. Pasarían años antes de que este asunto se aclarara.

Como había que conseguir más dinero para armas y avituallamiento, la familia posó sus ojos en Gary Hinman. Hinman era un profesor de música que vivía en Topanga Canyon y con el que los Manson mantenían una relación cordial de compra-venta de drogas. En el mes de julio del 69, un grupo de motoristas que habían comprado a la familia una partida de mescalina preparada por Gary Hinman se quejaron de que la droga estaba adulterada y era veneno puro. Así que el 25 de julio Bobby Beausoleil, Susan Atkins “Sadie” y Mary Brunner fueron a casa del músico a por el dinero correspondiente. Otra versión de los implicados dicen que simplemente sospechaban que Hinman guardaba mucho dinero y querían robárselo.

Sea como fuere, el caso es que el desgraciado Hinman terminó atado y torturado por Beausoleil y las chicas implorando piedad y perjurando que no tenía dinero. Las palizas duraron dos días, durante los cuales se presentó allí el mismo Charlie y con una espada le cortó al prisionero la oreja izquierda (hola, Tarantino). “Ya sabes lo que tienes que hacer”, dijo Manson a Bobby antes de irse. Y vaya si lo sabía. Bobby asesinó a Hinman con un cuchillo y con su sangre pintó una garra en la pared junto al mensaje “Cerdo político”. Era una falsa pista que creían que llevaría a la policía a los Panteras Negras.

De nuevo los planes fallaron. El 6 de agosto Bobby Beausoleil fue detenido conduciendo un coche robado al difunto Hinman, con el arma del crimen y la ropa todavía manchada con la sangre de su víctima. Desde el calabozo, Bobby telefoneó al rancho. Cogió el teléfono un nuevo miembro de la familia, Linda Kasabian, llegada a principios de julio con su hija de corta edad gracias a su amistad con “Gipsy” y bien recibida especialmente después de que le robase a su marido 5.000 dólares. Linda empezó una relación con Tex Watson y, algo que marcaría su destino, el día de los asesinatos era la única persona de la familia con una licencia de conducir válida tras el arresto, esa misma fecha, de Mary Brunner y Sandra Good por usar una tarjeta de crédito robada. Otra jugada de la casualidad.

¿Qué pasó por la cabeza de Charlie al enterarse de la detención? ¿De dónde vino la idea de lo que pasó a continuación? ¿Tenía miedo de que Beausoleil hablara de sus chanchullos y se propuso liberarle? La teoría de que los asesinatos de Tate y Labianca fueron una réplica consciente del de Gary Hinman para que la policía dejase libre a Bobby es plausible, pero puede que todo fuese una mezcla de huida hacia delante, deseo de provocar de una vez el estallido de la guerra racial, muestra de poder sobre sus inquietos seguidores y por supuesto el orgullo herido por el rechazo de Terry Melcher y Dennis Wilson.

Charlie sabía que el 10050 de Cielo Drive ya no era la casa de Melcher, pero le dio exactamente igual. Tal vez recordase su encuentro unos meses antes con aquella rubia despampanante –es dudoso que conociese su identidad– y tal vez no. Desde luego, aquel lugar pertenecía a alguien de la despreciable industria del entretenimiento (esa en la que había intentado con tanto ahínco entrar), alguien exitoso y parte de esa sociedad que le había rechazado una y otra vez. A sus ojos, merecían la muerte, y que estuviesen allí por una casualidad, una mala suerte inmobiliaria no iba a ser un impedimento. Aunque tal vez la idea de “entender” el porqué de una decisión así sea una entelequia en sí misma.

“Hollywood está lleno de cerdos. Es la hora del Helter Skelter”, le dijo Charlie a la familia la tarde del 8 de agosto del 69. Llamó a Susan Atkins, Patricia Krenwinkel y Linda Kasabian, tomaron speed, les entregó cuchillos y una pistola y les dijo que hiciesen todo lo que Tex Watson dijese. Y añadió: “Dejad una señal. Vosotras, las chicas, sabéis qué escribir. Algo que parezca de brujería”.

Al volante del automóvil, Linda Kasabian pensaba que se trataba de otra “creepy crawl”, una diversión nocturna que la familia llevaba tiempo practicando en la que se colaban de noche en casas de desconocidos para observarlos mientras dormían. A veces movían algunos muebles y cambiaban las cosas de sitio para “producir un estado alterado de conciencia” en ciudadanos pasivos, y otras aprovechaban para robar objetos. En esta ocasión se trataba de algo mucho más perverso

Lo que sucedió a lo largo de aquel fin de semana ha sido contado múltiples veces y en versiones distintas según sus implicados y el momento de sus relatos. Pensemos que algo tan básico como saber si en realidad Manson ordenó matar ha sido discutido a lo largo de los años; el mismo Manson siempre lo ha negado frente a la versión de Tex, según el cual Charlie le ordenó que fuese a la antigua vivienda de Terry Melcher y acabase con todo el que estuviese dentro. El consenso general es que los hechos fueron como sigue:

La mansión de Cielo Drive estaba ocupada por su dueña, Sharon Tate, embarazadísima de ocho meses y esperando ya el regreso de su esposo Roman que se encontraba en Londres ultimando detalles del rodaje de su próxima película El día del delfín. La acompañaba su ex novio y ahora mejor amigo Jay Sebring, figura prominente del Hollywood de la época gracias a su revolucionario tratamiento de la peluquería masculina.

Sebring, aunque su nombre haya quedado ya para siempre ligado a su horrible muerte, era todo un personaje del momento e incluso su vida sirvió de inspiración para la película Shampoo, de Warren Beatty. Voytek Frkyoswski, amigo íntimo de Polanski desde su Polonia natal, director de cine frustrado y según algunas fuentes, proyecto de narcotraficante a gran escala, había recibido el encargo de Polanski de hacer compañía a Sharon en su ausencia. Su novia Abigail Folger, hija del magnate de cafés Folger, completaba el cuarteto.

Aquella tórrida noche de viernes, los amigos salieron a cenar al restaurante mexicano El Coyote, en Beverly Boulevard (el productor Robert Evans canceló su presencia a última hora), y hacia las diez estaban de regreso en casa. Alrededor de la medianoche, los cuatro visitantes inesperados llegaron desde el rancho Spahn a su destino. Tex Watson trepó al poste del teléfono y cortó los cables con unos alicates. Los miembros de la familia entraron en la finca a través de un terraplén lateral, y ya en el recinto vieron desplazarse un coche. Dentro estaba la que iba a ser la primera víctima de esa noche: Steve Parent, un joven de 18 años que ni siquiera vivía allí. Había ido a visitar a William Garretson, el guardés de la mansión que habitaba en la casa de invitados. Steve no conocía a los Polanski ni había estado nunca dentro del edificio principal. Tex se acercó él y le disparó cuatro veces.

Por extraño que parezca, en el interior de Cielo Drive no oyeron nada. Tex le ordenó a Linda que montase guardia en la parte trasera, junto a la piscina, mientras que él se deslizaba a través de una ventana y les abría la puerta principal a Susan y Patricia. Voytek Frykowski dormía en el sofá, y cuando al ser despertado por Watson preguntó desconcertado: “¿Quién eres? ¿Qué quieres?”, la respuesta del joven de 23 años puesto de ácido y speed fue: “Soy el diablo y estoy aquí para hacer el trabajo del diablo”.

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5. Así tuvieron lugar los asesinatos inspirados por Manson en 1969.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

La Familia Manson (V): La sangrienta noche que lo cambió todo

Es la noche del 9 de agosto de 1969. Inspirados por Charles Manson, estamos con Tex Watson, Susan Atkins y Patricia Krenwinkel vengándonos del rechazo de la sociedad en el 10050 de Cielo Drive. Los hechos de ese fin de semana aún reverberan en nuestros días. Una prueba clara de que los primeros instantes de los intrusos en la mansión de Cielo Drive fueron realmente confusos la da el hecho de que Abigail Folger al ver pasar a Susan Atkins desde su cama la saludase con un sencillo “Hola”.

Los miembros de la familia ya habían asesinado a tiros a Steve Parent, que sólo venía de visita convirtiéndose el ejemplo más claro de “estar en el lugar equivocado en el momento equivocado”, pero los invitados de Sharon Tate todavía no sabían nada de lo que se les venía encima. Abigail estaba acostumbrada a que la casa, siempre abierta, recibiese a gente de todo tipo a cada cual más peculiar, así que no le extrañó ver a una desconocida deambulando por allí de madrugada. Aquel espíritu estaba a punto de desvanecerse para siempre.

En la habitación de al lado, Susan encontró a Sharon y Jay Sebring charlando sobre la cama. Amenazándolos con un cuchillo, recogieron a Abigail, condujo a los tres al salón donde Tex y Patricia tenían a Voytek Frkyoswski y les ordenó tumbarse en el suelo boca abajo. Jay protestó preocupado por su ex novia: “¿Es que no veis que está embarazada?”. Como respuesta recibió un balazo, patadas y cuchilladas en las piernas que le dejaron malherido.

Asustados y desconcertados, Abigail Folger alegó que había dinero en la habitación. Volvió allí con Susan y les entregó los 70 dólares que tenía, pero Tex se enfureció al ver que era tan poco dinero. Sharon imploró prometiendo que si les daban tiempo podrían conseguir más. Pero no era eso lo que los intrusos buscaban. Ataron una de las cuerdas que habían traído a los cuellos del moribundo Jay, Sharon y Abigail y la prendieron a una viga en el techo. Las mujeres tuvieron que incorporarse para no ahogarse.

“¿Pero qué queréis de nosotros?”, preguntaron los prisioneros. “Vais a morir todos”, respondió Tex. En ese momento se desencadenó el caos. Frykowski empezó a pelear y salió huyendo al exterior; Tex le persiguió y acabó con él ante la mirada atónita de Linda Kasabian, no sin antes tener que dispararle dos veces, darle 51 puñaladas y golpearle en la cabeza 13 veces con la culata del revólver. Una carnicería.

Susan salió de casa para pedirle a Linda su cuchillo, momento que ella aprovechó para implorarle que parase la masacre porque estaba llegando gente (cosa que no era cierta). “Es demasiado tarde”, contestó Susan encogiéndose de hombros. “No hay nada que pueda hacer”. Abigail Folger también consiguió revolverse de sus captores y escapar por la parte trasera. En el jardín, Patricia Krenwinkel la alcanzó y le asestó 18 puñaladas con la ayuda de Tex. Sus últimas palabras fueron: “Me rindo. No hace falta que sigáis, ya estoy muerta”.

De nuevo dentro de casa, remataron al inconsciente Sebring con siete puñaladas. Quedaba, atada y aterrorizada, Sharon, rodeada de los tres asesinos que formaban un círculo a su alrededor. La actriz suplicó hasta el último momento por la vida de su hijo nonato, ofreciéndose permanecer con ellos como rehén al menos hasta que el bebé naciera. Susan contaría después que se lo pensó durante unos instantes, incluso consideró la posibilidad de sacar al niño de su vientre y llevárselo a Charlie, pero que cuánto más lloraba e imploraba clemencia su prisionera, más se hartaba ella de sus llantos.

“Mira, zorra, vas a morir. No tengo ninguna piedad de ti”, contestó Susan. Se abalanzó sobre ella y la acuchilló 16 veces. “Madre, madre”, susurró Sharon Tate al morir. Al abandonar el lugar, los asesinos escribieron con una toalla mojada en la sangre de Sharon “Cerdo” en la puerta de la casa, como el “Cerdo político” en la escena del crimen de Gary Hinman. Susan Atkins confesaría que probó el sabor de la sangre de su víctima antes de hacerlo.

En el coche de vuelta al rancho Spahn, Patricia se quejaba de que le dolía la mano de acuchillar a Abigail hasta dar con el hueso. En algún recodo del camino, arrojaron el revólver y los cuchillos, aunque Susan se había dejado el suyo en el lugar. Charlie les recibió despierto, pero no quedó satisfecho con lo que le contaron. Los 70 dólares le parecieron una minucia y no se fio del relato de sus secuaces, hasta el punto de que decidió volver, él solo y en mitad de la noche, al 10050 de Cielo Drive. Entró en la casa y contempló la obra que su familia había hecho. Recorrió las habitaciones, toqueteó figuras, desplazó algunos muebles, tapó la cabeza del cadáver de Sebring con una toalla y extendió una bandera americana en el sofá para que tuviese mayor presencia en la escena. Cuando quedó satisfecho, regresó al rancho.

Horas después, la mañana del 9 de agosto, la asistenta Winifred Chapman llegó a la dirección para descubrir horrorizada que había sangre por todas partes. Salió dando alaridos del lugar y todo estalló. La primera sorpresa fue que William Garretson, el guardés de la finca de solo 19 años, había sobrevivido a la masacre –que había acabado entre otros con su amigo Steve Parent– encerrado en la casa de invitados, y decía no haberse enterado de nada. Años después reconocería que sí había escuchado los disparos y los alaridos de socorro, e incluso que se había asomado para ver a una mujer corriendo perseguida por una figura vestida de negro, pero se encerró en su vivienda y permaneció aterrado y en estado de shock durante el resto de la noche.

El resto de los habitantes del rancho Spahn se enteraron de todo, como media América, por la tele. “La primera cosa que salió en las noticias fue la historia de que Sharon Tate había sido asesinada”, relataría Barbara Hoyt, miembro de la familia. “Recuerdo pensar que estaba contenta de no ser parte de un mundo en el que ocurrían esas cosas. Los otros reaccionaron de forma diferente. Uno de ellos dijo “Desde luego El Alma eligió una buena pieza”. Así llamaban a Charlie a veces, “el Alma”. Entonces empezaron a reírse. Me sentí inferior, como si no me hubiese involucrado tanto como ellos. No había expandido mi mente como ellos sí habían hecho. No creía que fuese divertido”.

Charlie seguía sin estar satisfecho con lo ocurrido, al considerar que los asesinatos habían sido “demasiado descuidados”. Así que la noche siguiente, sábado del 9 al 10 de agosto, procedió a ir con los suyos y enseñarles “cómo se hacían bien las cosas”. Además de los que habían sido reclutados la víspera, llamó a Leslie Van Houten y a Steve “Clem” Grogan. No había duda posible sobre lo que iba a ocurrir. “Yo sabía que moriría gente. Sabía que habría asesinatos”, reconocería Leslie Van Houten.

Comenzaron un itinerario en automóvil absolutamente al azar por diferentes lugares de Los Ángeles hasta acabar frente al 3301 de Waverly Drive, en Los Feliz. La familia conocía la zona porque había estado el año anterior en una fiesta en la casa de al lado que entonces pertenecía a Harold True, un conocido de la familia, habitual de sus fiestas de LSD, pero eligieron esa dirección porque parecía fácil entrar. Era el hogar de los LaBianca, descritos así por la Rolling Stone en un perfil publicado el año siguiente: “Leno LaBianca, propietario de una cadena de supermercados, y su esposa Rosemary eran una pareja normal de clase media alta que disfrutaba de los placeres tranquilos como navegar, el esquí acuático y ver la televisión nocturna en pijama. No sabían nada de Sharon Tate y sus amigos, de los que vivían a kilómetros de distancia en barrios diferentes y mundos diferentes”.

Manson y Tex Watson entraron sin dificultad en la vivienda y ataron a un adormilado Leno LaBianca, que reposaba en el salón, y a su esposa Rosemary, que estaba en el dormitorio. Charlie salió de la casa y ordenó a Patricia y a Leslie que entrasen, mientras él continuaba su periplo en automóvil junto a Linda, Susan y Clem.

Fue otro deambular nocturno sin un sentido muy directo. Charlie le había quitado a Rosemary la cartera, y planeaba dejarla en un barrio de mayoría afroamericana para implicar a los Panteras Negras en los asesinatos. Se la entregó a Linda, que la dejó en los lavabos de una gasolinera, aunque pasaron varios meses antes de que la encontrasen. También dieron un paseo y Linda le contó a Charlie que estaba embarazada. Acabaron en Venice ante el edificio de apartamentos en el que vivía el actor Saladin Nader.

Poco antes Nader había recogido a las autoestopistas Kasabian y Sandra Good, las había llevado a su apartamento y mientras Sandra se echaba una siesta, Linda y él se habían acostado. Ahora Charlie le entregaba un cuchillo a Linda con la orden de llamar a la puerta del actor y asesinarle. Dejó a Susan y a Clem con ella y él se marchó en el coche. Una atemorizada Linda fingió no acordarse de cuál era el apartamento de Nader, llamó a otra puerta y se fue de allí sin matar a nadie. Los tres jóvenes volvieron a casa haciendo autoestop.

Mientras, la segunda edición del Helter Skelter tenía lugar en Waverly Drive. Tex apuñaló doce veces a Leno con un cuchillo y catorce con un tenedor de trinchar. “Estoy muerto, estoy muerto”, gemía el hombre. Sobre su vientre, trazaron con un cuchillo la palabra “guerra”. Rosemary recibió 41 puñaladas, primero propinadas por Patricia y luego por Leslie, a la que Tex se dirigió ordenándole que hiciese algo después de la bronca que se había llevado la noche anterior por permitir que Linda saliese de Cielo Drive “sin participar”. Leslie acuchilló a Rosemary en la base de la columna 16 veces, varias de ellas cuando la mujer ya estaba muerta.

Con la sangre de los fallecidos, Patricia escribió en las paredes “Rise” (alzaos), “Death to pigs” (muerte a los cerdos) y “Healter Skelter” en la puerta de la nevera, así, mal escrito, porque la joven no era muy buena en ortografía. Al terminar, se ducharon, se cambiaron de ropa con prendas de los armarios de sus víctimas, comieron sandía cogida de la nevera y regresaron al rancho también haciendo autoestop. Lo increíble es que la policía no relacionó los crímenes de Tate y LaBianca hasta meses después. Para que esto sucediera tendrían que ocurrir varios acontecimientos y, una vez más, que hiciese su presencia en esta historia la –mala– suerte, el destino o la casualidad.

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6. Los días posteriores a la masacre sectaria de “La Familia”.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

Familia Manson (VI): Movimientos sísmicos, falsos culpables, policías perdidos y deserciones en el Valle de la Muerte

Guiados por Charles Manson, varios miembros de su familia demuestran el odio contra el mundo asesinando a cinco personas en casa de Sharon Tate y a dos en casa de los Labianca. El camino hacia la resolución del caso fue tan complejo como su inicio. Así relata el director Roman Polanski en su biografía la llamada de su agente Bill Tennant el sábado 9 de agosto a las diez de la noche, mientras él estaba en Londres:

"- Ha ocurrido un desastre en la casa.

- ¿En qué casa?- pregunté.

- En la tuya– contestó-. Sharon ha muerto. Wojtek ha muerto, y también Gibby y Jay. Todos han muerto.

- No, no, no- empecé a repetir yo. No podía asimilar lo que Bill me estaba diciendo-. ¿Qué ha ocurrido?- pregunté.

Mi mente se aferró a la idea de un desprendimiento de tierras. Si habían quedado sepultados, quizá se pudiera rescatar a alguno de ellos. Por favor, que Sharon esté viva, pensé.

- Roman, los han asesinado- me dijo él entonces”.

En cierto modo, sí fue algo parecido a un desprendimiento de tierras. Un movimiento sísmico que sacudió al mundo, la ciudad de los Ángeles en particular y a la comunidad de Hollywood como epicentro. “En una escala del 1 al 10 aquello me afectó alrededor de un 27”, confesó años después Warren Beatty, que llegó a ofrecer una recompensa de 25.000 dólares por el arresto de los asesinos de Cielo Drive. “Jay Sebring, Sharon, Abigail y Voytek eran mis amigos. Ocurrió y nadie sabía por qué. Todo el mundo intentaba dar con una razón. La respuesta colectiva a los asesinatos fue lo que esperarías de si se hubiese producido una pequeña explosión nuclear”.

Todo el mundo hablaba del tema. La aparente falta de motivo para los crímenes desataba el pánico y multiplicaba la sensación de inseguridad. La venta de armas en Los Ángeles se multiplicó por 25. Steve McQueen, cercano al círculo de las víctimas, comenzó a desplazarse llevando siempre un arma encima. Algunas estrellas se mudaron a vecindarios y viviendas que consideraban más seguros o incluso dejaron Los Ángeles, como Frank Sinatra. Era imposible conseguir un perro de presa o un cerrajero sin semanas de espera.

Con la incertidumbre llegó la elucubración frenética. Las primeras sospechas recayeron sobre William Garretson, guarda de la casa y único superviviente de la matanza. Una vez descartada la implicación el joven, la mirada inquisidora se posó, por supuesto, sobre el marido, Roman Polanski, que además tenía la coartada perfecta al encontrarse en Inglaterra durante la noche fatídica. La prensa alimentó la psicosis dejando caer que aquel director polaco era famoso por sus películas sobre temas “extraños”. Al fin y al cabo en Repulsión y La semilla del diablo mujeres rubias inocentes se veían cercadas por fuerzas maléficas en sus propias casas.

Que en la mansión se hubiesen encontrado pequeñas cantidades de droga y un tablero de ouija –lo raro hubiera sido dar con una casa en la zona en la que no estuvieran presentes– fue aumentado hasta crear historias sobre cultos satánicos, orgías de drogas y brujerías, temas además muy propios del Hollywood de la época. La revista Time llegó incluso a publicar que el cadáver de Sharon había sido encontrado desnudo, que Sebring había sufrido mutilación genital y que los pantalones de Frykowski estaban en sus tobillos, una sarta de mentiras que iban muy bien con la historia ya de por sí morbosa.

Roman Polanski estaba destrozado. Después del entierro de su esposa y su hijo nonato Paul Richard Polanski, la paranoia se adueñó de él llevándole a desconfiar de su entorno social inmediato. Contrató detectives y analistas grafológicos para comparar las letras de sus amigos con los mensajes escritos en la pared. No fue el único. El padre de Sharon Tate, coronel del ejército, se dejó barba, se disfrazó de bohemio y se infiltró en Hollywood en busca de pistas.

Al caos contribuía que la policía estuviese bastante perdida. Un error garrafal fue no relacionar los crímenes de Tate con los de Labianca. En primer lugar pensaron que los asesinatos de Cielo Drive habían sido cosa de narcotraficantes por las relaciones de Voytek Frykowski, y al quedar descartada la implicación de los Labianca con cualquier asunto de drogas (el móvil en su caso sería más bien algún tema económico relacionado con deudas de juego), creyeron que la similitud entre ambas escenas del crimen –apuñalamientos, mensajes con sangre, víctimas con cuerdas en el cuello, cabezas tapadas con almohadas– respondían a que el segundo asesinato había sido una emulación del primero para despistarles.

Junto a este, otro error clave, no relacionar estos crímenes con el asesinato de Gary Hinman, justo lo que la Familia había pretendido en un primer momento para ayudar a la liberación de Bobby Beausoleil. Este no atar cabos puede achacarse en parte a que los crímenes estaban en manos de oficinas diferentes, unos en manos de la oficina del sheriff del condado de Los Ángeles y otros en el departamento de policía de Los Ángeles. La tradicional animadversión entre cuerpos distintos y la falta de colaboración entre ambos no ayudaba en absoluto a la investigación.

Michael McGann, policía del departamento de homicidios de Los Ángeles encargado del caso Tate, llegó a declarar: “Yo tenía un compañero temporal, Jess Buckes. Estábamos en la sala de autopsias cuando él recibió una llamada del departamento del sheriff del condado de Los Ángeles. Habían tenido un caso en Malibú en el que Gary Himan, un músico, había sido asesinado. Un chico llamado Bobby Beausoleil había sido detenido por el crimen. Había similitudes entre ese caso y los asesinatos de Tate. Había sido un asesinato violento y habían escrito las palabras “cerdo político” con sangre en la pared. Los detectives de la oficina del sheriff se lo contaron a Buckles, pero él no vio la conexión. Cuando le pregunté sobre la llamada, me dijo “No era nada”. Fue una cagada. Una cagada gigante. Podríamos haber resuelto el caso en un mes si yo lo hubiese sabido”.

Durante ese mes y los siguientes, la Familia no se quedó quieta, en parte porque los acontecimientos se precipitaron. Tres días después del asesinato de los Labianca, el 13 de agosto, Charlie decidió que era un buen momento para acercarse a la cárcel y ver cómo estaba Bobby Beausoleil, si seguía callado o estaba inquieto. Le encargó la tarea a Linda Kasabian, que, aterrorizada tras haber presenciado los crímenes, aprovechó la ocasión para huir a Nuevo México junto a su ex marido dejando a su pequeña hija Tanya con la Familia, porque llevársela hubiera sido demasiado sospechoso.

El día 16 hubo una redada en el rancho Spahn, pero no por los sangrientos crímenes sino por el más prosaico delito de robo de coches. Arrestaron a 27 personas (incluido Charlie, al que encontraron el último, escondido bajo una caseta), que pasaron un par de noches en el calabozo sólo una semana después de los asesinatos de Tate y Labianca, pero finalmente los soltaron. Los niños, eso sí, quedaron bajo custodia del estado. Cuando Linda supo esto a través de una llamada de teléfono, volvió para reclamar a su hija y después se escondió de nuevo, asustada ante la posibilidad de que alguien de la familia llegara para matarla.

No era en absoluto una idea descabellada. Manson tenía que encontrar una explicación para la afrenta sufrida, y no tardó en echarle las culpas a Shorty Shea, un trabajador del rancho previo a la llegada de Manson y sus secuaces que nunca había visto con buenos ojos al pequeño iluminado. Le acusó de haberles denunciado a la policía y junto a Steve “Clem” Grogan y Bruce Davis se lo llevaron en uno de los coches. Barbara Hoyt asegura que les oyó discutir y gritar. No se volvió a ver jamás vivo a Shorty. El cadáver apareció en junio de 1977. Había sido apuñalado hasta la muerte.

En esta situación desquiciada, el rancho Spahn ya no parecía un lugar seguro, así que en septiembre la familia decidió buscar una nueva ubicación: el elegido sería el rancho Barker, mucho más aislado, en lo profundo del Death Valley, un lugar realmente inhóspito en el que Charlie creyó encontrar el agujero en la tierra citado en un pasaje de la Biblia que les conduciría al escondite en el que vivirían durante el Helter Skelter, la guerra racial en la que los negros se alzarían contra los blancos. Hablamos de un agujero en la tierra literal. Charlie sabía que mantener al grupo ocupado era una de las claves para que no cundiera el descontento, y se entregó a ello con más energía.

“Llevábamos cuchillos de tipo Bowie en cinturones y estábamos vestidas únicamente con nuestra ropa interior, salvo que refrescase”, rememora Leslie Van Houten. “Nos sentábamos y gruñíamos, veíamos cuánto tiempo podíamos pasar sin tomar agua… Yo cargaba una mochila de diez kilos llena de arroz. Construíamos caminos desde y hacia ningún lugar moviendo rocas”. Todo acompañado de “buggies” robados, profusión de armas y una especie de mezcla de campamento extremo y ejercicios militares a lo mariscal Rommel en el desierto.

Bien sabemos que no hay creencia lo suficientemente extraña como para que un grupo grande de personas no puedan convencerse de ella, pero, ¿hasta qué punto creía de verdad Charlie en lo que propugnaba? ¿Estaba convencido de su discurso o era una herramienta para no perder el control sobre sus fieles, esos que tanto le había costado recolectar? “Creo que Charlie realmente creía en su mensaje”, opina Catherine Share “Gipsy”. “Esa es la razón por la que sucedieron los asesinatos. Esa es la razón por la que escribieron “cerdo” en la puerta de la casa de Tate y “Helter Skelter” en la de los Labianca. Todos los mensajes estaban dirigidos a iniciar el “Helter Skelter”. Desde luego yo creía del todo en Charlie. Creía que las ciudades iban a arder y que la única forma de estar segura era permanecer con la familia. Creía que Charlie sabía qué era lo mejor”.

No todos estaban tan convencidos. Un día Barbara Hoyt escuchó a Susan Atkins contarle a Ruth Anne Moorehouse que ella había asesinado a Sharon Tate. Junto a otra joven miembro de la familia, Sherry Cooper, dejaron el lugar mediante una travesía de 16 horas caminando por el desierto. Declararían haberse encontrado con Manson en un diner a la hora del desayuno y que él les dio 20 dólares después de que ellas le explicasen que ya no querían permanecer con la familia.

Pero la apariencia pacífica de Charlie sólo era eso, apariencia. Otra que no estaba del todo convencida de las bondades de Charlie era Kitty Lutesinger, la novia embarazada de Bobby Beausoleil. Ya había abandonado el rancho Spahn con anterioridad, justo cuando su novio había sido detenido, pero ante una convivencia difícil con sus padres, acabó por mudarse al rancho Barker. Allí, por fin, consiguió que alguien le dijese por qué estaba preso Bobby. Fue Susan la que se lo dijo riendo entre dientes: “por asesinato”. Entre eso y los comentarios sobre los otros crímenes, la noche del 9 de octubre del 69, Kitty decidió abandonar el lugar junto a Stephanie Schram, que recibía palizas por parte de Charlie.

Paralelamente los movimientos de la familia no pasaban inadvertidos para los guardas del Death Valley. Paul Crocket, un minero de la zona, había conocido a varios miembros de la familia y, pese a ser él mismo cienciólogo, había alucinado con las creencias que le habían contado. Cuando los rangers le preguntaron qué sabía sobre ese grupo de hippies, empezó a soltar todo lo que sabía sobre el Helter Skelter, y también que los jóvenes realizaban orgías, consumían drogas, tenían coches robados… y habían matado gente. Los rangers hicieron una incursión en el rancho el 10 de octubre. Tex Watson, escondido entre los arbustos, estaba convencido de que habían ido a por él (en realidad lo que les preocupaba a los guardas seguían siendo los automóviles y el vandalismo), así que huyó y llamó a sus padres en Texas para pedir refugio.

Los rangers arrestaron a una docena de personas por robo de coches, entre ellas a Susan, Leslie y Patricia, y en medio de la operación aparecieron Kitty y Stephanie, que habían pasado la noche escondidas en las cercanías, implorando socorro y protección. Esta aparición sería clave para la resolución de los casos Tate y Labianca, pero aún faltaba un último acto.

El 12 de octubre los rangers regresaron al Barker Ranch después de recopilar información y pruebas como para arrestar al resto de sus habitantes. Dentro quedaban miembros como Dianne Lake o Bruce Davis, arremolinados en torno a una vela porque el lugar no tenía luz eléctrica. Era ya de noche. El oficial James Pursell relata lo que sucedió a continuación: “Con la vela en una taza en un mano y mi Smith & Wesson 357 Magnum en la otra, entré en un pequeño cuarto de baño. No había nadie dentro. Pero cuando alumbré con la vela un pequeño armario debajo del lavabo, vi que algo de pelo largo asomaba por la puerta. Unos dedos se deslizaron por la puerta y emergió aquella figura. Dije: 'Si hace un movimiento en falso, le vuelo la cabeza'. La figura se estiró lentamente y una voz muy amable dijo: 'Hola'. Le pregunté quién era y se identificó como Charles Manson. Era una persona muy educada. Durante los años he escuchado a un montón de gente, incluido a un juez, preguntar, '¿Por qué no le disparaste?' Y yo siempre respondo: '¿Cómo vas a disparar a un tipo que la primera palabra que te dice es hola'?”.

Kitty Lutesinger, ya bajo custodia policial, contó lo que sabía. Fue ella la que conectó el caso del asesinato de Gary Hinman con Susan Atkins. Cuando la joven Sadie fue interrogada sobre esto, confirmó la versión de Kitty, y fue confinada como sospechosa de asesinato en el Instituto Sybil Brand, una cárcel para mujeres de Los Ángeles.

Al final lo que condenó a Charlie y a los asesinos de la familia fue algo tan humano como la vanidad. En prisión, Susan comenzó a hablar con sus compañeras de celda. Y lo que contó las dejó estupefactas. Les dijo que ella había sido la responsable de los asesinatos de Benedict Canyon e hizo un detallado paso a paso de lo sucedido, añadiendo además que se había sentido de maravilla asesinando. Contó que otros miembros de la familia habían matado a los Labianca, una conexión que la policía no había sido capaz de hacer.

También estaba al tanto del detalle de la pintada de “Healter Skelter” en la nevera de los Labianca, un detalle que no se había hecho público en prensa. Virginia Graham y Ronnie Howard, dos prostitutas convictas, se lo contaron todo a la policía, y durante el interrogatorio subsiguiente a Susan, ella se mostró muy colaboradora y repitió toda la historia. Si no se hubiese ido de la lengua, si sus compañeras de celda no la hubiesen tomado en serio, tal vez jamás se habría resuelto esta historia.

El 1 de diciembre del 69, el fiscal Vincent Bugliosi dio una rueda de prensa anunciando que habían resuelto los asesinatos de Tate y Labianca. Durante los meses siguientes y a lo largo del juicio desquiciado que siguió, Charlie, esta vez sí, se convertía en una estrella.

ARRIBA

 

7. El proceso judicial a “La Familia” de Manson y los hechos posteriores.

FUENTE: Vanity Fair

 

 

Familia Manson (VII): La inmortalidad vista para sentencia

Hemos seguido a Charlie mientras creaba su familia, alternaba con la élite cultural e inspiraba varios crímenes horribles. Tras su detención, llega el momento de presenciar cómo Manson y su familia se convierten, para siempre, en infames celebridades.

Usar la expresión “circo mediático” para referirse a los juicios que despiertan más interés se ha convertido en un lugar común. Pero el juicio a Charles Manson, Susan Atkins, Patricia Krenwinckel y Leslie Van Houten iniciado el 15 de junio de 1970 es desde luego de los que más merecen la etiqueta. Aquello fue un circo de tres pistas que funcionaban a diario dando titulares y noticias con una capacidad de sorpresa inagotable: una pista era el propio Manson, otra eran las chicas y la tercera era la familia, que organizaban vigilias al aire libre y daban motivos constantes para que América se escandalizase con lo que algunos de sus hijos eran capaces de hacer. Por haber, hubo desapariciones, intentos de asesinato y hasta una resurrección.

Durante las semanas de investigación del caso previas al juicio quedó claro que la familia iba a pasar por un trance decisivo, aunque estaba lejos de desaparecer. Al fin y al cabo, la testigo principal de la acusación no era otra que Susan Atkins, la Sadie bautizada por Charlie que les había contado a sus compañeras de celda todos los detalles de las noches de los crímenes, destapando ella solita la caja de los truenos y el principio del fin. Pero no tardó en volver a estar bajo la influencia de Manson. Le faltó tiempo para echarse atrás, retractarse de todo lo dicho y negarse a declarar. “Sadie volvió con su dios, Charlie”, comentó lacónico Vincent Bugliosi.

El implacable fiscal se tomó como algo mucho más allá de lo profesional el caso, en el que vio también su oportunidad de hacerse un nombre y medrar en su carrera. Tenía un asunto difícil entre manos, porque Charlie no era el autor material de los hechos (ni siquiera había estado en Cielo Drive durante el asesinato de Tate) y probar la “autoría intelectual” de un hombre sobre un grupo de jóvenes, como mínimo, un poquito desquiciados parecía una tarea titánica. Fue él quien reveló al público la teoría del Helter Skelter, que se convertía según su visión en el motivo principal para los crímenes, violencia desatada para intentar provocar una guerra racial y por tanto, “razón” de Manson para ordenar las matanzas. La única que había, y era suya, no de los que habían empuñado los cuchillos.

Además, después de la renuncia de Susan, contaba con otro as en la manga: Linda Kasabian, la testigo perfecta, presente durante los asesinatos de Tate y Labianca pero que no tenía las manos manchadas de sangre. Aunque en teoría también debería ser juzgada, le ofrecieron un trato en el que obtenía inmunidad a cambio de su testimonio. “Al principio no quería hacerlo”, relata su abogado Gary Fleischamn. “Ellos seguían siendo sus amigos del alma, no importaba lo que hubieran hecho. Pero le dije: ‘Estás en la ruina, estás embarazada y estuviste allí. Tienes que convertirte en testigo de la acusación’”.

Este juego de lealtades entre fieles y “traidores” a la familia se repetiría en muchos de sus miembros, con idas y venidas de algunos, como Mary Brunner –la primera chica Manson– o Kitty Lutesinger –pareja de Bobby Beausoleil– y episodios extraños que veremos más adelante. Era una mezcla de miedo, culpa, amor, deseo de protección y ansias de independencia. Al fin y al cabo, así es como funcionan las familias de verdad.

Con Charlie en prisión, la pelirroja Lynette "Squeaky" Fromme se convirtió en una suerte de líder (siempre inspirada por él, que seguía dirigiéndoles en la distancia mediante órdenes directas y, al parecer, telepatía), se mudaron de nuevo al rancho Spahn y comenzaron a recibir la atención mediática del mundo entero. Porque no era sólo América, el planeta estaba fascinado por esa historia en la que era fácil ver ejemplos de todo lo desquiciado y atrayente de Estados Unidos. Jesús Hermida cubría el caso para Televisión Española, compitiendo con noticias como la crisis del Apolo XIII o la disolución de los propios Beatles.

Para cuando se inició el juicio en 1970, unos seis meses después de la detención de los inculpados, la opinión ya pública estaba dividida. Una parte conservadora aprovechaba la ocasión para cargar las tintas sobre todo lo revolucionario que pudiera haber habido en los sesenta. “A esto lleva dejarse el pelo largo, tomar drogas y escuchar rocanrol”, era la conclusión fácil de algunos. Como reacción, otros se erigieron en defensores de Manson y su grupo, en los que veían un grupo de hippies víctimas del sistema a los que el establishment quería destruir.

Por un lado estaba la portada de Life con Charlie con ojos de loco; por otro, las imágenes de Charlie detenido, con barba y pelo largo, rodeado de policías y agentes de seguridad, una viva metáfora del choque cultural que vivía el país. Además, pese a su escasa estatura y figura encorvada, Charlie aparecía, envuelto con las prendas que las chicas habían confeccionado para él, atractivo, sexy y con un aura de fascinación. Incluso aparecieron jóvenes nuevos que querían unirse a la familia. Hoy, Internet es un hervidero de defensores de la inocencia de Manson y coleccionistas de los más mínimos detalles sobre los implicados.

En junio de 1970 empezó el juicio contra Susan, Patricia, Leslie y Charlie, por delitos de asesinato y conspiración. Tex Watson seguía detenido en su Texas natal, y pasaría tiempo antes de que fuera trasladado y juzgado en California. Entre el público, celebridades como Jack Nicholson y Dennis Hopper, que llegó a entrevistarse con Manson. El ambiente no podía ser más extraño. Las chicas se reían, cantaban canciones compuestas por Charlie y aparecían joviales y relajadas como en un festival. La propia familia, de guardia permanente frente al juzgado (después de que fueran expulsados de la sala) bromeaba con curiosos y periodistas tomándole el pelo a todo el mundo. La actitud de Charlie era extraña pero por otros motivos.

Al principio quiso defenderse a sí mismo, pero ante la negativa del tribunal, eligió como abogado a Irving Kanarek, un experto en filibusterismo, o sea, agotar con palabrería y preguntas que no llevaban a nada las sesiones. El propio Charlie asumió con entrega y dedicación su recién estrenado estatus de estrella. Luciendo en ocasiones un chaleco confeccionado para él por las chicas de la familia con su propio pelo, no paraba de generar información, y las otras encausadas le imitaban en todo lo que hacía. Una mañana apareció con una cruz grabada en la frente con algún elemento afilado (que después se convertiría en una esvástica). Al día siguiente las tres chicas lucían sus respectivas cruces.

Si se daba la vuelta ante el jurado, las chicas hacían lo propio. Si se ponían en gesto de crucifixión quejándose del trato del sistema, ellas hacían lo mismo. Repetían sus palabras y sus quejas dejando a los presentes con una sensación de escalofrío. Cuando el presidente Nixon se refirió a él en un discurso como “culpable”, solicitó la anulación del juicio, que le fue denegada. Durante una de las jornadas agarró un lápiz muy afilado, saltó sobre una mesa y le gritó al juez: “En nombre de la justicia cristiana, alguien debería cortarte la cabeza”. Manson, tal vez por estrategia de defensa, tal vez por estar muy metido en su papel de diablo de América, tal vez porque le surgía de forma natural, parecía muy cómodo en su papel de loco.

Puede que esa comodidad se debiera a que, de una retorcida manera, las cosas le estaban saliendo como siempre había deseado. Por fin, en marzo de 1970 y desde prisión, Charlie consiguió sacar un disco. El productor Phil Kaufman, que había conocido a Manson en la cárcel, fue el encargado de crear con las grabaciones del estudio de los Beach Boys (Lynette fue la encargada de localizar a Dennis Wilson y conseguir las demos) un disco entero de 14 canciones compuestas por Charlie. Como imagen no eligieron otra que la famosa portada de diciembre del 69 de la revista Life, en la que el hombre aparecía con la mirada extraviada. Llamaron al vinilo Lie: The Love and Terror Cult. Contenía el polémico Cease to exist que los Beach Boys habían tergiversado provocando la ira de Charlie entre otros temas que hasta entonces sólo habían entonado los miembros de la familia y los visitantes ocasionales al rancho. De 2000 copias, se vendieron 300.

Los nombres de otros viejos conocidos de Charlie también salían a la luz. Terry Melcher necesitó tratamiento psiquiátrico al enterarse de la detención de la familia para superar la ansiedad de saber no sólo que se habían producido unos horrendos crímenes en su antiguo hogar, sino que él podía haber sido el objetivo principal. Tuvo que contratar guardaespaldas para él y para su madre Doris Day. Durante la investigación policial, al ser preguntado por la naturaleza exacta de sus relaciones con la familia, había mostrado una foto de su ya ex pareja Candice Bergen diciendo: “Cuando tienes bellezas como esta con las que acostarte, ¿por qué vas a querer follarte a una de las sucias perras amaestradas de Manson?”. Por supuesto, lo había hecho, especialmente con su favorita, la morena Ruth Ann Moorehouse. Para testificar en el juicio, Melcher solicitó que hubiese una barrera física entre él y los acusados, y lo hizo bajo importante sedación para intentar vencer el pánico.

Por su parte, Ruth Ann Moorehouse tenía otras cosas en las que pensar. Dentro del cisma familiar, la decisión de Barbara Hoyt de testificar en el juicio y no a favor de sus antiguos compañeros estaba produciendo una crisis. “Durante meses antes de testificar, recibí amenazas de muerte. A veces sabía quién llamaba, eran Squeaky o Sandy”, contaba Hoyt. Algunos miembros de la familia la convencieron para ir de viaje a Hawaii y ella aceptó. En el aeropuerto de Honolulu, Ruth Ann Moorehouse y ella pidieron una hamburguesa y cuando Barbara había terminado la suya, Ruth Ann comentó de forma despreocupada: “Imagínate que hubiese diez tabletas de ácido en ella”. Poco después, Barbara empezó a sentirse “muy rara y muy colocada”, con lo que dedujo que sí, realmente había diez tabletas de ácido en la hamburguesa. Desplomándose en las escaleras del edificio del Ejército de Salvación, susurró “Llamen a Mr. Bugliosi”. Después de este episodio Barbara Hoyt se reafirmó en su deseo de testificar en contra de sus amigos.

Otras historias terminaron de forma menos positiva. Una mañana de noviembre del 70, el abogado de Leslie Van Houten, Ronald Hughes, no se presentó en los juzgados. Su cadáver se encontró en marzo del 71, en estado de tan avanzada descomposición que no pudo determinarse la causa de su muerte. Todavía hoy es un crimen sin resolver.

Bugliosi tenía también un testigo estrella: nada más y nada menos que Lotsapoppa, Bernard Crowe, el traficante al que Charlie había disparado y dado por muerto en el primer acto criminal del verano de 1969. Manson pensaba que al ser Lotsapoppa un pantera negra, el pistoletazo –nunca mejor dicho– para el Helter Skelter acababa de producirse. Pero Crowe no era miembro de los Panteras Negras ni estaba muerto; en cuanto Charlie dejó su apartamento, se fue a un hospital hasta recuperarse aunque nunca denunció lo sucedido. Su testimonio se convertía en la clave de que Manson sí era capaz de empuñar un arma con sus propias manos.

En la fase final del juicio, los acusados se pusieron de acuerdo para asegurar que Linda Kasabian era la única responsable de los asesinatos. También hubo una versión en la que Susan Atkins se autoinculpaba. Todo por salvar a Charlie. No sirvió de nada. En enero de 1971, después de 42 horas de deliberación, el jurado declaró a Charles Manson, Patricia Krenwinkel, Susan Atkins y Leslie Van Houten culpables de asesinato. Dos meses después, serían condenados a muerte.

En protesta por la petición de pena capital, las chicas se habían rapado la cabeza, algo que imitaron algunos miembros del grupo en libertad. En octubre de ese mismo año, Tex Watson recibió la misma condena en un juicio separado. La familia de Sharon Tate no quedó del todo satisfecha, al considerar que Linda Kasabian también había participado y debería haber sido condenada junto a los demás. También en 1971 Steve Grogan sería condenado a muerte por el asesinato de Shorty Shea; Bruce Davis por ese mismo y por el de Gary Hinman.

Por supuesto, la historia no termina aquí. Aún falta una inmensa coda. El 21 de agosto de 1971 seis miembros de la familia fuera de prisión, entre ellos Catherine Share “Gipsy” y Mary Brunner, robaron una tienda de armas Western Surplus en Hawthorne, California. Su plan era secuestrar un avión con rehenes y matar a uno cada hora hasta que Charlie y los suyos fueran liberados. Todo acabó con un violento tiroteo y la detención de los implicados. En su propio juicio, los abogados defensores llamaron como testigos a varios miembros condenados a muerte por los casos Tate y Labianca.

Así narra lo que presenció el director John Waters, asistente motu proprio al proceso, en su libro Mis modelos de conducta: “Cuando hicieron entrar a casi quince miembros de la familia Manson al salón, esposados y encadenados entre ellos, las mujeres de un costado y los hombres del otro, muchos con sus cabezas rapadas, la atmósfera era eléctrica y con un toque de belleza maligna. Sin haberse visto durante un año, los miembros del culto comenzaron a cantar, gesticular nerviosamente y hablar en un lenguaje sin sentido que sólo ellos podrían entender. Este clan de hippies –sexys, aterradores, descerebrados y peligrosos– daba un nuevo significado a la expresión folie à famille; una locura grupal que permanece siempre y cuando las mismas personas sigan juntas. Fue una cosa asombrosa de ver en vivo. Fuertemente inspirado, e incluso celoso de su fama, volví a Baltimore y realicé Pink Flamingos, que escribí, dirigí y dediqué a las chicas Manson: Sadie, Katie y Les”

En 1972 se anuló la pena de muerte en California. Vincent Bugliosi rememora con amargura: “Después del veredicto Charlie me dijo: '¿Sabes, Bugliosi? Lo único que has hecho es devolverme al lugar de donde provengo'. 'Pero Charlie', dije yo, 'Nunca has estado en el corredor de la muerte'. Recordé esa conversación y pensé: 'Ahora está donde quiere estar'. Desde luego, preferiría estar en el exterior con un harén de mujeres conduciendo buggies por la arena del desierto. Pero no le importa la vida en la cárcel. Es bisexual. Así que cuando oí en las noticias que habían anulado la pena capital, me dije: 'Charlie ha burlado al sistema”.

Puede que lo hiciera más allá de la sospecha de Bugliosi. Además de los nueve asesinados oficiales por la familia (cinco en la mansión Polanski, los Labianca, Gary Hinman y Shorty Shea), la rumorología ha achacado otros asesinatos a la familia, aparte del más que probable cadáver del abogado de Leslie Van Houten. Está el extraño caso de “Zero”, el miembro de la familia que se disparó jugando a la ruleta rusa… con un arma a la que no le faltaba ninguna bala. O el de Joel Pugh, marido de Sandra Goode, que se suicidó en Londres cuando comenzaron las detenciones. O el del misterioso cadáver de “Sherry Doe”, apuñalada más de cien veces en una zona próxima al rancho Spahn. Nancy Pitman fue condenada por el asesinato de uno de sus compañeros de casa. También hay quien ha visto implicaciones entre ex miembros de la familia y criminales como El hijo de Sam o el asesino del Zodíaco.

Dentro de prisión y del marco de lo probado, quedaban por delante largas décadas para que cada uno de los implicados se tomase su condena, convertida en cadena perpetua, de forma muy diferente. Charlie jamás ha demostrado arrepentimiento. En las entrevistas que ha concedido a distintos medios su discurso se vertebra como un amalgama de desvaríos y filosofía new age pervertida, una de ellas a David López para Vanity Fair España.

Con el tiempo se ha convertido en un decidido y errático ecologista y defensor del medio ambiente, a la vez que asistimos a su irremisible conversión en icono pop. Sigue siendo el preso más popular de América, con 20.000 cartas al año (muchas de fans rendidos que quieren unirse a él), ha publicado más discos, músicos como Axl Rose han versionado sus temas y artistas como Marilyn Manson hacen un guiño desde su nombre a la estrambótica popularidad que puede conseguirse en el país de las oportunidades.

Con el paso de los años Susan, Patricia y Leslie acabaron renegando de Manson, de la familia y pidiendo perdón por sus crímenes. Lo mismo le sucedió a Tex. Sus peticiones de obtener la condicional han sido denegadas una y otra vez, incluso las de Leslie Van Houten, la condenada que parecía tener más posibilidades de conseguir la libertad. En 1985 John Waters comenzó una relación epistolar con Leslie Van Houten tras rechazar entrevistar a Manson para Rolling Stone. Han terminado convertidos en amigos muy cercanos y Waters es uno de los adalides de que obtenga la condicional.

En Mis modelos de conducta describe cómo Leslie habla de lo que era vivir bajo los efectos del LSD de forma casi permanente, hasta el punto de pensar que “le crecerían alas de hada”. Tex Watson también habla de estar profundamente colocado durante los asesinatos de Cielo Drive, hasta el punto de ver su reflejo en un espejo y no reconocerse. Claro que el mismo John Waters cuenta haber tomado mucho, mucho ácido en su juventud y jamás haber tenido un mal viaje ni cometido actos violentos fuera de la ficción más allá de grabar a Divine comiendo excrementos de perro.

¿Cuál es la diferencia entre unos jóvenes underground, airados y rebeldes, y otros? ¿La suerte de no buscar un líder o de no encontrarse con Charlie sino con un joven director hambriento de escandalizar a la sociedad? ¿Puede ser la vida hasta tal punto fruto del azar, de un sinsentido? Que se lo digan a Dennis Wilson, que recogió a las autoestopistas equivocadas, o a Saladin Nader, el actor que pudo haber sido víctima de la familia la misma noche que los Labianca eran asesinados. O, sin ir más lejos, a los mismos Labianca o a los que estaban en la mansión Tate. Con ellos la suerte también fue aciaga.

El interés fascinado de parte del público en los crímenes de la familia no ha menguado un ápice. El tema tiene tantas aristas que se diría casi inagotable. Permite discutir sobre la naturaleza del mal, el poder de las sectas, qué hace a un individuo libre o deja de hacerlo, qué nos hace humanos o nos convierte en lo que llamamos monstruos. En un plano más físico, en una cultura con cierta tendencia hacia la psicogeografía y en una sociedad, la americana, en la que el barrio y el lugar en el que vives son tan importantes, existen varios mapas de los lugares importantes de los eventos, de los ranchos a Benedict Canyon, además de las consabidas rutas temáticas con guía por los exteriores de los lugares emblemáticos. No faltan lecturas en clave racial, en clave de historia de Hollywood como la de Karina Longworth o con una lectura de género sobre el verdadero papel de la mujer en la contracultura. Al fin y al cabo, como resumiría Leslie Van Houten, “yo no me ‘acosté con el diablo’. Me acosté con un ex convicto con un largo historial de proxenetismo y abuso de mujeres”.

También está la vertiente conspiranoica que encuentra vinculaciones con la magia negra y el ocultismo. La red de sincronías extrañas entre víctimas, ficción y realidad se ha convertido en una maraña que alude a nombres todavía activos de nuestra cultura y que en casos como el de Roman Polanski parecen, a secas, demasiadas coincidencias. En esta visión se mezclan el edificio Dakota en el que morirá asesinado John Lennon y se grabó La semilla del diablo con la figura de Adrian Marcato de la película, que está inspirada en Aleister Crowley, del que era discípulo Anton LaVey, para que el que bailó una casi adolescente Susan Atkins antes de empuñar el cuchillo que acabó con la vida de Sharon Tate, esposa de Polanski…

Como escribe Jesús Palacios en Hollywood maldito: “Por muchos desmentidos que Polanski, la policía o quienes se hayan ocupado seriamente del caso Manson hayan podido aportar a lo largo de los años, la leyenda negra que conecta la muerte de Sharon Tate con La semilla del diablo es tan imborrable como, en cierta medida, comprensible. Si no una realidad material, sí lo es, en cierta medida, psicológica”.

Y está, sin duda, esa lectura de fin de una época, agonía de la década prodigiosa y de toda una concepción de la vida. Empezaban los 70, una era mucho más cínica y amarga que tenía poca fe en la paz y en el amor o desde luego en que pudiesen conseguirse cantando y teniendo relaciones sexuales al aire libre. Años después Michelle Phillips, de The Mamas and the Papas y muy próxima a las víctimas de Cielo Drive (tanto que había sido íntima amiga de Sharon Tate y amante a la vez de Polanski), confesaría: “Antes de 1969, mis recuerdos son sólo de diversión, excitación, llegar a lo más alto de las listas y estar encantada con cada minuto de ello. Los asesinatos de Manson arruinaron la escena musical de Los Ángeles. Fueron el último clavo en el ataúd del vivir libres y despreocupados, del vamos a colocarnos, del todo el mundo es bienvenido, entra, siéntate. Todos estábamos aterrorizados. Empecé a llevar una pistola en el bolso. Y nunca volví a invitar a nadie a mi casa”.

Los protagonistas de esta compleja historia de delirios de grandeza, música, drogas, apocalipsis e ira ya han empezado a morir. Cada vez que se habla de la posibilidad de que uno de los condenados obtenga la condicional, Charlie sufre un achaque de salud o salta una noticia como la de la película de Tarantino, la memoria de la gente vuelve sobre lo que ocurrió hace ya cinco décadas. El mundo se ha transformado inexorablemente y los miedos y ansiedades de nuestra realidad son muy distintos a los de los 60, pero en aquellos hippies que buscaban la felicidad y encontraron, y contribuyeron a crear, un inferno en la tierra, nuestro espíritu encuentra ecos inesperados. Y generación tras generación se renovará el interés por contar, como nosotros acabamos de hacer, el mito y la realidad de esta historia.

Alvin Karpis, el preso que enseñó a Charlie Manson a tocar la guitarra en la prisión de McNeil, se jubiló en los años 70 en Torremolinos. El último “enemigo público número uno” murió en 1979 de forma plácida en la costa del Sol. Virginia Graham y Ronnie Howard, las prostitutas compañeras de celda de Susan Atkins y desencadenantes de la resolución del caso, cobraron la recompensa de 25.000 dólares de Warren Beatty, que tuvieron que compartir con el joven que encontró el arma del crimen de Cielo Drive, Steven Weiss. Virginia llegaría a sacar un libro, The joy of hooking (Las alegrías del alterne) sobre su vida como call girl en Hollywood.

Dennis Wilson nunca superó el haberse implicado de forma tan honda con Charlie y la familia. Los problemas de drogas, alcohol y depresiones le acompañaron durante el resto de su vida, hasta que se ahogó en 1983 en la playa de Marina del Rey. Terry Melcher continuó su carrera como productor musical de los Byrds, los Beach Boys y contribuyó a lanzar a David Cassidy. Murió en 2004 de un melanoma. Su madre, Doris Day, le sobrevive.

Phil Kaufman, el que acabó siendo el productor del primer disco de Charlie, alcanzó una extraña fama (incluso para los cánones que manejamos aquí) en 1973 al robar el cadáver de su amigo el músico Gram Parsons para incinerarlo en el parque Joshua Tree, como él hubiera querido. Vincent Bugliosi publicó en 1974 un libro sobre el caso. Su Helter Skelter es considerado una de las biblias del tema y un clásico del género del true crime. Con su enorme éxito, Bugliosi se reconvirtió en escritor, asesor y figura mediática de crímenes famosos, como el de OJ Simpson. Su obra más famosa se adaptaría con prontitud como película para televisión con resultados desiguales.

El rancho Spahn se quemó en 1970 y de sus edificios de madera no quedó nada. El anciano George Spahn murió en 1974. Hoy forma parte del parque de Santa Susanna y quedan pocas evidencias de su pasado, algunas inscripciones en piedras y la cueva en la que un día se fotografiaron varios miembros de la familia en una imagen hoy célebre.

El 10050 de Cielo Drive estuvo habitado por su propietario, Rudi Altobelli, tras los asesinatos, hasta que lo vendió en el 89. En 1992 vivió allí Trent Reznor, líder del grupo Nine Inch Nails, que llegó a instalar un estudio de grabación con el nombre de “Le pig”. Allí el grupo grabó su segundo álbum, pero tras un encuentro con la hermana de Sharon Tate, Reznor vio que su interés por el pasado no era sólo cultura pop, también atañía a personas reales que habían sufrido dolor real por lo allí sucedido. Años después la casa sería demolida y otra erigida en su lugar. Hoy, bajo la dirección de 10066 Cielo Drive, vive allí el creador de la serie de tv Padres forzosos.

Bobby Beausoleil, en prisión desde el 69 por el asesinato de Hinman, formó un grupo musical entre rejas con el que prosiguió una carrera errática, algo comprensible por las circunstancias. Tras hacer las paces con Kenneth Anger, compuso la banda sonora de Lucifer Rising. Se casó en 1982, también es pintor y mantiene su propia página de Facebook.

Los hijos de la familia vivieron destinos desiguales. Algunos, como Zezozose Zadfrack Glutz, el hijo de Susan, fueron dados en adopción (tras ser rebautizado como Paul). Otros fueron reclamados por sus madres tras salir de prisión y han llevado vidas anónimas, lo mismo que sus madres, la mayoría desvinculadas de su pasado. El hijo de Charlie y Mary Brunner, Valentine Michael “Osito Pooh”, fue criado con sus abuelos maternos y no mantiene ninguna relación con su padre biológico. El hijo mayor de Manson, el que tuvo con su primera esposa Rosalie en los cincuenta, se suicidó en 1993.

Catherine Share cumplió condena por el asalto y tiroteo a la tienda de armas en la misma cárcel en la que estaban Leslie, Patricia y Susan. Después de salir en 1975 fue condenada de nuevo en 1979 por estafa por correo y uso fraudulento de tarjetas de crédito. Hoy, la antigua “Gipsy” es una de las más prolíficas divulgadoras anti-Manson de entre los ex miembros de la familia.

Lynette Fromme vivió con pena cómo la familia se iba disgregando y algunos de sus antiguos amigos-casi hermanos no querían saber nada de ella. Junto a Sandra Goode fue una de los discípulos de Manson que le siguieron en su nueva filosofía ecologista, la Orden del Arcoiris. Sandy y ella se convirtieron en “monjas” de esta nueva religión que les prohibía el consumo de drogas y predicaba la abstinencia. Durante esa época Sandra vestía una capa azul y Lynette roja. Entre sus actividades, enviar cartas amenazadoras a importantes ejecutivos de empresas contaminantes fingiendo pertenecer a un grupo terrorista. El 5 de septiembre de 1975 Lynette fue detenida por intentar asesinar al presidente Gerald Ford… con una pistola sin balas en el disparador. En 1987 se fugó de la cárcel para intentar encontrarse con Charlie porque creía que tenía cáncer de testículos. Fue capturada dos días después y excarcelada, de momento de forma definitiva, en 2009.

Linda Kasabian desapareció del ojo público tras el juicio, dedicándose a criar a su hija Tanya en New Hampshire. Durante décadas rehusó hablar con los medios, aunque últimamente lo ha hecho manteniendo su imagen en penumbra. Los periodistas tuvieron que investigar mucho para dar con su paradero actual hasta encontrar que vivía en una situación de pobreza extrema en un parque de caravanas.

Tex Watson encontró a Dios en prisión a mediados de los 70, y se convirtió en un cristiano renacido. También sacó un libro, ¿Morirías por mí?, sobre su experiencia en la Familia. Se casó y tiene cuatro hijos concebidos en la cárcel. Mantiene una web y entre sus preocupaciones está, al parecer, que la Wikipedia corrija informaciones inexactas sobre él en su perfil.

Patricia Krenwinkel se distanció de las enseñanzas de Manson en prisión, convirtiéndose en una prisionera modelo que se sacó una carrera y participa de forma activa en programas anti drogas y anti alcohol. Pese a mostrar repetidas veces su arrepentimiento, todas las vistas para obtener la libertad condicional le han sido denegadas.

Leslie Van Houten fue la única de los condenados por los crímenes Tate-Labianca que llegó a salir de prisión. Como su abogado había aparecido muerto durante su proceso, el primer juicio fue declarado nulo y, tras un segundo juicio, Leslie fue puesta en libertad bajo fianza durante seis meses en 1978. Trabajó como secretaria del juzgado en el barrio Echo Park de los Ángeles e incluso llegó a asistir a la gala de los Oscar del 78 acompañando a una amiga. “Si alguien nombraba alguna de las películas nominadas”, cuenta Leslie, “simplemente decía 'No, esa no la vi' o 'Estaba de viaje cuando dieron esa'. Tras un tercer juicio, fue condenada a cadena perpetua y desde entonces permanece encerrada. Igual que Patricia, es una prisionera modelo implicada de forma positiva en la vida en la cárcel.

Susan Atkins, igual que Tex, se convirtió en una ferviente cristiana renacida. De su arrepentimiento por su vida pasada también publicó un libro, Hija de Satán, hija de Dios en 1977. Encarcelada, se casó dos veces. Su diagnóstico de un tumor cerebral provocó un gran debate sobre una posible excarcelación por motivos humanitarios. No llegó a ocurrir, y Susan murió en prisión en septiembre de 2009.

Charles Manson, a sus 82 años, se ha pasado más de la mitad de su vida entre rejas, pero goza de la fama que persiguió con tanto ahínco. En 1984 fue atacado por otro preso, que le prendió fuego. Pese a sufrir graves quemaduras, Charlie se recuperó sin mayores problemas. Ha concedido diversas entrevistas y sigue propugnando su actual mensaje ecologista. En 2014 se anunció que iba a casarse con Afton Elaine "Star" Burton, una seguidora de 26 años que parecía arrancada de una foto de la familia en los 60. Aunque les concedieron la licencia matrimonial, dejaron que expirara sin utilizarla. Recientemente se ha hecho público que Star quería casarse con Manson para ser la responsable legal de su cadáver cuando muriera y dedicarse a explotarlo y sacarle rendimiento económico. Charlie rompió con ella y a través de su abogado dijo que el plan no tenía sentido. “Eso no es posible porque soy inmortal. Yo no moriré nunca”.

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8. Divulgan una nueva fotografía de Charles Manson en la prisión.

FUENTE: 20 Minutos

 

 

El asesino en serie Charles Manson fue fotografiado el pasado 14 de agosto en la prisión estatal de Corcoran en el norte de California, unas fotografías que se realizan cada cierto tiempo de forma rutinaria, para que las autoridades siempre cuenten con imágenes actualizadas de los presos. Según leemos en 20 Minutos, en la imagen, publicada por TMZ, Manson muestra prácticamente la misma imagen que la última foto que se pudo ver de él, de 2014, a pesar de que desde entonces su estado se salud ha empeorado gravemente.

De hecho, el 17 de agosto sufrió un sangrado intestinal del que no fue operado por la peligrosidad de la intervención. Manson ya ingresó el pasado enero enfermo de gravedad en un hospital del estado de California (EE.UU.), donde cumple cadena perpetua por sus crímenes. Actor y cantante frustrado, Manson estremeció a Hollywood y a EE.UU. en agosto de 1969 con una sangrienta espiral de violencia en la que él y sus seguidores, conocidos como la familia Manson, asesinaron a siete personas para provocar una guerra racial.

Entre los asesinados se encontraba la actriz Sharon Tate, que estaba a punto de dar a luz a su primer hijo de la unión con el director de cine Roman Polanski, así como otras cuatro personas relacionadas con el mundo del espectáculo. Los asesinos utilizaron la sangre de sus víctimas para escribir mensajes en las paredes mientras seguían las instrucciones que decían que escuchaban en la canción de los Beatles "Helter Skelter". Manson, de 82 años, suma centenares de sanciones por mal comportamiento en la cárcel, donde también se grabó en el entrecejo un tatuaje en forma de una cruz gamada.

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9. Una de las adeptas de Charles Manson podría salir de la cárcel.

FUENTE: Univisión – TN

 

 

La Junta de Libertad Condicional de California otorgó el pasado 6 de septiembre el beneficio de salir de prisión a Leslie Von Houten, la menor de las mujeres de Charles Manson, quien participó en uno de los brutales asesinatos cometidos por la secta en 1969. Sin embargo, será el gobernador Jerry Brown quien tenga la última palabra en la liberación de Von Houten, de 67 años, tal como informa Univisión.

La misma junta del Departamento de Correccionales y Rehabilitación de California (CDCR) había concedido la libertad condicional en abril del año pasado, pero el gobernador la rechazó argumentando que aún era inapropiado dejarla salir de prisión. "La naturaleza impactante de los crímenes dejó una huella indeleble en la sociedad", expuso en aquella ocasión el gobernador al negar la liberación. "El motivo de desencadenar una guerra racial al matar a personas inocentes elegidas al azar, es igualmente inquietante".

En 1971 junto con Manson y otros tres miembros del clan, Von Houten fue sentenciada a la pena de muerte, sin embargo al siguiente año fue anulada la pena capital en California. En un tercer juicio, en 1978, la condena para la menor de las mujeres de Manson fue de cadena perpetua, con posibilidad de libertad condicional a los siete años. Desde 1979, Von Houten ha solicitado su liberación en 21 ocasiones.

El 10 de agosto de 1969, cuando tenía 19 años, Leslie Von Houten y otros miembros de la secta ingresaron a una residencia en el vecindario de Los Feliz para asesinar brutalmente al empresario Leno LaBianca y a su esposa Rosemary. Uno de los asesinos, Charles 'Tex' Watson, usó una bayoneta con la que hirió en múltiples ocasiones a la pareja y luego Von Houten asestó al menos 14 puñaladas en la espalda de la mujer, según el expediente judicial del caso.

Los seguidores de Manson tallaron con un cuchillo en el pecho de hombre la palabra 'WAR' (guerra) y con la sangre escribieron otras leyendas en la pared. Los mensajes que escribieron con sangre pretendían incitar a una guerra racial en Los Ángeles, al igual como lo habían hecho el día anterior en la casa de la actriz Sharon Tate, a quien mataron estando embarazada de ocho meses junto a otras cuatro personas que la acompañaban.

En la masacre de los LaBianca participaron también Susan Atkins, Linda Kasabian, Patricia Krenwinkel, Steve 'Clem' Grogan y el propio Charles Manson. Los abogados de Von Houten argumentaron que ella apenas tenía 19 años cuando fue parte de los asesinatos y que durante su tiempo tras las rejas ha sido una prisionera modelo que ha acatado las reglas carcelarias, nunca ha sido castigada y participa en un grupo de apoyo para las demás reclusas. Von Houten es considerada la menos culpable del grupo porque, según sus defensores, las acciones que realizó fueron derivadas de la influencia que ejercía Manson y por el consumo de la droga LSD.

En su audiencia de libertad condicional el año pasado, Van Houten dijo que ayudó a retener a Rosemary La Bianca mientras otro seguidor del clan la apuñalaba. Luego, relató que tomó un cuchillo y acuchilló a la víctima 12 veces. "No hay nada de todo lo que pasó que me haga sentir bien sobre lo que hice", comentó, tal como recoge TN.

Desde que fue encarcelada hace más de 40 años, Van Houten obtuvo títulos universitarios dentro de la cárcel. Tenía 19 años cuando fue deslumbrada por la figura de Charles Manson, el psicópata líder del clan. Durante las décadas en las que lleva presa, la mujer contó que el trauma del divorcio de sus padres y su embarazo adolescente la llevaron a huir de su casa, meterse en drogas y unirse al clan.

Manson oficialmente nació como No Name Maddox (Sin Nombre Maddox). Fue literalmente analfabeto hasta ser adulto, pese a tener un IQ de 121. Además de sociópata, también fue músico y algunas de sus composiciones fueron interpretadas por bandas de rock como Guns N' Roses. Lo más increíble es que no estará entre rejas hasta que se muera por haber asesinado a nadie. Está cumpliendo una sentencia por conspiración e incitación a la violencia: fueron sus secuaces quienes llevaron a la práctica los homicidios planificados por él.

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10. Los crímenes sectarios del “verano del amor” o el fin de la utopía.

FUENTE: La Razón

 

 

Con el título “El fin de la utopía”, el diario español La Razón ha publicado un artículo firmado por Pedro Alberto Cruz Sánchez en el que cuenta cómo las bellas intenciones del «Flower Power» se marchitaron y pervirtieron a una velocidad de vértigo, dando paso a los excesos de la droga y a macabros desviados como Charles Manson.

El «Verano del amor» fue víctima de su propio éxito. Si vas contra el Sistema y tienes éxito, estás acabado; tarde o temprano el propio Sistema te reabsorberá y te convertirá en uno de sus productos estrella. Eso fue lo que le sucedió al movimiento «hippie»: su modo de vivir «al margen de» no tardó en consagrarse como una moda instalada en el «mainstream» del capitalismo y a la que nadie quería renunciar. Solo hay que recordar, en este sentido, las hordas de turistas que, día tras días, llegaban al Haight-Ashbury de San Francisco a contemplar in situ el epicentro de la «revolución del amor».

El primer caso de «turismofobia» –tan de actualidad en estos días– sucedió en aquel periodo de 1967-1968, cuando los «hippies» residentes en Haight-Ashbury se encaraban con los visitantes de todo el mundo que pululaban por sus calles, conscientes de que su estilo de vida se estaba convirtiendo en un espectáculo para ser consumido. Al igual que ha pasado con tantos casos próximos y no tan próximos durante los últimos tiempos, el centro de la contracultura mundial corría riesgo de caer en la trampa de la gentrificación. Como así sucedió.

A tenor de este rechazo a transformarse en un producto turístico sin más, se podría pensar que los «hippies» generaron una autoconciencia de resistencia frente a todas aquellas tentativas de comercialización de su forma de vida. Pero no fue así. Quizás los «Diggers» y los «Yippies» mantuvieron el aliento de la resistencia durante un periodo de tiempo superior, pero, en general, no hubo que esperar mucho antes de que la contracultura fuera rápidamente asimilada por el «establishment».

Muchos de los más renombrados artistas del póster montaron sus compañías y monetarizaron rigurosamente cada uno de sus icónicos diseños; grupos como Mamas and The Papas o Jefferson Airplane hicieron caja con la popularización de la estética y los mensajes más estereotipados de la experiencia contracultural; decenas de empresas «hippies» surgieron al calor de la globalización de un sentimiento que, sin duda alguna, emergió como la principal maquinaria económica de finales de los 60 dentro del mundo de la moda y de la industria cultural. Casi sin tiempo para reaccionar, el capitalismo se había instalado en el corazón de la contracultura, en lo que supuso la concreción del producto perfecto: la alianza de la actitud contracultural con una imagen anticomercial dio como resultado uno de los productos más consumibles y «marketizables» de todos los tiempos. Nada apetece más al Sistema que la disidencia; le gusta tanto que, lejos de fulminarla, la deglute con voracidad hasta integrarla como parte esencial de su organismo.

En paralelo, la mezcla explosiva de las drogas con las nuevas espiritualidades no tardó en derivar hacia episodios que nada tenían que ver con el mantra de «Paz y Amor»: abusos, violaciones y violencia dejaron de constituir una excepción al paisaje de «armonía universal» que envolvía la comunidad «hippie» de San Francisco, para confirmarse como una lamentable y frecuente realidad. En 1967, de hecho, Charles Manson, uno de los fijos de Haight-Ashbury durante el «Verano del amor», creó una secta denominada The Family, integrada por un grupo de «hippies» fanáticos que pensaban que él era, al mismo tiempo, la encarnación de Jesús y el Diablo. Instalada en un rancho cercano a Los Ángeles, las prácticas habituales de esta comunidad se caracterizaban por el consumo excesivo de estupefacientes y las prácticas sexuales extremas.

En agosto de 1969, Manson asesinó, en solo dos noches, a siete personas, entra las cuales se encontraba la actriz Sharon Tate, embarazada en el momento en que se le dio muerte. Con absoluta seguridad, no es justo marcar el final de la utopía de un movimiento tan complejo y poliédrico como el «hippie» con el subrayado oscuro de una figura tan nefasta como Charles Manson. Pero Manson fue un vástago de Haight-Ashbury y un ejemplo paradigmático de hasta qué punto las loables y bellas intenciones del «Flower Power» se marchitaron y pervirtieron a una velocidad de vértigo.

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La RIES es una red de expertos y estudiosos católicos sobre el fenómeno sectario y la nueva religiosidad, presentes en España y Latinoamérica, y abarcando las zonas lusoparlantes. Pretende ofrecer, también con este boletín informativo, un servicio a la Iglesia y a toda la sociedad. La RIES no se responsabiliza de las noticias procedentes de otras fuentes, que se citan en el momento debido. La RIES autoriza la reproducción de este material, citando su procedencia.