Servicio diario - 20 de julio de 2017


Abusos en Ratisbona – El padre Zollner: ‘La iglesia esclareció una realidad dolorosa’
Redacción

El cardenal Parolin clausurará el Jubileo del Perdón de Asís
Redacción

Francia: monumento en memoria del padre Hamel asesinado por terroristas
Marina Droujinina

Conferencia Episcopal Venezolana convoca este viernes a una Jornada de ayuno y oración
Redacción

Trigo, levadura y mostaza – XVI Domingo Ordinario
Enrique Díaz Díaz

San Lorenzo de Brindisi – 21 de julio
Isabel Orellana Vilches


 

20/07/2017-16:49
Redacción

Abusos en Ratisbona – El padre Zollner: ‘La iglesia esclareció una realidad dolorosa’

(ZENIT – Roma, 21 Jul. 2017).- El abogado Ulrich Weber presentó este miércoles en rueda de prensa los resultados de la investigación sobre los casos de abusos contra pequeños estudiantes en la escuela del Coro de la Catedral de Ratisbona (Regensburg), por encargo de la diócesis alemana, que le encargó al abogado esclarecer los hechos desde 1945 hasta principios de los años 90.
El presidente del Centro para la protección de menores de la Pontificia Universidad Gregoriana, el P. Hans Zollner, teólogo y psicólogo jesuita alemán, natural de Ratisbona, ha expresado su satisfacción en una entrevista a Radio Vaticano, sobre cómo fue tratado este escándalo, a la luz del sol y sin miedo a la verdad.
En el período de los 45 años años que cubrió la investigación, salió a flote que 67 niños sufrieron abuso sexual, los cuales sumados a quienes sufrieron malos tratos corporales llegan a más de 500 niños. El informe identificó a 49 personas responsables de maltrato corporal, de las cuales 9 habrían cometido abusos sexuales. Se trata de sacerdotes y profesores.
Las primeras denuncias públicas comenzaron a realizarse en 2010, mucho después de los delitos, lo que impide que los culpables puedan ser llevados hoy a la justicia porque caídos en prescripción. Pero permanece el dolor de los niños de entonces, que hoy adultas describieron la escuela como “una prisión, un infierno, un campo de concentración” y hablaron de los años transcurridos en esa estructura “como los peores de sus vidas, marcados por el miedo, la violencia y la falta De ayuda”, indicó el padre Zollner. Para cada una de ellas la diócesis estableció una indemnización de 20 mil euros.
El informe cita a Mons. Georg Ratzinger, hermano de Benedicto XVI, director del coro durante 30 años, y al Cardenal Gerhard Ludwig Müller, obispo de Ratisbona en 2010. El primero no habría prestado atención a las señales de peligro de abusos y el segundo no habría reaccionado con decisión al escándalo.
El padre Hans Zollner indica que “fue el deseo del obispo de la ciudad de Regensburg, mi ciudad natal, que dio la tarea a un abogado al que ofreció todas las posibilidades no sólo de consultar los archivos, sino también de contactar a las víctimas y hablar con otras personas . Por lo tanto, fue el coraje del obispo que iluminó una oscuridad muy profunda”.
Consideró además que “el abogado Weber desempeñó este trabajo con gran rigor y seriedad de independencia” y que este informe “marca un cambio en la manera de enfrentar el mal cuando se insinúa también dentro de la Iglesia.
El padre Hans Zollner señala que los crímenes fuero cometidos por sacerdotes, profesores y laicos dentro de la escuela. Y que “abogado Weber apunta el dedo también a las responsabilidades de los padres que no dieron la atención justa e importancia a las historias de los hijos” así como “las autoridades del Estado que fueron superficiales en las inspecciones escolares, no protegiendo la infancia”.
Reconoció que “en aquella época probablemente algunas de esas personas consideraban un hecho normal que se golpeara en los niños”. Consideró que fue un paso muy importante para concientizar a “todas las instituciones de la Iglesia o sea fuera de ella, pues en una institución es posible hacer muchas cosas para prevenir el abuso”.

 

 

20/07/2017-12:12
Redacción

El cardenal Parolin clausurará el Jubileo del Perdón de Asís

(ZENIT – Roma, 20 Jul. 2017).- El cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado de la Santa Sede, presidirá el próximo 2 de agosto, la celebración de clausura solemne por los 800 años del ‘Jubileo del Perdón de Asís’, que se realizará en la capilla de la Porciúncula, indica la web oficial de los franciscanos.
El ‘Perdón de Asís’ se concede a los peregrinos que van a la Porciúncula para recibir la indulgencia plenaria. San Francisco obtuvo el privilegio de Honorio III en 1216. El 2 de agosto de cada año la indulgencia se extiende a las parroquia y las iglesias franciscanas del mundo.
La Porciúncula es una pequeña iglesia que se encuentra dentro de la Basílica de Santa María de los Ángeles, dentro del municipio de Asís pero a unos 4 kilómetros afuera de las murallas de la ciudad. Allí inició el movimiento franciscano. El nombre Porciúncula significa ‘pequeña porción de tierra’ y es mencionado por vez primera en un documento que data de 1045, actualmente en los archivos de la Catedral de San Rufino, en Asís.
El evento de este año será particularmente solemne porque coincide con el VIII centenario del Perdón de Asís, que llevó a realizar el jubileo iniciado el 2 de agosto de 2016, el cual fue enriquecido por la peregrinación privada del papa Francisco a la Porciúncula, dos días después.
Así el próximo 1º de agosto, a las 11, p. Michael A. Perry, Ministro general de los Hermanos Menores, presidirá una solemne celebración eucarística que culminará con la procesión de “Apertura del perdón”, que se prologará con una vigilia en esa tarde hasta el día siguiente cuando los peregrinos recibirán la indulgencia plenaria.
Dicha vigilia de oración será presidida por Mons Domenico Sorrentino y consta de la procesión de antorchas dirigida por Mons. José Rodriguez Carballo, Secretario de la Congregación para los Institutos de vida consagrada.
El 2 de agosto llegarán miles de jóvenes de la 37º Marcha franciscana y en ese día habrá una misa prácticamente a cada hora, entre las cuales la presidida por el cardenal Parolin, además de confesionarios siempre abiertos. Por la noche habrá un concierto de la Banda de la Gendarmería del Vaticano, seguido de un espectáculo de fuegos artificiales en el lugar de la Porciúncula, cerrándose así el evento.

 

 

20/07/2017-10:27
Marina Droujinina

Francia: monumento en memoria del padre Hamel asesinado por terroristas

(ZENIT – París, 20 Jul. 2017).- Un año después del asesinato del sacerdote francés Jacques Hamel, el arzobispo de Rouen, Mons. Dominique Lebrun, presidirá una misa en la iglesia de Saint-Etienne de Saint-Etienne-du-Rouvray,en la periferia de la ciudad de Rouan a unos 80 kilómetros al noroeste de París.
El oficio eucarístico será a las 9 de la mañana, la hora en la que el sacerdote Hamel celebraba cuando fue brutalmente asesinado por dos terroristas. En cambio a las 10:50 un monumento conmemorativo por la paz y la fraternidad será inaugurado por la comunidad de Saint-Etienne-du-Rouvray. A las 18 serán las vísperas en la basílica de Notre-Dame de Bon y a continuación habrá un tiempo para rezar delante de la tumba del padre Hamel.
Pocos días después de asesinato del padre Hamel, el santo padre Francisco celebró el 14 de septiembre en la capilla de su residencia Santa Marta, una misa en memoria de este sacerdote, en presencia de 24 peregrinos de la diócesis de Rouen y de su obispo, Mons. Dominique Lebrun. Durante la homilía exhortó a rezarle al padre Hamel: “es un mártir, es un beato” dijo.
El día después, el 15 de septiembre, el breviario del padre Hamel fue entregado por Mons. Lebrun, en la basílica de San Bartolomeo en la romana Isla Tiberina, en el memorial de los mártires del siglo XX y XXI.
El 22 de abril de este año, el papa Francisco participó en este santuario confiado a la Comunidad de San Egidio, a una Liturgia de la palabra, en memoria de los “nuevos mártires” de los siglos XX y XXI.
El 13 de abril de 2017, inició el proceso de beatificación del padre Jacques Hamel, gracias a que el papa Francisco otorgó una dispensa del término habitual de cinco años necesarios, después de la muerte de una persona, para abrir la causa.

Leer también: El Papa comenta que el padre Jacques Hamel: ‘Ya es beato’

 

 

20/07/2017-16:01
Redacción

Conferencia Episcopal Venezolana convoca este viernes a una Jornada de ayuno y oración

(ZENIT – Roma, 20 Jul. 2017).- Culminada la 108º Asamblea Ordinaria Plenaria de la Conferencia Episcopal Venezolana y enmarcado en el Mensaje Urgente a los Católicos y Personas de Buena Voluntad, se convocó a una Jornada de Oración y Ayuno para el próximo viernes 21 de julio, durante las 24 horas del día “con el fin de pedir a Dios que bendiga los esfuerzos de los venezolanos por la libertad, justicia y la paz, para que iluminados por el Espíritu Santo y bajo la protección maternal de María de Coromoto, siga edificando la paz y convivencia fraterna en el país”.
Esta Jornada de Oración y Ayuno convocada por el Episcopado Venezolano se realiza en medio de la crisis que vive Venezuela. El 02 de agosto de 2016 se realizó la penúltima jornada de ayuno y oración y la última el 21 de mayo de 2017, como iniciativa conjunta del Episcopado Venezolano. Sin embargo, se han realizado otras iniciativas a nivel Diocesano y parroquial donde miles de fieles han manifestado su fe a través de procesiones con el Santísimo Sacramento, Vigilias, Rosarios iluminados y otras celebraciones para pedir a Dios el auxilio ante el momento crucial que se atraviesa.
El Episcopado Venezolano invita a no dejarse robar la esperanza que hace posible, con la ayuda de Dios, lo que parece imposible, para comunicar la esperanza y ser protagonistas de este momento histórico y del futuro de nuestro país.
Cada día, pero de manera especial para esta jornada se invita al pueblo venezolano a recitar la oración por Venezuela, encomendando nuestro país en las manos maternales de Nuestra Señora de Coromoto, patrona de Venezuela.

Durante la Jornada de ayuno y oración se estará usando la etiqueta  #OracionporVenezuela.

 

 

20/07/2017-05:37
Enrique Díaz Díaz

Trigo, levadura y mostaza – XVI Domingo Ordinario

Sabiduría 12, 13.16-19: “Al pecador le das tiempo para que se arrepienta”
Salmo 85: “Tú, Señor, eres bueno y clemente”
Romanos 8, 26-27: “El Espíritu intercede por nosotros con gemidos que no
pueden expresarse con palabras”
San Mateo 13, 24-43: “Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha”

¿Hay mucha maldad en el mundo? ¿Nos provoca desaliento y tenemos la tentación de abandonar la misión evangelizadora? ¿Los otros tienen la culpa? Entre las muchas novedades que nos ofrece el Papa Francisco, está su invitación al optimismo pero también a quitarnos esa aureola de bondad y santidad que muchas veces los católicos nos autoimponemos, mirando farisaicamente y con recelo a los demás. “Nosotros los buenos, ellos...”. Es frecuente dividir, hasta la ridiculez, el mundo, la historia y las sociedades en buenos y malos. Los que piensan distinto a nosotros, los que son de otro grupo o religión, los de diferentes partido... no solamente son “los otros”, con frecuencia son considerados perversos, separados y en extremos opuestos. Han cometido el delito de ser diferentes. Se multiplican las historias de Caín y Abel: atacar al otro simplemente porque es distinto. Las actuales guerras, los conflictos internacionales, las diferencias políticas, son casi imposibles de resolver porque no aceptamos las razones de los otros, porque los juzgamos incapaces de tener algo bueno y se condena a priori cualquier propuesta o posible solución que los otros presentan. Cuando se parte de la condenación y la descalificación del otro, es imposible encontrar la paz. La parábola de la cizaña tiene sus grandes enseñanzas: es realidad el mal en nuestra vida, no podemos arrancar al otro simplemente porque a nosotros nos parezca mal, sólo hay un verdadero juez que en el momento justo develará la verdad...
Jesús hoy nos conduce muy suavemente para hacernos caer en cuenta de esta actitud condenatoria y nos narra tres parábolas muy sencillas. Cada una diferente pero cada una complementaria con la otra. Con la parábola del trigo y la cizaña, Jesús nos enseña que Dios está en todas partes y que a todos acoge, y lo expresa despertando el respeto por los demás, alentando la paciencia y fortaleciendo la esperanza en que habrá un día en que se puedan alcanzar niveles de justicia, de igualdad y de paz. Pero el camino no es exterminando, destruyendo, sino respetando procesos y diferencias. Una parábola contra la discriminación y también una autorreflexión y reconocimiento del mal que está no sólo en nuestro mundo, sino en nuestra propia persona. Tenemos que reconocer que en el corazón de cada uno de nosotros descubrimos grandes riquezas, pero también hay graves errores, tropiezos, egoísmos y equivocaciones. Nos cuesta mucho discernir los propios sentimientos, los afectos y las acciones. Es fácil reconocer los defectos de los demás pero ¡qué difícil es reconocer nuestras propias deficiencias! También nos ayuda esta parábola a cuestionarnos sobre el bien y el mal, porque adoptamos dos actitudes extremas: pesimismo creyendo que todo es pecado y maldad; o por el contrario tenemos esa tendencia actual a disculpar todo y caminar como si cada quien pudiera hacer lo que le venga en gana sin importar si es bueno o malo. Y Jesús nos recuerda que en el mundo también hay el mal y que no lo podemos llamar “bien”, pero que también existe el bien y al final resplandecerá.
Para los pesimistas añade la parábola de la semilla de mostaza: pequeña pero bella y alentadora. Con palabras sencillas nos enseña en la teoría lo que Jesús sabe vivir en la práctica. Muchos de sus seguidores al mirar lo poco que hace, el reducido campo de acción, los pocos éxitos que obtiene, se cuestionan si Jesús será verdaderamente el Mesías. Hoy sucede igual. Muchos cristianos pretenden irse por el camino fácil de la propaganda más que por el camino de la vida; interesa más la cantidad que la calidad; impresionan más las exhibiciones que la profundidad del Evangelio. A algunos les parecería que Jesús debe endulzar y aligerar un poco su doctrina con tal de tener más seguidores. Pero Jesús es muy claro y nos lo repite en esta parábola: se necesita profundidad, se necesita apertura para recibir la semilla, se necesita paciencia para dejarla crecer y se necesita constancia para que dé fruto. ¿Qué dice Jesús a la Iglesia de hoy con esta parábola?
Y para no dejarnos con dudas la parábola de la levadura continúa y profundiza el mismo tema: el Evangelio no se trata de conquista, sino de contagiar. No vamos a enseñar sino a participar, y, sobre todo, el resultado dependerá no sólo de nuestras acciones, sino del don del Señor, pero también es fundamental nuestra actitud y compromiso. La ley de la resonancia también se da en el Evangelio. Una pequeña acción positiva desencadena un sinnúmero de cosas buenas; una omisión, una actitud negativa, afectará gravemente, no sólo a nuestra persona, sino a nuestra comunidad. El Reino debe implicar para el discípulo de Jesús una acción transformadora en la vida cotidiana, que llegue hasta lo más profundo de la persona humana. Es un llamado constante y permanente a construir e influir en las estructuras de la sociedad para crear un mundo más justo, más hermano y más comprensivo. Se trata de cambiarlo desde dentro y entonces cambiarán las estructuras, se necesita un cambio de corazón... pero si nosotros no cambiamos ¿cómo transformar el mundo?
Son tres pequeñas parábolas que dejan, o que deberían dejar, una gran inquietud en cada uno de nosotros. Conscientes de que en nuestro propio interior encontramos esa dualidad del bien y el mal, ¿cómo actuamos frente a los que son diferentes o con nosotros mismos cuando nos descubrimos pecadores? ¿Cuánta paciencia tenemos a los demás y nos tenemos a nosotros mismos? ¿Somos semilla de mostaza, levadura o somos solamente palabrería y llamarada de petate? Son tres parábolas que debemos sembrar en nuestro pensamiento y en nuestro corazón y dejarlas que crezcan arriesgándonos a las consecuencias.
Míranos, Señor, con amor y multiplica en nosotros los dones de tu gracia para que, llenos de fe, esperanza y caridad, permanezcamos siempre fieles en el cumplimiento de tus mandatos. Amén.

 

 

20/07/2017-04:39
Isabel Orellana Vilches

San Lorenzo de Brindisi – 21 de julio

(ZENIT – Madrid).- Al día siguiente de nacer en Brindisi, Italia, el 22 de julio de 1559, Lorenzo fue bautizado con el nombre de Julio César. Tal vez sus padres intuían que él también sería grande, infinitamente más que el valiente emperador y líder romano, porque este niño estaba llamado a dar gloria a Cristo y a su Iglesia, de la que a su tiempo sería nombrado doctor. El pequeño era delicioso en su trato: afable, sencillo, dócil y humilde, virtudes que se acrecentarían con los años. De modo que tras la muerte de su padre cuando él tenía 7 años, y fue acogido en el convento entre los niños oblatos, su presencia en las aulas constituyó una bendición. Además de su excelente carácter, tenía inteligencia, y una memoria excepcional, lo cual hizo de él un alumno más que aventajado. Perdió a su madre en la adolescencia y fue enviado a Venecia junto a un tío sacerdote que estaba al frente de un centro docente privado. Allí tomó contacto con los padres capuchinos y decidió ingresar en la Orden. Entró sabiendo lo que significaba la vida de consagración, con sus renuncias y contrariedades. Pero cuando el superior le informaba, simplemente preguntó: «Padre, ¿en mi celda habrá un crucifijo?». Al recibir respuesta afirmativa, manifestó rotundo: «Pues eso me basta. Al mirar a Cristo crucificado tendré fuerzas para sufrir por amor a Él cualquier padecimiento».
Tomó el hábito en 1575 y el nombre de Lorenzo. Profesó en 1576 y se trasladó a Padua para cursar estudios de lógica, que completó después en Venecia con los de filosofía y teología. En esta etapa ya comenzó a atisbarse su extraordinaria capacidad para penetrar en problemas de índole antropológica y teológica. La Sagrada Escritura no tenía secretos para él. Tanto es así, que confidenció a un religioso que de perderse la Biblia podría recuperarse plenamente porque la tenía grabada en su mente. Fue autodidacta en el estudio de las lenguas bíblicas sorprendiendo hasta a los propios rabinos con su excepcional preparación y dominio de la literatura rabínica. La oración y el estudio eran los polos sobre los que gravitaba su vida; no podía decirse donde comenzaba la una o culminaba la otra, y viceversa. Aludía a la oración diciendo: «¡Oh, si tuviésemos en cuenta esta realidad! Es decir que Dios está de verdad presente ante nosotros cuando le hablamos rezando; que escucha verdaderamente nuestra oración, aunque si solo rezamos con el corazón y con la mente. Y no sólo está presente y nos escucha, sino que puede y desea contestar voluntariamente y con máximo placer nuestras preguntas».
Ordenado sacerdote en Venecia en 1582 se convirtió desde entonces en un ministro de la Palabra fuera de lo común. Poseía para ello unas dotes formidables a todos los niveles. La predicación la conceptuó como: «Misión grande, más que humana, angélica, mejor divina». Los fieles que le escuchaban quedaban subyugados porque hablaba «con tanto celo, espíritu y fervor, que parecía salirse fuera de sí, y, llorando él, conmovía también al pueblo hasta las lágrimas». Cuidaba sus sermones con oraciones que podían prolongarse varias horas, y penitencias. La celebración de la Santa Misa, usualmente de larga duración, junto a su meditación en los pasajes evangélicos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo eran igualmente prioritarias en su quehacer. A la exigencia del carisma capuchino, añadía mortificaciones diversas aún a costa de su salud. Pero se preparaba para ser un santo sacerdote. Su «libro» era la Sagrada Escritura. Para dilucidar lo que debía decir se postraba a los pies de una imagen de María, tomando nota in situ de lo que le era inspirado. En Cuaresma su comida, que ya era frugal de por sí, se reducía a la mínima expresión.
Fue lector, guardián, maestro de novicios, vicario provincial, provincial, definidor general y general de la Orden. Fidelísimo y obediente cumplidor en todas las misiones, destacaba también por sus dotes diplomáticas; eran singulares. Así logró, entre otras, la reconciliación de gobernantes enemistados, y defendió a la Iglesia ante los turcos. Su dominio de lenguas, entre las que se hallaba la hebrea, le permitió llevar a cabo exitosamente la misión que el papa Clemente VIII le encomendó: la conversión de los judíos. Impulsó la fundación de la Orden en Praga superando toda clase de pruebas y dificultades, penurias y enfermedades, injurias y atropellos. La fecundidad apostólica que surgía tras su predicación le atraía no pocas hostilidades de los adversarios de la fe. Abrió otros conventos en Europa, entre ellos los de Viena y Graz. Cuando fue elegido general tenía 43 años y un vastísimo territorio que visitar; lo hizo a pie. Así recorrió gran parte de Italia y de Europa; pasó también por España. Nunca aceptó tratos de favor; quiso ser considerado como los demás y participó en todas las tareas domésticas con humildad y gozoso espíritu. Dejó escritas numerosas obras. Los grandes hombres, gobernantes y religiosos se rindieron a este santo que falleció en Lisboa el 22 de julio de 1619, cuando tenía 60 años. Había ido con la intención de entrevistarse allí con el rey de España, Felipe III, para mediar por los derechos de los ciudadanos napolitanos vulnerados por el gobierno local. Fue canonizado por León XIII el 8 de diciembre de 1881. En 1959 Juan XXIII lo declaró Doctor de la Iglesia, añadiendo el título de Doctor Evangélico.