Profundización \ Espiritualidad

"El clamor de los hambrientos de la tierra", reflexiones bíblicas de Monseñor Fernando Chica Arellano

RV | 05/01/2017


 

Bajo el título " El clamor de los hambrientos de la tierra", Mons. Fernando Chica Arellano reflexiona en su séptimo programa «Tu palabra me da Vida» sobre el capítulo 16 del Libro del Éxodo: "El Señor dijo a Moisés: ‘He oído las protestas de los israelitas. Diles: Hacia el crepúsculo comeréis carne, por la mañana os saciaréis de pan, para que sepáis que yo soy el Señor, vuestro Dios...’ Lo recogían cada mañana, cada uno según lo que iba a comer, porque el calor del sol lo derretía... Los israelitas comieron maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a la tierra habitada. Comieron maná hasta atravesar la frontera de Canaán...”

Una vez más la Palabra de Dios nos coloca ante este binomio: miseria del ser humano – misericordia de Dios. Israel muestra su miseria por medio de su desconfianza ante Dios. El pueblo protesta, se queja. Por su parte, Dios muestra la grandeza de su amor y clemencia al no abandonarlo. Dios no rechaza a sus hijos, no se desentiende de ellos. Dios los ha sacado de Egipto y está dispuesto a acompañarlos con paciencia y misericordia. Y, como un signo profético de la presencia permanente del ‘Dios-con-nosotros’, les ofrece el maná, anticipo del verdadero alimento, que no es otro que la Eucaristía.

En Israel peregrino por el desierto estamos reflejados todos nosotros, la comunidad cristiana, tú y yo. Sabemos que la vida es un camino y en ella es decisivo seguir a quien nos ha salvado, Jesucristo. Pero aparece la hora de la pereza y la rutina. No pocas veces, nos asalta la hora del no ver, la hora de la desconfianza. También aparecen contrariedades y penosas dificultades. No son raros los momentos de tensión en la familia, con los amigos, problemas en el trabajo, quizá alguna prueba de salud. Quién no ha tenido en alguna circunstancia sensación de desamparo, de fragilidad, la tentación de la tristeza y del desánimo. Quién no se ha sentido en alguna ocasión débil, más solo que la una. Nos daba la impresión de estar en medio de un túnel, de un desierto inacabable. Es hora de desterrar esos sentimientos negativos que tanto mal nos hacen. La fe nos dice que, cuando la noche se hace más recia, precisamente en esa hora, es tiempo de CONFIAR, de ESPERAR. El motivo es bien sencillo: ¡Dios no defrauda! ¡Dios no nos deja en la estacada!

Oigamos al Papa Francisco, en la audiencia general del 7 de diciembre de 2016: “Dejémonos enseñar la esperanza… Cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas, se convertirá en un jardín florecido. La esperanza no decepciona”.

Estamos llamados a llevar muy dentro esta experiencia de la paciencia de Dios con nosotros. Si llevamos dentro el rocío del maná de su misericordia, que sostiene nuestra esperanza, que sale a nuestro encuentro cada mañana para saciarnos, entonces, ¿cómo no atender el clamor de los hambrientos de la tierra que, con toda razón, gritan día y noche anhelantes? ¿Dejaremos que ese clamor se pierda en el desierto de nuestros corazones que prefieren la aridez de la indiferencia?

Tú que, como yo, tantas veces te has visto atendido, escuchado, sostenido, animado, por una voz o una presencia amiga, signo de la cercanía de Dios, ¿vas a tener la dureza de corazón de no atender el clamor de tu hermano necesitado? ¿Tan duro eres para no ofrecerle el maná de tu acogida y de tu propia vida?

Cada uno podemos convertirnos en ángeles para los otros, en pan de Dios para los otros. ¿De qué manera? Nos lo dice san Pablo en la carta a los Efesios: “Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo” (4,31-32).

Nutrámonos de la divina Palabra y de la Eucaristía, para ser imagen del cuerpo entregado del Señor, y así ofrecer el pan de la fraternidad a quien se siente olvidado y menospreciado, excluido o tirado en la cuneta de la vida. Muchos nos están esperando y nosotros no podemos volver la vista hacia otra parte. Esta actitud no es de recibo y se cura solo cuando Dios te toca el corazón y éste se convierte por la ternura de su amor.

(Mireia Bonilla para RV)