Servicio diario - 02 de enero de 2017


 

Carta del Papa a los obispos: ante pedofilia y ocultamiento pedir perdón. Y tolerancia cero
Posted by Redaccion on 2 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Con motivo de la fiesta de los Santos Inocentes, conmemorada este 28 de diciembre pasado, el papa Francisco le escribió una carta a los obispos, en la que señala el dolor por los pecados cometido contra los niños, en particular el de abusos realizado por sacerdotes.
Pide perdón también por el pecado de omisión de asistencia, de ocultar y negar, del abuso de poder. Y exige ‘tolerancia cero’ para que esto nunca más vuelva a suceder.
Porque “la alegría cristiana no es una alegría que se construye al margen de la realidad” sino “nace de una llamada –la misma que tuvo san José– a tomar y cuidar la vida”. Contrariamente contemplar el pesebre aislándolode la vida que lo circunda “sería hacer de la Navidad una linda fábula”.
A continuación reproducimos el texto completo
“Querido hermano: Hoy, día de los Santos Inocentes, mientras continúan resonando en nuestros corazones las palabras del ángel a los pastores: «Les traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy, en la ciudad de David, ha nacido un Salvador» (Lc 2,10-11), siento la necesidad de escribirte.
Nos hace bien escuchar una y otra vez este anuncio; volver a escuchar que Dios está en medio de nuestro pueblo. Esta certeza que renovamos año a año es fuente de nuestra alegría y esperanza.
Durante estos días podemos experimentar cómo la liturgia nos toma de la mano y nos conduce al corazón de la Navidad, nos introduce en el Misterio y nos lleva paulatinamente a la fuente de la alegría cristiana. Como pastores hemos sido llamados para ayudar a hacer crecer esta alegría en medio de nuestro pueblo. Se nos pide cuidar esta alegría.
Quiero renovar contigo la invitación a no dejarnos robar esta alegría, ya que muchas veces desilusionados –y no sin razones– con la realidad, con la Iglesia, o inclusive desilusionados de nosotros mismos, sentimos la tentación de apegarnos a una tristeza dulzona, sin esperanza, que se apodera de los corazones (cf. Exhorta. Ap. Evangelii gaudium, 83).
La Navidad, mal que nos pese, viene acompañada también del llanto. Los evangelistas no se permitieron disfrazar la realidad para hacerla más creíble o apetecible. No se permitieron realizar un discurso «bonito» pero irreal. Para ellos la Navidad no era refugio fantasioso en el que esconderse frente a los desafíos e injusticias de su tiempo.
Al contrario, nos anuncian el nacimiento del Hijo de Dios también envuelto en una tragedia de dolor. Citando al profeta Jeremías, el evangelista Mateo lo presenta con gran crudeza: «En Ramá se oyó una voz, hubo lágrimas y gemidos: es Raquel, que llora a sus hijos» (2,18). Es el gemido de dolor de las madres que lloran las muertes de sus hijos inocentes frente a la tiranía y ansia de poder desenfrenada de Herodes.
Un gemido que hoy también podemos seguir escuchando, que nos llega al alma y que no podemos ni queremos ignorar ni callar. Hoy en nuestros pueblos, lamentablemente –y lo escribo con profundo dolor–, se sigue escuchando el gemido y el llanto de tantas madres, de tantas familias, por la muerte de sus hijos, de sus hijos inocentes.
Contemplar el pesebre es también contemplar este llanto, es también aprender a escuchar lo que acontece a su alrededor y tener un corazón sensible y abierto al dolor del prójimo, más especialmente cuando se trata de niños, y también es tener la capacidad de asumir que hoy se sigue escribiendo ese triste capítulo de la historia.
Contemplar el pesebre aislándolo de la vida que lo circunda sería hacer de la Navidad una linda fábula que nos generaría buenos sentimientos pero nos privaría de la fuerza creadora de la Buena Noticia que el Verbo Encarnado nos quiere regalar.
Y la tentación existe. ¿Será que la alegría cristiana se puede vivir de espaldas a estas realidades? ¿Será que la alegría cristiana puede realizarse ignorando el gemido del hermano, de los niños? San José fue el primer invitado a custodiar la alegría de la Salvación.
Frente a los crímenes atroces que estaban sucediendo, san José –testimonio del hombre obediente y fiel– fue capaz de escuchar la voz de Dios y la misión que el Padre le encomendaba. Y porque supo escuchar la voz de Dios y se dejó guiar por su voluntad, se volvió más sensible a lo que le rodeaba y supo leer los acontecimientos con realismo.
Hoy también a nosotros, Pastores, se nos pide lo mismo, que seamos hombres capaces de escuchar y no ser sordos a la voz del Padre, y así poder ser más sensibles a la realidad que nos rodea. Hoy, teniendo como modelo a san José, estamos invitados a no dejar que nos roben la alegría. Estamos invitados a custodiarla de los Herodes de nuestros días.
Y al igual que san José, necesitamos coraje para asumir esta realidad, para levantarnos y tomarla entre las manos (cf. Mt 2,20). El coraje de protegerla de los nuevos Herodes de nuestros días, que fagocitan la inocencia de nuestros niños. Una inocencia desgarrada bajo el peso del trabajo clandestino y esclavo, bajo el peso de la prostitución y la explotación. Inocencia destruida por las guerras y la emigración forzada, con la pérdida de todo lo que esto conlleva.
Miles de nuestros niños han caído en manos de pandilleros, de mafias, de mercaderes de la muerte que lo único que hacen es fagocitar y explotar su necesidad. A modo de ejemplo, hoy en día 75 millones de niños –debido a las emergencias y crisis prolongadas– han tenido que interrumpir su educación.
En 2015, el 68 por ciento de todas las personas objeto de trata sexual en el mundo eran niños. Por otro lado, un tercio de los niños que han tenido que vivir fuera de sus países ha sido por desplazamientos forzosos. Vivimos en un mundo donde casi la mitad de los niños menores de 5 años que mueren ha sido a causa de malnutrición.
En el año 2016, se calcula que 150 millones de niños han realizado trabajo infantil viviendo muchos de ellos en condición de esclavitud. De acuerdo al último informe elaborado por UNICEF, si la situación mundial no se revierte, en 2030 serán 167 millones los niños que vivirán en la extrema pobreza, 69 millones de niños menores de 5 años morirán entre 2016 y 2030, y 60 millones de niños no asistirán a la escuela básica primaria.
Escuchemos el llanto y el gemir de estos niños; escuchemos el llanto y el gemir también de nuestra madre Iglesia, que llora no sólo frente al dolor causado en sus hijos más pequeños, sino también porque conoce el pecado de algunos de sus miembros: el sufrimiento, la historia y el dolor de los menores que fueron abusados sexualmente por sacerdotes.
Pecado que nos avergüenza. Personas que tenían a su cargo el cuidado de esos pequeños han destrozado su dignidad. Esto lo lamentamos profundamente y pedimos perdón. Nos unimos al dolor de las víctimas y a su vez lloramos el pecado. El pecado por lo sucedido, el pecado de omisión de asistencia, el pecado de ocultar y negar, el pecado del abuso de poder. La Iglesia también llora con amargura este pecado de sus hijos y pide perdón.
Hoy, recordando el día de los Santos Inocentes, quiero que renovemos todo nuestro empeño para que estas atrocidades no vuelvan a suceder entre nosotros. Tomemos el coraje necesario para implementar todas las medidas necesarias y proteger en todo la vida de nuestros niños, para que tales crímenes no se repitan más.
Asumamos clara y lealmente la consigna «tolerancia cero» en este asunto. La alegría cristiana no es una alegría que se construye al margen de la realidad, ignorándola o haciendo como si no existiese. La alegría cristiana nace de una llamada –la misma que tuvo san José– a tomar y cuidar la vida, especialmente la de los santos inocentes de hoy.
La Navidad es un tiempo que nos interpela a custodiar la vida y ayudarla a nacer y crecer; a renovarnos como pastores de coraje. Ese coraje que genera dinámicas capaces de tomar conciencia de la realidad que muchos de nuestros niños hoy están viviendo y trabajar para garantizarles los mínimos necesarios para que su dignidad como hijos de Dios sea no sólo respetada sino, sobre todo, defendida.
No dejemos que les roben la alegría. No nos dejemos robar la alegría, cuidémosla y ayudémosla a crecer. Hagámoslo esto con la misma fidelidad paternal de san José y de la mano de María, la Madre de la ternura, para que no se nos endurezca el corazón. Con fraternal afecto, Francisco”.


Francisco erige una nueva diócesis en Honduras
Posted by Redaccion on 2 January, 2017



(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco erige una nueva diócesis en Honduras, la de Danlí, que cuenta con un territorio desmembrado de las diócesis de Tegucigalpa, y volviéndola sufragánea de la arquidiócesis metropolitana de Tegucigalpa.
Lo informó este lunes la oficina de prensa de la Santa Sede, precisando que en ella el Santo Padre ha nombrado como primer obispo, al sacerdote José Antonio Canales Motiño, del clero de la diócesis de San Pedro Sula, y hasta ahora párroco de la catedral.
El reverendo José Antonio Canales Motiño 54 años, nación a La Lima, diócesis de San Pedro Sula. Antes de entrar en el seminario obtuvo la licencia en Ciencias Jurídicas y sociales en la universidad privada San Pedro Sula. Entró en el seminario mayor “Nuestra Señora de Suyapa” en Tegucigalpa. Obtuvo la licencia en Teología Moral en la Pontificia Universidad de México y fue ordenado sacerdote en 1996. Desde entonces fue encargado como párroco de diversas parroquias.
La nueva diócesis de Danlí está ubicada al sur de Honduras y su territorio corresponde al departamento civil de El paraíso. Cuenta con una población de unas 450 mil personas, 11 parroquias, 13 sacerdotes diocesanos, 7 sacerdotes y 24 religiosas.


Siria: oración ecuménica por la paz, en Alepo liberada
Posted by Redaccion on 2 January, 2017



(ZENIT – Roma).- En Siria la frágil tregua alcanzada el 30 de diciembre con la mediación de Rusia, Turquía, con apoyo de Irán y de la que quedó fuera el Estado islámico está resistiendo. Una tregua amenazada también por hechos imprevistos, como el reciente atentado en Turquía.
En la ciudad de Alepo, el patriarca Mar Ignatios Aphrem II, primado de la Iglesia siro-ortodoxa ha presidido el primero de enero una oración por la paz en Siria en la catedral siro-ortodoxa de Efrén, junto a obispos cristianos y al obispo maronita Josph Tobji.
En esta iniciativa de oración común, al comienzo del nuevo año y con motivo de la Jornada Mundial por la Paz, han participado también sacerdotes de la Iglesia siria-ortodoxa, el obispo caldeo Antoine Audo y el reverendo Ibrahim Nseir, de la Iglesia Evangélica Árabe.
El Patriarca, los obispos y todos los presentes han rezado juntos por la paz en Siria y por el fin de la violencia, y en la oración han pedido de nuevo el retorno a sus hogares de los dos metropolitanos de Alepo desaparecidos en abril de 2013, el greco ortodoxo Boulos Yazigi y el sirio ortodoxo Mar Gregorios Yohanna Ibrahim.
El 13 de diciembre, monseñor Georges Abou Khazen, vicario apostólico de Alepo para los católicos de rito latino, le indicó a ZENIT: “La ciudad de Alepo finalmente esta por ser completamente liberada y unificada después de cuatro largos años de división y de muerte sembrada por varios grupos armados sirios y no sirios”. Indicó también que “estos grupos pertenecen todos a la galaxia del fundamentalismo islámico e imponían a la población los preceptos y las formas de vida que enseña el fanatismo, totalmente extrañas a la tradición del pueblo sirio”.
Leer también: En Alepo ponen un enorme árbol de Navidad. La gente reza para que termine la guerra


Los Maristas celebran su bicentenario
Posted by Redaccion on 2 January, 2017



(ZENIT – Roma).- El 2 de enero de 1817 Marcelino Champagnat abría la puerta de la primera comunidad marista en una sencilla casita de La Valla, en Francia. Dos muchachos fueron los primeros que se apasionaron por la propuesta de educar a los niños y jóvenes, al estilo de María.
Se cumplen así 200 años del nacimiento de esta institución que durante este 2017 celebrará eventos en fechas distintas: este 2 de enero, se festeja en La Valla, en Francia y también con un día de oración en Australia. Otros actos se realizarán en Brasil; México; Francia; Nueva Zelanda; Brasil; España; y en el santuario mariano argentino de Luján.
En Roma será el 6 de junio y servirá “para resaltar la presencia en la comunidad eclesial”, indican los maristas. Ese día se presentarán los 3 volúmenes de la Historia del Instituto y se inaugurará una exposición fotográfica sobre el “hoy” de la congregación.
Y el 8 de septiembre en Rionegro, en Colombia, los maristas celebrarán además un capítulo general con la presencia de todas las unidades administrativas de los maristas.
Marcelino Champagnat fundó, el 2 de enero de 1817, en la Valla (Francia), un Instituto religioso laical, o Instituto religioso de hermanos, con el nombre de Hermanitos de María. Él lo concebía como una rama de la Sociedad de María. La Santa Sede lo aprobó en 1863 como Instituto autónomo y de derecho pontificio. Respetando nuestro nombre de origen, nos dio el de Hermanos Maristas de la Enseñanza (F.M.S.: Fratres Maristae a Scholis).
Los maristas son hermanos consagrados a Dios, que siguen a Jesús al estilo de María, que viven en comunidad y que se dedican especialmente a la educación de los niños y de los jóvenes, con más cariño por aquellos que más lo necesitan. Son más de 3.500 hermanos, diseminados en 81 países de los cinco continentes. Comparten su tarea de manera directa con más de 72.000 laicos maristas atendiendo a 654.000 niños y jóvenes


San Ciriaco Elías Chavara – 3 de enero
Posted by Isabel Orellana Vilches on 2 January, 2017



(ZENIT – Madrid).- En esta festividad del Santísimo Nombre de Jesús, se celebra la vida de este santo que nació en Kainakary, Kerala, India, el 10 de febrero de 1805 y se convertiría en uno de los grandes defensores de la unidad de la Iglesia mediando en el grave conflicto creado por el prelado Thomas Rochos en el sur de su país. Su vida desde la infancia estuvo caracterizada por singularísimo amor al Santísimo Sacramento y a María, a quien lo consagraron sus padres a los pocos días de nacer depositándolo ante Ella en el santuario de Nuestra Señora de Vechour. Debía su piedad a su madre que le enseñó a recitar las primeras oraciones antes de iniciar el descanso cotidiano; ambos las compartían en medio de gran recogimiento.
Integrado en la comunidad de rito siro-malabar, apenas despuntaba en su adolescencia cuando el padre Thomas Palackal, que atisbaba en el muchacho gestos inequívocos de virtud y clara aptitud hacia el sacerdocio, le animó a ingresar en el seminario de Pallipuram que estaba bajo su dirección. Antes de ser ordenado sacerdote, el santo perdió a sus padres y a un hermano, por lo cual unos parientes cercanos consideraron que era mejor que abandonara los estudios y ayudara a su sobrina, hija del hermano fallecido. Ciriaco asumió sus responsabilidades sin dejar la formación, y después de haber pasado por el seminario de Verapoly fue ordenado sacerdote en 1829.
Al saber que el padre Palackal y el padre Perukkara, amigo de aquél, aspiraban a vivir la experiencia eremítica, se unió a ellos. Y en 1831 se iniciaba la construcción del monasterio de Mannanam que pusieron bajo el amparo de san José. La idea del prelado Stabilini era contar con un movimiento religioso indígena, labor que encomendó a estos sacerdotes. La comunidad creció y fue el germen de otro seminario colindante que sería de gran fecundidad para el clero lo cual repercutió en la vida de los fieles. Signado por el espíritu de la fidelidad y la autenticidad, Ciriaco se convirtió en un pilar de la Iglesia en ese estado de la India y fue motivo de descanso para el vicario apostólico de Verapoly que le encomendó misiones eclesiales relevantes. Entre tanto, con el afán de contribuir a la formación de los fieles se hizo con una imprenta de madera y con ella difundió la revista La flor del Carmelo, el periódico El Deepika y numerosos textos espirituales.
Hombre de oración, acostumbrado a pasar largas horas ante el Santísimo, recorría afanoso todas las parroquias de Kerala con una acción apostólica vigorosa que conllevaba numerosas bendiciones. En 1846 se convirtió en el superior del monasterio de Mannanam, ya que los sacerdotes que encabezaron la fundación junto a él habían fallecido. El incremento de vocaciones que se produjeron bajo su amparo dio lugar a la Congregación de los Siervos de María Inmaculada del Monte Carmelo.
En 1858 se hicieron notorias las desavenencias entre sacerdotes de rito siro-malabar y el vicario apostólico de rito latino, monseñor Bacinelli. Los primeros llevaron los malos entendidos al patriarca caldeo José VI, con la esperanza de que designara un prelado afín a ellos. Roma no lo autorizó, pero el patriarca nombró a Thomas Rochos, quien hizo creer a los católicos que contaba con la aquiescencia de la Santa Sede intoxicando más aún las relaciones entre los fieles que aceptaron su versión. En la gravísima sima que se abrió acarreando la separación del legítimo vicario apostólico de Verapoly, Rochos no pudo anexionarse la voluntad de Ciriaco que actuó con absoluta fidelidad a Roma y en calidad de vicario general para los siro-malabares con sumo tacto y prudencia impidió que se consumara un cisma.
Todo su quehacer estuvo guiado por el anhelo de mantener la unidad y la reconciliación dentro de la Iglesia. Amaba profundamente al Santo Padre. Era humilde, caritativo y misericordioso; un gran apóstol que vivía entregado a los demás. El rezo del Rosario, la adoración al Santísimo y devoción por las llagas de Cristo, los dolores de María y los gozos y pruebas de san José, en los que meditaba y difundía entre sus hermanos, formaban parte de su quehacer y acción apostólica. En medio de sus múltiples tareas incluía la escritura siempre con finalidad apostólica. Decía: «Los días en que no hemos ayudado a nadie no merecen considerarse entre los días útiles de nuestra vida».
Instituyó en Kerala las Cuarenta horas. Ha sido denominado apóstol de la Eucaristía. Vivió volcado en los enfermos y los desvalidos para los que abrió una casa. En 1866 fundó la Congregación de la Madre del Carmelo, integrada por monjas carmelitas de rito siro-malabar. Este santo, primer prior general de los Carmelitas de María Inmaculada, murió en Koonammavu, localidad india cercana a la de Kochi el 3 de enero de 1871. Fue beatificado por Juan Pablo II el 8 de febrero de 1986, y Francisco lo canonizó el 23 de noviembre de 2014.