Elisabet Hesselblad (1870-1957) será el primer santo desde hacia varias centurias. Será, mañana, 5 de junio, hecho que no ocurría desde siete siglos y algo menos de que Gustav Vasa decidiera desvincularse en 1527 de la Iglesia católica para abrazar la fe luterana.

En esta iglesia fue bautizada Elisabet al nacer, en el año en el que comenzó la Guerra franco-prusiana y concluía la Guerra de la Triple Alianza (Argentina, Uruguay, Brasil) contra Paraguay.

 August Robert Hesselblad y Cajsa Pettesdotter Dag formaron una familia numerosa, de la que Elisabet fue su quinto nacimiento hasta completar los trece hijos de la pareja. Esto obligó a la familia a cambiarse de residencia para buscar el sustento económico. Así emigraron en 1888 a Estados Unidos, donde Elisabet trabajó como enfermera en el hospital Roosvelt de Nueva York y atendió a enfermos a domicilio. Algunos de los curados por Elisabet eran obreros irlandeses heridos en la construcción de la catedral de San Patricio. De ellos escuchaba sus invocaciones a la Virgen, que la producían dolor, porque entendía que quitaban protagonismo y adoración a quien eran el único a quien se debían: a Jesucristo.

Certeza tenía de ello, pero no igualmente con relación a la sucesión apostólica que cristalizaba en la Iglesia luterana, por lo que seguía inquieta, que trataba de discernir con oración, estudio y trabajo.

Un hecho determinante: procesión eucarística en Santa Gudula

Su relación con católicos se fue estrechando. Así, ocurrió un suceso nuclear en su acercamiento a la Iglesia católica. Fue cuando acompañó a unas amigas a una procesión eucarística en el interior de la catedral de Santa Gudula (Bruselas- Bélgica). Por respeto hacia ellas, se fue al final de la nave porque no quería arrodillarse, pues, se dijo: “Solo me arrodillo ante mi Señor, no aquí”. Pero cuando la custodia pasó junto a su lado oyó claramente una voz que le decía: “Yo soy el que buscas” e hincó conmocionada las rodillas en tierra. En 1902, entraba en la Iglesia católica.

Más tarde vio que debía dedicarse a la unidad de los cristianos y en 1911, con tres jóvenes, refundó la Orden del Santísimo Salvador de Santa Brígida para trabajar y orar por el ecumenismo.

Sufriente desde su juventud, abrazó la cruz de Cristo: “Para mí —desvelará—, el camino de la cruz fue el más hermoso que he visto porque en él conocí a mi Señor y Salvador”.

En 1957, murió y se cumplió su deseo de reunirse con su querido y “Divino Esposo”. Mañana, 5 de junio, la Iglesia católica tendrá una nueva intercesora escandinava, hecho que no ocurría desde hace más de siete siglos.