El Papa Francisco ha hablado de la “gran política” de la que la Iglesia, y los obispo, no pueden abstraerse. ¿En qué consiste esta gran política?

El protagonismo universal de la Iglesia no se debe a las técnicas de mercadotecnia sino a un liderazgo moral indiscutible que ha ofrecido las respuestas a las preguntas fundamentales del hombre de hoy. La vocación del político cristiano radica en una forma del protagonismo de lo cristiano en la historia.

La configuración del mundo de acuerdo con el Evangelio no implica que se pretenda imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. Se abre aquí el espacio para el respeto a la dinámica propia de la sociedad civil, que en modo alguno debe ser confundida con la comunidad de los creyentes y que mantiene su autonomía y sus competencias propias.

Nos encontramos ante el escándalo de las sociedades opulentas del mundo de hoy, en las que los ricos se hacen cada vez más ricos, porque la riqueza produce riqueza, y los pobres son cada vez más pobres. Aquellos cristianos, que se sienten llamados por Dios a la vida política, tienen la tarea —ciertamente bastante difícil, pero necesaria— de doblegar las leyes del mercado “salvaje” a las de la justicia y la solidaridad. Ése es el único camino para asegurar a nuestro mundo un futuro pacífico, arrancando de raíz las causas de conflictos y guerras: la paz es fruto de la justicia.

La otra gran contradicción de nuestro tiempo está en la violación, por parte de la ley positiva, de la ley natural. Los legisladores cristianos no deben contribuir a formular ni aprobar leyes contra la persona humana. Este mismo criterio sirve para toda ley que perjudique a la familia y al matrimonio y atente contra su unidad e indisolubilidad, o bien otorgue validez legal a uniones entre personas, incluso del mismo sexo, que pretendan suplantar, con los mismos derechos, a la familia basada en el matrimonio entre un hombre y una mujer.

La clave para que la política redescubra su vocación está en una palabra: servicio. Un servicio que pasa a través de un diligente y cotidiano compromiso, que exige una gran competencia en el desarrollo del propio deber y una moralidad, a toda prueba, en la gestión desinteresada y transparente del poder. Por otra parte, la coherencia personal de lo político ha de expresarse también en una correcta concepción de la vida social y política a la que está llamado a servir.

Al mismo tiempo, no se puede justificar un pragmatismo que, también respecto a los valores esenciales y básicos de la vida social, reduzca la política a pura mediación de los intereses o, aún peor, a una cuestión de demagogia o de cálculos electorales. Si el derecho no puede y no debe cubrir todo el ámbito de la ley moral, se debe también recordar que no puede ir “contra” la ley moral.