“Tú ves a la Trinidad cuando tú ves la caridad”, se atrevió a escribir san Agustín. Pero la aguda frase del santo africano, Padre de la Iglesia, indica qué es el amor de Cristo, hacia dónde nos encamina en nuestro obrar de cada día. El mismo san Agustín dice también que el amor de Dios es el primero en la intención, pero el amor al prójimo es el primero en la acción. Si no hemos descubierto este pensamiento cristiano, no lograremos que nuestro comportamiento sea diferente, tanto con relación al bien y al mal como al comportamiento puramente filantrópico y aún solidario.

Lo dicho anteriormente explica que la Iglesia y sus comunidades diocesanas (parroquias, movimientos y asociaciones católicas, e igualmente instituciones eclesiales como Cáritas, Manos Unidas y otras muchas) nos sean ONGs, cuya existencia es buena y beneficiosa, pero son “otra cosa” sin duda valiosa. Hablaré hoy de Cáritas, o de la acción caritativa de los católicos que, por el mero hecho de ser una comunidad cristiana, han de vivir el amor de Cristo a los demás, sobre todo a los más pobres y viven en la miseria.

¿Cuál es la diferencia? Digamos algunas. Por ejemplo, cuando alguien se encuentra con Cristo y es cristiano por la gracia de la vida nueva que recibimos en la Iniciación cristiana y sus sacramentos, rápidamente cae en la cuenta de que su actuación moral debe cambiar y salir de sí mismo para encontrar a los demás como hermanos. Es aquello del dicho de Jesús: “Hay más alegría en dar que en recibir”, o aquel otro: “no ha venido a ser servido sino a servir”, y aun este otro: “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. No se trata de un “moralismo”, sino de moral cristiana.

Ciertamente es la presencia de Jesús, el Hijo del Dios Bendito que, al encarnarse, se une a todo hombre y mujer. Por eso se dice, cuando queremos trabajar en cualquier campo del apostolado de la Iglesia, sea pastoral obrera, con jóvenes, con matrimonios, con refugiados o inmigrantes, aunque no sean cristianos, que “antes de ir nosotros a ellos, ya el Señor ha llegado”. Vamos a los pobres, porque allí está Cristo pobre.

Esa es la tarea y la acción beneficiosa de Cáritas que da cuenta en estos días de la Memoria de sus actividades, de sus programas, de dónde gasta el dinero de sus proyectos y campañas: en los más pobres. Y les aseguro que cuando los voluntarios de Caritas –y todos podemos serlo- se ponen a trabajar, ¡cuánto amor, imaginación e iniciativas aparecen! Decimos con esto que la vida humana puede ser vivida de otro modo y el mundo puede cambiar. Lo sé si lo van a cambiar los gobiernos y cuantos son poderosos en este mundo. Lo deben hacer, es su obligación, pero si desplegamos la capacidad de amar que nos da Cristo, el rostro humano cambia, la humanidad es mejor y, lo que es más importante, la dignidad de las personas se respeta y no se desprecia.

Es muy de agradecer cuanto en nuestro mundo existe de solidaridad, de acercamiento a la realidad de tanta gente en nuestra sociedad. Ahí están tantas acciones buenas que la gente lleva a cabo con los que más sufren o están abandonado. Yo quiero agradecer todo este mundo de ayuda humanitaria. Pero quiero agradecer en este día a los voluntarios de Cáritas y todos sus esfuerzos. Es el de la comunidad cristiana concreta, de los que ayudan en tantas parroquias para que no se olvide la presencia de Cristo, el buen samaritano. Sin la acción caritativa de la Iglesia, ésta no sería la Iglesia que fundó Jesucristo.

+ Braulio Rodríguez Plaza
Arzobispo de Toledo
Primado de España