Servicio diario - 26 de abril de 2016


 

El Papa reconoce que ‘hemos generado una élite laical’
Rocío Lancho García | 26/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco asegura que no es el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones.
Asimismo, advierte que muchas veces “hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis” y se ha reflexionado poco sobre cómo acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana. Sin darnos cuenta –subraya el Santo Padre– hemos generado una élite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe.
Al finalizar el encuentro de la Comisión para América Latina y el Caribe el Santo Padre tuvo la oportunidad de reunirse con todos los participantes de la asamblea donde se debatió sobre la participación pública del laicado en la vida de nuestros pueblos. Por eso, el papa Francisco ha querido recoger lo compartido y continuar la reflexión en un carta enviada al cardenal Ouellet y publicada hoy.
Así, Francisco asegura que “el Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir”. Y precisa que “el pastor, es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve desde dentro”. Mirar al Pueblo de Dios –añade– es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. Al respecto el Santo Padre asegura que “nos hace bien recordar que la Iglesia no es una élite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios”. Y olvidarnos de esto, advierte Francisco, acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado.
Por otro lado, el Pontífice observa que no se puede reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar: el clericalismo. Esta actitud –advierte el Santo Padre– no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente.
Francisco habla de la pastoral popular como clave hermenéutica que nos puede ayudar a comprender mejor la acción que se genera cuando el Santo Pueblo fiel de Dios reza y actúa. “Una acción que no queda ligada a la esfera íntima de la persona sino por el contrario se transforma en cultura”, explica.
En la reflexión que realiza el Papa en la carta, precisa que debemos reconocer que el laico por su propia realidad e identidad “tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe”. Los ritmos actuales –indica– son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás.
De este modo, el Santo Padre precisa que “tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual”. En esta misma línea, asevera que “no se pueden dar directivas generales para una organización del pueblo de Dios al interno de su vida pública”.
La inculturación –explica Francisco– es un trabajo de artesanos y no una fábrica de producción en serie de procesos que se dedicarían a “fabricar mundos o espacios cristianos”.
El Papa explica que cuando desarraigamos a un laico de su fe, lo desarraigamos de su identidad bautismal y así le privamos la gracia del Espíritu Santo. “Lo mismo nos pasa a nosotros, cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro pueblo, nos perdemos”, precisa.
Para concluir, el Santo Padre recuerda que los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, “los protagonistas de la Iglesia y del mundo”, a los que “nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales tenemos que servirnos”.







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Francisco a los presos: ‘A Dios no le importan vuestros errores’
Redaccion | 26/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- “Dios os ama siempre, no tienen importancia los errores que habéis cometido”. Así lo indica el papa Francisco a los detenidos de la cárcel de Velletri, al sur de Roma. El pasado 5 de marzo, el obispo de Albano, monseñor Marcello Semeraro, visitió la cárcel de Velletri y en esa ocasión los detenidos le entregaron una carta para el Papa, que ahora ha respondido.
Tal y como indica Radio Vaticano, el Santo Padre les pide que no se encierren en el pasado a la vez que asegura que “la verdadera medida del tiempo no es la del orgullo” sino que “se llama esperanza”.
El Pontífice, les da las gracias en la misiva por haber pensando en él en medio de las dificultades de sus situaciones de vida actual. Asimismo, recuerda que él piensa muchas veces en las personas que viven en la cárcel.
Por este motivo –explica Francisco– en mis visitas pastorales pido siempre, cuando es posible, visitar a quien vive una libertad limitada, para llevarles el afecto y la cercanía. Y también por esto, ha querido que durante el Año Santo de la Misericordia, haya un jubileo de los presos.
Por otro lado, el Santo Padre les recuerda que viven “una experiencia en la que el tiempo parece que esté parado, parece que no termine nunca. Pero la verdadera medida del tiempo no es la del reloj”. La verdadera medida del tiempo –subraya– se llama esperanza. En esta línea, el Papa desea que “cada uno de vosotros tenga siempre bien encendida la luz de la esperanza, de la fe, para iluminar vuestra vida”. Y así, invita a los presos a rezar al Señor para que llene el tiempo de verdadera esperanza.
A continuación, el Papa les pide en su carta que estén “siempre seguros de que Dios os ama personalmente, para Él no tiene importancia vuestra edad o vuestra cultura, no tiene importancia tampoco qué habéis sido, qué habéis hecho, los objetivos que habéis conseguido, los errores que habéis cometido, las personas que habéis herido”. Por eso, el Pontífice les pide que no se encierren en el pasado, es más, les pide que lo transformen en camino de crecimiento, de fe y de caridad. “Dad a Dios la posibilidad de haceros brillar a través de esta experiencia”, exclama el Papa.
Para concluir la misiva, el Santo Padre asegura que en la historia de la Iglesia “muchos santos han llegado a la santidad a través de experiencias duras y difíciles”. Por tanto les pide que abran “la puerta de vuestro corazón a Cristo, y será Cristo quien cambie vuestra situación. Con Cristo todo es posible”.






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El Papa presidirá la vigilia de oración para “enjugar las lágrimas”
Redaccion | 26/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Enjugar los rostros bañados por lágrimas de un sufrimiento físico o espiritual llevando consuelo y esperanza. Este es el objetivo de la vigilia de oración para “secar las lágrimas”, presidida por el papa Francisco el 5 de mayo a las 18.00 en la Basílica de San Pedro. En dicha ocasión, será expuesto para la veneración de los fieles el relicario de la Virgen de las lágrimas de Siracusa.
“El evento jubilar quiere ser signo visible de la mano misericordiosa del Padre tendida para enjugar las lágrimas de una madre o de un padre que han perdido un hijo, de un hijo que ha perdido a un padre, de quien combate una enfermedad, de quien ha perdido el trabajo o no lo encuentra, de quien vive situaciones de discordia en la familia, de quien experimenta la soledad por ser ancianos, de quien sufre un malestar existencial, de quien ha sufrido una injusticia, de quien ha perdido el sentido de la propia vida o no consigue encontrarlo”, explica un comunicado del Jubileo.
Al mismo tiempo recuerdan que “son muchos y de todo tipo los pequeños y grandes sufrimientos que cada uno lleva dentro de sí, pero todos ciertamente son reunidos por un “cansancio” del vivir y, a menudo, de la falta de esperanza y confianza”.
Consolar a los afligidos, una de las siete obras de misericordia espiritual, es el corazón de este gran evento jubilar dedicado a todos, pero en particular a aquellos que siente la más profunda necesidad de una palabra que dé apoyo, fuerza y consuelo, prosigue explicando el comunicado.
Con ocasión de la Vigilia, será expuesto para la veneración de los fieles en la Basílica de San Pedro el relicario de la Virgen de las lágrimas de Siracusa, unido al fenómeno prodigioso que tuvo lugar entre el 29 de agosto y el 1 de septiembre de 1953, cuando una imagen de yeso usado como cabecera de la cama matrimonial de la joven pareja de esposos Angelo Iannuso y Antonina Giusto, que representa el corazón inmaculado de María, derramó lágrimas humanas. El relicario contiene parte de estas lágrimas milagrosas.
Las lágrimas de María –concluye el comunicado– son signo del amor materno y de la participación de la Madre en relación con los problemas de los hijos: por este motivo estarán en la Basílica durante la Vigilia, para animar, consolar, apoyar y guiar a los que están en la prueba y encomendar a la Virgen María sin reservas y con la confianza de los hijos precisamente en el mes dedicado a Ella.






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El Vaticano suspende el contrato con auditora financiera
Rocío Lancho García | 26/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). – El Vaticano ha suspendido el contrato con PricewaterhouseCoopers (PwC), empresa auditora a la que encargó revisar sus finanzas. En un comunicado de la Oficina de Prensa de la Santa Sede publicado hoy ha explicado las razones para tomar esta decisión.
“La suspensión de las actividades de revisión no se debe a consideraciones sobre la integridad o la calidad del trabajo iniciado por PwC y menos a la voluntad de uno o más entes de la Santa Sede de bloquear las reformas en curso”, precisa el texto.
Asimismo indica que esto se debe a que, en el curso de su trabajo, “han surgido elementos que afectan al significado y al alcance de algunas cláusulas del contrato y su modalidad de ejecución”. Por ello, se explica en el comunicado que “dichos elementos serán sometidos a las necesarias profundizaciones”.
Por otro lado, el Vaticano informa que “la decisión de proceder de este modo ha sido adoptada después de realizar las consultas apropiadas entre las instancias competentes y expertos en la materia”.
Finalmente se manifiesta el deseo de que “esta fase de reflexión y estudio pueda realizarse en un clima de serenidad y reflexión”. Y añade que “el compromiso de una adecuada actividad de revisión económico-financiera para la Santa Sede y para el Estado de la Ciudad del Vaticano continúa siendo prioritario”.
La Santa Sede anunció el pasado 5 de diciembre que había encargado a esta auditora internacional actuar como revisor externo en sus cuentas financieras y trabajar en estrecha colaboración con la Secretaría para la Economía del Vaticano.
“El Consejo de Economía, continuando con la implementación de nuevos criterios y prácticas de gestión financiera en línea con las normas internacionales, ha dado un nuevo paso importante durante esta semana, otorgando un nuevo encargo a una empresa auditora, que se encuentra entre las más importantes a nivel internacional”, explicó la Santa Sede en ese momento.
El papa Francisco creó el Consejo de Economía el 24 de febrero de 2014 para “evaluar las directivas y gestiones concretas y analizar los informes sobre las actividades económico-administrativas de la Santa Sede”. El Consejo está formado por 15 miembros, de los cuales ocho son cardenales u obispos.






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España: El Papa nombra nuevo obispo de Palencia
Redaccion | 26/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano). El papa Francisco ha nombrado al agustino Manuel Herrero Fernández obispo de la diócesis de Palencia, hasta ahora vicario general de Santander. La diócesis de Palencia estaba vacante por traslado, como auxiliar de Valencia, de monseñor Esteban Escudero Torres. Ahora estaba al frente de la misma, como administrador diocesano, don Antonio Gómez Cantero.
El padre Manuel Herrero es vicario general de Santander desde 2002. El obispo electo de Palencia nació el 17 de enero de 1947 en Serdio-Val de San Vicente (Cantabria). Entró en el seminario menor San Agustín de Palencia (1957-1963). Realizó los cursos de Filosofía y los primeros de Teología en el Monasterio Agustino de Santa María de la Vid, La Vid y Barrios (Burgos) (1963-1964). Los completó en el Estudio Teológico Agustiniano de Valladolid y luego en el Monasterio de San Lorenzo de El Escorial (Madrid). Obtuvo el Bachillerato en Teología por la Universidad Pontificia de Comillas (Madrid) y la Licenciatura en Teología Pastoral por la Universidad Pontificia de Salamanca, sede de Madrid (1972-1974).
Emitió su profesión simple el 27 de septiembre de 1964 y la solemne el 25 de octubre de 1967, siendo miembro de la Orden Agustina, provincia del Santísimo Nombre de Jesús de España. Fue ordenado sacerdote el 12 de julio de 1970.
Inició su ministerio sacerdotal como formador en el colegio seminario agustino de Palencia (1970-1971). Después se trasladó a Madrid donde fue: director espiritual del colegio Nuestra Sra. del Buen Consejo (1971-1974); párroco de Ntra. Sra. de la Esperanza que, desde 1978, se funde también con la Parroquia Santa Ana (1974-1984); delegado del vicario de religiosas, Vicaría III (1976-1984); miembro de la comisión provincial de estudios (1977-1979); prior de la comunidad de Santa Ana y La Esperanza (1978-1983); y arcipreste de Ntra. Sra. de la Merced, Vicaría III (1977-1984). En Santander desempeñó los cargos de: primer párroco de San Agustín y profesor del seminario diocesano de Monte Corbán (1985-1995); delegado episcopal de Cáritas y Acción Social (1985-1989); y delegado episcopal de Vida Consagrada (1989-1995). De nuevo en Madrid, fue consejero provincial de Pastoral Vocacional y coordinador de la comisión provincial de Pastoral Vocacional; además de profesor de Pastoral en los centros teológicos agustinos de El Escorial y de los Negrales (1995-1999); y vicario parroquial de San Manuel y San Benito (1997-1999). Regresó de nuevo a Santander, donde continúa en la actualidad, como vicario general de pastoral (1999-2002) y párroco de S. Agustín (1999-2014).
Actualmente es profesor del Instituto Teológico de Monte Corbán, desde 1999; vicario general y moderador de la curia, desde 2002; y párroco de nuestra señora del Carmen, desde 2014.
Del 22 de diciembre de 2014 hasta el 30 de mayo de 2015 fue administrador diocesano de Santander.






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Francisco nombra nuevo arzobispo de San Cristóbal de La Habana
Redaccion | 26/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco ha aceptado la renuncia al gobierno pastoral de la archidiócesis metropolitana de San Cristóbal de La Habana, Cuba, presentada por el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, al cumplir la edad estipulada. Le sucederá en el cargo monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez, hasta ahora arzobispo de Camagüey (Cuba).
Monseñor Juan de la Caridad García Rodríguez
Mons. Juan de la Caridad García Rodríguez nació el 11 de julio de 1948. Realizó los estudios filosóficos y teológicos en el seminario de San Basilio de El Cobre y en el seminario mayor San Carlos y San Ambrosio de La Habana. Fue ordenado sacerdote el 25 de enero de 1972.
Realizó el ministerio sacerdotal en la parroquia de Morón y en la de Ciego de Ávila. Fue también párroco de Jatibonico y de Morón y vicario para la pastoral de la entonces vicaría de Ciego-Morón. En 1989 fue nombrado párroco de Florida. Fue también fundador y director de la Escuela para misioneros de la diócesis de Camagüey.
El 15 de marzo de 1997 fue nombrado obispo titular de Gummi de Proconsolare y Auxiliar de Camagüey, y recibió la ordenación episcopal el 7 de junio sucesivo. El 10 de junio de 2002 fue nombrado arzobispo de Camagüey.






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Irak: Destruyen la “iglesia del reloj” en el centro de Mosul
Redaccion | 26/04/16

El domingo 24 de abril, la iglesia latina en el centro de Mosul, oficiada por los padres dominicos y conocida como la “Iglesia de la Virgen Milagrosa” o también como la “Iglesia del reloj”, fue demolida por explosivos. Fuentes oficiales del Patriarcado caldeo, informa la agencia Fides, atribuyen este acto sacrílego de vandalismo a los militantes del Estado Islámico (Daesh) que controlan la ciudad desde el 9 de junio de 2014.
Según fuentes locales, “los yihadistas de Daesh habrían evacuado el área alrededor de la iglesia y saqueado todo lo que pudiese tener algún valor del interior, antes de detonarlo con cargas explosivas”, precisa la nota.
En el comunicado emitido por el Patriarcado caldeo se expresa dolor por “este nuevo acto de destrucción cometido contra un lugar de culto”, y también insta a los “políticos iraquíes a actuar con rapidez para fomentar una verdadera reconciliación nacional que cierre las puertas a la propagación del terrorismo”.
La iglesia latina –indica Fides– caracterizaba inequívocamente el perfil del centro histórico de Mosul, sobre todo gracias a su característico campanario con el reloj, donado a los cristianos iraquíes por la Emperatriz Eugenia, esposa de Napoleón III. Es posible que la iglesia haya sido destruida solo porque se considera históricamente vinculada a Francia.
“Las campanadas del reloj” explica sor Luigina Sako, superiora de la casa romana de las religiosas caldeas de las Hijas de María, “han marcado nuestra juventud, cuando Mosul era una ciudad en la que se vivía en paz. Recuerdo que siendo estudiante, cuando teníamos un examen importante, nos íbamos todos, cristianos y musulmanes, a llevar el billete con nuestras peticiones de ayuda a la gruta de Lourdes alojada en esa iglesia, que incluso nuestros amigos musulmanes conocían y honraban como “la iglesia de Nuestra Señora milagrosa”.





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Comentario a la liturgia dominical – Sexto domingo de Pascua
Antonio Rivero | 26/04/16

Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).
Idea principal: ¿Quién es el Espíritu Santo? ¿Qué efectos produce en nuestra alma?
Síntesis del mensaje: Cristo, en el largo discurso de despedida a los Apóstoles, les está preparando, a ellos y a nosotros también, para la venida del Espíritu Santo, Maestro divino interior, Luz para las mentes, Dulce Huésped y Consolador de nuestras almas, Arquitecto de nuestra santidad, Escultor de la imagen de Cristo en nuestro interior, Estratega en nuestras luchas, Bálsamo para nuestras heridas.
Puntos de la idea principal:
En primer lugar, ¿quién es el Espíritu Santo? La teología nos enseña que el Espíritu Santo es visto en la vida íntima de la Trinidad como el que procede del Padre y el Hijo, y constituye la comunión inefable entre el Padre y el Hijo. En la vida del creyente el Espíritu Santo instalará su morada, transformándose en luz, consuelo y maestro interior. En la vida de la Iglesia, el Espíritu Santo será el testimonio viviente de Jesús, la guía interior para el descubrimiento de toda la verdad y la fuerza para oponerse al mundo malvado, convenciéndolo del pecado. El Espírito Santo guía a la Iglesia en sus máximas decisiones y la ayuda a mantenerse unida (1ª lectura). Y a lo largo de los siglos, con los himnos dedicados al Espíritu Santo, al Espíritu Santo se le han dado unos atributos profundos: Maestro interior que nos enseña y nos explica las verdades de Cristo; dulce Huésped del alma que nos consuela en los momentos de aflicción; Escultor de la santidad, que va esculpiendo la imagen de Cristo poco a poco en nuestra alma, si le dejamos; Estratega en la batallas que debemos entablar con los grandes enemigos de nuestra santidad; ahí está Él animándonos y fortaleciéndonos en la lucha.
En segundo lugar, el efecto que este divino Espíritu deja en el alma es la paz (evangelio). Los romanos deseaban la salud (“salus”), los griegos la alegría de la vida (“Xaire”), los judíos la paz “schalom alechem” (paz a vosotros), que era la prosperidad material y religiosa, personal, tribal y nacional. Por eso en sus libros sagrados es la palabra que más sale: 239 en el Antiguo Testamento, y 89 en el Nuevo. Esta paz que nos da el Espíritu Santo es la paz de Cristo. No es la paz de los cementerios. Ni la paz que dejan las armas que callan. Ni la paz que las naciones firman en concordatos con plumas de oro y en sillones de lujo. La paz del Espíritu es la paz personal, íntima, insobornable. La serenidad del lago de la conciencia y su honradez de vida; el gozo del corazón y sus bondades humanas; el alma de Dios con sus vivencias divinas, que es tanto como decir la vida cara al sol y las estrellas. Esta paz nadie nos la puede quitar: ni una enfermedad, ni la vecina de al lado, ni el Ministerio de Hacienda, ni mi jefe de trabajo. Nadie nos la quita, sencillamente porque nadie de todos ellos nos la dio, y porque es divina. Preguntemos, si no, a Edith Stein, judía convertida al cristianismo y después monja carmelita, y hoy santa Benedicta de la Cruz, detenida por la policía alemana el 2 de agosto de 1942, y que terminó en el campo de Auschwitz, muriendo en la cámara de gas. Nunca perdió esta paz divina. O la paz de Teresa de Jesús, que nunca la perdió ni entre los pucheros de la cocina conventual ni en los carros de las fundaciones por las tierras de España y cuando se las tuvo que ver cara a cara con el rey más poderoso del mundo de ese tiempo, Felipe II. La paz de Juan de la Cruz en las noches toledanas empozado en su celda de 3×4, con los piojos airados y los rebojos de pan duro con una sardina; y así, ¡nueve meses hasta el día de su fuga!
Finalmente, y con la paz el Espíritu Santo nos proporciona también el gusto por las cosas espirituales. El hombre natural aprecia las cosas y las ventajas materiales: salud, dinero y amor…pero no es capaz de apreciar las cosas espirituales: la fe en Cristo, la vida de unión con Él, incluso a través de los sufrimientos de la vida, el amor auténtico. El Espíritu Santo nos ayuda a comprender la relatividad y fugacidad de las cosas, comparadas con las cosas divinas. Él nos enseña la docilidad interior a la voluntad divina, como manifestación concreta de nuestro amor real a Dios. No cerremos la puerta a este Dulce Huésped del alma con nuestra sordera. No le tapemos la boca a este maravilloso Maestro interior con nuestras rebeldías. No lastimemos a este Escultor divino con nuestras resistencias. Escuchemos sus gemidos inenarrables, cuando le ofendemos, y tratemos de estar siempre a su escucha, a la hora de discernir en nuestra vida personal y comunitaria (1ª lectura). Dejemos que sea el Espíritu Santo quien eleve nuestro pensamiento y afecto continuamente a la ciudad santa, el cielo, para dejarnos envolver por el fulgor divino y lo transmitamos a nuestro alrededor (2ª lectura).
Para reflexionar: ¿Cómo trato al Espíritu Santo en mi alma? ¿Le escucho? ¿Soy dócil a lo que me pide? ¿Me dejo moldear por Él? ¿Qué estoy haciendo con la paz que me dejó Cristo, como fruto del Espíritu Santo: la saboreo, la defiendo, la pisoteo?
Para rezar: Recemos las estrofas del famoso himno al Espíritu Santo:

Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.











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Beata María Antonia Bandrés y Elósegui – 27 de abril
Isabel Orellana Vilches | 26/04/16

(ZENIT – Madrid).- En un hogar acomodado de Tolosa, Guipúzcoa, España, nació esta beata el 6 de marzo de 1898. Su padre Raimundo Bandrés era un reputado jurista que había formado una gran familia junto a Teresa Elósogui. Antonia fue la segunda de quince hermanos. Nació frágil y recibió cuidados y ternura a raudales que hicieron mella en su forma de ser. Tanto derroche de atenciones revertieron en su personalidad en tal grado que durante los primeros años fue una persona inmadura en la que se apreciaba una hipersensibilidad preocupante.
Su madre se había ocupado de inculcarle muchos valores que, unidos a su gran devoción a María, fueron abriéndole luminosos caminos. Pero en el transcurso de su adolescencia, esta madre generosa y llena de piedad, no ocultó su inquietud: «¡Qué chiquilla más fastidiosa!, decía, ¡cuánto vas a sufrir con ese carácter!». Sin embargo, el germen de tan buen ejemplo ya estaba larvado en el corazón de la joven. Comenzó una labor caritativa con los pobres y necesitados que malvivían en los suburbios acompañando a su madre de la que aprendió a contemplar el rostro de Cristo en ellos. También contaba con la discreción de una empleada doméstica que la seguía solícita en esta acción solidaria que llevaba a cabo y que iba dejando una huella indeleble en los agraciados, conmovidos por su espíritu humilde, sencillo y generoso. Finura de trato y el tacto que brotaba de su caridad le permitieron suavizar las aristas que halló en personas difíciles de hábitos violentos.
Había cursado estudios en el colegio de san José, de Tolosa, erigido por la Madre Cándida, fundadora de las Hijas de Jesús, quién al conocerla, seducida por su virtud, vislumbró en ella una futura vocación. La espiritualidad mariana del centro, que tenía como objeto directo de su devoción a la Virgen del Amor Hermoso, hicieron que reviviese en Antonia el amor a María que su buena madre le infundió. En 1915, a la edad de 17 años, como en medio de su frágil salud emergía la fortaleza que proviene de la gracia divina, no dudó en consagrarse. Cumpliría así el vaticinio que la fundadora le hizo cuando era una adolescente: «Tú serás Hija de Jesús». Antonia entrevió la llamada en medio de la oración cuando realizaba los ejercicios espirituales en Loyola. El profundo y legítimo cariño que le vinculaba a su familia no fue un escollo. Y aunque experimentaba el dolor de la separación, siguió en pos de Cristo. Eso sí, reconocería con toda sencillez en el noviciado: «Solo por Dios los he dejado». Un tío suyo, Antón, agnóstico declarado, no vio con buenos ojos esta decisión, sentimiento que no pasó desapercibido para la beata.
En 1918 profesó en Salamanca y, casi a la par, su salud fue quebrándose irremisiblemente. La sonrisa en medio del sufrimiento era una constante en su rostro, como lo fue la conformidad y paz que mostró en todo instante dejando conmovido a su médico, el egregio Dr. Filiberto Villalobos. Éste comentaba con doctos amigos, como el gran Miguel de Unamuno, el impacto que le causaba ver tanta conformidad y fe en su paciente, que caminaba gozosa a un final indeclinable porque sabía que le aguardaban los brazos del Padre celestial. «¡Qué errada es nuestra vida! –exclamaba–. Esto sí que es morir!». Una reflexión que caló en el ánimo de sus interlocutores. El hecho es que Antonia había ofrecido su vida a Dios por la conversión de su tío Antón, gracia que le fue concedida y que se materializó cuando él se percató de la grandeza de su sobrina, hallando la paz en el perdón y la misericordia divina ante la imagen de la Virgen de Aránzazu.
¡Quién hubiera dicho que aquélla frágil adolescente que mostraba la herida de sus sentimientos a la primera de cambio, impulsada por una enfermiza sensibilidad, iba a actuar con tanta entereza! Que se hubiera propuesto con esa firmeza con que lo hizo: «Es preciso llegar a la cumbre», enfrentándose con bravura a una muerte inevitable que asumió uniéndose a Cristo sabedora de que Él nunca la abandonaba, creyendo que le sería otorgada la petición que hizo para su querido padrino. Si Cristo había sufrido, por qué no iba a hacerlo ella. Resoluta, clara, indeclinable en esta determinación de morir para ser dadora de vida con Él, tenía claro que ese afán de ofrenda tenía que cumplirlo con este cariz: «de hacerla, hacerla entera».
En medio de sus sufrimientos, Dios no quiso dejarla huérfana de consuelo, y ella llegó a manifestar: «¿Esto es morir? ¡Qué dulce es morir en la vida religiosa! Siento que la Virgen está a mi lado, que Jesús me ama y yo lo amo…». El 27 de abril de 1919, festividad de Nuestra Señora de Montserrat, culminó su calvario y entró en la gloria. Tenía 21 años recién cumplidos. Fue beatificada por Juan Pablo II el 12 de mayo de 1996 junto a su fundadora, la Madre Cándida María de Jesús.











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San Rafael Arnáiz Barón – 26 de abril
Isabel Orellana Vilches | 26/04/16

(ZENIT – Madrid).- Nació en Burgos, España, el 9 de abril de 1911. Su inclinación a vivir por y para Dios fue manifiesta en la infancia. «¡Solo Dios llena el alma…, y la llena toda!», decía. En esa época dorada contrajo unas fiebres colibacilares. Cuando sanó, su padre, que había visto en la curación una intervención de María, lo consagró en Zaragoza a la Virgen del Pilar en el estío de 1922. Rafael no olvidó este hecho. «Honrando a la Virgen, amaremos más a Jesús; poniéndonos bajo su manto, comprenderemos mejor la misericordia divina». La enfermedad nunca le abandonaría.
Era elegante, sensible. También caprichoso y tendente a la vanidad. Poseía una brillante inteligencia, con predominio de la intuición, que le permitió sobresalir en los estudios aunque no los cuidara debidamente. Se estableció con la familia en Oviedo, y al término de su formación básica se matriculó en la Escuela Superior de Arquitectura de Madrid. Hizo grandes amistades porque era una persona entrañable y cercana en la que se percibía la huella de Dios. Estaba vinculado al Apostolado de la Oración, a la Adoración Nocturna y a la Congregación de María Inmaculada. A los 19 años visitó el monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas y le atrajo poderosamente. El 16 de enero de 1934 ingresó en él, dejando atrás las previsiones eventuales de un futuro espléndido, y las posibilidades que le ofrecía cotidianamente el bienestar de su hogar paterno.
Su ilusión por entregarse a Dios a través de una vida penitente y contemplativa era más fuerte que todo. «La verdadera felicidad se encuentra en Dios y solamente en Dios». No contaba con la presencia repentina de la diabetes, temible entonces por sus funestas consecuencias, que le obligó a abandonar la Trapa en tres ocasiones. Comprendió el sentido purificador del dolor: «Cuando me veo otra vez en el mundo, enfermo, separado del monasterio, y en la situación en que me encuentro… veo que me era necesario, que la lección que estoy aprendiendo es muy útil, pues mi corazón está muy apegado a las criaturas, y Dios quiere que lo desate para entregárselo a Él solo». Su experiencia personal le permitía alumbrar la vida de otras personas y conducirlas a Dios. A su tía María, duquesa de Maqueda, le aconsejaba en 1935: «Déjate hacer; sufre, pero sufre amándole, amándole mucho a través de la oscuridad, a pesar de la tempestad que parece el Señor te ha puesto, a pesar de no verle, ama el madero desnudo de la cruz […]. Llora, llora todo lo que puedas y sufre, pero a los pies de la cruz, y sufre amando a Dios ¡qué felicidad!… Cómo te quiere Dios, ya lo verás algún día muy cercano».
Su rica vida interior le había permitido conocer la estrecha simbiosis espiritual que existe entre el dolor y el gozo, experiencia que halla quien busca a Dios con purísimo corazón: «Muchas veces he pensado que el mayor consuelo es no tener ninguno; lo he pensado y lo he experimentado […]. Alguna vez he sentido en mi corazón pequeños latidos de amor a Dios… Ansias de Él y desprecio del mundo y de mí mismo. Alguna vez he sentido el consuelo enorme e inmenso de verme solo y abandonado en los brazos de Dios. Soledad con Dios. Nadie que no lo haya experimentado, lo puede saber, y yo no lo sé explicar. Pero solo sé decir que es un consuelo que solo se experimenta en el sufrir…, y en el sufrir solo… y con Dios, está la verdadera alegría». Sus sentimientos recuerdan a las vivencias místicas de Juan de la Cruz y de Teresa de Jesús: «Es un nada desear más que sufrir. Es un ansia muy grande de vivir y morir ignorado de los hombres y del mundo entero… Es un deseo grande de todo lo que es voluntad de Dios… Es no querer nada fuera de Él… Es querer y no querer. No sé, no me sé explicar… solo Dios me entiende…».
En este camino de perfección iba dejando atrás lastres que en otro tiempo le habían pesado: «Todo va cambiando en mi alma. Lo que antes me hacía sufrir…, ahora me es indiferente; en cambio, voy encontrando los repliegues en mi corazón que estaban escondidos, y que ahora salen a la luz […]. Lo que antes me humillaba, ahora casi me causa risa. Ya no me importa mi situación de Oblato […]. Veo que el último lugar es el mejor de todos; me alegro de no ser nada ni nadie, estoy encantado con mi enfermedad que me da motivos para padecer físicamente y moralmente…». El eje de su vida era Cristo: «Mi centro es Jesús, es su cruz». La conciencia de su indignidad le hacía decir: «He sido un gran pecador… Perdóname, Señor, lo que digo… Yo, Señor, nada quiero, nada me importa… solo Tú… No me hagas caso, Señor… soy un niño caprichoso. Pero Tú tienes la culpa, mi Dios…¡si no me quisieras tanto!».
Resistiéndose a abandonar su vida religiosa, regresó al monasterio una cuarta vez. Tomó la decisión, aún cuando era realmente penosa y suponía un acto heroico para una situación como la suya, con una naturaleza débil que tenía que luchar contra la enfermedad. «Si lo que deseas es… mis sufrimientos, tómalos todos, Señor». Ofreció a Dios en holocausto su personal calvario, dejando brotar el potente caudal de su amor. De él quedan magistrales trazos en sus escritos, prolongación post mortem de su fecunda actividad apostólica. En ellos se detecta la finura y profundidad de esta alma delicada. «Solamente en el silencio se puede vivir, pero no en el silencio de palabras y de obras…, no; es otra cosa muy difícil de explicar… Es el silencio del que quiere mucho, mucho, y no sabe qué decir, ni qué pensar, ni qué desear, ni qué hacer… Solo Dios allá adentro, muy calladito, esperando, esperando, no sé…, es muy bueno el Señor».
Era un esteta que soñó volcar en la pintura la belleza del amor divino que selló su espíritu. Murió a consecuencia de un coma diabético el 26 de abril de 1938. Tenía 27 años. Sus restos yacen en el cementerio del monasterio. El 19 de agosto de 1989 Juan Pablo II, en la Jornada mundial de la juventud, lo propuso como modelo para los jóvenes. El 27 de septiembre de 1992 lo beatificó. Y Benedicto XVI lo canonizó el 11 de octubre de 2009.