Servicio diario - 21 de abril de 2016


 

El Papa a la Cáritas: ‘El Señor llama a nuestra puerta con el rostro del necesitado’
Redaccion | 21/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- El papa Francisco recibió este jueves en el Vaticano a los participantes del 38° Congreso de Cáritas de las diócesis italianas, que se ha desarrollado del 18 al 21 de abril en “Fraterna Domus” a pocos kilómetros de Roma sobre el tema: “Misericordiosos come el Padre”.
Francisco les recordó a los presentes que la misión educativa de la Cáritas, “pide un amor concreto hacia cada ser humano, con una opción preferencial por los pobres para los cuales el mismo Jesús nos pide ayuda y cercanía”.
Pero aún más, les solicita que el servicio caritativo esté dirigido a toda la comunidad cristiana, de manera que la sociedad crezca en la caridad y sepa encontrar caminos siempre nuevos, capaz de leer y enfrentar las situaciones que oprimen a millones de personas.
Hoy existen, indica el Papa, “desafíos globales que siembran miedo, iniquidad, especulación financiera incluso sobre los alimentos, degrado ambiental y guerras. Delante a estos retos, además del trabajo cotidiano “es necesario llevar adelante el empeño de educar al encuentro respetuoso y fraterno entre culturas y civilizaciones, el cuidado de la creación, para una ecología integral”. O sea educar a “un estilo de vida responsable”, iniciado “por grupos individuales y en las parroquias”.
El Santo Padre invitó también a estar cerca de los inmigrantes y a gestionar el tema con políticas que miren lejos, entendiendo que ellos son una riqueza y un recurso, siguiendo “tantos hermosos ejemplos que tenemos en nuestras comunidades”.
Les recordó además, que la familia es en si misma una ‘Caritas’ porque Dios mismo la ha hecho así: el alma de la familia y de su misión es el amor. “Las respuestas a muchos malestares pueden ser ofrecidos justamente por aquellas familias que, superando la tentación de la ‘solidaridad corta y episódica’” elijen colaborar entre ellas y con los otros servicios. ofreciendo su propia disponibilidad.
El Pontífice concluyó sus palabras invitando a responder al Señor en los necesitados. “Él está en la puerta de nuestro corazón, en nuestras comunidades, esperando que alguien responda a su golpear discreto e insistente: espera la caridad, o sea la caricia misericordiosa del Señor a través de la mano de la Iglesia”.





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Francisco saluda a la comunidad judía por la pascua hebrea
Redaccion | 21/04/16

(ZENIT – Roma).- El papa Francisco ha enviado este jueves un telegrama al gran rabino de Roma, Riccardo di Segni, expresando sus mejores deseos para esta fiesta de la pascua judía, Pásaj, que celebran y que comienza este viernes por la noche. La celebración evoca la liberación del pueblo judío de la esclavitud en Egipto.
En el telegrama el Santo Padre también recuerda con afecto el encuentro que tuvo en enero pasado con la comunidad judía de Roma y su visita al Templo Mayor.
“Recordando con gratitud renovada nuestro encuentro del pasado 17 de enero cuando fui recibido cordialmente por usted y la comunidad hebrea de la ciudad en el Templo Mayor, quiero expresarle mis mejores deseos para la fiesta de Pésaj que recuerda que el Todopoderoso liberó a su amado pueblo de la esclavitud y lo condujo a la tierra prometida” escribe el Papa.
“Que también hoy Él los acompañe con la abundancia de sus bendiciones, proteja a su comunidad y en su misericordia, dé a cada uno la paz. Les pido que recen por mí, y les aseguro al mismo tiempo mi oración por ustedes. Que el Altísimo les conceda crecer siempre más en la amistad”, indica el mensaje firmado ‘Franciscus Papa’.
De otro lado, la Agencia Judía de Noticias indica que el papa Francisco envió un saludo a la comunidad judía de Argentina, a través de un mensaje al Rabino Abraham Skorka, referente espiritual de la Sinagoga Benei Tikva.
“En esos días rezaré junto a ustedes recordando ‘las maravillas del Señor’ y pediré que las repita en este mundo de hoy, en nuestras sociedades y en nuestros corazones. Que podamos sentir su ‘paso’ y, una vez más, nos libere de tantas esclavitudes”, expresó.
“’Es eterna su misericordia’, cantamos con el Salmo. Pido que esta misericordia nos libere del dolor y la tristeza, de las injusticias y de toda idolatría. Que esa misericordia consuele todo llanto y toda mudez (ese no poder cantar en la tierra extranjeras y ver nuestras cítaras colgadas de los sauces) y ‘llene nuestra boca de risas’ y canticos de alegría”, agregó.
“A su comunidad, a su familia y a usted querido amigo -concluye el mensaje firmado Franciscus Papa- les envío desde el corazón este saludo y, por favor, les pido que no se olviden de rezar por mí. Que el Señor los bendiga a todos”.





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El Papa en Santa Marta: “Hagamos memoria de cómo Dios nos ha salvado”
Redaccion | 21/04/16

(ZENIT – Ciudad del Vaticano).- Recordarse de los modos y circunstancias en las que Dios se hizo presente en nuestras vidas, refuerza el camino de la fe. Este ha sido el pensamiento central del papa Francisco en la homilía de hoy jueves en la Casa Santa Marta.
Porque la fe es un camino y a medida que lo transitamos hay que recordarse de lo que sucedió. También de las cosas bellas que Dios ha realizado en nuestro camino, de los obstáculos y los rechazos, porque “Dios camina con nosotros y no se asusta de nuestras maldades”.
Y citando la primera lectura, recuerda que Pablo entra en la sinagoga de Antioquía e inicia a anunciar el Evangelio, a partir del pueblo elegido, pasando por Abraham y Moisés, Egipto y la Tierra Prometida, hasta llegar a Jesús. Es una predicación histórica la que adoptan los discípulos y es fundamental, porque permite recordar momentos importantes que son signos de la presencia de Dios en la vida del hombre.
Por ello el Santo Padre invitó a volver hacia atrás con el corazón y la mente “para ver como Dios nos ha salvado”. Y así como en el jueves y viernes santo, en la Cena Jesús al darnos su cuerpo y sangre nos dice: “hagan esto en memoria de mi”, debemos “hacer memoria de cómo Dios nos ha salvado”.
La Iglesia, explica Francisco, llama “memorial” al sacramento de la eucaristía, y en la Biblia el Deuteronomio se llama “el Libro de la memoria de Israel”. Así también nosotros debemos recordar que “cada uno de nosotros ha hecho un camino, acompañado por Dios, cerca de Dios” o “alejándonos del Señor”.
“Hacer memoria con frecuencia, de las cosas bellas, para hacer nacer un ‘gracias’ de corazón a Jesús, que no deja nunca de caminar en nuestra historia.
“Cuántas veces –señala Francisco– le hemos cerrado la puerta en la cara, cuántas veces hemos hecho como si no lo veíamos, cuántas veces no hemos creído que Él estaba con nosotros; cuántas veces hemos renegado a su salvación… Pero él estaba allí”.
“Y les doy un consejo simple: hagan memoria. ¿Cómo ha sido mi vida, cómo ha sido hoy mi día o este último año? Memoria. ¿Cómo fueron mis relaciones con el Señor? Memoria de las cosas grandes y bellas que el Señor ha hecho en la vida de cada uno de nosotros”.





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Tres días de alegría en Roma para 60 mil adolescentes que festejan su jubileo
Redaccion | 21/04/16

(ZENIT – Roma).- Miles de muchachos y muchachas de Italia y del mundo, llegarán a Roma del sábado 23 al lunes 25 de abril, en ocasión del Jubileo de los adolescentes.
La columnata de San Pedro se transformará así en un gran ‘confesionario’ y estarán además ‘las tiendas o carpas de la misericordia’ en el centro de la Ciudad. Serán tres días de intenso programa, con oración, confesión y peregrinación a la Puerta Santa de la basílica de San Pedro y otros eventos.
El momento más importante será este próximo domingo, cuando unos 60 mil jóvenes de 13 a 16 años llenarán la Plaza de San Pedro para estar junto al Papa Francisco, de acuerdo a los datos difundidos por la diócesis de Roma.
“Este tiempo precioso –les escribió el Papa– también los invita a ustedes, queridos chicos y chicas a tomar parte, a convertirse en protagonistas, descubriéndose hijos de Dios”. El Pontífice los exhortó además a sentirse llamados a vivir el Año Santo de la Misericordia participando a este gran evento con el tema “Crecer misericordiosos como el Padre”.
El sábado 23 de abril habrá confesores para los jóvenes disponibles en tres iglesia jubilares: San Salvatore in Lauro, Chiesa Nuova y San Giovanni Battista dei Fiorentini. Y desde ‘Castel Sant’Angelo’ se realizará una caminata por la Vía de la Conciliación hasta la Puerta Santa en la basílica de San Pedro.
“La célebre columnata de Bernini se transformará en el abrazo del Padre que los adolescentes podrán experimentar gracias a 150 sacerdotes que administrarán el sacramento de la Reconciliación desde la mañana hasta las 17:30 horas” indica la diócesis de Roma.
Terminado el recorrido jubilar en interior de la basílica con la profesión de fe ante la tumba de San Pedro, los jóvenes se dirigirán al Estadio Olímpico para una gran fiesta. Allí desde la tarde se realizarán diversos espectáculos, con artistas, música y exhibiciones de teatro y testimonios.
El domingo 24 será la santa misa celebrada por el papa Francisco en la Plaza de San Pedro. La jornada proseguirá con la visita a las carpas o tiendas de la Misericordia, alistadas desde el sábado hasta el lunes en siete plazas del centro histórico de Roma para que los adolescentes y habitantes de Roma compartan testimonios de obras de misericordia espirituales y corporales.
La mayor parte de los adolescentes serán hospedados en las parroquias romanas. Las comunidades que respondieron a la invitación del Servicio para la Pastoral Juvenil de la Diócesis de Roma y del Centro de Oratorios Romanos son más de doscientas. Ademas en estos días, la Policía italiana pondrá a disposición un caravan en la explanada de Castel Sant’Angelo para informar a los jóvenes sobre el uso responsable de internet y las redes sociales.





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Terremoto en Ecuador: la Iglesia está en la primera línea
Sergio Mora | 21/04/16

(ZENIT – Roma).- El pasado sábado 16 de abril, poco antes de las 19 horas locales un terremoto de 7,8 grados Richter golpeó con violencia a Ecuador. ZENIT pudo contactar telefónicamente a Mons. Lorenzo Vitolini, 69 años, enviado como sacerdote a Ecuador hace 37 años. El arzobispo de Portoviejo que en su escudo tiene el lema “Ut vitam habeant” nos indicó la dramática situación que se vive y la dificultad de retomar una vida normal. Señala también el esfuerzo de la Iglesia para estar en primera línea y muy cerca de la gente, así como de la religiosidad del pueblo que pide la bendición a los muertos antes que otro tipo de ayuda. Y que las palabras del Papa y sus oraciones fueron recibidas con gran alegría.
¿Cuál es la actual situación en su arquidiócesis?
— Mons. Voltolini: La situación es dramática, la destrucción es enorme, nadie estaba preparado para una catástrofe tan grande, similar a la que sufrió Haití, porque según los expertos el terremoto fue de 7,8 grados de la escala Richter, pero la fuerza desprendida debido a otros factores fue mucho mayor. La destrucción es grande y hay gente aún debajo de los escombros. Los muertos acertados son casi 600, la zona más golpeada es la región de Manabí, cuya capital es Portoviejo. No se puede estimar aún el valor de los daños, sí que son enormes.
¿La Iglesia logra estar en primera línea junto a la gente en este momento?
— Mons. Voltolini: Seguramente sí, porque todo lo que recibimos lo entregamos a los más necesitados. Estamos cerca de nuestra gente, sufrimos nosotros como ellos. Claro se ve más lo que hace el gobierno porque está acompañado de la publicidad del sistema.
El Papa en dos oportunidades dijo que reza por ustedes y les está cerca. ¿Cómo sienten esto?
— Mons. Voltolini: Sí, y desde el primer domingo en el Regina Coeli cuando el Papa anunció lo que había pasado en Ecuador. Esto nos conforta mucho y nos sostiene. Se reciben con alegría las palabras del Papa. He tratado de de difundirlas lo más posible porque la radio y televisión encuentran dificultad en llegar, pero el día después fueron puestas en primera página.
¿Cómo se está enfrentando la catástrofe?
— Mons. Voltolini: El gobierno ha hecho su parte bastante bien, porque se ha movido la defensa civil, la protección civil, el ejército y están llegando las cosas. Entretanto muchos recurren a la Iglesia. En el consorcio o centro de recolección Pablo VI estamos recibiendo las donaciones que distribuimos sea en Portoviejo que en la ciudad portuaria de Manta y en Pedernales. La entrega se hace a través de las parroquias que tienen sus unidades Cáritas las cuales hacen llegar la ayuda a los más necesitados. Porque si ninguno controla, alguno recibe tres veces y otro nada.
¿Han sentido la solidaridad del resto del país y de las naciones vecinas?
— Mons. Voltolini: Sí, muchos obispos me han llamado indicando que están organizando a sus Cáritas, muchas son las organizaciones que están ofreciendo su ayuda. En el momento de la necesidad, si bien de un lado se desarrollan la caridad y el voluntariado, de otro lado se producen movimientos de desesperación que no favorecen esta situación y la rebelión se hace sentir, porque a veces hay una distribución que no es equitativa.
¿Cómo explicarle a la gente esta catástrofe?
— Mons. Voltolini: Aquí hay terremotos con frecuencia, nuestra gente es muy religiosa y la primera cosa que hacen cuando hay terremotos es rezarle al Señor. Lo que nos pedían antes de todo, no eran alimentos sino la bendición. Ahora en cambio inicia el momento de volver a la normalidad y esto lo estamos sintiendo difícil.
Datos para realizar donaciones





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La Nueva Ciudad
Enrique Díaz Díaz | 21/04/16

Hechos de los Apóstoles 14, 21-27: “Contaban a la comunidad lo que había hecho Dios por medio de ellos”.
Salmo 144: “Bendeciré al Señor eternamente. Aleluya”.
“Apocalipsis 21, 1-5: “Descendía del Cielo, la ciudad santa, la nueva Jerusalén”.
San Juan 13, 31-33. 34-35: “Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros”.
En este mundo de pesimismo, de violencia y de angustia, resuenan las palabras llenas de fe y de esperanza que Juan anuncia en el Apocalipsis: “Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”. No es la utopía de un iluminado que busca olvidar su oscuridad; no son los sueños de quien quiere escapar de la realidad; no es la alienación para soportar el sufrimiento. Es la respuesta de un pueblo sometido a la más cruel persecución que encuentra en Jesús Resucitado la fuerza para levantarse y soñar que otro mundo es posible, siempre basado en su palabra y en sus promesas.
Si algo caracterizó a Jesús fue la necesidad de trastocar los valores de su mundo, no en el sentido de destruirlo y crear otro distinto, sino en el de renovarlo desde sus raíces y hacerlo desde la pequeñez, desde la oscuridad, desde el anonimato. Jesús fue un soñador, pero un soñador cimentado fuertemente en el amor de Dios su Padre. Desde el amor y a través del sufrimiento, del fracaso, del dolor, pudo construir un mundo nuevo y diferente. Los primeros discípulos de Jesús estaban convencidos firmemente que Él supo convertir su fracaso en fermento de renovación del género humano, y que Dios ratificó esa entrega total de su vida con el triunfo en la Resurrección.
Hoy encontramos en la liturgia tres testimonios que nos llevarán a nosotros, discípulos no muy entusiastas y un poco acartonados, a quedarnos admirados ante el entusiasmo y la valentía con que aquellos hombres sencillos enfrentaban los grandes retos de vivir y proclamar un Evangelio que visto desde lejos parecía destinado al fracaso y que a partir de la Cruz toma nueva luz y se iluminaba en medio de todas las dificultades.
No es humanamente posible entender la entrega sin límites de Pablo que se multiplica no sólo en los lugares de tradición judía sino que se aventura a abrir las puertas del paganismo porque el Evangelio no pueden encerrarse en las fronteras sino que se propaga y extiende por toda la humanidad. El proyecto de Jesús no puede limitarse a un pueblo o una cultura,
El modo de vivir y de extender el Evangelio va desde el interior de la persona como lo proclama Juan en esa especie de despedida en que nos ofrece la herencia y el deseo de Jesús: “Les doy un mandamiento nuevo: que se amen los unos a los otros, como yo los he amado”. Usando toda su ternura, llama a sus discípulos “Hijitos”, antes de proponerles el método y forma de vivir su Evangelio. Es lo que dará identidad y cohesión a los nuevos discípulos. Si se aman mutuamente con el amor que Jesús los ha amado, no dejarán de sentir su presencia, de percibir su espíritu y de construir su reino. El amor que han recibido de Jesús seguirá difundiéndose entre los suyos. Es lo que distingue al discípulo de Jesús: el amor. No entendido en el amor erótico tan de moda en nuestros tiempos, ni siquiera entendido en el afecto que se establece entre los amigos o los parientes. Jesús lleva mucho más allá su amor: el amor incondicional, de entrega, de servicio, de donación. Nada tiene que ver con el amor comercial y de intercambio que la sociedad actual proclama; nada con el amor egoísta que ama sólo a quien lo ama; es el amor capaz de superar las barreras y los obstáculos para acercarse al otro con el mismo amor de Jesús que nos invita: “Sean misericordiosos como su Padre celestial es misericordioso”. Es la señal de sus discípulos, es la señal del cristiano: el amor. Que no quede este mandamiento “nuevo”, sin estrenar, guardado bellamente en un nicho… que lo hagamos gastarse y desgastarse en la entrega generosa de nuestra persona como nuestro Padre nos ha amado. Ya el salmo nos pone el gran modelo: “El Señor es compasivo y misericordioso, lento en enojarse y generoso para perdonar. Bueno es el Señor para con todos y su amor se extiende a todas sus creaturas”. Parecerse a nuestro Padre Misericordioso sin venganzas sino siempre dispuestos al perdón.
Algunos pasajes del libro de Hechos de los Apóstoles nos presentan esta comunidad idílica donde el amor a Dios y a los hermanos se convierte en la fuente de la vida de esa pequeña comunidad. Y no es que no hubiera problemas, cada persona tiene sus propios intereses, sus cualidades y defectos, y la vida en comunidad siempre tiene sus dificultades. Pero las primeras comunidades son conscientes de que el amor que nos tiene Jesús es el mayor ejemplo y el mejor motor para construir una nueva comunidad. No se puede pensar en cristianos derrotados por la adversidad, la violencia o la mentira. Cristo con su Resurrección las vence y da nueva vida. Así lo entendió la perseguida comunidad del Apocalipsis, que a pesar de todos los dragones y bestias, símbolos inequívocos de perversión, maldad e injusticia, se atreve a proclamar con todas sus fuerzas su seguridad de alcanzar una nueva ciudad, símbolo de paz y de justicia. “Ésta es la morada de Dios con los hombres: vivirá con ellos como su Dios y ellos serán su pueblo. Dios enjugará todas sus lágrimas y ya no habrá muerte ni duelo, ni penas ni llantos, porque todo lo antiguo se terminó”.
Esta es la ciudad ideal construida con los cimientos del amor vivido al estilo de Jesús, de la justicia que da vida, de la paz que se comparte con todos los humanos. Una ciudad que podemos construir si, abandonando nuestros egoísmos, nos entregamos en el servicio y la donación plena: “Éste es mi mandamiento… que se amen los unos a los otros”. Así podremos construir la Nueva Ciudad, la Ciudad de Dios.
Señor Jesús, que nos has amado hasta el extremo, inflama nuestros corazones en tu divino amor, para que superando nuestros egoísmos, podamos construir la Nueva Jerusalén. Amén.





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Beato Francisco de Fabriano – 22 de abril
Isabel Orellana Vilches | 21/04/16

(ZENIT – Madrid).- Nació en Fabriano, Ancona, Italia, en febrero de 1251. Era hijo de Compagno Venimbeni, médico, y de Margarita di Federico. Ésta debió haber prometido mediante voto que si tenía un hijo acudiría a Asís en peregrinación. Y cuando el muchacho tuvo edad de viajar lo llevó consigo. En este recorrido sucedió un hecho significativo para el futuro del pequeño. Tuvieron un encuentro con Angelo Tancredi, uno de los discípulos de san Francisco, quien mirando a los ojos del niño vaticinó: «Tú serás uno de los nuestros». Fue un hecho que el mismo beato narró en su Cronica Fabrianensis redactada en 1319.
Impresionada Margarita por estas palabras, se ocupó de recordar con frecuencia a su hijo que tendría que consagrarse y vincularse a la Orden franciscana, idea con la que creció. Profesionalmente el joven Francisco no quiso seguir los pasos de su padre, y en lugar de cursar medicina eligió la carrera de filosofía. Entre todos los pensadores de la época sintió predilección por san Buenaventura, al que admiraba. En 1267, a los 16 años, ingresó en la Orden de los Hermanos Menores. Mientras hacía el noviciado se le concedió acudir a la Porciúncula donde se hallaba fray León, uno de los primeros seguidores de san Francisco que moriría en 1271. Él, fray Angelo Tancredi y fray Rufino fueron artífices de la Leyenda de los tres compañeros, una de las fuentes capitales para conocer lo que aconteció en torno a la vida del Poverello. Los textos van precedidos de una carta dirigida al ministro general de la Orden, Crescentius de Aesio, fechada en Greccio el 11 de agosto de 1246, que acompaña a las anotaciones tomadas por estos tres discípulos suyos que fueron testigos de sus pasos. Es decir, que ellos no fueron los autores de la obra, pero dieron las claves para conocer la vida de san Francisco.
Una vez que san Buenaventura redactó la Leyenda mayor, reconocida por el capítulo general de París en 1266 (antes había sido aprobada por el capítulo general celebrado en Pisa en 1263), los restantes relatos quedaron fuera de la circulación. Pero indudablemente conocer de primera mano el devenir del fundador, nada menos que a través de fray León, fascinó al beato de Fabriano. Incluso tuvo la fortuna de haber leído los escritos de este fiel seguidor del Seráfico padre, y así lo consignó en la Cronica. «He aquí que yo, fray Francisco de Fabriano, hermano menor inútil e indigno, hago constar en este escrito que he leído y he visto autentificado con el sello del señor obispo de Asís el documento de indulgencia de la Porciúncula… y esto me lo testimonió fray León, uno de los compañeros de san Francisco, hombre de vida probada, al que conocí el año que vine [al convento] y fray León narró haber escuchado de la labios de san Francisco cómo la obtuvo [la indulgencia] de nuestro señor y papa Honorio III».
En 1268 Fabriano culminaba su noviciado en el convento de porta Cervara, y justo ese año falleció el padre Raniero, que había sido rector de Santa María di Civita y con el que san Francisco se confesó en algunas ocasiones. También a él le vaticinó –pero en este caso lo hizo el mismo Poverello–, que un día sería franciscano, como así sucedió. Francisco de Fabriano impulsó la construcción de un nuevo convento en su localidad natal. Al poder adquirir el terreno por una cantidad razonable, juzgó que era un milagro de su fundador que en uno de sus viajes a la localidad había predicho a María, esposa de Alberico, que un día los frailes se establecerían en el lugar. El beato Francisco fue nombrado superior de este convento en 1316, y desde 1318 a 1321. En ese periodo, a propósito de la celebración del segundo capítulo provincial, solicitó la generosa ayuda de los ciudadanos para atender a todos los hermanos que participaban en él y que provenían de todas las Marcas, obteniendo su inmediata respuesta. Como buen franciscano no tenía nada propio. El dinero que le legó su padre lo invirtió en construir una valiosa biblioteca en la que custodió importantes manuscritos. De ahí que se le considere el «primer fundador de bibliotecas» de la Orden franciscana.
De su generosidad sabían bien los menesterosos, a los que ayudaba preparándoles la comida y distribuyéndola en la puerta del convento. Vestía una áspera túnica y se infligía duras mortificaciones, apenas descansaba, y lo poco que dormía lo hacía encima de un duro jergón. Pasaba las horas prácticamente en oración, meditando en los misterios de la Pasión de Cristo, por los que sentía especial devoción; le arrancaban amargas lágrimas. Una gran parte de su tiempo transcurría en el confesionario y en la predicación, pero también atendía a los enfermos y les ayudaba a prepararse para un bien morir.
Fue particularmente devoto de las almas del Purgatorio, por las que oraba y ofrecía sus penitencias. Al respecto se cuenta que, en una ocasión, mientras oficiaba la misa por ellas, como solía hacer con frecuencia, aunque la iglesia estaba casi vacía se escucharon muchas voces que alegremente respondían «Amén» a las oraciones de la antigua liturgia de la misa de difuntos; se cree que provenían de ellas. En todo caso, cuando celebraba la misa siempre se podía apreciar el recogimiento y fervor que acompañaba al beato. Llevaba cuarenta y cinco años en la vida religiosa admirablemente sellados por su virtud cuando le fue vaticinado el día de su deceso, hecho que se produjo el 22 de abril de 1322. Pío VI aprobó su culto el 1 de abril de 1775.





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San Conrado (Juan Evangelista) Birndorfer de Parzham – 21 de abril
Isabel Orellana Vilches | 20/04/16

(ZENIT – Roma).- El testimonio de vida de este humilde capuchino nuevamente pone de relieve que la santidad se alcanza en cualquier misión por sencilla que sea. El dintel del convento y la campanilla que avisaba de la presencia de alguien era el escenario cotidiano de Conrado. Ante todo recién llegado al claustro de la ciudad bávara de Altötting con su cálida sonrisa y sencillez dibujaba seductoras expectativas aventurando las bendiciones que podían derramarse sobre ellos en el religioso recinto. Para un santo las contrariedades son vehículos de insólita potencia que le conducen a la unión con la Santísima Trinidad. Él sobrenaturalizó lo ordinario en circunstancias hostiles. Y conquistó la santidad. No hicieron falta levitaciones, milagros, ni hechos extraordinarios, sino el escrupuloso cumplimiento diario de su labor realizada por amor a Cristo. En la portería que tuvo a su cargo durante más de cuatro décadas no olvidó que franqueaba el acceso a su divino Hermano, especialmente cuando los pobres llegaban a él y les atendía con ejemplar caridad. Con virtudes como la amabilidad, caridad y paciencia, fruto de su recogimiento, forjaba su eterna corona en el cielo, aunque ni sus propios hermanos de comunidad podían sospecharlo.
Nació en Venushof, Parzham, Alemania, el 22 de diciembre de 1818 en el seno de una acomodada familia de labradores que tuvieron diez hijos, de los cuales fue el penúltimo. Estos generosos progenitores, con sus prácticas piadosas diarias realizadas en familia, le enseñaron a amar a Cristo, a María y a conocer la Biblia. No era extraño que con ese caldo de cultivo siendo niño le agradase tanto orar y sentirse feliz al hablar de Dios. Su madre advertía en el pequeño una chispa especial cuando narraban las historias sagradas, y le preguntaba: «Juan, ¿quieres amar a Dios?». La respuesta no se hacía esperar: «Mamá, enséñeme usted cómo debo amarle con todas mis fuerzas». Creció aborreciendo las blasfemias y el pecado. Poco a poco se vislumbraba su amor por la oración. A esta edad fue manifiesta su inclinación por el espíritu franciscano. A los 14 años perdió a sus padres y se convirtió en punto de referencia para sus hermanos. Todos siguieron ejercitando las prácticas que ellos les enseñaron. Juan, en particular, aprovechaba la noche para rezar y realizar penitencias que muchas veces solían durar hasta el alba.
En 1837 inició su formación con los benedictinos de Metten, Deggendorf. Pero se ve que lo suyo no era el estudio. En una visita que efectuó al santuario de Altötting tuvo la impresión de que María le invitaba a quedarse allí. Sin embargo, en 1841 se vinculó a la Orden Tercera de Penitencia (Orden franciscana seglar). Dios le puso otras cotas que no supo interpretar y las expuso a un confesor después de haber orado ante la Virgen de Altötting. El sacerdote le dijo: «Dios te quiere capuchino». Repartió sus cuantiosos bienes entre los pobres y la parroquia para ingresar en el convento de Laufen en 1851. Tenía 33 años. Allí tomo el nombre de Conrado.
Su noviciado estuvo plagado de pruebas y públicas humillaciones que, pese a ser de indudable dureza, aún le parecían nimias para lo que juzgaba merecía: «¿Qué pensabas? –se decía–, ¿creías que ibas a recibir caricias como los niños?». En esos días escribió esta nota: «Adquiriré la costumbre de estar siempre en la presencia de Dios. Observaré riguroso silencio en cuanto me sea posible. Así me preservaré de muchos defectos, para entretenerme mejor en coloquios con mi Dios». Tras la profesión fue destinado a la portería del convento de Santa Ana de Altötting, noticia que le llenó de alegría. Era un lugar donde la afluencia de peregrinos exigía la atención de una persona exquisita como él. En aquel pequeño reducto se santificó durante cuarenta y tres años, viviendo el recogimiento en medio de la algarabía creada por el constante ajetreo de los peregrinos. «Estoy siempre feliz y contento en Dios. Acojo con gratitud todo lo que viene del amado Padre celestial, bien sean penas o alegrías. Él conoce muy bien lo que es mejor para nosotros […]. Me esfuerzo en amarlo mucho. ¡Ah!, este es muy frecuentemente mi único desasosiego, que yo lo ame tan poco. Sí, quisiera ser precisamente un serafín de amor, quisiera invitar a todas las criaturas a que me ayuden a amar a mi Dios».
Un día advirtió una celdilla casi oculta debajo de la escalera. Tenía una pequeña ventana que daba a la Iglesia. Y su corazón palpitó de gozo: ¡desde allí podía ver el Sagrario! Era un lugar oscuro y reducido. A fuerza de insistencia consiguió que le dejaran habitarla y en esa morada siguió cultivando su amor a Cristo crucificado y a María. Ayudaba a la sacristía y en las primeras misas oficiadas en el santuario. Sus superiores le autorizaron a comulgar diariamente, algo excepcional en esa época. Nadie le oyó quejarse ni lamentarse. Trataba con auténtica caridad a todos, especialmente a las personas que intentaban incomodarle y socavar su admirable y heroica paciencia. Nunca perdió la mansedumbre. «La Cruz es mi libro, una mirada a ella me enseña cómo debo actuar en cada circunstancia». Fue un gran apóstol en la portería, el hombre del silencio evangélico: «Esforcémonos mucho en llevar una vida verdaderamente íntima y escondida en Dios, porque es algo muy hermoso detenerse con el buen Dios: si nosotros estamos verdaderamente recogidos, nada nos será obstáculo, incluso en medio de las ocupaciones que nuestra vocación conlleva; y amaremos mucho el silencio porque un alma que habla mucho no llegará jamás a una vida verdaderamente interior».
Logró convertir a personas de baja calaña, hombres y mujeres, que después se entregaron a Dios en la vida religiosa. En sus apuntes espirituales se lee: «Mi vida consiste en amar y padecer […]. El amor no conoce límites». Sintiéndose morir, tocó la puerta del padre guardián diciéndole: «Padre, ya no puedo más». Tres días más tarde, el 21 de abril de 1894, falleció. Pío XI lo beatificó el 15 de junio de 1930, y lo canonizó el 20 de mayo de 1934.