Lo admito: yo me encontraba entre los pesimistas, es decir, entre los que pensaban que el Papa no haría nada y que, al fin, renunciaría a venir hasta aquí. De hecho, en Bangui –ahora lo podemos y debemos decir– han tirado hasta el día anterior. Y, sin embargo, el Papa ha querido obstinadamente llegar aquí; y todo ha ido bien, más allá de toda previsión optimista. Durante dos días la gente de todo el país ha llenado las carreteras de la capital, ha cantado, ha danzado y ha gritado de alegría. No pasaba así desde hace años. Si luego la guerra acaba realmente, entonces no habrá sido solo una jornada histórica, sino que habrá ocurrido un milagro.

Mientras observaba al papa Francisco que abría de par en par la Puerta Santa del Jubileo de la Misericordia –y Bangui, inesperadamente, se convertía en la capital espiritual del mundo– me parecía que al abrirse no eran las dos puertas pesadas y solemnes de una antigua catedral, sino los barrotes de una prisión. Efectivamente, desde hace ya tres años, la República Centroafricana estaba como atrapada en una prisión de odio, de violencia, de venganza y de miedo de la que parecía imposible salir. Antes de realizar ese gesto, el papa Francisco, haciéndose en un instante con la simpatía y el entusiasmo de todos, ha querido pronunciar en sango dos palabras que los centroafricanos las han repetido después, gritando: Ndoyé, siriri, o sea, amor, paz… como si fueran las dos llaves necesarias para abrir esa puerta y salir de la prisión. Y la puerta se ha abierto.

Posteriormente, reflexionando sobre lo que estaba sucediendo, me ha venido a la mente la parábola del Evangelio en la que Jesús habla de un banquete de bodas en la que el que estaba sentado en el último lugar es súbitamente invitado a un puesto más arriba. Por un día Centro África, cansada y desalentada de llegar siempre la última en toda competición, demasiada acostumbrada a ocupar indefectiblemente los últimos puestos de todo escalafón, a veces incluso rechazando a ponerse en juego, evitando de este modo feas semejanzas…, pues bien, al menos por un día, Centro África ha experimentado la alegría de sentarse en un puesto de honor en el banquete de las naciones, de ocupar la primera posición de un podio en el que no pensaba nunca subir. Finalmente por una vez, de Bangui han llegado buenas noticias, solo imágenes de paz.

Pero si es verdad que nos hemos convertido de improviso en los primeros de la clase –y dejadnos que, al menos por un poco de tiempo, nos alegremos de este complejo de superioridad–, la tarea de liberarse es difícil. Aún no sabemos lo que significa ser la capital espiritual del mundo, pero esta vez nos toca a nosotros y haremos de todo para no decepcionaros. Sin embargo, el papa Francisco nos ha indicado un camino, justamente a partir del nombre mismo de este país situado en el centro del continente, pero del que solo al final del día, el mundo ignoraba casi su existencia. En lengua sango Centro África se dice Be-Afríka, que significa Corazón de África. Y he aquí la interpretación originalísima del papa Francisco. “Este país de un nombre tan sugerente, situado en el corazón de África, está llamado a descubrir al Señor como verdadero Centro de todo lo que es bueno: vuestra vocación es encarnar el corazón de Dios en medio de vuestros conciudadanos”.

Llegar a ser el corazón de Dios para el mundo. Eso es lo que significa ser la capital espiritual del mundo. Aquí ya es Jubileo. Esta vez Centro África no solo está al final, sino que va adelantada.