Tribunas

De obispos y alcaldes o alcaldesas

José Francisco Serrano

La Iglesia en España está probando una nueva forma de relación con el poder político en el nivel municipal y autonómico. Una experiencia interesante, no sé si premonitoria, que obliga a un añadido ejercido de realismo y de persuasión, también pública. Un nuevo escenario que se construye de imágenes de presencias y ausencias, de visitas y de encuentros.

Si hablamos de la política simbólica, nos topamos con el hecho de que la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, en vísperas de su peregrinación romana, fue a visitar al arzobispo, monseñor Carlos Osoro, al palacio episcopal. Quizá por las buenas relaciones, -confesadas por la alcaldesa-, de Carmena con el Vicario episcopal José Luis Segovia, abogado en ejercicio en la compleja Vallecas de los años ochenta.

En Valencia es el cardenal Cañizares quien se acerca al Ayuntamiento de la ciudad para saludar al alcalde de la capital del levante, Joan Ribó, que recibe al cardenal en mangas de camisa.

En Pamplona, el arzobispo y el nuevo alcalde se saludan en la sacristía, minutos antes de la celebración eucarística del Patrono de la ciudad.

Y en Sevilla, el concejal portavoz de IU, de cuyo nombre no me quiero acordar, habla en los mensajes que carga el diablo de “muñecos” refiriéndose a las imágenes de semana Santa.

Santiago de Compostela, el día del apóstol, solemnidad, ausencia. Y una homilía bien pensada, bien escrita y bien pronunciada de monseñor Julián Barrio.

Un texto que le salió de su raíz académica dedicada a la filosofía, y que recodaba, así, lo que pretende la Iglesia en al sociedad: “En la  Iglesia las palabras-clave no son el poder, la imposición o el dominio, sino la actitud de servicio: “el que quiera ser  grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros,  que sea vuestro esclavo”. La lógica del cristiano, incomprendida por el mundo, es morir para vivir; ser pobre para ser rico; abajarse para ser levantado; ser último para ser el primero; hacerse pequeño para ser grande; perder la vida para encontrarla, recorriendo el camino de la caridad”.

Por si quedara alguna duda, monseñor Julián Barrio aclaró en su homilía que “el testimonio del apóstol Santiago nos motiva a vivir los  valores del Evangelio, convencidos de que el cristianismo favorece la vida espiritual de las personas y de los pueblos, iluminando la dimensión cultural, social, económica y política para volver a la verdad del hombre. “No se trata de una confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una cuestión de sentido al que se confía la propia libertad”, sabiendo que “no se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre”. Es el modo de transformar nuestra sociedad”.

 

José Francisco Serrano Oceja