Entrevista al Padre Manuel Segura, uno de los jesuitas que forman la Comunidad de San Hipólito, en el centro de la ciudad cordobesa. Con una vida llena de experiencias “con trazos de novela”, y a sus 86 años, sigue muy activo en su consagración.

-Padre Manuel, con sus 86 años, ya casi no se acordará de la fecha en que entró de jesuita.

Padre Manuel.- Sí me acuerdo. Entré de novicio en El Puerto de Santa María en septiembre de 1945, con 17 años, recién terminado el Bachillerato.

- ¿Ha vivido sus 70 años de jesuita siempre en Andalucía, o ha tenido una vida más viajera?

PM.- Un poco más viajera. En tiempo de estudios ya fui a Barcelona para la Filosofía y luego a Inglaterra para la Teología. Después me mandaron al Paraguay seis años y a continuación a Chile casi cuatro años. De Chile volví a España y ya no he salido fuera sino para los Capítulos Generales en Roma y breves viajes a Cuba, República Dominicana y Chile, para dar Ejercicios Espirituales a los jesuitas de esos países.

-Y de cada uno de esos lugares guardará algún recuerdo especial.

PM.- Claro. En Barcelona aprendí a admirar a los catalanes y en Inglaterra comprendí más que nunca la utilidad del sentido del humor y la importancia  de estudiar a fondo. En Paraguay, viví la dictadura de Stroessner: todo el que no estaba de acuerdo con él era comunista y había que eliminarlo. Se enfrentó con la Jerarquía de la Iglesia. Y de los jesuitas decía que éramos “peces rojos nadando en agua bendita”. A mí intentaron matarme dos veces, fingiendo un accidente. Pero junto con ese recuerdo sombrío de la dictadura de Stroessner, guardo un recuerdo magnífico de los jesuitas del Paraguay y de la bondad y buen humor de todos los paraguayos. En Chile, en tiempos de Allende, viví tiempos turbulentos, pero lo que más recuerdo es la fuerte unión entre los jesuitas, para afrontar juntos los problemas. Tiempos duros pero hermosos. Poco después de mi vuelta a España, me destinaron a Tenerife, a la Universidad de La Laguna. Allí estuve 26 años, seguramente los más tranquilos de mi vida, dando clases en la Universidad y colaborando con sacerdotes, religiosos y religiosas en la pastoral universitaria. Cuando me jubilé, me dediqué a dar cursos de Competencia Social a profesores de Primaria y Secundaria en toda España. Esos cursos los continué cuando me destinaron a Córdoba hace cinco años.

-Dígame, ¿cómo se le ocurrió a usted hacerse jesuita?

PM.- Yo vivía en Granada y frecuentaba la Congregación Mariana de “los Estanislaos”. Allí tuve ocasión de conocer muchos jesuitas jóvenes que estudiaban teología en la Cartuja. Recuerdo que me llamaba mucho la atención dos características de ellos: una, que siempre estaban contentos, nunca tristes o enfadados; dos, que nunca hablaban mal unos de otros. Esas dos cualidades me llevaron a pensar que debían tener algún “secreto” para ser tan distintos de los demás. Me interesé por conocerlos más y de ese trato surgió mi vocación, el tesoro más grande que Dios me ha dado en mi vida.

-Cuando usted habla de san Ignacio ¿cuál es el detalle que suele contar?

PM.- Una anécdota: al principio de su conversión se proponía vivir como los santos cuya vida había leído: se vistió de saco, no se cortaba el pelo ni las uñas, mendigaba para comer. Empezó a dudar de si aguantaría esa forma de vivir durante muchos años. Llegó a desesperarse y tuvo la tentación de tirarse entre los peñascos y matarse. Pero poco después, orando a la orilla del río, comprendió que, en vez de seguir al Espíritu, había intentado ir delante de Él. Desde entonces, buscó saber primero lo que Dios le pedía y luego cumplirlo a rajatabla.

-¿Qué hace usted en un día normal, cuál es su horarios?

PM.- Me levanto a las seis y media y me voy a la capilla a hacer la primera oración del día. Luego contesto el correo electrónico y doy un paseo de 45 minutos, recomendado por el médico. Por la tarde digo mi misa, rezo otro buen rato y trabajo en un libro que estoy escribiendo, de “reflexiones cristianas”. Tengo mucho material y tardaré en terminarlo.

-Veo que, a pesar de su edad, sigue usted bien activo y contento.

PM.- Claro que sí. Y mientras Dios me dé salud, seguiré trabajando por Él con todas mis fuerzas.

Compañía de Jesús

Fue fundada por San Ignacio de Loyola. Nació en 1491, un año antes del descubrimiento de América y durante su vida conoció el rompimiento de Lutero, Calvino y Enrique VIII con la Iglesia. Y vivió la reacción de la Iglesia en el Concilio de Trento. Cuando tenía 30 años, Ignacio fue herido en un ataque francés a Pamplona. Durante su convalecencia en Loyola, no pudo leer novelas, sino la Vida de Cristo y varias vidas de santos. Ignacio se convierte, por la lectura de esos libros e intenta vivir pobremente, pero comprende que, para hacer el bien, necesita estudiar y hacerse sacerdote y así lo hace. En París reúne un grupo de compañeros -entre ellos, Francisco Javier- con los que luego formará la Compañía de Jesús en 1541.

En Córdoba, el primer Colegio de los jesuitas se fundó en 1553. Desde entonces ha habido tres expulsiones y una disolución de la Compañía en España. La disolución fue en la Segunda República, en 1931 y el decreto oficial restaurando la Compañía de Jesús en España llegó en 1938.
Ahora viven en Córdoba doce jesuitas, todos sacerdotes: siete en San Hipólito y cinco en Pintor el Greco. Los de San Hipólito trabajan pastoralmente en el templo y atienden el Centro Cultural San Hipólito. El grupo de Pintor el Greco trabaja en la Universidad Loyola, en el Centro Cultural San Hipólito y en la Parroquia San Pelagio.
 
(Diócesis de Córdoba)