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El mundo visto desde Roma

Servicio diario - 26 de julio de 2015

La frase del día 26 de julio

'La belleza salvará al mundo' (Dostoevskij)

 


El papa Francisco

Texto completo del ángelus del papa Francisco del domingo 26 de julio
El Papa recuerda que Jesús no es solamente sanador si no maestro. Jesús sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios

El Papa se inscribe en la JMJ de Cracovia
Al finalizar el ángelus, y a través de una tableta, Francisco hace su inscripción acompañado de dos jóvenes. Además hace un llamamiento para la liberación de los secuestrados en zonas de conflicto

Espiritualidad y oración

Beata María Magdalena Martinengo - 27 de julio
  «Aristócrata, de espléndida belleza y frágil salud, probó su amor a Dios abrazada a heroicas penitencias. Fue agraciada con numerosos bienes espirituales y dones diversos»


El papa Francisco


Texto completo del ángelus del papa Francisco del domingo 26 de julio
 

El Papa recuerda que Jesús no es solamente sanador si no maestro. Jesús sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios

Por Redacción

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

El santo padre Francisco ha rezado este domingo la oración del ángelus desde su estudio en el Palacio Apostólico en el Vaticano, delante de una multitud de fieles reunidos en la Plaza de San Pedro.

Publicamos a continuación el texto completo de las palabras del Papa para introducir la oración mariana             

Queridos hermanos y hermanas, buenos días.                     

El Evangelio de este domingo (Jn 6, 1-15) presenta el gran signo de la multiplicación de los panes, en la narración del evangelista Juan. Jesús está en la orilla del lago Galilea, y está rodeado por “una gran multitud” atraída por “los signos que realizaba sobre los enfermos". En Él actúa la potencia misericordiosa de Dios, que sana de todo mal de cuerpo y del espíritu. Pero Jesús no es solo sanador, es también maestro: de hecho sube al monte y se siente, en la típica actitud de maestro cuando enseña: sube sobre esa “cátedra” natural creada por su Padre celeste. Es este punto, Jesús, que sabe bien lo que va a hacer, pone a prueba a sus discípulos. ¿Qué hacer para dar de comer a toda esta gente? Felipe, uno de los Doce, hizo un cálculo rápido: organizando una colecta, se podrán recoger como máximo doscientos denarios para comprar pan, y aún así no bastaría para alimentar a cinco mil personas.

Los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica de comprar la sustituye con la del dar. Las dos lógicas, la del comprar y la del dar. Y así, Andrés, otro de los apóstoles, hermano de Simón Pedro, presenta a un joven que pone a disposición todo lo que tiene: cinco panes y dos peces; pero seguro --dice Andrés-- no son nada para esa multitud (cfr v. 9). Pero Jesús esperaba precisamente esto. Ordena a los discípulos que hagan sentarse a la gente, después tomó esos panes y esos peces, dio gracias al Padre y los distribuyó (cfr v. 11). Estos gestos anticipan los de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más profundo y verdadero. El pan de Dios y Jesús mismo. Haciendo la Comunión con Él, recibimos su vida en nosotros y nos hacemos hijos del Padre celeste y hermanos entre nosotros. Haciendo la Comunión nos encontramos con Jesús realmente vivo y resucitado. Participar en la Eucaristía significa entrar en la lógica de Jesús, la lógica de la gratuidad, del compartir. Y aunque seamos pobres, todos podemos dar algo. “Hacer la Comunión” significa también obtener de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los otros lo que somos y lo que tenemos.

La multitud se conmueve por el prodigio de la multiplicación de los panes, pero el don que Jesús ofrece es plenitud de vida para el hombre hambriento. Jesús sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios. Frente al sufrimiento, la soledad, la pobreza y las dificultades de tanta gente, ¿qué podemos hacer nosotros?

Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos. Seguramente tenemos alguna hora de tiempo, algún talento, alguna capacidad… ¿Quién de nosotros no tiene sus “cinco panes y dos peces”? Si estamos dispuestos a ponerlos en las manos del Señor, bastarán para que en el mundo haya un poco más de amor, de paz, de justicia y de alegría.

¡Cuánto es necesaria la alegría en este mundo! Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don.

Nuestra oración apoye el compromiso común para no falte nunca a nadie el Pan del cielo que da vida eterna y lo necesario para una vida digna, y se afirme la lógica del compartir y el amor. La Virgen María nos acompañe con su materna intercesión.

Después del ángelus,

Queridos hermanos y hermanas,

hoy se abren las inscripciones para la XXXI Jornada Mundial de la Juventud, que tendrá lugar el año que viene en Polonia. He querido abrir yo mismo las inscripciones y por eso he hecho venir junto a mí a un joven y una joven para que estén conmigo en el momento de abrir las inscripciones aquí delante de vosotros. (El Papa hace la inscripción desde una tableta) ¡Me he inscrito! Mediante este dispositivo electrónico me he inscrito como peregrino a esta Jornada. Celebrada durante el Año de la Misericordia, esta Jornada será, en cierto sentido, un jubileo de la juventud, llamado a reflexionar sobre el tema “Beatos los misericordiosos, porque encontrarán misericordia (Mt 5,7). Invito a los jóvenes de todo el mundo a vivir esta peregrinación tanto dirigiéndose a Cracovia, como participando en este momento de gracia en las propias comunidades.

Dentro de algunos días tendrá lugar el segundo aniversario de cuando, en Siria, fue secuestrado el padre Paolo Dall’Oglio. Hago un sincero y urgente llamamiento para la liberación de este estimado religioso. No puedo olvidar tampoco a los obispos ortodoxos secuestrado en Siria y a todas las otras personas que, en las zonas de conflicto, han sido secuestradas. Espero el renovado compromiso de las autoridades locales e internacionales competentes, para que a estos hermanos nuestros se les devuelva pronto la libertad. Con afecto y participación de sus sufrimientos, queremos recordarles en la oración. Y rezamos todos a la Virgen. Dios te Salve María…

Saludo a todos vosotros peregrinos, peregrinos procedentes de Italia y de otros países. Saludo a la peregrinación internacional de la Hermanas de San Felice, los fieles de Salamanca, los jóvenes de Brescia que están realizando un servicio en el comedor de los pobres de Cáritas de Roma, y los jóvenes de Ponte San Giovanni (Perugia). Hoy 26 de julio, la Iglesia recuerda a los santos Joaquín y Ana, padres de la Beata Virgen María, y por tanto, los abuelos de Jesús. En esta ocasión quisiera saludar a todos los abuelos y todas las abuelas, dándoles las gracias por su preciosa presencia en las familias y para las nuevas generaciones. Por todos los abuelos vivos y también por los que nos miran desde el Cielo, les saludamos y aplaudimos.

A todos deseo feliz domingo. Y por favor no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.

        

            

        

 

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El Papa se inscribe en la JMJ de Cracovia
 

Al finalizar el ángelus, y a través de una tableta, Francisco hace su inscripción acompañado de dos jóvenes. Además hace un llamamiento para la liberación de los secuestrados en zonas de conflicto

Por Rocío Lancho García

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

¡Me he inscrito!, ha exclamado el Santo Padre tras usar una tableta para hacer su inscripción para la próxima Jornada de la Juventud en Cracovia el próximo año. Desde la ventana del Palacio Apostólico y al concluir la oración del ángelus, con este gesto simbólico el Papa ha querido recordar que hoy se abre el plazo para apuntarse a la JMJ. Evento que se celebra durante el Año de la Misericordia y por eso Francisco ha asegurado que será “en cierto sentido, un jubileo de la juventud”.

También el Papa ha querido recordar hoy que dentro de pocos días será el segundo aniversario del secuestro en Siria del padre Paolo Dall’Oglio. “Hago un sincero y urgente llamamiento para la liberación de este estimado religioso”, ha afirmado. Del mismo modo ha mencionado a los obispos ortodoxos secuestrados en Siria y a todas las otras personas que, en las zonas de conflicto, han sido secuestradas. “Espero el renovado compromiso de las autoridades locales e internacionales competentes, para que a estos hermanos nuestros se les devuelva pronto la libertad”, ha pedido el Papa.  

Finalmente, Francisco ha indicado que hoy celebramos a los santos Joaquín y Ana, abuelos de Jesús. Por eso ha dedicado unas palabras para saludar a los abuelos y les ha dado “las gracias por su preciosa presencia en las familias y para las nuevas generaciones”.

En el comentario del Evangelio de este domingo previo al ángelus, Francisco ha reflexionado sobre el pasaje de la multiplicación de los panes y los peces. De este modo ha explicado que los discípulos razonan en términos de “mercado”, pero Jesús, a la lógica de comprar la sustituye con la del dar. Los gestos de tomar los panes y los peces, dar gracias y distribuirlos, “anticipan los de la Última Cena, que dan al pan de Jesús su significado más profundo y verdadero. El pan de Dios y Jesús mismo”. Haciendo la Comunión con Él --ha afirmado-- recibimos su vida en nosotros y nos hacemos hijos del Padre celeste y hermanos entre nosotros.

Por otro lado ha subrayado que “aunque seamos pobres, todos podemos dar algo. ‘Hacer la Comunión’ significa también obtener de Cristo la gracia que nos hace capaces de compartir con los otros lo que somos y lo que tenemos”.

Igualmente, ha añadido que Jesús sacia no solo el hambre material, sino esa más profunda, el hambre del sentido de la vida, el hambre de Dios. Y nosotros ¿qué podemos hacer? “Lamentarse no resuelve nada, pero podemos ofrecer ese poco que tenemos”, explica, y “Dios es capaz de multiplicar nuestros pequeños gestos de solidaridad y hacernos partícipes de su don”.

 

Leer el texto completo aquí

 

      

          

      


 

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Espiritualidad y oración


Beata María Magdalena Martinengo - 27 de julio
 

 

«Aristócrata, de espléndida belleza y frágil salud, probó su amor a Dios abrazada a heroicas penitencias. Fue agraciada con numerosos bienes espirituales y dones diversos»

Por Isabel Orellana Vilches

Ciudad del Vaticano, (ZENIT.org)

Natural de Brescia, Italia, donde vio la luz en 1687, la vida de esta aristócrata –era condesa– rebate la idea de que la fragilidad está reñida con la fortaleza, argumento insostenible cuando Dios está por medio. Fue una de las más grandes ascetas que se conocen, rayando sus penitencias, si pudiera expresarse así, en lo supra-heroico. Y eso que nació con una naturaleza tan frágil que nadie pensó que iba a sobrevivir. Menos aún cuando su madre, la condesa de Secchi de Aragón, no logró hacerlo; sucumbió tras el parto. Tal era la gravedad de la niña que hasta fue bautizada con urgencia temiendo que no pudiera recibir este sacramento. Durante varios meses Francisco Leopardo Martinengo, conde de Barco, feliz por acoger a la niña en una familia que contaba ya con dos varones, y siendo viudo, vivió con zozobra por la salud de la pequeña que estuvo más cerca de la muerte que de la vida. Después, Margarita, que ese fue su nombre de pila, creció atada a los médicos.

Su porte distinguido, suma de genes y de la clase privilegiada a la que pertenecía, le jugó una mala pasada a la edad de 5 años. Y es que una vez se sintió admirada por las numerosas personas que se hallaban en su palacio cuando desfiló ataviada con un espléndido vestido. Este hecho sin relevancia para otras personas, no lo fue para ella; quiso purgar su desliz vanidoso toda la vida. También reconoció su afición por lecturas que no le hacían ningún bien. El día de su primera comunión, en el que tanto soñó porque anhelaba recibir a Cristo, había pasado por la angustia de ver cómo la Sagrada Forma se caía al suelo. De ese momento, que debió ser para ella traumático, le quedó una impresión que solía aparecer cada vez que iba a recibirla: «un frío mortal invadía no solo su alma, sino también todo su cuerpo».

A los 13 años consagró privadamente su virginidad. A los 18 años era una joven hermosa, elegante, y muy inteligente que había sido educada por una ursulina. Completó su formación en el monasterio de Santa María de los Ángeles donde residían dos tías suyas. Entonces iba ascendiendo por la escala de los místicos, llevada por un amor de tal envergadura que todo se le hacía poco para purificar las debilidades que apreciaba en sí misma, lo cual le provocaba gran aflicción. Con sus antecedentes y apariencia nadie podía imaginar que desde hacía tiempo se mortificaba con disciplinas, ayunos, cilicios y todo lo que se le ocurría para asemejarse más a Cristo Redentor. Llevaba una vida de intensa piedad. Era generosísima, socorría a los pobres, y estaba seducida por la vida de los santos que leía. Pero su padre no pensó ni por asomo que esa hija, a la que protegía en extremo, le plantearía su ingreso en el convento. Cuando lo hizo, ideó todas las formas posibles para disuadirla. En su empeño le ayudaron los hermanos y hasta las tías de Margarita. Consideraban que, en todo caso, le convendría un buen matrimonio. ¿Cómo podría sobrevivir en un monasterio alguien que tenía tan mala salud? Estos eran sus argumentos. Pero Margarita se empeñó y libró una lucha sin cuartel, de la que salió vencedora.

En 1705, a sus 18 años, se integró en la comunidad de capuchinas de Brescia, no tanto por elección propia, ya que habría pensado en otro Instituto, como por considerar que abrazándose a ese carisma cumplía la voluntad de Dios. Y ahí se inició su particular calvario, que duró treinta años. Le dieron el nombre de Magdalena. Y tanto la superiora como la maestra de novicias y hasta la última de las religiosas la maltrataron, como hoy se diría, psicológicamente, no solo con humillaciones, sino sembrando por doquier recelos y desconfianzas hacia ella. Alguna pensó, y así lo manifestó, que su presencia en el convento hundiría a la Orden; siempre el juicio humano en las antípodas del divino. El día de la convocatoria en la que todas debían manifestar su juicio respecto a su permanencia en el convento, se suponía que el resultado de la votación secreta sería su expulsión. Sin embargo, la unanimidad para que se quedase entre ellas fue inequívoca. Al parecer, en el momento de manifestar su juicio muchas se sintieron íntimamente movidas a modificar el voto negativo en el que inicialmente pensaron.

Mientras, Margarita continuó con su vida de penitencia, siempre in crescendo, ante el asombro de confesores, quienes tampoco la comprendían, y el desprecio y toda clase de agravios de la abadesa y del resto de las hermanas. Fue cocinera, portera, y más adelante maestra de novicias en tres ocasiones. Ella misma, y aunque no lo deseaba, fue elegida abadesa. Sus mortificaciones severísimas respondían a su ferviente petición de que Cristo no le ahorrase ningún suplicio. Y junto a tantos instantes cotidianos en los que debía vencerse, añadía otras penitencias para no vivir ni un minuto sin padecer por Él.

Sufrió acuciantes tentaciones. Tal fue su angustia en algunos momentos que llegó a rozar el paroxismo en su desesperación: «casi deseaba matarme para ir más pronto al infierno». Pasó por encima de las falsas acusaciones y la soledad a la que fue condenada temporalmente impidiéndole comentar asuntos espirituales con las novicias. Lo superó todo con la gracia divina; salía fortalecida en las tribulaciones. Resumía su anhelo de sufrir por Cristo, diciendo: «Si no hubiera tenido las penas corporales para refrigerar o calmar el ardor del amor a Dios, me hubiera sido imposible soportarlo». Vivía siempre con heroica caridad, fiel al carisma franciscano. Fue agraciada con numerosos bienes espirituales y dones diversos. Al final, contando ya con el amor de sus hermanas, y rodeada de ellas, murió el 27 de julio de 1737. León XIII la beatificó el 3 de junio de 1900.

 

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