Tribuna abierta

Cristianismo y Comunismo

por Tomás Salas

 

El presidente de Bolivia Evo Morales le regala al papa Francisco una imagen de Cristo, en la que la cruz es sustituida por la hoz y el martillo. Este gesto no es inocente ni casual y, además, responde a un hecho histórico y cultural de dimensiones importantes: la seducción que el marxismo y el comunismo ha supuesto para una parte importante de la Iglesia católica, incluyendo laicos de a pie, importantes intelectuales y teólogos, sacerdotes y religiosos y hasta algunos obispos.

23/07/15 8:46 AM


La Teología de la Liberación, aunque es un fenómeno más amplio y matizable en cada teólogo, se inserta en parte en este fenómeno. En Málaga, sin ir más lejos, tuvimos al entrañable José María González Ruiz, que fue uno de los promotores de los famosos Diálogos entre cristianos y marxistas.

¿Se trata de un fenómeno espontáneo o es, como sostiene Ricardo de la Cierva, algo inducido, una lucha cultural al modo gramsciano, que intenta ocupar los espacios estratégicos del enemigo desde donde actuar en la lucha cultural?

Porque, no nos engañemos, el comunismo siempre ha considerado a la Iglesia como una enemiga. Léanse las primeras líneas del Manifiesto comunista: un fantasma recorre Europa y tiemblan ante él sus enemigos, que son enumerados por Marx: «Todas las potencias de la vieja Europa se han unido en una santa alianza para acorralar a este fantasma: el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales de Francia y los políticos de Alemania». Esto es, las fuerzas que configuran la civilización occidental: el cristianismo, la vieja Europa aristocrática y conservadora, el humanismo liberal.

Marx cita al Papa como su primer enemigo, al menos, lo pone en primer lugar. Esta enemistad se hecho manifiesta, sin excepciones, en todos los países en los que el comunismo ha gobernado, donde se ha dado de forma general la persecución y el martirio, la ausencia de libertad y el odio antirreligioso.

En el caso de España, no tuvo que llegar el comunismo al poder, sólo con un conato revolucionario se produce una sangrienta persecución religiosa, primero en 1931 (la quema de conventos en Málaga y Madrid), 1934 (revolución de Asturias) y luego en el periodo de la Guerra Civil. Estos datos, aunque sobradamente conocidos, siempre se han obviado en los debates y encuentros en cristianos y marxistas de los años 60 y 70, estos encuentros que tantos cristianos han llevado al marxismo, pero que tan pocos marxistas han conducido hacia el cristianismo.

Cristianismo y comunismo, pues, son dos cosas distintas y distantes. El segundo siempre ha odiado al primero y el primero siempre ha temido y desconfiado (odiar sería ir contra los propios principios) del primero.

El barón Ungern, el último general del ejército zarista que resistió al ejército rojo, antes de fusilar a un pope ortodoxo que se había unido al bando revolucionario, le preguntó por qué había cometido este despropósito. El pope le contestó que Cristianismo y Comunismo eran, en el fondo, lo mismo; y que el Cristianismo viejo y caduco tomaba nuevo vigor con la moderna revolución. El barón Urgern, también conocido con el «barón loco», le contestó que había una clara diferencia: el Cristianismo dice lo mío ha de ser tuyo; y el Comunismo dice lo tuyo también es mío.

Tomás Salas