Opinión

«No negamos la Comunión»

 

Así de rotunda, y así de clara, ha sido la portavoz de la Diócesis de Baton Rouge (Luisiana. EEUU), al salir al paso de una queja que elevó un homosex, casado con otro igual, al que, en una parroquia de la ciudad, se le había negado la Sagrada Comunión cuando se acercó a recibirla en una Misa. Era conocida, por pública, su situación, y el sacerdote, sabedor, se la negó.

23/07/15 9:30 AM | José Luis Aberasturi


El homosex, ni corto ni perezoso, sino estimulado por el ambientillo público que, en el seno de la misma Iglesia Católica, se ha creado en torno a este tema, se quejó al sr obispo, que perdió la categoría que se le supone y el honor que se le debe, en cuanto adelantó sus disculpas por el hecho. Disculpas que la portavoz de la diócesis se apresuró a confirmar, rematando la faena –al menos, de rabo; no sé si hubo más trofeos- afirmando que qué barbaridad: «Nosotros no negamos la Comunión». Hablando de la homosexualidad, dijo que «eso es algo entre Dios y la persona».

Y, naturalmente y como no podía ser de otra manera, se agarró a la frase que ha hecho furor entre la progrez eclesial, tomándola como divisa para justificar cualquier aberración: «¿Quién soy yo para juzgar?». Por supuesto, sin haber entendido ni el texto ni el contexto de lo dicho el Papa.

Así están las cosas. Y no lo recojo porque confirme «de pe a pa» lo que escribí en mi anterior artículo acerca del desprecio práctico, a la hora de la administración de los Sacramentos –no es el caso del que le negó a este sujeto la Comunión- del «ex opere operantis», es decir, de las condiciones que son necesarias para admitir a un fiel a cualquiera de los Sacramentos que Cristo mismo instituyó, y entregó a la Iglesia Católica para que los administrase: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas a los cerdos» (Mt 7, 6).

Un desprecio, por cierto, que se alienta o, como mínimo, se disculpa, desde la misma jerarquía católica, como en el caso que nos ocupa. Y lo digo con toda la pena de la que soy capaz desde mi condición de sacerdote.

¿Le va a decir alguien –de los que pueden decírselo- algo a este buen hombre? Me refiero al obispo, claro. Él, por su parte, sí se lo ha dicho al sacerdote de su presbiterio: y, para más escarnio público, publicándolo a los cuatro vientos.

¿La Iglesia –hablo ahora humanamente-, se puede «sostener» con estas (anti)praxis y estos anti-testimonios? ¿Es perdurable, como lo ha sido por más de 2000 años, y eso a pesar de herejías, persecuciones e intentos de borrarla repetidamente de la faz de la tierra?

Leía hace unos días que la jerarquía alemana «no se explicaba» los cientos de miles de fieles católicos que se han dado de baja en la Iglesia, sólo el año pasado. No sabían cómo les había caído tal maldición cuasi-bíblica, ya que estamos en un ámbito eclesial.

Se ve que ni me han preguntado, ni me leen. Así les va.

(Lo digo de broma: porque el tema es de llorar).

 

Por José Luis Aberasturi y Martínez, Sacerdote.