Mensaje del Obispo de Santander en la UIMP

"El don de la libertad liberada”

 

Mensaje leído en la jornada del lunes 20 de julio por el Obispo de Santander, Mons. Manuel Sánchez Monge a los participantes en el curso sobre, “La libertad: Don y conquista”, de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo de Santander
(UIMP)


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SANTANDER | 20.07.2015


 

 

 

1.     La libertad, un don precioso

En el juego de bolsa de los valores morales y espirituales también se experimentan subidas y bajadas. El valor que más alta cotización adquiere hoy es seguramente el de la libertad. Recomendaba Don Quijote: «La libertad, Sancho, es uno de los dones más preciados que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden compararse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida»[1].

2.     Pero se trata de un don escaso

Nicolás Grimaldi, profesor de la Sorbona de París, constata que nunca ha experimentado el hombre tantas libertades como en nuestros días y quizá nunca experimentó como hoy que no basta tener libertades para ser libre. "Nos hemos aburguesado tanto, afirma, que hemos llegado a pensar que la única libertad es la libertad de comercio".

Convive con nosotros mucha gente convencida de que no puede alcanzar la libertad porque todo le viene impuesto. “¿Hasta qué punto es libre -escribía el sacerdote periodista J. L. Martín Descalzo- el que piensa según la información que recibe, la televisión que ve, el trabajo que la realidad le impone, los estilos de vida que, le guste o no, tiene que compartir? [...] Las cadenas más opresoras no son las que heredamos  o las que la sociedad nos impone, sino las que nosotros mismos fabricamos y nos las colocamos en las manos y en el alma [...] Las cárceles más cerradas son las del espíritu empequeñecido" [2]

La libertad no es un 'absoluto', es decir, no está desvinculada de otros valores que forman entre sí como un cosmos armonioso: la verdad, el bien, la felicidad, la amistad. La libertad del hombre no es omnímoda. Es la libertad de una criatura, es una libertad donada por Dios y, al mismo tiempo, conquistada  por el hombre. Está instalada en un sexo, en un tiempo, en una cultura... Está marcada por la debilidad y es deficiente. Y es una  libertad con otros: la libertad del otro es presupuesto y límite de la propia libertad.

Hasta tal punto es todo esto verdad que se ha podido afirmar: La libertad total, fundada sobre la ilusión de ser totalmente libre, es una libertad inhumana. La afirmación de una libertad sin límites conduce paradójicamente a la negación de la libertad, a situaciones de serio peligro para el ser humano. La libertad va siempre unida a la responsabilidad porque es inseparable de ella.

3.     Un sueño de nuestros días: la libertad como ruptura de lazos

El hombre de hoy, como el hijo pequeño de la parábola del Padre bueno, siente la tentación de abandonar su casa: el lugar donde es hijo y, por ello, muy querido, el lugar donde uno es verdaderamente uno mismo, porque no tiene nada que demostrar a nadie ya que es amado por el hecho de ser hijo. Pero la fascinación de ser libre e independiente vence en corazón del hijo pequeño y se siente como empujado a cortar los lazos más vitales. La casa le resulta estrecha. Romper los vínculos que le tienen ligado a una casa, es decir, a una tradición, y marcharse lejos le parecen la condición indispensable para poder satisfacer sus deseos. Sin embargo, ¿cuál es el final de la aventura de una libertad sin lazos? Al poco tiempo de embarcarse en ella, se encuentra sin padre, bajo las órdenes de un patrón; y degradado hasta compartir los alimentos de los cerdos.

            Menos mal que ni siquiera todas las locuras cometidas pueden arrancar de su corazón la nostalgia de la libertad: ni muerto de hambre puede dejar de desearla. Es la memoria del padre la que activa esta nostalgia de libertad. Con esta decisión reconoce que la única libertad verdadera es la libertad filial: no vivir como un huérfano, siendo hijo; vivir libremente es abrazar conscientemente su condición de hijo.

4.     La  capacidad de elegir es propia de una libertad en camino

¿Ser libre es poder elegir, es poder hacer lo que a uno le da la gana? La capacidad de elección es el primer paso de una libertad todavía en camino. Pero solamente el primer paso.Con la creación del hombre, según Hannah Arendt, la libertad entra en el mundo. La libertad no es, ante todo, la posibilidad de elegir entre dos alternativas, sino la capacidad de iniciar algo nuevo, la capacidad de romper la rutina de todos los días. El hombre libre impide que el mundo se convierta en un fluir continuo, una mera repetición. Cuando la libertad alcance su plena realización, nos daremos cuenta de que consiste en la adhesión a lo que verdaderamente nos corresponde, es decir, al bien, a la propia vocación.

5.     La libertad como satisfacción de deseos.

Decimos con toda naturalidad: «Ser libres es hacer lo que nos place» Pero ¿por qué no quedamos satisfechos después de ver realizados nuestros deseos? “No poder estar satisfecho –afirma G. Leopardi- con ninguna cosa terrena, ni siquiera con la tierra entera; contemplar la amplitud inabarcable del espacio, el número y la mole maravillosa de los mundos, y descubrir que todo es poco y pequeño para la capacidad del propio ánimo; imaginarse el número de los mundos infinitos, y el infinito universo, y sentir que nuestro ánimo y deseo son todavía más grandes que el universo creado; acusar a las cosas de insuficiencia y nadería, y sufrir incapacidad y vacío, y aun aburrimiento, es para mí el mayor signo de grandeza y nobleza que vemos en la naturaleza humana»[3]. Esta es la grandeza única del hombre: la medida de su deseo es desear sin medida.

            ¿Cómo explicar este deseo de “infinitud”? Esta apertura al todo sin conformarse con las partes, el deseo de felicidad plena sin contentarse con parcelas de dicha es el signo más patente de que el ser humano es relación directa con el Misterio que lo ha creado. El hombre tiende a algo, mejor dicho a Alguien, que está más allá, siempre más allá. A Dios mismo como Misterio. Dios es el límite extremo al que tiende el deseo del hombre[4]

6.     Dios nos ha visitado: Jesucristo, el hombre libre

            En Jesucristo, Dios nos ha visitado realmente. Dios ha plantado su tienda entre las tiendas de los hombres, como leemos en el prólogo del evangelio de S. Juan. Sólo cuando el Misterio, como la persona amada, desvela su rostro el hombre puede tener clarividencia para descubrir la auténtica libertad y energía afectiva para adherirse a ella. Con Jesús el Misterio se hace «una presencia efectivamente atrayente». El enciende el deseo del hombre y desafía como nadie su libertad, es decir, su capacidad de adhesión. Guillermo de Saint Thierry dice que Cristo es «el único capaz de enseñarme a ver lo que deseo». Es Él, Cristo, quien desvela plenamente el hombre al hombre mismo.

"El hombre, proclamaba san Juan Pablo II [23.6.1996] en un lugar tan emblemático como la Puerta de Brandenburgo, está llamado a la libertad. Anuncio a todos vosotros que me escucháis: la plenitud y la realización de esta libertad tiene un nombre: Jesucristo. Es él quien dijo de sí: yo soy la puerta. En él el hombre tiene acceso a la plenitud de la libertad y de la vida. Es él quien hace al hombre verdaderamente libre, porque disipa las tinieblas del corazón de los hombres y revela la verdad. Realiza su camino como hermano nuestro y es solidario con nosotros, dando su vida por nosotros. Así nos libera del pecado y de la muerte, hace que reconozcamos en el prójimo su rostro, el rostro del verdadero hermano. Nos muestra el rostro del Padre y se convierte para nosotros en el vínculo del amor. Cristo es nuestro Salvador, es nuestra libertad". Y añadía: "No hay libertad sin verdad. No hay libertad sin solidaridad. No hay libertad sin sacrificio. No hay libertad sin amor".

Ahora bien, la libertad cristiana no es libertinaje ni anarquía: Rom. 6,15; 1 Cor 9,21; Gal 5,13: “Es cierto, hermanos, que habéis sido llamados a la libertad. Pero no toméis la libertad como pretexto para vuestros apetitos desordenados; antes bien, haceos esclavos los unos de los otros por amor”. Nosotros seremos juzgados según la ‘ley perfecta de la libertad’, dice el apóstol Santiago (1,25; 2,12). La verdad os hará libres, enseña el evangelista S. Juan (8,32).

            En el 5º Centenario del nacimiento de Santa Teresa termino con unos versos suyos:

 

“Desde que mi voluntad
está a la vuestra rendida,
conozco yo la medida
de la mejor libertad.

Venid, Señor, y tomad
las riendas de mi albedrío;
de vuestra mano me fío
y a vuestra mano me entrego,
que es poco lo que me niego
si yo soy vuestro y vos mío.

A fuerza de amor humano
me abraso en amor divino.
La santidad es camino
que va de mí hacia mi hermano.
Me di sin tender la mano
para cobrar el favor;
me di en salud y en dolor
a todos, y de tal suerte
que me ha encontrado la muerte
sin nada más que el amor".

 

+Manuel Sánchez Monge,
Obispo de Santander


 

[1] MIGUEL DE CERVANTES, El ingenioso hidalgo D. Quijote de la Mancha, 2º parte, cap. 58.

 

[2] J. L. MARTIN DESCALZO, Odio los bonsais: ABC, 12.2.89.

 

[3]G. LEOPARDI, Zibaldone. Pensamiento 68 en Poesie e prose, Mondadori, Milán 1980, vol 2, 321.

[4]Cf. L. GIUSSANI, ¿Se puede vivir así? Encuentro, Madrid.