Católicos
Análisis de Tomás Trigo, Profesor de Teología Moral en la Universidad de Navarra

Las claves de la nueva encíclica del Papa Francisco sobre ecología

1.- Establece una relación entre los pobres y la fragilidad del medio ambiente 2.- Denuncia que muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común 3.- La encíclica también denuncia el paradigma tecnocrático, que se enfrenta a la realidad como si fuera algo informe y disponible para ser manipulado

La nueva encíclica del Papa Francisco, dirigida a todos los hombres, y no solo a los miembros de la Iglesia católica, plantea un desafío urgente: proteger nuestra casa común; un desafío que exige la unión de toda la familia humana para lograr un desarrollo sostenible e integral, con la esperanza de que se puede conseguir.
El Papa comienza con un recorrido a través de los diversos aspectos de la actual crisis ecológica a fin de asumir los mejores frutos de la búsqueda científica hoy disponible, que sirva de base concreta para el recorrido ético y espiritual posterior. Uno de los objetivos de este recorrido es que tomemos dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en sufrimiento personal lo que sucede en el mundo, y así reconocer cuál es la contribución que cada uno puede aportar” para solucionar los problemas relacionados con el medio ambiente.

Una idea siempre presentes a lo largo de la encíclica es la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del medio ambiente. El Papa está convencido de que “el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de modo especial a los más débiles del planeta”. En consecuencia, “un verdadero planteamiento ecológico se convierte siempre en un planteamiento social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres”. De diversas maneras, el Papa afirma que “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental”.

En la encíclica se denuncia con claridad la debilidad de las reacciones políticas internacionales ante los problemas del medio ambiente. “Hay demasiados intereses particulares –afirma el Papa-, y muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos”.

El papa Francisco establece una íntima relación entre el deterioro ambiental y el deterioro humano y ético, como ya pusieron de relieve Juan Pablo II y Benedicto XVI. Los problemas ecológicos son consecuencia, en gran parte, de los problemas éticos de la humanidad. Por tanto, la solución a los problemas ecológicos tiene que pasar necesariamente por una conversión ética y espiritual. “Cualquier solución técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan los grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la bondad”, afirma el Papa, refiriéndose a la necesidad del sentido religioso de la existencia.

Para que el hombre deje de comportarse como dominador absoluto y explotador de la tierra, de la naturaleza, Francisco ve necesario volver a proponer la figura de un Padre creador y dueño único del mundo. Solo así el hombre se hará consciente de que no puede imponer a la realidad sus propios intereses egoístas, que su papel no es el de explotador sino el de administrador responsable de la naturaleza.

La encíclica señala de manera muy incisiva, como una de las raíces humanas fundamentales de la crisis ecológica, el paradigma tecnocrático, que orienta la actitud del hombre ante el mundo. El hombre se enfrenta a la realidad como si fuera algo informe y totalmente disponible para ser manipulado según los propios intereses inmediatos. Para enfrentarse al avance del paradigma tecnocrático, el hombre no puede conformarse con ir poniendo parches a situaciones más o menos urgentes. Tiene que plantearse algo mucho más ambicioso y realista: necesita cambiar su modo de mirar la naturaleza, el pensamiento, la política, la educación, el estilo de vida y la espiritualidad.

El Papa insiste una y otra vez en la importancia de cambiar el pensamiento antropológico, el concepto que tenemos sobre nosotros mismos. El hombre no puede considerarse a sí mismo ni como el centro del mundo (antropocentrismo), ni como un elemento más de la naturaleza biológica (biocentrismo). “No habrá una nueva relación con la naturaleza –afirma el Papa- sin un nuevo ser humano. No hay ecología sin una adecuada antropología”.

Llama la atención el énfasis que pone el Papa en la importancia de acabar con la lógica del relativismo práctico, al que ya se refirió en la exhortación Evengelii gaudium, que lleva al ser humano a ponerse a sí mismo como centro, y acaba por dar prioridad absoluta a sus intereses contingentes, mientras convierte todo lo demás en relativo. La lógica del relativismo lleva a una persona a aprovecharse de otra para tratarla como un mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o reduciéndola a la esclavitud a causa de una deuda. “Es la misma lógica que lleva a la explotación sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: ‘Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables’”.

Entre las líneas de orientación para salir de la espiral de autodestrucción, deseo resaltar únicamente que el Papa ve necesario un consenso mundial. “La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un proyecto común”, pues los problemas de fondo no pueden ser resueltos por las acciones de los países singulares.

En el último capítulo de la encíclica se propone una profunda educación ambiental, que no consiste solo en informar sobre datos científicos y hacer tomar conciencia de los riesgos ambientales, sino que debe incluir una crítica de los “mitos” de la modernidad basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido, competencia, consumismo, mercado sin reglas), y también a recuperar los diversos niveles de equilibrio ecológico: el interior con uno mismo, el solidario con los otros, el natural con todos los seres vivientes, el espiritual con Dios.

Una parte importante de la educación ambiental consiste en la formación en las virtudes. El Papa trata sobre todo de la sobriedad y la humidad, pero todas las virtudes son importantes, pues “cuando se debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también ambientales. Por eso, ya no basta hablar solo de la integridad de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores”.

Por último, me parece importante poner de relieve que el santo Padre manifiesta el deseo de despertar de modo especial la conciencia de los miembros de la Iglesia, señalando que el cuidado del medio ambiente no es una cuestión neutra, sino algo íntimamente relacionado con la fe cristiana, ya que es una consecuencia de las enseñanzas de Cristo.

Tomás Trigo
 

Profesor de Teología Moral. Facultad de Teología. Universidad de Navarra. ttrigo@unav.es


 

En el nº 16, el Papa señala los ejes fundamentales que recorren toda la encíclica:

1. La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta

2. La convicción de que todo en el mundo todo está conectado

3. La crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología

4. La invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso

5. El valor propio de toda creatura

6. El sentido humano de la ecología

7. La necesidad de debates sinceros y honestos

8. La grave responsabilidad de la política internacional y local

9. La cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida