Tribunas

El maltrato del matrimonio en España

Daniel Tirapu

Es arriesgado decir, por ser algo políticamente incorrecto, que en nuestro país en los últimos decenios la familia matrimonial ha sido legalmente
devaluada y socialmente menospreciada y postergada. Un sereno análisis de las consecuencias en términos económicos, de inestabilidad social, de miedo a la natalidad, obligaría a reformas inmediatas.

Las reivindicaciones a favor del “matrimonio” homosexual constituyen un desafío para nosotros y las generaciones venideras. Desde siempre nuestras sociedades se han basado en el matrimonio y la familia. Es hora de redescubrir y volver a contar la historia del matrimonio, la más
ordinaria, pero la más esencial y beneficiosa para la sociedad, aunque suene a tópico. El pluralismo no tiene más fuerza, ni es un valor más
importante que la institución matrimonial. En nuestro país se ha puesto muchas veces el énfasis en la familia no matrimonial, como si lo
matrimonial fuera la excepción, cuando la realidad social demuestra abrumadoramente lo contrario. La realidad jurídica parece justamente la
contraria: el matrimonio no fue un mal trago que la Constitución tuvo que aceptar, algo ilegal y rechazable. En realidad el matrimonio,
heterosexual, es el único modelo de unión sexual, constitucionalmente protegido, por estar así expresamente proclamado en el art. 32.

Se han hecho esfuerzos descomunales para encontrar algún otro fundamento constitucional para la unión sexual no matrimonial, cuando en realidad se podría decir que no lo hay. Ni el principio de igualdad, porque casarse o no casarse no son realidades homogéneas ni comparables; pues lo primero pertenece al ejercicio de un derecho constitucional, mientras que lo segundo es un ejercicio negativo de un derecho constitucional (como no asociarse, no creer, etc.). Tampoco puede traerse a colación el principio de no discriminación, por análogas razones. El que no es viudo, ha dicho reiteradamente el TC, no puede reclamar una pensión de viudedad, aunque alegue comprensibles razones vitales e ideológicas para no haberse casado.

El libre desarrollo de la personalidad ampara, por supuesto, a hetero y homosexuales para organizar su vida personal, pero no justifica que se les otorguen los mismos derechos que a los casados. Si el problema es de ventajas patrimoniales o fiscales, refórmese el fisco o la regulación de los patrimonios comunes. Pero el matrimonio heterosexual es matrimonio y el que no lo es no es matrimonio.