Aprendamos que la eucaristía no es un premio para
los buenos sino la fuerza para los débiles, para los
pecadores, el perdón. Es el estímulo que nos ayuda a ir, a
caminar. Así lo ha asegurado el santo padre Francisco en la
homilía de la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de
Cristo.
En la misa celebrada en la Basílica de San Juan
de Letrán, el Papa ha hecho referencia el responsorio de la
segunda lectura del Oficio de las Lecturas. “Reconoced en el
pan al mismo que pendió en la cruz; reconoced en el cáliz la
sangre que brotó de su costado. Tomad, pues, y comed el cuerpo
de Cristo; tomad y bebed su sangre. Sois ya miembros de
Cristo. Comed el vínculo que os mantiene unidos, no sea que os
disgreguéis; bebed el precio de vuestra redención, no sea que
os depreciéis”.
El Papa se ha preguntado: ¿qué significa hoy,
disgregarse y depreciarse? “Cristo presente en medio de
nosotros, en el signo del pan y del vino, exige que la fuerza
del amor supere cada laceración, y al mismo tiempo que se
convierta en comunión con el pobre, apoyado por el débil,
atención fraterna a cuántos les cuesta sostener el peso de la
vida cotidiana”, ha explicado Francisco.
Por eso ha advertido que nos disgregamos “cuando
no somos dóciles a la Palabra del Señor, cuando no vivimos la
fraternidad entre nosotros, cuando competimos para ocupar los
primeros puestos, cuando no encontramos la valentía de
testimoniar la caridad, cuando no somos capaces de ofrecer
esperanza”. Y así, el Pontífice ha asegurado que la Eucaristía
nos permite no disgregarnos, “porque es vínculo de comunión,
es cumplimiento de la Alianza, signo viviente del amor de
Cristo que se ha humillado e inmolado para que nosotros
permaneciéramos unidos”. Igualmente ha afirmado que
participando en la Eucaristía y nutriéndonos de ella, “estamos
dentro de un camino que no admite divisiones”.
Por otro lado, también ha explicado qué significa
“depreciarnos”. De este modo ha indicado que significa
“dejarse afectar por las idolatrías de nuestros tiempo: el
aparentar, el consumir, el yo en el centro de todo; pero
también el ser competitivos, la arrogancia como actitud
vencedora, el no admitir nunca haberse equivocado y tener
necesidad”. Todo esto “nos humilla, nos hace cristianos
mediocres, tibios, insípidos”. El Papa ha recordado que Jesús
ha derramado su Sangre como precio para que fueramos
purificados de todos los pecados. Miremos a Jesús, ha
invitado, para ser preservados del riesgo de la corrupción.
En la Última Cena, Jesús dona su Cuerpo y su Sangre mediante
el pan y el vino, para dejarnos el memorial de su sacrificio
de amor infinito, ha recordado Francisco. Y con este
“estímulo” lleno de gracia, los discípulos tienen todo lo
necesario para su camino a lo largo de la historia, para
extender a todos el reino de Dios. Por eso, el Santo Padre
ha señalado que “la luz y la fuerza será para ellos el don
que Jesús ha hecho de sí, inmolándose voluntariamente en la
cruz”. Y este Pan de vida --ha añadido-- ha llegado hasta
nosotros. Este “estupor” de la Iglesia frente a esta
realidad, no termina nunca. Y es un “estupor” que alimenta
siempre la contemplación, la adoración, la memoria.
En la homilía del día del Corpus, el Obispo de
Roma ha recordado que la Sangre de Cristo nos liberará de
nuestros pecados y nos restituirá nuestra dignidad. “Sin
nuestro mérito, con humildad sincera, podremos llevar a
nuestros hermanos el amor de nuestro Señor y Salvador”, ha
añadido. Así, la Eucaristía “actualiza la Alianza que nos
santifica, nos purifica y nos une en comunión admirable con
Dios”.
Finalmente, el Santo Padre ha invitado a que la
procesión que se hace al finalizar la eucaristía desde la
basílica de San Juan de Letrán hasta la de Santa María ña
Mayor, “puede expresar nuestro reconocimiento por todo el
camino que Dios nos ha hecho recorrer a través del desierto de
nuestras pobrezas, para hacernos salir de la condición de
esclavos, nutriéndonos con su amor mediante el Sacramento de
su cuerpo y de su Sangre”. Además, ha exhortado a los
presentes a sentirse durante la procesión, en comunión “con
muchos hermanos y hermanas nuestras que no tienen la libertad
de expresar su fe en el Señor Jesús”. Para concluir, ha
invitado a “venerar en nuestro corazón a esos hermanos y
hermanas a los que se les ha pedido el sacrificio de la vida
por fidelidad a Cristo: su sangre, unida al del Señor, sea
promesa de paz y de reconciliación para el mundo entero”.
Al finalizar la celebración eucarística, es la
procesión por la calle en la que participan diversas
instituciones, cofradías y movimientos, hasta la Basílica de
Santa María La Mayor. Allí el Santo Padre imparte la bendición
solemne con el Santísimo Sacramento.