Hermano José Antonio: ¿camaldulenses? ¡qué más quisieran!

 

No me gusta ese jueguecito de exaltación de la personalidad múltiple que se expresa en ese “yo también soy N.”, “todos somos X”. Está bien, pero bueno, creo que no sirve de mucho.

Después de decir esto, hoy me permito hacer una excepción para proclamar solemnemente que en este momento yo también soy José Antonio Moreno, párroco de Nuestra Señora de los Dolores de Cartagena, Murcia, en España, y que le pido me permita compartir con él esa corona de espinas que algunos están colocado sobre su cabeza y que hoy supone su mayor gloria.

José Antonio, estoy seguro que convencido de que le podían caer más palos que a una estera, ha cometido el terrible pecado de recordar a los papás de los niños que van a celebrar su primera comunión la doctrina católica sobre la imposibilidad de acceder a la eucaristía en determinados casos. José Antonio podía haber sido un sacerdote buenista, optar por la comodidad, callar todo lo que le pudiera molestar a papás y mamás y ser el cura más enrollado del Campo de Cartagena, la diócesis de Murcia, España y allende los mares.

Pero no. Porque uno no se ordena sacerdote para eso, sino para servir a Cristo y a la Iglesia como se nos pide, anunciando, exhortando a tiempo y a destiempo, aún a sabiendas de que en estos tiempos que corren pueden caer sobre ti todos los males de este mundo y que puedes quedar convertido en el hazmerreír de una vacua sociedad que, en lugar de reconocer sus excesos, busca asesinar, aunque no sea más que virtualmente, al mensajero incómodo.

No es extraño que en alguna ocasión se nos pase por la cabeza abandonar todo y hacernos camaldulenses, como un servidor escribía ayer mismo. Pero no, eso nunca, porque supondría, sí, mayor comodidad para nosotros, pero también dejar el rebaño cada vez más en manos de los lobos, y hasta ahí podíamos llegar. Que más quisieran algunos que acabar con los curas, al menos con esos curas como José Antonio y un servidor que tenemos la manía de llamar adulterio a lo que lo es y asesinato al aborto. Qué mejor podrían desear que quedarse con media docenita de curas acomodaticios, que a todo se avienen, que nada exigen, maestros en transigir, expertos en nadar y guardar la ropa. Menuda suerte si los José Antonios de turno desaparecieran tragados por la tierra para no tener que escuchar nunca más las exigencias de los mandamientos.

Acabar o al menos silenciar. No hay nada como aprender la forma: ¿Qué un cura recuerda que el aborto es un asesinato? Pues nada, linchamiento mediático en redes, prensa, televisión. A ver si aprende y se calla. ¿Qué recuerda a los papás y mamás que si hay convivencia de pareja sin matrimonio canónico no puede accederse a recibir la eucaristía? Más de lo mismo. A por él y que aprenda.

Servidor no piensa aprender. Pido al compañero José Antonio que me conceda la gracia de soportar con él su linchamiento. Y calladito, ni bajo el agua.

Más quisieran que nos hiciéramos camaldulenses. Pues no, aunque entren tentaciones. Predicadores y con buena voz. El evangelio íntegro según nos lo ha transmitido la Iglesia. Y si me linchan, que me linchen. No quiero presentarme un día ante el Señor y tener que escuchar de sus labios que fui un cobarde, y que por mi cobardía se perdieron muchos.