«Estoy convencido de que la vida ganará a la muerte»

Mons. Demetrio Fernández: «Un cristiano laico que es creyente debe hacer manifestación de su fe»

 

El diario Abc publicó ayer una entrevista a Mons. Demetrio Fernández, obispo de Córdoba, cuando acaban de cumplirse 5 años de su llegada a la diócesis andaluza. El prelado aborda la situación de la iglesia cordobesa, la polémica sobre la Catedral, lo ocurrido con Cajasur, la situación de la escuela concertada católica y la batalla a favor de la vida y contra el aborto.

9/03/15 1:01 AM


(Diario ABC) Luis Miranda entrevista para el Abc al obispo de Córdoba, Mons. Demtetrio Fernández

-¿Qué Córdoba ha encontrado en estos cinco años?

Desde el punto de vista religioso me ha impresionado una profunda espiritualidad y religiosidad. Hay muchísima reserva espiritual. Lo he visto en todos los pueblos, en todas las parroquias. La Córdoba profunda es una Córdoba cristiana. En segundo lugar, desde ese punto de vista he visto muchos miles de hombres, mujeres, jóvenes y niños que son realmente y a fondo cristianos. En cada parroquia hay un núcleo notable, muy abundante, de fieles que entregan su tiempo gratis.

Desde el punto de vista eclesial he encontrado un seminario que funciona bien, un presbiterio sereno, que tiene buen trato con el obispo. Eso es muy bonito vivirlo, tratar con el obispo con toda fluidez. No hay gente esquinada ni grupos de presión, y eso potencia el trabajo para todos. He encontrado un laicado muy abundante, comprometido, como Cursillos de Cristiandad o Camino Neocatecumenal, y luego otros grupos de menor número, pero también muy presentes: Comunión y Liberación, Focolarinos, el Opus Dei, Acción Católica. Veo muchos laicos, un buen presbiterio, bien planteado el seminario, y una presencia de religiosos muy abundante.

-De su carta semanal llamó la atención una frase: la mayor parte de la población se considera católica, pero les tratan como a una minoría. ¿Los relegan o se inhiben a sí mismos en ocasiones?

Creo que hay una disfunción entre la realidad y el tratamiento de esta realidad. A veces las estadísticas dicen que la Iglesia es considerada, qué se yo, una institución casi de último rango. Y eso no es verdad. Voy a las parroquias de toda la diócesis y la Iglesia es un motor social, tiene mucho protagonismo e influjo. Hay veces que he dicho que en los pueblos la fuerza más potente es la Iglesia Católica. Se refleja en la inscripción libre y voluntaria que los padres hacen de sus hijos, en que estamos por encima del 90%. Los padres no sólo quieren que sus hijos tengan religión en la escuela, sino que ellos son cristianos, aunque quizá no vayan a misa el domingo. No soy añorante de un Estado confesional, ni de épocas anteriores. Esa es la realidad. Pues esa realidad no es tratada como tal, como si partiéramos de una situación laica, incluso laicista, como si la religión fuera un estorbo, como si progresaríamos más si a Dios le dejamos a un lado.

-¿Es cuestión de que los cristianos tengan que hacerse oír o de los poderes públicos?

El Papa Francisco, y también Benedicto XVI y Juan Pablo II, están animando mucho a que los cristianos se hagan presentes en la vida pública. No necesariamente en la política, pero sí en la vida pública. Que asumamos ese compromiso de transformar el mundo según nuestras propias convicciones.

Yo constato una reserva grande de fe, de religiosidad, de cristianismo y colaboración intraparroquial, y también un déficit de esa presencia en la vida pública, donde a los cristianos no sé si les da miedo, pero no acaban de entrar en la vida normal. No hablo de la confesionalidad, pero sí de hacer un mundo que esté empapado de valores cristianos. Es una de las ideas del liberalismo, construir el mundo como si Dios no existiera. Un cristiano laico que es creyente debe hacer manifestación de su fe, y eso no obliga a que los demás crean. Cuando hay una inmensa mayoría de cristianos y esto no se traduce en un reflejo social en la vida pública, hay una disfunción.

-A usted le conocen fuera como el obispo de San Juan de Ávila. Se ha hablado mucho de las glorias de la Iglesia de Córdoba en estos cinco años, en las señas de identidad.

El caudal que supone San Juan de Ávila es un caudal todavía no explorado. Los santos, y más los doctores de la Iglesia, son patrimonio de la Iglesia universal. Nadie puede tomarlos en exclusiva, pero eso quiere decir también que es Córdoba quien tiene que potenciar este producto. O lo hace Córdoba no lo hará nadie. Una de mis tareas ha sido ir despertando a los cordobeses, al presbiterio, puesto que San Juan de Ávila, es «clericus cordubensis». Que nos demos cuenta de que hay un tesoro.

-¿Nos quedaría entonces Osio, a quien se llegó a venerar como santo?

Osio es otro gran personaje. Acaban de publicarse las actas del congreso, es un personaje de primerísima categoría dentro de la Patrística, como San Atanasio, San Hilario… Sigue teniendo culto en los ritos orientales, que también se celebran en Córdoba. Hay dos objetivos, uno cultural, que sea más y mejor conocido en el mundo de la cultura. Tiene una intervención y un influjo decisivo, porque es catequista de Constantino, le lleva al bautismo y preside el concilio de Nicea. Es uno de los personajes más influyentes del siglo III y IV.

-En la época que lleva aquí, ha destacado por defender la labor de la educación concertada.

Aquí hay como dos concepciones. Si lo que se corresponde es satisfacer la necesidad de la educación que los padres demandan, eso tiene una política. Si lo que se pretende es que el Estado es el que educa a los hijos, es otra política. Los obispos españoles en muchas ocasiones han repetido que los hijos no son del Estado, sino de los padres.

La directora de un colegio me recibió muy amablemente y me dijo que no estaba de acuerdo conmigo en una cosa, cuando hablaba de la concertada. Nos pusimos a hablar y le dije que en mi postura cabía ella, pero en la suya no cabía yo. Yo soy alumno de escuela pública, y estoy contento de ser como soy. Son los padres los que deben elegir, pero con una concepción estatalista de la educación choca frontalmente: no enseña nadie más que el Estado. A mí me parece bastante excluyente.

-Las cofradías tienen mucha visibilidad ¿Está satisfecho con su trabajo o le han dado algún disgusto?

Creo que el conjunto de las cofradías gozan de buena salud y son un potencial religioso muy bonito en la diócesis. Como en todas las familias, hay roces, pero no quiere decir que la familia sea mala. Pero en conjunto yo les he visto muy eclesiales,muy metidos en la Iglesia y muy dóciles a las orientaciones que el Obispado ha dado. Incluso en algún caso extremo este respeto ha existido. Me parecen una fuerza preciosa y un mundo en el que se sienten a gusto y se sienten queridos, esto es importante. Desde el primer momento he querido transmitir que me interesa y me gusta y que creo en las cofradías. Lo he visto en los hermanos mayores y juntas de gobierno, lo he visto en los jóvenes, en las distintas agrupaciones. A mí me acogen con mucho cariño y respeto.

- Y que han brindado muchos días memorables alrededor de la Catedral, como el Via Crucis Magno.

No ha habido acontecimiento en la ciudad tan sonoro como el Via Crucis Magno, en los cinco años que yo llevo. Hay que tenerlo en cuenta.

-Se ha hablado mucho de la Catedral. La diócesis ha hecho muchos actos allí, y también con el problema de quienes discrepan de la titularidad real. ¿Se podía empezar a limar el problema con una simple palabra?

Soy el último que he llegado. La inmatriculación no la he hecho yo, y me parece bien hecha. El nombre tampoco lo he puesto, tanto en los trípticos como en todo lo demás. Sólo he dicho que no es un lugar para el culto compartido, pero no era otra cosa que repetir lo que don Juan José Asenjo había dicho anteriormente. La novedad ha venido de fuera.

-¿De la Junta?

Nunca la Administración había entrado en esta arena. La inmatriculación viene de manera muy sencilla, aunque ahora le den mucho bombo. En todo el siglo XIX y XX nadie discute las propiedades de la Iglesia, pero ni siquiera estaba permitido ponerlo a su nombre. A partir de la constitución de 1978 la Iglesia pasa a ser una entidad privada y la Iglesia empieza a inmatricular sus bienes. Las grandes inmatriculaciones se hicieron en los años 80, no en el 96.

Hay que decir que la inmatriculación no añade nada a la propiedad, pero desde el punto de vista del juego jurídico legal y procesal, una inmatriculación consolidada no permite litigar. Eso lo entendía todo el mundo, pero vivimos un contexto laicista, en el que se quiere expropiar a la Iglesia de sus bienes. Tendrán que inventarse una ley.

-¿Vive el debate con irritación?

No, con paz. A mí me preguntan todos, desde el Papa hasta el último obispo y yo transmito paz.

-¿Y qué le ha respondido al Papa, si se puede decir?

Lo he tratado con las autoridades del Vaticano. No es que la Iglesia se ponga polémica, es que le han metido la polémica en casa, y tendremos que defendernos. El Cabildo siempre ha dicho que el nombre es indiferente. Creo que lo que les ofende es que la llamemos Catedral, pero es que lo es, es el templo principal de la diócesis, la cátedral de la diócesis. Pero creo que el problema es mucho más profundo. La Catedral, antigua Mezquita, es la punta del iceberg de todo un problema. Eso sí me lo dijeron en Roma: «Tenga en cuenta, señor obispo, que el tema de su Catedral, no es local, sino de orden internacional».

-Se dice que la Iglesia quiere ocultar su condición anterior.

Ha sido la propia Iglesia, el Cabildo, quien ha subrayado sus aspectos árabes. Según me cuenta don Manuel Nieto, hace 50 años la Catedral tenía menos aspecto de arte islámico que el que tiene ahora. No solamente no se ha ocultado, sino que hemos embellecido, subrayado aspectos que estaban tapados. Creo que tiene ese equilibrio notable de ser Catedral y no hay nada oculto: es una pieza arquitectónica que procede del tiempo musulmán y los restos arqueológicos de la basílica de San Vicente.

-Al poco de llegar usted aquí se intervino Cajasur. ¿Siente que la Iglesia ha perdido mucho?

Si no recuerdo mal, el 21 de mayo fue el recurso al Banco de España, y yo llegué el 20 de marzo. Casi estaba todo hecho, en la última decisión me atuve a lo que ellos me dijeron. Creo que fue bien aconsejado. Otra cosa es que el Banco de España se ha quedado con Cajasur, esa es otra historia. Cuando los patronos de Cajasur le piden al Banco de España que intervenga para sanearla, pero el Banco de España interviene apropiándosela y sacándola a subasta. De eso apenas se ha hablado y es importante. Los tribunales reconocieron que fue quitado un bien sin haberlo pedido. La Iglesia no ha querido atizar la polémica, pero ha habido un tratamiento a Cajasur muy diferente al que ha habido con Caja Castilla La Mancha y otras en España.

-¿Y por qué la han tratado así?

Porque era de la Iglesia, está claro. Dicho esto, la Iglesia está más a gusto sin Cajasur. Se pensaba ya en que lo llevaran los seglares, no sacerdotes. Creo que era opinión común cuando yo llegué. Si las cosas hubieran seguido sin la crisis, a estas alturas sería un grupo de seglares o una fundación la que llevaría Cajasur. En el primer año produjo un millón de beneficios, cuando Caja Castilla La Mancha tenía miles y miles de millones inyectados y no beneficiados. Cajasur tuvo interés por mantener los puestos de trabajo y eso se consiguió. El que haya pasado a manos públicas, para todos ha sido un descanso. Comenzó como un Monte de Piedad y para lo que nació puede continuar siéndolo.

-¿Qué tiene que buscar un cristiano en los programas electorales?

He escrito una carta en la que lo dibujo. A mí me parece urgentísima la justicia social, el trabajo, me parece que se podría hacer de otra manera. No soy político y no sé cómo ha de hacerse, pero sí sé que no vamos bien. Así no podemos llegar a una institucionalización de la justicia, que traiga consigo una paz social, que haya trabajo para todos. No soy quien para decir cuál ha de ser el programa político, simplemente les digo a los cristianos que en su pueblo, provincia o región y en nuestra España, busquen el bien común. Por eso les pedimos a los cristianos que sean antorcha y luz en el ambiente donde estén.

-¿Está perdida la batalla por la vida?

No. Yo estoy convencido de que la vida ganará a la muerte, pero no sólo en el momento final, de mi fe, sino en el momento histórico. La lucha por la vida reverdecerá, porque es más fuerte la vida que la muerte. Estoy convencido, la gran hecatombe del siglo XX que ha sido admitir el aborto legalmente, e incluso justificarlo como un derecho en España, no me resigno a pensar que dure. Porque es mentira, mientras que la vida es la verdad y es lo que impulsa y lo que va construyendo la historia. La batalla por la vida ganará, cuándo y cómo no lo sé.

-Su discurso ha sido muy claro y diáfano, tanto en cartas como en homilías. Eso le ha llevado a estar mucho en los medios. Usted sabe lo que quiere decir, pero, ¿teme que se haya tergiversado un poco su discurso cogiendo frases fuera de contexto?

Tengo que transmitir el Evangelio, que es para lo que me han puesto. Lo transmito pensando en mucha gente muy sencilla a la que conozco. No soy retórico, y menos aún barroco, soy directo, claro, llano. La gente me entiende, y parece que estaba bien que el obispo hablara, pero no que se le entienda. No me he llevado ningún berrinche, los medios tienen que vivir y les gusta el conflicto.

-¿Ha cambiado tanto la Iglesia con el Papa como parece, o más bien como creen?

El Papa Francisco da la alegría de ser cristiano, del Evangelio y la inmediatez con que comunica, que se entiende y lo entiende todo el mundo. En esta fase arrasa, yo espero que dure, porque en un momento dado se puede convertir en un personaje incómodo. A Jesús le pasó, durante un año y medio arrasaba, pero llegó un momento en que empezó a hablar más a fondo, de la cruz, y porque resultó un personaje incómodo y hubo que quitarlo de en medio. Y llega a todo el mundo la caricia, pero también cosas como que no podía ser trabajar todo el día por 600 euros. Desde el primer día, sintonizo plenamente con su estilo y su manera directa.

-¿Incluso para casos tan difíciles como el de Granada?

Creo que ha sido más mediático el problema que en la realidad. Ha estado muy atento al asunto, no sólo porque habló con la víctima, sino también con el arzobispo, que se sintió muy respaldado. El lío ha sido mediático, y eso no resta lo horrible de los abusos. Pero el arzobispo suspendió a los sacerdotes, habló con la Santa Sede. Parecía que era el encubridor, y había actuado con transparencia.