Los más sencillos en la fe no comprendemos…

Las cosas son como son y, además, seguramente no pueden ser de otra forma.

La creación de Dios es perfecta. Y dentro de tal perfección la del ser humano es la más perfecta de todas. Por eso se recoge en el Génesis que el Todopoderoso (¡Alabado sea por siempre!) creyó que había sido, tal creación, “muy buena”. Y no es de extrañar porque le había salido a su imagen y semejanza. Y, aunque esto no lo acabemos de entender del todo lo bien cierto es que la verdad es la verdad.

Pues bien, Papá Dios quiso que sus hijos tuvieran una serie de dones y gracias y que, con ellos, pudieran hacer el bien a sus hermanos los hombres. Y entre ellos el de la inteligencia y la comprensión de los misterios de la fe son capacidades que, no podemos negarlo, no están al alcance de todos. Es decir, no todos somos igual de inteligencias y tenemos la misma capacidad de comprensión. Y eso, por supuesto, está bien porque tal es la voluntad de Dios.

Eso ya pasaba en tiempos de Jesús: había algunos que, por sabios, no entendían nada de lo que decía pero otros, más sencillos o, por decirlo así, simples en su fe judía, alcanzaban a comprender lo que para los primeros era cosa incomprensible…

En fin…

El caso es que ahora, ahora mismo, en este siglo XXI ya muy superado el primer año del mismo, pasa algo por estilo aunque, claro está, salvando las correspondientes distancias entre aquel tiempo y éste.

Nosotros, los sencillos en la fe, los que no somos capaces de entender los grandes misterios de nuestra fe porque son, en efecto, muy elevados, andamos a otra cosa. Siendo conscientes de que ya hay otros hermanos nuestros que dedican su vida a desentrañarlos y a decirnos qué quieren decir preferimos, eso es verdad, atender nuestra fe desde otro punto de vista. Es decir, nos dejamos enseñar por los que saben (En Colosenses 3, 16 bien que nos lo dice san Pablo) sabiendo que es la única manera de alcanzar cierto nivel espiritual y de superar nuestra natural sencillez pues es de ley reconocer que unos pueden más y otros podemos menos.

Eso, por otra parte, no supone desdoro ninguno para nosotros mismos porque ya sabemos qué dijo Jesús en una ocasión dirigiéndose al Padre (Mt 11, 25; Lc 10, 21) porque sabía que los soberbios no alcanzaban a entender lo que, verdaderamente, importaba.

Hemos llegado, por tanto, al meollo de la cuestión de nuestra fe actual y del comportamiento de muchos. El caso es que los sencillos no comprendemos, por ejemplo,

-las razones de la falta de acción de la jerarquía con los teólogos disidentes y, por tanto,

las razones por las cuales no se reprueban de forma rápida y eficaz los errores teológicos y, también,

las razones de tanta tibieza de parte de quien no la puede ni debe tener.

El caso es que en tales errores podemos caer los sencillos en la fe porque, como bien sabemos, no alcanzamos a comprender o entender lo que otros deberían comprender y entender. Nosotros, seguramente, nos basta con la fe que es, precisamente, lo que falta a muchos que, con soberbia, creen estar por encima de la misma.

Al fin y al cabo nos conviene saber qué somos capaces de alcanzar con nuestra inteligencia porque ya está escrito que

‘No debe el hombre tomarse nada, si no le fuere dado del cielo  (Jn 3,27).

Pues eso, humildad a quienes debemos ser humildes que, como creemos, corresponde a todos los hijos de Dios y no, simplemente, a los sencillos en la fe. A nosotros nos basta, eso sí, con saber que lo somos.

 

Eleuterio Fernández Guzmán