Notre Dame y Boston College, raudos en plegarse a las leyes homosexualistas

 

La Iglesia necesita santos. Sí, somos pecadores y sabemos de nuestra debilidad, pero Dios nos regala santos que nos enseñan el camino del cielo. Sin santos, la Iglesia sería un pobre y triste tinglado.

Rasgo determinante de la santidad es la coherencia, el vivir lo que se dice. Sostenemos que Cristo está en cada uno de los que nos rodean, pues actuemos en consecuencia, como si realmente ése que está a nuestro lado fuera el mismo Cristo (ver a Cristo en los demás es la clave, nos recordaba la Madre Teresa de Calcuta); decimos que Cristo está realmente presente en la Eucaristía, pues actuemos en consecuencia, adorándole y tratándole como se merece nuestro Salvador; afirmamos que el aborto es el asesinato de un ser humano inocente, pues actuemos en consecuencia, comportándonos ante quienes lo permiten, promueven o ejecutan con el mismo rechazo con el que actuaríamos si se dedicasen a asesinar a inocentes ya adultos.

Puede no ser fácil, porque somos débiles y el mundo nos seduce: es tan fácil mirar para otro lado, declamar una cosa y luego adaptarse al mundo en nuestro actuar. Luego, además, encontramos cientos de justificaciones, algunas realmente buenas, incluso nos llegamos a convencer de que lo hacemos movidos por la caridad. Por fortuna Dios siempre envía santos a su Iglesia que con sus vidas, coherentes, nos recuerdan que por muy buenas que sean nuestras excusas no son más que eso, excusas.

Estas reflexiones me venían a la mente al leer la decisión del rector de la Universidad católica de Notre Dame, en South Bend, Indiana, quien tras conocer que el estado de Indiana ha aprobado el matrimonio entre personas del mismo sexo, ha declarado (con una celeridad pasmosa, sólo dos días después de la aprobación y sin haber ni siquiera estudiado las posibilidades de una objeción en base al carácter confesional del centro) que “Notre Dame es una universidad católica y comparte una visión católica del matrimonio, sin embargo, seguirá la ley civil en esta materia y actuará inmediatamente para implantar las modificaciones previstas por los jueces“. Esto es, pasará a tratar a los matrimonios entre personas del mismo sexo del mismo modo que a los matrimonios entre hombre y mujer. Lo mismo ha decidido el jesuita Boston College, quien en boca de Jack Dunn, director de relaciones exteriores, declaró que “Como Universidad católica somos conscientes de las enseñanzas de la Iglesia, pero también somos conscientes de nuestros deberes civiles“. Una forma de decir que vamos a dar al César lo que es del César y al César también lo que es de Dios.

Eso sí, seguiremos diciendo que somos católicos y que, por supuesto, aceptamos las enseñanzas de la Iglesia sobre este tema; faltaría más. Añadiremos que el único matrimonio natural es entre un hombre y una mujer. E incluso glosaremos con gran erudición aquello de que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres". ¡Qué cristianos somos! ¡Menudas declaraciones, perfectamente intachables! Y luego actuaremos como si nada de eso fuera verdad, o al menos, como si nada de eso tuviera consecuencias en la vida real, como si fueran bonitas palabras que viven en las nubes y no deben bajar a la sucia realidad.

Lo cierto es que no se entienden muchas cosas de las que han sucedido en la Iglesia durante las últimas décadas (o más bien a lo largo de toda su historia) si no consideramos el amplio foso entre lo que decimos y lo que hacemos, la enorme falta de coherencia, la trágica falta de santidad.

Ha pasado y pasa con el aborto, está pasando con el matrimonio. Y sin embargo, Dios no nos deja solos, nos sigue enviando santos que muestran al mundo que se puede vivir según su Palabra y que ponen en evidencia que el camino que han tomado Notre Dame y el Boston College no es el camino del Evangelio.