Aquella cunicular expresión

 

El lenguaje es más equívoco de lo que parece. Cuando un español viaja a Hispanoamérica, y hablamos todos español, sabe que ha de andarse con sumo cuidado con las cosas que dice. La más mínima frase hecha, la aparentemente más inocente comparación, lo que en España es una simple broma, en algunos países es altamente ofensivo y palabras en la península completamente inocentes en algunos países son expresiones de lo más soez. Todos tenemos mil anécdotas.

Con perdón de un lado y otro del charco, y por poner un ejemplo, en Hispanoamérica, en general, no tiene mayor connotación ni especial problema utilizar la expresión “jodido”. En España es algo muy fuerte. Al revés, en España se puede perfectamente ir de culo, cosa que dicha en tierras hermanas supone una grosería de las gordas.

Todos los que en alguna ocasión hemos ejercido el ministerio en Hispanoamérica hemos tenido exquisito cuidado de hablar a base de sujeto, verbo y predicado y muy poquito más para no complicar las cosas (y fíjense que en esta ocasión no utilizo ni siquiera “meter la pata” en previsión de que en algún lugar no fuera conveniente esa expresión). Más aún, y ejemplos hay a miles, en España es normal coger un taxi, mientras que en Hispanoamérica coger o comer son verbos que mejor se evitan.

Dicho esto, los que tenemos cualquier tipo de proyección pública debemos cuidar mucho no solo lo que decimos, sino cómo lo decimos. Un sacerdote en su parroquia un poco, un obispo bastante más, y el santo padre al máximo. Simplemente por evitar que nadie se pueda dar por ofendido o llegara a mal interpretar sus palabras. Simplemente eso.

Es difícil conjugar cercanía a la gente con claridad y cuidado en las expresiones para que nadie pudiera sentirse molesto. Es un don que muy pocos poseen. Quizá lo tuvo en grado sumo san Juan Pablo II, un papa cercano, muy querido, y que sabía decir las verdades más claras sin temor, sin dar pie a confusión alguna. Un papa al que se le entendía todo y cuyas palabras jamás necesitaron de una clarificación posterior.

Al papa Francisco no seré yo quien le ponga pegas a su doctrina ni quien piense que no quiere a las familias numerosas. Pero no queda más remedio que reconocer que no estuvo muy afortunado en aquella expresión de cunicultura si tanta gente se sintió molesta. Y no deja de ser lamentable que tantas y tantas veces haya sido necesario que salga a la palestra Lombardi para explicarnos lo que en realidad quiso decir el santo padre.

No creo que sea un pecado opinar que su santidad debería cuidar más el lenguaje, ser algo más prudente en lo que dice y en cómo lo dice y desear que sus intervenciones fueran tan pensadas que no tuviésemos a que estar cada día asistiendo el repetido espectáculo de la aclaración posterior.

El papa ha dicho reiteradamente que es bueno escuchar y que no debemos tener miedo a expresar libremente todo lo que consideremos oportuno. El problema es que cuando alguien lo hace poniendo en cuestión alguna de sus afirmaciones o simplemente la forma de hacerlas, rápido sale el nuevo inquisidor tachándole de enemigo del papa y poco menos que boicoteador de la nueva primavera eclesial.

El papa, en aquella cunicular expresión, no estuvo especialmente afortunado y punto. Tampoco hay que darle más vueltas.