Una persecución atípica: los católicos ante el nazismo (1-2)

Por Mª Jesús Echevarría

El 30 de enero de 1933 apostatamos como pueblo. Desde entonces caminamos como pueblo por un camino falso, en una falsa dirección. Incluso hoy (1941) hay pocos en este pueblo que presientan lo que significa ir por un falso camino, en dirección falsa".(1)

Theodor Haecker: “Diario del Día y de la Noche”

 

La Iglesia Católica se tomó su tiempo antes de considerar como persecución lo que había pasado en Alemania durante el III Reich. La razón es que a la pregunta “¿Hubo persecución contra los cristianos en la Alemania de Hitler?” se puede contestar afirmativa o negativamente según los puntos que se tomen como referencia.

Comparada con la que hubo en México en los años 20-30, en España en el 36 o la bolchevique, la de los nazis no fue nada: no se quemaron iglesias, tampoco cerraron el culto, no hubo profanaciones ni disolución de órdenes religiosas, se administraban todos los sacramentos, estaban abiertos los seminarios y las cátedras de teología y, tanto las cárceles como luego el ejército, tenían capellanes.

Nadie persiguió la Fe en Alemania por lo que difícilmente se podía llegar al martirio. Sin embargo la encíclica Mit Bennender Sorge (“Con ardiente preocupación”) de 1937, redactada por el entonces cardenal Eugenio Pacelli, y al final del Papado de Pío XI, denuncia que el gobierno alemán no estaba cumpliendo lo estipulado en el Concordato de 1933.

La Iglesia Católica en Alemania estaba muy bien preparada desde la Kulturkampf: había un partido político de inspiración católica, el Zentrum, poseía periódicos y revistas de gran difusión, sindicatos muy activos, organizaciones como Cáritas, Los Luises, la Adoración Nocturna y la Acción Católica con miles de afiliados y participantes. En 1933 todas estas organizaciones se cerraron, como ocurrió con cualquier otra organización, revista o periódico que no estuviera controlada por el gobierno y no difundiera consignas nazis. La única excepción la constituyó Cáritas que siguió funcionando durante los 12 años que Hitler estuvo en el poder, la razón es que todos los sacerdotes o seglares que trabajaran activamente en el terreno social lo siguieron haciendo, incluyendo órdenes religiosas como los Hermanos de San Juan de Dios o la Hermanas de San Vicente de Paul.  Por puro pragmatismo los nazis no clausuraron nada que pudiera suponer ayuda sanitaria o social.

Algunos católicos, que no entendieron bien cuáles eran las intenciones de Hitler, se permitieron hablar en público con tono crítico sobre la política nazi. Craso error. El discurso de von Papen, que luego se mimetizó con el nazismo, del 17 de junio de 1934 en Marburg y el de Erich Klausener en el Congreso Católico en el Hoppegarten de Berlín del 24 de junio del mismo año, irritaron sobremanera a Hitler. La contestación fue fulminante. En la noche del 30 de junio al 1 de julio de 1934, conocida como “Noche de los Cuchillos Largos”, Erich Klausener-presidente de la Acción Católica Alemana-y Adalbert Probst-director de la Organización Católica de Deportes-fueron asesinados por las SS que acabaron también con las SA, algunos militares y todos aquellos a quienes Hitler consideraba enemigos.

La Iglesia Católica se quedó estupefacta. ¿Qué iba a ser del Concordato? ¿Qué iba a ser de la Iglesia? ¿Cómo reaccionar?

La mayoría de los católicos alemanes pensó que la cosa no iba bien pero que podía ir peor. Era la política del palo y la zanahoria y nadie quiso que le quitaran la zanahoria.

II

“Quien en este momento es batida entre martillo y yunque es nuestra juventud, la que está en crecimiento, no todavía madura, que todavía es maleable, tierna. No la podemos sustraer a los golpes del martillo del paganismo, de la hostilidad hacia el Cristianismo, a las falsas enseñanzas y costumbres.

Somos el yunque, no el martillo. No podéis sustraer a vuestros hijos de los golpes de martillo de la hostilidad a la fe y a la iglesia. Pero también el yunque participa en la forma. Haced que vuestra casa paterna, vuestro amor y vuestra fidelidad de padres, vuestra vida cristiana ejemplar sean un yunque sólido, resistente e inquebrantable”(2)

Fragmento de la predicación del 20 de julio de 1941 del Obispo Clemens August Graf von Galen

Entre 1934 y la Operación Barbarroja, la invasión de la URSS por Alemania en 1941, la situación siguió siendo complicada. Aquellos sacerdotes o seglares que veían el peligro de descristianización progresiva por la ocupación del espacio público por la ideología nazi eran considerados por otros como alarmistas.

Sin organizaciones los hijos de los católicos tenían que unirse obligatoriamente a las Juventudes hitlerianas, espías de la Gestapo analizaban el contenido de las homilías y la encíclica “Mit Brennender Sorge” no pudo ser leída en todas las iglesias de Alemania sino que circuló ciclostilada de mano en mano en la clandestinidad.

En este clima de miedo hubo un sacerdote austriaco, el Padre Jakob Gapp, marianista, que estudió a fondo el nazismo y en una famosa homilía se dirigió a sus feligreses alertándoles de que la doctrina nacionalsocialista no podía convivir con el cristianismo, su odio y su xenofobia la hacía incompatible con los Evangelios y con la idea de que todo hombre ha sido creado por Dios a su imagen y semejanza. Cuando en 1938 Alemania se anexionó Austria el Padre Gapp tuvo que abandonar su patria y se dirigió a España, donde la Compañía de María tiene varios colegios. Pero los nazis no se olvidaron de él. En 1941 fue atraído hacia Hendaya con engaños y, en cuanto pisó Francia, fue detenido por la Gestapo. Su juicio lo llevó el famoso juez Freisler que lo condenó a muerte por decapitación, sentencia que se cumplió el 13 de agosto de 1943. Fue beatificado por el Papa San Juan Pablo II y ese día está considerado en Alemania como Día de los Mártires del Nazismo.

 

Beato Jakob Gapp

El círculo se iba estrechando y la Iglesia estaba cada vez más reducida a los límites de los templos, los domicilios particulares y los seminarios. Arbitrariamente los nazis elegían a éste o a aquél preventivamente. Así separaron de su cátedra a Romano Guardini, prohibieron las publicaciones de Theodor Haecker, porque en su revista no había nombrado ni una sola vez al Führer, evitaron la promoción de los católicos en colegios y universidades o, simplemente, no podían aprobar oposición alguna.  De uno en uno y sólo las voces más autorizadas y carismáticas.

Esta política despistaba al pueblo que no se veía tan afectado, aunque a regañadientes tuviese que consentir ciertas cosas, pero ellos iban a misa, confesaban, recibían la extremaunción e incluso podían enviar a sus hijos al seminario. La persecución u ostracismo de personas individuales podía ser achacada, tal vez, a otras causas.

Las leyes de Nuremberg, que dejaban sin derecho alguno a los judíos, fueron interpretadas como temporales por cristianos y por muchos judíos que no podían creer que aquella ignominia durara mucho; “La Noche de los cristales rotos” como acciones de grupos incontrolados; la obligación de expulsar a los conversos de todas las iglesias se manejó como se pudo (Sor Teresa Benedicta de la Cruz, en el siglo Edith Stein, tuvo que marcharse a un convento de Holanda).

La oposición al nazismo fue, durante estos años, cuestión de conciencia asumida por cristianos que perdían su puesto de trabajo, no promocionaban, caían en el ostracismo o dimitían de sus puestos por no traicionarse a sí mismos.

En esa época de oscuridad la familia fue la que mantuvo los principios cristianos preparando a los hijos con el ejemplo: eso es lo que cuenta Joachim Fest en su autobiografía “Yo no”; a eso es a lo que se refería Cato Bontjes van Beek cuando, a la afirmación de su profesora de que no se podía nadar contra corriente, contestó decidida: “nosotros sí podemos”; y están los Scholl, los Graf, los Schmorell, los Bonhoeffer, los Huber, los Probst…familias católicas y protestantes fieles a su fe.

Y el estado seguía quitando arena bajo los pies de las iglesias, cada vez más y más.