El señor cura no tiene tiempo

 

A los curas, cosa curiosa, como a los demás mortales, se nos regalan exactamente 24 horas cada día. Independientemente que seamos jóvenes o viejos, habitantes del llano, la montaña, el desierto o la selva virgen, seculares o regulares, párrocos, profesores, capellanes o jubilados. 24 horas diarias. Ni una más ni una menos.

Responsabilidad nuestra es saber cómo emplearlas y en qué circunstancias poder decir “no tengo tiempo”. Porque tiempo tenemos como todos. Insisto que bien distinto es saber en qué decidimos aprovecharlo.

Pienso que un sacerdote, amén de las cosas básicas como cualquier mortal, es decir descanso, aseo, atender su casa, debería tener sus prioridades: rezar, cuidar su formación y espiritualidad y ejercer su ministerio especialísimamente en aquello que le es propio e indelegable: celebración de los sacramentos y predicación. A partir de esta afirmación entiendo que sería muy preocupante que nos faltara tiempo para rezar el oficio, por ejemplo, la oración personal, el estudio y el cuidado de la propia vida como sacerdotes.

Tampoco es fácil de entender que no tengamos tiempo para celebrar la eucaristía, escuchar confesiones, atender personalmente a los fieles, preparar la predicación o encargarnos de que la palabra se exponga con intensidad y fidelidad en la parroquia. “He suprimido la misa porque no tengo tiempo, no confieso por falta de tiempo, no predico por falta de tiempo, no rezo porque no tengo tiempo, no leo un libro porque no tengo tiempo”.

Es que si así fuere… ¿a qué me estoy dedicando? Comprendo al sacerdote agotado porque en el día tuvo dos misas, tres horas confesando, dos responsos, un enfermo, la preparación de las catequesis de la semana, la revisión del trabajo con el equipo de Cáritas, dos horas de despacho atendiendo casos personales… Lo que nos pasa es que las horas se nos suelen ir en otras cosas.

No nos impusieron las manos para ser trabajadores sociales, animadores socioculturales, besadores de ancianitas o entrenadores de fútbol. Eso a veces hay que hacerlo como una primera forma de llegar para luego anunciar mejor el evangelio. E incluso esa primera forma la pueden hacer perfectamente los laicos. Tampoco nos creamos que jugar al mus cada tarde es anunciar el evangelio y llevar a la gente a la conversión. Es matizable. Muy matizable.

Es verdad que a veces nos puede la pereza y que una cosa es el ideal y otra la vida de cada uno. Pero cada vez que nos decimos o decimos a otros eso de que “no tengo tiempo” tendremos que analizar si el tiempo lo estamos empleando bien, no sea que se nos estén yendo los minutos por el sumidero.