15.10.14

Amor de  Dios

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él”.

(1 Jn 4, 16)

Este texto, de la Primera Epístola de San Juan es muy corto pero, a la vez, muestra la esencia de la realidad de Dios al respecto del ser humano que creó y mantiene en su Creación.

Es más, un poco después, tres versículos en concreto, abunda en una verdad crucial que dice que: “Nosotros amamos, porque él nos amó primero”.

Dios, pues, es amor y, además, es ejemplo de Amor y luz que ilumina nuestro hacer y nuestra relación con el prójimo. Pero eso, en realidad, ¿qué consecuencias tiene para nuestra existencia y para nuestra realidad de seres humanos?

Que Dios sea Amor, como es, se ha de manifestar en una serie de, llamemos, cualidadesque el Creador tiene al respecto de nosotros, hijos suyos. Y las mismas se han de ver, forzosamente, en nuestra vida como quicios sobre los que apoyarnos para no sucumbir a las asechanzas del Maligno. Y sobre ellas podemos llevar una vida de la que pueda decirse que es, verdaderamente, la propia de los hijos de un tan gran Señor, como diría Santa Teresa de Jesús.

Decimos que son cualidades de Dios. Y lo decimos porque las mismas cualifican, califican, dicen algo característico del Creador. Es decir, lo muestran como es de cara a nosotros, su descendencia.

Así, por ejemplo, decimos del Todopoderoso que muestra misericordia, capacidad de perdón, olvido de lo que hacemos mal, bondad, paciencia para con nuestros pecados, magnanimidad, dadivosidad, providencialidad, benignidad, fidelidad, sentido de la justicia o compasión porque sabemos, en nuestro diario vivir que es así. No se trata de características que se nos muestren desde tratados teológicos (que también) sino que, en efecto, apreciamos porque nos sabemos objeto de su Amor. Por eso el Padre no puede dejar de ser misericordioso o de perdonarnos o, en fin, de proveer, para nosotros, lo que mejor nos conviene.

En realidad, como escribe San Josemaría en “Amar a la Iglesia “ (7)

“No tiene límites el Amor de Dios: el mismo San Pablo anuncia que el Salvador Nuestro quiere que todos los hombres se salven y vengan en conocimiento de la verdad (1 Tim II, 4).”

Por eso ha de verse reflejado en nuestra vida y es que (San Josemaría, “Forja”, 500)

“Es tan atrayente y tan sugestivo el Amor de Dios, que su crecimiento en la vida de un cristiano no tiene límites”.

Nos atrae, pues, Dios con su Amor porque lo podemos ver reflejado en nuestra vida, porque nos damos cuenta de que es cierto y porque no se trata de ningún efecto de nuestra imaginación. Dios es Amor y lo es (parafraseando a San Juan cuando escribió – 1Jn 3,1- que somos hijos de Dios, “¡pues lo somos!”) Y eso nos hace agradecer que su bondad, su fidelidad o su magnanimidad estén siempre en acto y nunca en potencia, siempre siendo útiles a nuestros intereses y siempre efectivas en nuestra vida.

Dios, que quiso crear lo que creó y mantenerlo luego, ofrece su mejor realidad, la misma Verdad, a través de su Amor. Y no es algo grandilocuente propio de espíritus inalcanzables sino, al contrario, algo muy sencillo porque es lo esencial en el corazón del Padre. Y lo pone todo a nuestra disposición para que, como hijos, gocemos de los bienes de Quien quiso que fuéramos… y fuimos.

En esta serie vamos, pues a referirnos a las cualidades intrínsecas derivadas del Amor de Dios que son, siempre y además, puestas a disposición de las criaturas que creó a imagen y semejanza suya.

Dios es justo

Muchas veces decimos, porque es verdad, que Dios es bueno pero que también es justo. Resaltamos, pues, la justicia como una de las cualidades que el Todopoderoso ostenta sin límite alguno.

Sabemos, por tanto, que la justicia del Creador está puesta, siempre, al servicio de lo bueno y mejor. Por eso reconocemos que nunca puede ser injusto pues sería, tal actitud, una contradicción inadmisible.

Pero ¿qué quiere decir y qué supone que Dios es justo?

Lo que quiere decir

En esencia que Dios sea justo ha tener un significado sencillo de proponer y, más aún, de aceptar.

Que Dios es justo significa que el Padre mira, desde su corazón de Padre, a sus hijos queriendo para ellos lo mejor. Y lo mejor sólo puede ser aquello que emana de su interior, de sus entrañas de misericordia, Y, para eso, establece una Ley, superior a toda norma humana, que aplica a pesar de la malversación que, de la misma, ha hecho su creatura desde que la creó (¡desde que la creó!)

Quiere decir, además, que hay una justicia que aplicar y que no se trata de actuación caprichosa del Creador. Nunca Dios juzga sin sentido sino, al contrario, con el que da ser Quien todo lo ha hecho y, por tanto, está en su absoluto y total derecho de decir si se han seguido, o no, sus normas que, por cierto, indicó con bastante claridad a un tal Moisés. Nada es, ni debe ser, extraño para el hombre pues todo está dicho y, además, escrito.

Lo que supone

El Salmo 7 (12-13) nos pone sobre la pista de qué es lo que podemos esperar de la justicia de Dios. Nos dice esto:

“Dios, el juez justo, tardo a la cólera, pero Dios amenazante en todo tiempo para el que no se vuelve”.

Debemos esperar el juicio de Dios porque sabemos que, en efecto, si bien tarda en manifestar su cóloera (tantos ejemplos hay de eso en las Sagradas Escrituras…) no podemos negar que el ser justo tiene, para nosotros, sus consecuencias.

Cada cual tendrá, ha tenido y tiene (según corresponda a la persona que fallecerá, que ya ha fallecido o que ha fallecido ahora mismo) un juicio llamado, por eso mismo, “particular”. En el mismo somos juzgados por Dios y en el mismo se nos tiene en cuenta todo aquello que hayamos merecido o desmerecido a lo largo de la vida.

Ahí se contempla, de inmediato y en el acto, el sentido de la justicia de Dios. Y vemos, cada cual en su alma lo siente, ha sentido o sentirá, que es justa la sentencia. Y otra cosa no querraá.

Pero, como suele decirse, Dios nos tiene preparado algo más al respecto de lo que es justo.

La justicia de Dios se manifestará, por último, en el llamado “Juicio universal”. El Evangelio de San Mateo (25, 31-40) nos informa acerca de cómo será el mismo. Es un texto más que conocido pero siempre valdrá la pena recordar que el sentido exacto de la justicia divina, de Dios, es el que es:

“Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles se sentará en su trono como Rey Glorioso. (…) Separará a unos de otros, poniendo a las ovejas a su derecha y los machos cabríos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los que están a la derecha: ‘¡venid benditos de mi Padre! Tomad posesión del reino que ha sido preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer. Fui forastero y me hospedasteis en vuestra casa. Estuve sin ropas y me vestisteis. Estaba enfermo y vinisteis a verme’.

Entonces los buenos preguntarán. ‘Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer. sediento y te dimos de beber o forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver, ? El rey responderá. ‘En verdad os digo que, cuando lo hicisteis con alguno de estos más pequeños, que son mis hermanos, lo hicisteis conmigo’” .

También conocemos el resto del texto evangélico que corresponde a los que no han seguido la doctrina santa y misericordiosa. Y sabemos que, en su caso, y dada la justicia de Dios, prevalecerá el rechinar de dientes…

Abunda en esto San Pablo cuando en su Epístola a los Romanos (2, 1-11) nos dice

“Por eso, no tienes excusa quienquiera que seas, tú que juzgas, pues juzgando a otros, a ti mismo te condenas, ya que obras esas mismas cosas tú que juzgas, y sabemos que el juicio de Dios es según verdad contra los que obran semejantes cosas. fY ¿te iguras, tú que juzgas a los que cometen tales cosas y las cometes tú mismo, que escaparás al juicio de Dios? O ¿desprecias, tal vez, sus riquezas de bondad, de paciencia y de longanimidad, sin reconocer que esa bondad de Dios te impulsa a la conversión? Por la dureza y la impenitencia de tu corazón vas atesorando contra ti cólera para el día de la cólera y de la revelación del justo juicio de Dios, el cual = dará a cada cual según sus obras: = a los que, por la perseverancia en el bien busquen gloria, honor e inmortalidad: vida eterna; mas a los rebeldes, indóciles a la verdad y dóciles a la injusticia: cólera e indignación. Tribulación y angustia sobre toda alma humana que obre el mal: del judío primeramente y también del griego; en cambio, gloria, honor y paz a todo el que obre el bien; al judío primeramente y también al griego ;que no hay acepción de personas en Dios.”

A cada cual, pues, cada alma, se le aplicará y tendrá, como consecuencia de la infinita justicia de Dios, una determinada sentencia. Es, esto, un juicio, un “ver” cómo hemos sido, un contemplar nuestro pasado de vida en el mundo. Y de ahí, de la contraposición de bueno y malo, de amor y desamor y de, en fin, todo aquello que pueda argumentar en nuestra defensa nuestro Ángel custodio, se seguirá el destino de nuestra parte espiritual.

Y ya, además, será para siempre tal destino pues tan sólo aquellas almas que, en el momento de la Resurrección de la carne, se encuentren en el Purgatorio dejarán de estar allí para ascender al Cielo pues, en justicia, debían limpiar aquello no limpiado en vida mundana.

Dios, en efecto, es justo. Y eso lo viene demostrando desde que creó lo existente que, además, es mantenido en su realidad y existencia por Quien quiso hacerlo y lo hizo.

Eleuterio Fernández Guzmán