10.10.14

Escudo papal Francisco

El Papa, obispo de Roma y sucesor de San Pedro, “es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (Lumen Gentium, 23)

En los siguientes artículosvamos a tratar de comentar la primera Carta Encíclica del Papa Francisco. De título “Lumen fidei” y trata, efectivamente, de la luz de la fe.

Fe y sufrimiento

Fuerza que conforta en el sufrimiento
“56. San Pablo, escribiendo a los cristianos de Corinto sobre sus tribulaciones y sufrimientos, pone su fe en relación con la predicación del Evangelio. Dice que así se cumple en él el pasaje de la Escritura: ‘Creí, por eso hablé’ (2 Co 4,13). Es una cita del Salmo 116. El Apóstol se refiere a una expresión del Salmo 116 en la que el salmista exclama: ‘Tenía fe, aun cuando dije: ‘‘¡Qué desgraciado soy!’’ (v. 10). Hablar de fe comporta a menudo hablar también de pruebas dolorosas, pero precisamente en ellas san Pablo ve el anuncio más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento se hace manifiesta y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad y nuestro sufrimiento. El Apóstol mismo se encuentra en peligro de muerte, una muerte que se convertirá en vida para los cristianos (cf. 2 Co 4,7-12). En la hora de la prueba, la fe nos ilumina y, precisamente en medio del sufrimiento y la debilidad, aparece claro que ‘no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor’ (2 Co 4,5). El capítulo 11 de la Carta a los Hebreos termina con una referencia a aquellos que han sufrido por la fe (cf. Hb 11,35-38), entre los cuales ocupa un puesto destacado Moisés, que ha asumido la afrenta de Cristo (cf. v. 26). El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cf. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último ‘Sal de tu tierra’, el último ‘Ven’ , pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo.

57. La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, ‘inició y completa nuestra fe’ (Hb 12,2).

El sufrimiento nos recuerda que el servicio de la fe al bien común es siempre un servicio de esperanza, que mira adelante, sabiendo que sólo en Dios, en el futuro que viene de Jesús resucitado, puede encontrar nuestra sociedad cimientos sólidos y duraderos. En este sentido, la fe va de la mano de la esperanza porque, aunque nuestra morada terrenal se destruye, tenemos una mansión eterna, que Dios ha inaugurado ya en Cristo, en su cuerpo (cf. 2 Co 4,16-5,5). El dinamismo de fe, esperanza y caridad (cf. 1 Ts 1,3; 1 Co 13,13) nos permite así integrar las preocupaciones de todos los hombres en nuestro camino hacia aquella ciudad ‘cuyo arquitecto y constructor iba a ser Dios’ (Hb 11,10), porque ‘la esperanza no defrauda’ (Rm 5,5).

En unidad con la fe y la caridad, la esperanza nos proyecta hacia un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día. No nos dejemos robar la esperanza, no permitamos que la banalicen con soluciones y propuestas inmediatas que obstruyen el camino, que ‘fragmentan’ el tiempo, transformándolo en espacio. El tiempo es siempre superior al espacio. El espacio cristaliza los procesos; el tiempo, en cambio, proyecta hacia el futuro e impulsa a caminar con esperanza.

Lumen fidei

No hay duda alguna, para quien contemple la vida desde un punto de vista ordinario o normal, que todo ser humano sufre. En algún momento de su vida el hombre, creación de Dios a imagen y semejanza suya, pasará por malos momentos pues bien el dolor se adueñará de su cuerpo o bien el sufrimiento espiritual no lo dejará vivir.

El ser humano, pues, ha de plantearse cómo responder a tales secuencias de su existencia.

A tal respecto, el Papa Francisco comprende que la fe, la luz de la fe, tiene una utilidad no menguada sino, al contrario, aumentada según sea la que el creyente tenga. Por eso, quien mucha tiene, gran utilidad puede obtener de ella y, al reves, quien poca tenga, poca utilidad obtendrá.

En tales momentos, es Dios quien nos auxilia y con el Creador podemos salir adelante. Y es que somos débiles y sufrimos y en esos instantes Quien nos creó y mantiene nos echa una mano, una gran mano creadora.

Sobre el sufrimiento, acerca del mismo, hay muchas incomprensiones. Primero por parte de quien no cree pero, desgraciadamente, también por parte de quien tiene confianza en el Todopoderoso. Y en tales casos es cuando más conviene, nos conviene, tener presente el poder del Amor de Dios en materia de sufrimiento y de dolor. Es más, teniendo a Cristo como ejemplo, podemos llegar a proclamar, ¡bien fuerte!, que en el sufrimiento podemos crecer espiritualmente y tener a Dios más cerca de nuestro corazón.

El caso es que, desde pensamientos no creyentes, se plantea la especie según la cual lo que nos pasa a los creyentes católicos es que sobrenaturar el dolor es una forma de huir de aquello que pasa en el mundo, como un apartarse de él por parecer que no se mantiene relación con nuestra realidad. Esto, sin embargo, no es cierto sino, más bien, al contrario: de las personas que están pasando por un sufrimiento (más aún si es duradero) los creyentes podemos obtener grandes beneficios espirituales: su lucha, el ofrecimiento de su dolor, etc. nos sirven muy bien para entender el que lo fue del Mesías en su Pasión.

Y abundamos en esto sabiendo, porque lo sabemos y experimentamos, que Dios no nos explica, por decirlo así, las razones de nuestro sufrimiento. Eso, en realidad, poco nos debe importar. Sí, sin embargo, sabemos, como decimos, que nos acompaña y nos ofrece la posibilidad de ofrecer aquellos malos momentos por los que estemos pasando. Así, con ella, a partir de tal ofrecimiento, podemos entender mejor que lo que nos pasa puede, incluso, beneficiar a otros, a otras situaciones pues ha de ser del agrado del Creador que ante nuestro sufrimiento no sea el mismo el que centre nuestra atención sino el bien que podemos obtener a partir del mismo.

Además, sufrimiento, fe, esperanza, van de la mano pues el primero de ellos, a través de la fe sostenida por la tercera nos pone en el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios y lo hace sobre un campo de piedras y espinas que nos maltratan pero, a la vez, nos salvan.

Es bien cierto que este punto de vista puede parecer extraño para desavisados en la fe católica pero para nosotros, para cada uno de nosotros, ¡eso suena de perlas y con sonidos de campanas de eternidad!.

Eleuterio Fernández Guzmán