Del 5 al 7 de octubre ha tenido lugar en la ciudad de Charlotte, Carolina del Norte, la reunión anual de Catholic Charities de Estados Unidos. Con tal ocasión, el Papa Francisco quiso hacerles llegar a los participantes su saludo, cuyo contenido se adjunta a continuación.

Hermanas y hermanos en Cristo, les envío a todos mi más afectuoso saludo de paz y alegría, mientras se reúnen en Charlotte, Carolina del Norte, para celebrar las obras y el apostolado de Catholic Charities en los Estados Unidos de América. Me gusta mucho el tema que han elegido: “Marcar el paso y cambiar el curso”, porque realmente se ajusta a lo que quería compartir hoy con ustedes.

Como les dije en la exhortación apostólica Evangelii gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (par. 1)”. Ese encuentro con el Señor Jesús marca nuestro paso, cambia el curso de nuestra vida. Cuando Jesús pidió a los Apóstoles y a la Iglesia primitiva que lo siguieran: cambió el curso de sus vidas. La Iglesia primitiva fue testigo de ese cambio de paso y pidió una nueva manera de relacionarse con los demás y servir a “los más humildes entre ellos”. El mensaje del Evangelio de Mateo nos indica el camino a seguir: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hicieron a mi” (Mt. 25,40).

La comunidad cristiana primitiva se tomó muy en serio este mensaje y este encuentro. Ellos modelaron una nueva manera de ser, delineando un nuevo curso en un mundo que parecía indiferente. Hemos escuchado que: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola mente. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. (…) No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según la propia necesidad” (Hch. 4,32-35).

De nuevo, esa alegría que encuentran los discípulos de Jesús – tanto entonces corno hoy en día – que les lleva a actuar de manera que se pueda cambiar mentes y corazones. El gozo del Evangelio es capaz de cambiar los criterios y es capaz de cambiar el corazón. Realmente se cambia el curso de una vida. Como en la parábola del Buen Samaritano, estamos llamados a ser como ese Samaritano que se paró, en su apurado viaje de negocios, para atender a su “prójimo”, e incluso estamos llamados a ser como el “posadero” (Lc. 10,35) a permanecer abiertos a curar y ofrecer un lugar seguros de atención constante. Estamos llamados hoy a responder de la misma manera. Estamos llamados a estar en la calle, invitando y sirviendo a los marginados y excluidos, para que no sean marginados y excluidos. Hemos de ver la “imagen de Dios” en los ojos de todas esas personas.

Lamentablemente hoy se tiende a considerar al ser humano en si mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos comenzado a vivir la cultura del «descarte» que, además, se promueve. No solo se vive sino que se promueve la cultura del descarte. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera, descartado, fuera de cualquier tipo de sistema. Los excluidos no son «explotados» sino que son desechados, son desechos, son «sobrantes»” (EG, par. 53). Nadie debe ser un “sobrante”. Nadie debe ser un “excluido” del amor de Dios y de nuestra atención.

Como cooperantes de Catholic Charities, miembros de la Junta, donantes, ministros de pastoral social, voluntarios y organizadores, ustedes llevan esa alegría a todos y cada uno de sus encuentros. Yo sé que el trabajo que ustedes hacen, en los Estados Unidos de América, en Catholic Charities, en sus diócesis locales y a escala nacional, en nombre de los pobres, las personas solas, los ancianos confinados, las familias jóvenes, los adultos sin techo, los niños que pasan hambre, los jóvenes refugiados, los padres migrantes y muchos otros, les permite a todos ellos saber y experimentar el tremendo y abundante amor de Dios, a través de Jesús. Ustedes son las mismas manos de Jesús en el mundo. Su testimonio ayuda a cambiar el curso de la vida de muchas personas, de muchas familias y muchas comunidades. Su testimonio les ayuda a cambiar el curso de su propio corazón.

San Juan Pablo II, visitó la reunión anual de ustedes en 1987, en San Antonio, Texas. En aquel encuentro, él exhortó a Catholic Charities de los EE.UU. a “¡unirse, transformar y servir!” y también dijo: “Cuando lo hayan hecho (eso) en nombre de Jesús, ése será el espíritu de Catholic Charities y de todo el trabajo que hagan por esta causa, porque es el seguimiento fiel de ‘aquel que no vino a ser servido, sino a servir’. Prácticamente, Él les llama a servir primero a los necesitados, pero tomando antes medidas “directamente orientadas a eliminar su ansiedad y carga, y a la vez llevarles a la dignidad de la autosuficiencia, buena, es decir, del autogestionarse”. Y no olvidemos que “servir a los pobres también implica defenderlos e intentar reformar las estructuras que causen o perpetúen su opresión”. Por último, lo qué están haciendo ustedes aquí hoy – unir a las personas y a las comunidades – deben hacerlo también en todo el trabajo que realicen.

Estoy agradecido, alabo al Señor y doy gracias, por el trabajo estupendo que hacen todos ustedes cada día. Sé que ustedes están en la calle, cuidando a los necesitados, a través de todas sus obras de justicia y caridad. “Repito aquí para toda la Iglesia, una cosa que vengo diciendo desde hace años, salir a la calle puede producir un accidente, quedarse encerrado, enferma: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG, par. 49). Ustedes son el motor de la Iglesia que organiza el amor – Caritas – para que todos los fieles trabajen juntos, respondiendo con obras concretas de misericordia. Ustedes marcan el paso, para que la Iglesia esté cada día en el mundo. Ustedes ayudan a los demás a cambiar el curso de la propia vida. Son la sal, la levadura y la luz: ofrecen un faro de esperanza a los necesitados. Ustedes, ayudan a cambiar el curso de sus comunidades locales, sus Estados, sus países y el mundo, con el testimonio que ofrecen en ese encuentro con el Señor Jesús, que nos da vida nos da alegría en abundancia. La alegría del servicio, de incidir por el bien de todos, sigue esa llamada de la Iglesia primitiva, que quería asegurar una respuesta a todas las necesidades.

Les pido que consideren el liderazgo de ustedes como un liderazgo de servicio; que practiquen la misericordia, que para nosotros es algo esencial en el mensaje cristiano; y pongan a los pobres antes que ustedes mismos, en todo lo que hagan. Ellos nos preceden en el Reino de los cielos, ellos nos van a abrir la puerta. Somos llamados a ser Iglesia, somos llamados a ser un pueblo de y para los pobres.

Y por favor les pido que recen por mí, que lo necesito y los bendigo de todo corazón.

Hermanas y hermanos en Cristo, les envío a todos mi más afectuoso saludo de paz y alegría, mientras se reúnen en Charlotte, Carolina del Norte, para celebrar las obras y el apostolado de Catholic Charities en los Estados Unidos de América. Me gusta mucho el tema que han elegido: “Marcar el paso y cambiar el curso”, porque realmente se ajusta a lo que quería compartir hoy con ustedes.
Como les dije en la exhortación apostólica Evangelii gaudium: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús (par. 1)”. Ese encuentro con el Señor Jesús marca nuestro paso, cambia el curso de nuestra vida. Cuando Jesús pidió a los Apóstoles y a la Iglesia primitiva que lo siguieran: cambió el curso de sus vidas. La Iglesia primitiva fue testigo de ese cambio de paso y pidió una nueva manera de relacionarse con los demás y servir a “los más humildes entre ellos”. El mensaje del Evangelio de Mateo nos indica el camino a seguir: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos pequeños, me lo hicieron a mi” (Mt. 25,40).
La comunidad cristiana primitiva se tomó muy en serio este mensaje y este encuentro. Ellos modelaron una nueva manera de ser, delineando un nuevo curso en un mundo que parecía indiferente. Hemos escuchado que: “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola mente. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. (…) No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían el importe de la venta y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según la propia necesidad” (Hch. 4,32-35).
De nuevo, esa alegría que encuentran los discípulos de Jesús – tanto entonces corno hoy en día – que les lleva a actuar de manera que se pueda cambiar mentes y corazones. El gozo del Evangelio es capaz de cambiar los criterios y es capaz de cambiar el corazón. Realmente se cambia el curso de una vida. Como en la parábola del Buen Samaritano, estamos llamados a ser como ese Samaritano que se paró, en su apurado viaje de negocios, para atender a su “prójimo”, e incluso estamos llamados a ser como el “posadero” (Lc. 10,35) a permanecer abiertos a curar y ofrecer un lugar seguros de atención constante. Estamos llamados hoy a responder de la misma manera. Estamos llamados a estar en la calle, invitando y sirviendo a los marginados y excluidos, para que no sean marginados y excluidos. Hemos de ver la “imagen de Dios” en los ojos de todas esas personas.
Lamentablemente hoy se tiende a considerar al ser humano en si mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Hemos comenzado a vivir la cultura del «descarte» que, además, se promueve. No solo se vive sino que se promueve la cultura del descarte. Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está afuera, descartado, fuera de cualquier tipo de sistema. Los excluidos no son «explotados» sino que son desechados, son desechos, son «sobrantes»” (EG, par. 53). Nadie debe ser un “sobrante”. Nadie debe ser un “excluido” del amor de Dios y de nuestra atención.
Como cooperantes de Catholic Charities, miembros de la Junta, donantes, ministros de pastoral social, voluntarios y organizadores, ustedes llevan esa alegría a todos y cada uno de sus encuentros. Yo sé que el trabajo que ustedes hacen, en los Estados Unidos de América, en Catholic Charities, en sus diócesis locales y a escala nacional, en nombre de los pobres, las personas solas, los ancianos confinados, las familias jóvenes, los adultos sin techo, los niños que pasan hambre, los jóvenes refugiados, los padres migrantes y muchos otros, les permite a todos ellos saber y experimentar el tremendo y abundante amor de Dios, a través de Jesús. Ustedes son las mismas manos de Jesús en el mundo. Su testimonio ayuda a cambiar el curso de la vida de muchas personas, de muchas familias y muchas comunidades. Su testimonio les ayuda a cambiar el curso de su propio corazón.
San Juan Pablo II, visitó la reunión anual de ustedes en 1987, en San Antonio, Texas. En aquel encuentro, él exhortó a Catholic Charities de los EE.UU. a “¡unirse, transformar y servir!” y también dijo: “Cuando lo hayan hecho (eso) en nombre de Jesús, ése será el espíritu de Catholic Charities y de todo el trabajo que hagan por esta causa, porque es el seguimiento fiel de ‘aquel que no vino a ser servido, sino a servir’. Prácticamente, Él les llama a servir primero a los necesitados, pero tomando antes medidas “directamente orientadas a eliminar su ansiedad y carga, y a la vez llevarles a la dignidad de la autosuficiencia, buena, es decir, del autogestionarse”. Y no olvidemos que “servir a los pobres también implica defenderlos e intentar reformar las estructuras que causen o perpetúen su opresión”. Por último, lo qué están haciendo ustedes aquí hoy – unir a las personas y a las comunidades – deben hacerlo también en todo el trabajo que realicen.
Estoy agradecido, alabo al Señor y doy gracias, por el trabajo estupendo que hacen todos ustedes cada día. Sé que ustedes están en la calle, cuidando a los necesitados, a través de todas sus obras de justicia y caridad. “Repito aquí para toda la Iglesia, una cosa que vengo diciendo desde hace años, salir a la calle puede producir un accidente, quedarse encerrado, enferma: prefiero una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades” (EG, par. 49). Ustedes son el motor de la Iglesia que organiza el amor – Caritas – para que todos los fieles trabajen juntos, respondiendo con obras concretas de misericordia. Ustedes marcan el paso, para que la Iglesia esté cada día en el mundo. Ustedes ayudan a los demás a cambiar el curso de la propia vida. Son la sal, la levadura y la luz: ofrecen un faro de esperanza a los necesitados. Ustedes, ayudan a cambiar el curso de sus comunidades locales, sus Estados, sus países y el mundo, con el testimonio que ofrecen en ese encuentro con el Señor Jesús, que nos da vida nos da alegría en abundancia. La alegría del servicio, de incidir por el bien de todos, sigue esa llamada de la Iglesia primitiva, que quería asegurar una respuesta a todas las necesidades.
Les pido que consideren el liderazgo de ustedes como un liderazgo de servicio; que practiquen la misericordia, que para nosotros es algo esencial en el mensaje cristiano; y pongan a los pobres antes que ustedes mismos, en todo lo que hagan. Ellos nos preceden en el Reino de los cielos, ellos nos van a abrir la puerta. Somos llamados a ser Iglesia, somos llamados a ser un pueblo de y para los pobres.
Y por favor les pido que recen por mí, que lo necesito y los bendigo de todo corazón.