CARTA DEL OBISPO

LA ALEGRÍA DE ANUNCIAR EL EVANGELIO

DÍA DEL SEMINARIO 2014

 

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SANTANDER | 07.03.2014


Queridos sacerdotes, diáconos, seminaristas, miembros de vida consagrada y fieles laicos:

            Llega la festividad de San José, el esposo fiel de la Virgen María y custodio del Redentor,  y con ella celebramos un año más la Campaña del Día del Seminario. En nuestra Diócesis adelantamos la Jornada al domingo, día 16 de marzo, porque el día 19 de marzo, solemnidad de San José, es día laboral en el calendario de nuestra Comunidad de Cantabria. Es un momento clave en la pastoral vocacional.

            El lema de este año es: La alegría de anunciar el Evangelio. Está en sintonía con la Exhortación Apostólica del Papa Francisco Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio). Los sacerdotes y los futuros pastores deben ser testigos de la alegría del Evangelio, que transmiten  a todos los hombres.

            Con esta carta pastoral exhorto vivamente a todos los diocesanos a orar con perseverancia por las vocaciones sacerdotales, porque la principal actividad de la pastoral vocacional de la Iglesia es la oración: “La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Lc 10, 2). Invito a promover  de manera especial y urgente una cultura vocacional entre todos. Quiero que se valore la importancia de nuestro Seminario de Monte Corbán, donde se forman los futuros sacerdotes de nuestra Iglesia.

            Nuestros seminaristas son una bendición de Dios que acogemos con gozo y agradecimiento. Los seminaristas no son una realidad virtual. Son chicos, jóvenes y adultos de carne y hueso que, “tocados” por el amor de Dios que los llama, le responden positivamente y le dicen que cuente con ellos para ser un día sacerdotes. Nuestros seminaristas son pocos, pero son los que, en medio de las dificultades de un ambiente poco favorable y en medio de la sequía vocacional, siguen la llamada de Jesús con el propósito de ser un día sacerdotes, que anuncian la alegría del Evangelio.

            Por eso, mi felicitación sincera para vosotros, queridos seminaristas. Recibid también el apoyo y el calor de toda la Diócesis, porque sois valientes, remáis mar adentro contracorriente, y camináis por el camino de la entrega, del sacrificio, de la cruz y del amor, que os conduce a Cristo, el verdadero Camino, la Verdad y la Vida. Vuestra fuerza está en el Señor, que no os va a dejar solos, si le sois fieles y generosos, como otros jóvenes que optan y apuestan por Cristo. En Jesús está la fuente de vuestra alegría.”La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”[1].

            En esta carta pastoral, en la que sigo de cerca el documento de la Conferencia Episcopal Española, Vocaciones sacerdotales  para el siglo XXI (Madrid 26 de abril de 2012), voy a recordar algunos puntos esenciales, que nos ayuden a trabajar por las vocaciones sacerdotales en nuestra Iglesia Diocesana de Santander, que peregrina en Cantabria y en el Valle de Mena, no solo en la Campaña del Día del Seminario, sino también a lo largo del curso, porque en nuestra Programación Pastoral Diocesana está como objetivo transversal el compromiso de promover la cultura vocacional, secundando las iniciativas del Secretariado de Pastoral Vocacional y del Seminario Diocesano de Monte Corbán.

  1. LA VOCACIÓN SACERDOTAL

La vocación es un misterio que afecta a la vida de todo cristiano, pero que se manifiesta con mayor relieve en los que Cristo invita a dejarlo todo para compartir con Él vida y misión (cfr. Mc 3, 14-15). Como  decía el Papa Benedicto XVI, “la vocación no es fruto de ningún proyecto humano o de una hábil estrategia organizativa. En su realidad más honda, es un don de Dios, una iniciativa misteriosa e inefable del Señor, que entra en la vida de una persona cautivándola con la belleza de su amor, y suscitando consiguientemente una entrega total y definitiva a ese amor divino” (cfr. Jn 15, 9.16)”[2].

La historia de toda vocación sacerdotal comienza con un diálogo, en el que la iniciativa parte de Dios y la respuesta corresponde al hombre. El don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre son los dos elementos fundamentales de la vocación. Así aparece siempre en las escenas vocacionales descritas en la Sagrada Escritura. Y así continúa a lo largo de la historia de la Iglesia en todas las vocaciones. Las palabras de Jesús a los Apóstoles, “no sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido” ( Jn 15, 16), reflejan esa primacía de la gracia de la vocación, de la elección eterna en Cristo (cfr. Ef  1, 4-5)[3].

Es imposible describir las fases y los episodios de cada vocación, porque la vocación es personal, diversa e intransferible en cada persona. Dios llama a cada uno en su circunstancia concreta según su voluntad de amor y con un gran respeto por la libertad que tiene el sujeto para abrir la puerta al Señor para dejarle entrar. Los caminos del Señor pueden tomar la forma de descabalgar súbitamente a Pablo del caballo, o tomar la forma de una suave y persistente inclinación en el ánimo que experimenta el llamado desde la infancia. En todo caso, las biografías y los testimonios de los buenos sacerdotes  pueden ilustrarnos acerca de los momentos decisivos de la vocación.

  1. LA IMPORTANCIA DE LAS MEDIACIONES

La vocación sacerdotal es una relación que se establece entre Dios y el hombre en el interior de la conciencia, en lo profundo del corazón, a partir de una llamada que provoca una respuesta. Es un misterio inefable que se realiza en la Iglesia, que está presente y operante en toda vocación. En toda vocación el Señor se sirve de la mediación de la Iglesia a través de personas que suscitan, acompañan en el proceso y ayudan al candidato en el discernimiento vocacional[4].

El criterio orientador de la mediación es el ejemplo de Andrés, uno de los primeros discípulos que siguieron a Jesús, que después de encontrarse con el Maestro explica a su hermano Simón Pedro lo que había sucedido y más tarde lo lleva a Jesús (cfr. Jn 1, 40-42). El núcleo de la pastoral vocacional de la Iglesia, la clave, el método encuentran su inspiración en esta mediación que lleva a cabo Andrés con su hermano Pedro de “llevarlo a Jesús”. Esta es la forma con la que la Iglesia cuida el nacimiento y crecimiento de las vocaciones ejerciendo las responsabilidades propias de su ministerio. La Iglesia tiene el derecho y el deber de promover el nacimiento de las vocaciones sacerdotales y de discernir la autenticidad de las mismas.

En la tarea de la pastoral vocacional todos somos responsables[5]. La responsabilidad recae en toda la comunidad eclesial. El primer responsable es el obispo, que está llamado a promover y coordinar todas las iniciativas pastorales en la Diócesis. Los sacerdotes han de colaborar con interés, con entrega, con un testimonio alegre de su sacerdocio y con celo evangelizador. Los miembros de vida consagrada deben aportar  el testimonio de una vida que pone de manifiesto la primacía de Dios a través de la vivencia del seguimiento especial de Cristo casto, pobre y obediente.  Los fieles laicos tienen una gran importancia, especialmente los catequistas, los profesores, los animadores de la pastoral juvenil. También hay que implicar a los movimientos y asociaciones eclesiales. Finalmente, es preciso promover grupos vocacionales, cuyos miembros ofrezcan la oración y la cruz de cada día, así como el apoyo moral y los recursos materiales.

La familia cristiana tiene confiada una responsabilidad particular, puesto que constituye como un “primer Seminario”[6]. Actualmente la familia atraviesa serias dificultades en la vivencia y la transmisión de la fe. Pero la Iglesia sigue confiando en su capacidad educativa para plantear su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las vocaciones se forja, en primer lugar, en la familia. Para ello es una condición imprescindible que la familia cristiana esté abierta responsablemente a la vida, cumpliendo generosamente el servicio de la transmisión de la fe a los hijos. La presencia y cercanía del sacerdote en este proceso será de gran ayuda y a la vez será un referente vocacional. 

  1. EL TESTIMONIO SUSCITA VOCACIONES

La  pastoral vocacional es responsabilidad de todos y todos debemos descubrir los lugares y ambientes propicios para la llamada, así como debemos comprometernos en la eficacia de las propuestas y en la creatividad para abrir nuevos caminos. Ahora bien, es necesario subrayar la importancia de la figura del sacerdote. Por eso el Papa Benedicto XVI quiso dedicar el Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones del año 2010 al tema del testimonio, en el marco de la celebración del Año Sacerdotal. En ese mensaje subrayó que la fecundidad de la pastoral vocacional depende fundamentalmente de la gracia de Dios y de la fuerza de la oración, pero también es de gran valor el testimonio de la vida de los sacerdotes[7].

            Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales es fundamental que los sacerdotes vivamos con autenticidad nuestro ministerio, ofreciendo un testimonio alegre que exprese las actitudes profundas de quien vive configurado con Cristo Cabeza y Pastor de su Iglesia. De esta manera podremos suscitar en los jóvenes el deseo de entregar su vida al Señor y a los hermanos. A continuación apunto algunos rasgos de la calidad del testimonio de los sacerdotes como promotores de vocaciones.

            Sacerdotes  apasionados por Cristo, que viven la configuración con Él como el centro que unifica toda su vida y ministerio. Hombres de Dios, oyentes de la Palabra de Dios, que se entregan a la oración y viven la centralidad de la Eucaristía.

            Sacerdotes fieles a su misión, que responden generosamente a la llamada del Señor, siguen su voz y empeñan su vida en el sagrado ministerio, en ser prolongadores de la misión que Cristo recibió del Padre y de la cual les ha hecho partícipes.

            Sacerdotes que hacen de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de sí mismos a Dios y a los hombres, siguiendo el ejemplo de Jesús, que cumple la voluntad del Padre entregando su vida en la cruz  para la salvación del mundo, que “no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida en rescate por la multitud” ( Mc  10, 45).

            Sacerdotes que sean verdaderos hombres de comunión, que viven el misterio de la unión con Dios y con los hermanos como un don y una tarea, desde la diversidad de carismas dentro de la unidad. Por eso procuran curar heridas, tender puentes de diálogo, promover el perdón en las relaciones humanas, hacer de cada parroquia, de cada comunidad eclesial, una casa y escuela de comunión.

            Sacerdotes llenos de celo para anunciar el Evangelio. “Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría de la fe y una fecundidad evangelizadora”[8]. El Papa Francisco, tomando las palabras de Pablo VI, nos pide que recobremos y acrecentemos el fervor, “la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual  - que busca a veces con angustia, a veces con esperanza -   pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes y ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”[9].

            4. GRATITUD Y ESPERANZA

            Al finalizar esta breve carta pastoral expreso una vez más mi gratitud sincera al Rector, Superiores, claustro de Profesores y personas de servicio del Seminario de Monte Corbán por su sacrificada dedicación y fidelidad a la tarea confiada; al Secretariado de Pastoral Vocacional, a la Delegación de Juventud y al Secretariado de Pastoral Universitaria  por las iniciativas que están poniendo en marcha; a los sacerdotes del presbiterio diocesano por su interés y desvelos por las vocaciones sacerdotales; a los miembros de vida consagrada por su apoyo a la obra de las vocaciones desde la oración y el sacrificio; a las familias por la entrega de sus hijos para el servicio de Cristo y de la Iglesia; a todos los diocesanos por vuestra oración y colaboración económica para el sostenimiento ordinario del Seminario.

            “Ante la crisis de las vocaciones sacerdotales, la primera respuesta que la Iglesia da consiste en un acto de confianza en el Espíritu Santo. Estamos profundamente convencidos de que esta entrega confiada no será defraudada, si por nuestra parte, nos mantenemos fieles a la gracia recibida” [10].

            Oremos y trabajemos por las vocaciones sacerdotales en el presente y confiemos el futuro a la bondad y  atados todos los cabos para construir nosotros el futuro, que le pertenece a Dios. El Señor nos irá abriendo caminos de esperanza. Continúa habiendo chicos, jóvenes y adultos, que se sienten atraídos por la belleza del sacerdocio. Tengamos abiertas cada día nuestras puertas y ventanas para que “vengan y vean”. Y sigamos abriendo nuestros corazones al Espíritu para que nos renueve.

            Es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que nos envía a remar mar adentro (cfr. Lc 5, 4) y a seguir echando las redes en la tarea ineludible y apasionante de la pastoral vocacional.

            Que la Virgen María y San José cuiden de nuestros seminaristas, como hicieron con Jesús, que en Nazaret “iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc  2, 52). 

            Con mi afecto de siempre, gratitud y bendición,

 

+ Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander

 

 

Santander 16 de febrero de 2014
Sexto domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)


 

[1] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 1.

[2]  BENEDICTO XVI, Mensaje a los participantes en el II Congreso Latinoamericano sobre Vocaciones, 1 de febrero de 2011.

[3] Cfr. JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 36.

[4]  Cfr. JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 38.

[5] Cfr. CONCILIO VATICANO II, Decreto Optatam totius, 2; JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 41.

[6]  Cfr. CONCILIO VATICANO II, Lumen Gentium, 11 y Decreto Optatam Totius, 2.

[7] Cfr. BENEDICTO XVI, Mensaje para la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones, Roma, 13 de noviembre de 2009.

[8] PAPA FRANCISCO, Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 11.

[9] PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi, 75.

[10] JUAN PABLO II, Pastores dabo vobis, 1.